8 DE JULIO – VIERNES -
14~ SEMANA DEL T.O.- C
Beato Eugenio III
Evangelio según san Mateo 10,
16-23
En aquel tiempo, dijo Jesús a
sus Apóstoles:
“Mirad que os mando
como ovejas entre
lobos; por eso, sed sagaces
como serpientes y sencillos como palomas.
Pero no os fieis de
la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y
os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa; así daréis
testimonio ante ellos y ante los gentiles.
Cuando os arresten,
no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se
os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu
de vuestro Padre hablará por vosotros.
Los hermanos
entregarán a sus hermanos, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra
sus padres, y los matarán.
Todos os odiarán
por mi nombre: el que persevere hasta el final, se salvará.
Cuando os persigan
en una ciudad, huid a otra.
Creedme, no terminaréis
con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del Hombre”.
1. Lo sorprendente de estas
palabras de Jesús a sus apóstoles es que, al encargarles una misión que
consiste en remediar el sufrimiento humano, les advierte que
se preparen
para la persecución que les espera: “os azotarán en las sinagogas y os
llevarán
ante gobernadores y reyes” (Mt 10, 17-18).
¿Cómo se explica que unos hombres que se van a dedicar a hacer el
bien, por eso mismo serán torturados y llevados a los tribunales?
Sabiendo, además, que los perseguidores serán las autoridades religiosas
(sinagogas) y civiles (gobernadores y reyes).
¿Es que remediar el dolor humano puede ser conducta de
delincuentes?
2. Evangelizar es hacer
ahora lo que, en su tiempo, hizo Jesús. Y bien sabemos lo que le ocurrió a Jesús.
Tiene que ser así. Porque
suprimir el sufrimiento es suprimir las causas y los causantes de la mayoría de
nuestros sufrimientos.
Esto supondría modificar, el sistema político, el sistema
económico, el sistema legal, acabar con los privilegios de los ricos y la falta
de protección que soportan los pobres.
Es decir, enfrentarse al sufrimiento es acabar con las
desigualdades y sus causas.
Ahora bien, los que mandan en el sistema actual no están
dispuestos a que les quiten o les recorten los pilares de la desigualdad que se
provoca por los privilegios de unos y el
desamparo de
los demás.
En esto —dicho de manera
muy genérica— está el secreto y la causa que lo explica todo.
3. Todo esto supuesto, la
gran pregunta, que tenemos que hacernos los cristianos,
es
sencillamente esta: si a mí no me persiguen ni me complican la vida, ¿no será
que
eso tiene su
explicación en que no quiero complicarme la vida?
Esto es tan serio, y tiene tan graves consecuencias, que
desencadena hasta el odio entre hermanos, padres e hijos ~ sangre con sangre. En el fondo, el problema está en que el común de
los mortales no aguanta que le toquen en su dinero, en sus privilegios en su
buena instalación.
El que toca ahí, queda “tocado”, “dañado”, “señalado”, quizá
apuntado a alguna lista negra o simplemente ahí, “en la calle”, sin oficio ni
beneficio.
El que aguanta eso durante una vida entera, ese es persona de
muchos quilates. Y de una coherencia a toda prueba.
Quien está dispuesto a semejante futuro, ese es el que toma en
serio el evangelio.
Beato Eugenio III
San
Antonio lo señala como a "uno de los Pontífices más grandes y que más
sufrieron".
Nació
en Montemagno, entre Pisa y Lucca. Después de ocupar un cargo en la curia
episcopal de Pisa, ingresó en 1135 al monasterio cisterciense de Claraval. Tomó
el nombre de Bernardo, y San Bernardo fue su superior en aquel monasterio.
Cuando el Papa Inocencio II pidió que algunos cisterciences fuesen a Roma, San
Bernardo envió a su homónimo como jefe de la expedición. Los cistercienses se
establecieron en el convento de San Anastasio (Tre Fontane).
A
la muerte del Papa Lucio II, en 1145, los cardenales eligieron para sucederle a
Bernardo, el abad de San Anastasio. El nuevo Pontífice tomó el nombre de
Eugenio y fue consagrado en la abadía de Farfa. En enero de 1147, aceptó con
gusto la invitación que le hizo Luis VII de que fuese a predicar la cruzada en
Francia. En la segunda cruzada no tuvieron buenos resultados. El Papa
permaneció en Francia hasta que el clamor popular por el fracaso de la cruzada
le hizo imposible permanecer más tiempo en ese lugar. Durante su estancia en
aquel país, presidió los sínodos de París, Tréveris y Reims, que se ocuparon
principalmente de promover la vida cristiana; también hizo cuanto pudo por
reorganizar las escuelas de filosofía y teología. En mayo de 1148 el Pontífice
volvió a Italia y excomulgó a Arnoldo de Brescia (quien en sus peores momentos
presagiaba a los demagogos doctrinarios de épocas posteriores). San Bernardo
dedicó al Sumo Pontífice su tratado ascético "De Consideratione",
donde afirmaba que el Papa tenía como principal deber atender a las cosas
espirituales y que no debía dejarse distraer demasiado por asuntos que
corresponden a otros.
Eugenio
III partió de Roma en el verano de 1150 y permaneció dos años y medio en la
Campania, procurando obtener el apoyo del emperador Conrado III y de su
sucesor, Federico Barbarroja.
El
santo murió en Roma el 8 de julio de 1153.
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