22 DE JULIO - VIERNES
16ª ~ SEMANA DEL T. O.- C
STª María Magdalena
Evangelio
según san Mateo 13, 18-23
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos:
“Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si
uno escucha la palabra del Reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo
sembrado en su corazón. Esto significa lo
sembrado al borde del camino.
Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y
la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en
cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe.
Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra;
pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda
estéril.
Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la
palabra y la entiende; ese dará fruto y producirá ciento, o sesenta, o treinta
por uno”.
1. La
explicación que Jesús da de la parábola viene a decir que lo importante, en la vida
del discípulo de Jesús, no es “creer” en la verdad de lo que contiene la
Palabra, sino “actuar” de acuerdo con las exigencias de esa Palabra.
Porque, en definitiva, lo que a Jesús le
interesa no es que el discípulo “acepte la verdad” de la Palabra, sino que
“viva en conformidad” con lo que dice el Evangelio. Dicho de otra manera, lo que importa no es la “ortodoxia” sino
la “ortopraxis”.
No es la rectitud de doctrina, sino la
rectitud de conducta.
Lo que a Jesús le interesaba, sobre todo,
no era la doctrina, sino la vida, la forma de vida y el estilo de vida que
llevamos cada uno de quienes nos llamamos seguidores de su Evangelio.
2. Parece,
por tanto, una contradicción lo que suele ocurrir en la Iglesia: se le da más
valor y más importancia a la “recta doctrina”, que a la “debida conducta”.
Es decir, se le da más valor a las
verdades que tenemos en nuestra cabeza, que a los frutos que produce nuestro
comportamiento. Si un párroco
predica una doctrina, que no se ajusta a lo que enseña el Catecismo o a lo que
ha dicho el papa en una reciente homilía, es probable que ese párroco se lleve
una reprimenda o quizá le vendrá un castigo del obispado.
Pero si lo que hace ese párroco es que se
porta como un hombre apegado al dinero, que busca trepar en la diócesis, que
trata mal a los feligreses, etc., es muy probable que se dirá que todo eso se
resume en aquello de que “todos somos pecadores”.
A fin de cuentas, flaquezas humanas.
3. Sin
duda alguna: el cristianismo cuida y vigila más la “doctrina” que la
“conducta”. Porque es más fácil condenar “errores” que “vivir evangélicamente”.
Lo
cual es tan cierto, que no es ningún despropósito, ni exageración alguna,
afirmar que en la Iglesia se le tiene miedo a la Palabra, se le tiene pánico al
Evangelio.
No es demasiado incómodo aceptar las
“enseñanzas” de la religión.
Lo que resulta muy duro es vivir las
“exigencias” del Evangelio.
Aquí y en esto está la clave de la
parábola del sembrador.
Porque aceptar la Palabra es vivirla de
forma que produzca frutos abundantes.
STª María Magdalena
"Bienaventurados
los que lloran,
porque
ellos serán consolados."
(Mt
5,5)
Su
nombre era María, que significa "preferida por Dios", y era natural
de Magdala en Galilea; de ahí su sobrenombre de Magdalena. Magdala, ciudad a la
orilla del Mar de Galilea, o Lago de Tiberiades.
Jesús,
al dar su Espíritu a sus apóstoles, les dijo que perdonasen los pecados
conforme se lo habían visto a Él hacer: y la liturgia nos recuerda hoy un
ejemplo, que será siempre famoso, de la misericordia del Salvador con los que
se duelen de sus pasados extravíos.
María,
hermana de Marta y Lázaro, era pública pecadora, hasta que, tocada un día por
la gracia, vino a rendirse a los pies del Señor. “No te acerques a mí, porque estoy puro”, le
dirían los soberbios; pero el Señor, al contrario, la recibe y perdona. Por eso
Jesús, “acoge bondadoso la ofrenda de sus servicios”, y le ofrece para siempre
un sitial de honor en su corte real. La contrición transforma su amor. “Por
haber amado mucho, se le perdonan muchos pecados”. Movido por sus ruegos
resucita Jesús a Lázaro, su hermano, y cuando Jesús es crucificado, le asiste,
más muerta que viva; preguntando, como la esposa de los Cantares, a dónde han
puesto su esposo Divino, Cristo la llama por su propio nombre, y mándale llevar
a los discípulos la nueva de su Resurrección.
A imitación de la gran Santa María Magdalena, vengamos en
espíritu de amor y de compunción, a ofrecer a Jesús, presente en la santa Misa,
el tesoro de nuestras alabanzas. Hagámosle compañía, como las dos hermanas
Marta y María; adornemos su altar, con ese recio espíritu de fe que no teme el
escándalo farisaico, con todo el esplendor que conviene a la casa de Dios.
Imitémosla sobre todo en su acendrado amor a Jesús, seguros de que, haciéndolo
así, lograremos la remisión entera de nuestras pasadas culpas, elevándonos,
desde el fondo de nuestra miseria a la sima de la santidad. Al que busca a Dios
con gemidos, pronto le abre la puerta de su misericordia y de sus ricos
tesoros.
Cuatro menciones en los
Evangelios:
1) Los siete demonios. Lo primero que dice el Evangelio
acerca de esta mujer, es que Jesús sacó de ella siete demonios (Lc 8,2), lo
cual es un favor grandísimo, porque una persona poseída por siete espíritus
inmundos tiene que haber sido impresionantemente infeliz. Esta gran liberación
obrada por Jesús debió dejar en Magdalena una gratitud profundísima.
Nuestro
Señor decía que cuando una persona logra echar lejos a un mal espíritu, este se
va y consigue otros siete espíritus peores que él y la atacan y así su segundo
estado llega a ser peor que el primero (Lc 11,24). Eso le pudo suceder a
Magdalena. Y que enorme paz habrá experimentado cuando Cristo alejó de su alma
estos molestos espíritus.
A
nosotros nos consuela esta intervención del Salvador, porque a nuestra alma la
atacan también siete espíritus dañosísimos: el orgullo, la avaricia, la ira, la
gula, la impureza o lujuria, envidia, la pereza y quizás varios más. ¿Quién
puede decir que el espíritu del orgullo no le ataca día por día? ¿Habrá alguien
que pueda gloriarse de que el mal espíritu de la impureza no le ha atacado y no
le va a atacar ferozmente? Y lo mismo podemos afirmar de los demás.
Pero
hay una verdad consoladora: Y es que los espíritus inmundos cuando veían o
escuchaban a Jesús empezaban a tembar y salían huyendo. ¿Por qué no pedirle
frecuentemente a Cristo que con su inmenso poder aleje de nuestra alma todo mal
espíritu? El milagro que hizo en favor de la Magdalena, puede y quiere seguirlo
haciendo cada día en favor de todos nosotros.
2) Se dedicó a servirle con sus
bienes.
Amor con amor se paga. Es lo que hizo la Magdalena. Ya que Jesús le hizo un
gran favor al librarla de los malos espíritus, ella se dedicó a hacerle
pequeños pero numerosos favores. Se unió al grupo de las santas mujeres que
colaboraban con Jesús y sus discípulos (Juana, Susana y otras). San Lucas
cuenta que estas mujeres habían sido liberadas por Jesús de malos espíritus o
de enfermedades y que se dedicaban a servirle con sus bienes (Lc 8,3). Lavaban
la ropa, preparaban los alimentos; quizás cuidaban a los niños mientras los
mayores escuchaban al Señor; ayudaban a catequizar niños, ancianos y mujeres,
etc...
3) Junto a la cruz. La tercera vez que el Evangelio
nombra a Magdalena es para decir que estuvo junto a la cruz, cuando murió
Jesús. La ausencia de hombres amigos junto a la cruz del Redentor fue
escandalosa. Sencillamente no se atrevieron a aparecer por ahí. No era nada
fácil declararse amigo de un condenado a muerte. El único que estuvo junto a Él
fue Juan. En cambio, las mujeres se mostraron mucho más valerosas en esa hora
trágica y fatal. Y una de ellas fue Magdalena.
San
Mateo (Mt 27,55), San Marcos (Mc 15, 40) y San Juan (Jn 19, 25) afirman que
junto a la cruz de Jesús estaba la Magdalena. En las imágenes religiosas de
todo el mundo los artistas han pintado a María Magdalena junto a María, la
Madre de Jesús, cerca de la cruz del Redentor agonizante, como un detalle de
gratitud a Jesús.
4) Jesús resucitado y la Magdalena. Uno de los datos más consoladores
del Evangelio es que Jesús resucitado se aparece primero a dos personas que
habían sido pecadoras, pero se habían arrepentido: Pedro y Magdalena. Como para
animarnos a todos los pecadores, con la esperanza de que si nos arrepentimos y
corregimos lograremos volver a ser buenos amigos de Cristo.
Los
cuatro evangelistas cuentan como María Magdalena fue el domingo de Resurrección
por la mañana a visitar el sepulcro de Jesús. San Juan lo narra de la siguiente
manera:
"Estaba
María Magdalena llorando fuera, junto al sepulcro y vio dos ángeles donde había
estado Jesús. Ellos le dicen: - ¿Mujer, por qué lloras? - Ella les responde: -
Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto.
Dicho
esto se volvió y vio que Jesús estaba ahí, pero no sabía que era Jesús.
Le
dice Jesús: - ¿Mujer por qué lloras? ¿A quién buscas?
Ella,
pensando que era el encargado de aquella finca le dijo: - Señor, si tú lo has
llevado, dime donde lo has puesto, yo me lo llevaré.
Jesús
le dice: '¡María!'
Ella
lo reconoce y le dice : '¡Oh Maestro!' (y se lanzó a besarle los pies).
Le
dijo Jesús: - Suéltame, porque todavía no he subido al Padre. Vete donde los
hermanos y diles: 'Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios a vuestro Dios'.
Fue
María Magdalena y les dijo a los discípulos: - He visto al Señor, y me ha dicho
esto y esto." (Jn. 27, 11).
Esta
mujer tuvo el honor de ser la encargada de comunicar la noticia de la
resurrección de Jesús.
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