2 DE JULIO - SÁBADO
13ª ~ Semana del T.O. – C
San Bernardino Realino, presbítero.
Evangelio
según san Mateo 9, 14-17
En aquel tiempo, los
discípulos de Juan se le acercaron a Jesús preguntándole: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a
menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?”
Jesús les dijo:
“¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio, mientras el
novio está con ellos? Llegará un día en
que se lleven al novio y entonces ayunarán.
Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado;
porque la pieza tira del manto y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los
odres: se derrama el vino y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en
odres nuevos, y así las dos cosas se conservan”.
1. El
ayuno es, en definitiva, una forma de castigar el cuerpo. O sea, despreciarlo.
Lo que, en el fondo, es despreciarse a sí
mismo. Ayunar, por tanto, es castigarse
y despreciarse.
-
¿Por qué las
religiones han orientado a los humanos en esa dirección?
-
¿Podemos
imaginar que los dioses son tan perversos que se complacen cuando ven a los
humanos sufriendo por el hambre y la humillación?
-
¿No es esto
un indicador —uno más— de los muchos motivos que nos dan esos dioses perversos
para que no creamos en ellos?
Es una pregunta desagradable. Pero hay que
afrontarla porque nos pone ante una realidad que está ahí.
2. A
ver si podemos acercarnos al fondo del problema. Según los estudiosos mejor documentados,
lo que funciona en estas prácticas de “ira y castigo” es “un programa
relacionado con la causalidad del mal”. Después
de una desgracia, se utiliza un ritual religioso para restaurar la situación
previa de paz y bienestar (W. Burkert).
Por eso, para Martin Nilsson la religión
es “la protesta del hombre contra la insensatez de los acontecimientos”.
Los humanos “somos propensos a aceptar
nuestra propia culpa”. De forma que, mediante el auto-castigo, “intentamos
manejar o reformar el propio destino, en contraste con la opresiva carga del
azar y la necesidad”.
3. Jesús
no podía estar de acuerdo con estas ideas y estas prácticas que imponían las
primitivas religiones.
La “humanidad de Dios”, que se nos hizo
presente en la humanidad de Jesús, no podía tolerar una religión in-humana.
El evangelio que hemos leído da pie para
pensar que la comunidad de Mateo practicaba el ayuno.
Por eso dijo que “llegará el día en que
os arrebaten al novio y entonces ayunaréis”
(Mt 9, 15
b).
Pero, como bien se ha dicho, este texto
“no permite desarrollar una teología del ayuno” (U. Luz; G. Strecker).
Hay que insistir en este punto. Porque lo
que aquí está en juego no es una norma, una costumbre o una práctica religiosa.
Lo decisivo, en todo este asunto, es que,
para Jesús, lo central del Evangelio es la bondad y la justicia, que son las
fuentes inagotables de la felicidad de la vida y de la humanización de los
seres humanos.
No hablamos de “el ser humano”, sino de
“ser humano”.
Vivir como humanos y no como fieras los
unos con los otros. Porque, para aportar
salvación a este mundo, Dios —en Jesús— se hizo humano.
San Bernardino Realino, presbítero.
Nació
en Carpí (Módena, Italia), en el seno de una familia de la burguesía; su madre
fue quién más influyó en su primera educación. Estudió en Módena humanidades, y
allí realizó sus primeros poemas. Fue muy hábil con la mente y con las manos.
Practicó la esgrima y el puñal con gran destreza, hasta que un día en una lid,
hirió a un hombre sin sentirlo mucho, y tuvo que huir de la ciudad. En 1548,
gracias al mecenazgo del cardenal Madruzzo, patrón de su padre, y que costeó su
carrera, ingresó en la Universidad de Bolonia, doctorándose en Derecho civil y
canónico.
Marchó
a Milán con la esperanza de que su mentor, entonces gobernador del ducado, le
diera un puesto en la oficialidad.
En
1556 fue nombrado podesta de Felizzano, en lo que hoy es el Piamonte. Pasado un
año cesó del cargo, para vegetar en el olvido hasta que alguien se acordó de él
y lo nombró, primero abogado fiscal de Alessandría, y luego alcalde de la
diminuta población de Cassine, y en 1562, juez de Castiglione, cerca de Milán.
Concluido su mandato, el marqués de Pescara, gobernador de Milán, lo llamó para
su servicio personal como intendente de la ciudad y lo nombró administrador de
las posesiones que tenía en Nápoles.
En las horas libres se dedicaba a la
literatura y tenía escrito un comentario sobre las obras de Catulo, que hubiera
publicado si un día un jesuita no le hubiera aconsejado rezar el rosario. Aquel
rosario le convirtió, y lo primero que hizo fue quemar su escrito sobre Catulo,
e ingresó en el colegio de la compañía de Jesús en Nápoles después de presentar
su dimisión al marqués de Pescara, tenía 34 años y corría el año de 1564. Aquel
día había escrito una carta a su padre en la que le decía “Vivete allegro, che
io vivró allegrissimo”. Esta atmósfera de alegría le envolverá toda su vida.
Quería
ser lego, y dedicarse a los oficios más bajos, pero sus superiores le ordenaron
hacerse sacerdote en 1566, y san Francisco de Borja, prepósito general, le
nombró maestro de novicios, dando un nuevo método; el maestro se hacía como los
discípulos y decía su “culpa” en el comedor como ellos. No tuvo mucho éxito en
el púlpito, porque le faltaba la brillantez de los predicadores, pero era muy
bueno en el confesionario y en el trato personal. La victoria de Lepanto de
1571, trajo muchos esclavos a Nápoles, y se prodigó con ellos, y aunque no
obtuvo muchas conversiones, si dio ejemplo de caridad cristiana.
Por
obediencia fue a Lecce en 1574, donde tenía que abrir una casa de la Compañía,
donde estuvo predicando y confesando; especialmente asistía a los encarcelados,
a los condenados a muerte y a los esclavos: en uno de sus primeros sermones
insistió en que tenían los mismos derechos que toda persona humana, no eran una
especie inferior. Tenía penitentes de toda Italia, y tenía el don de
penetración de espíritus; sentía una profunda repugnancia por el confesionario
y este fue quien le santificó. En 1594 fue nombrado rector del colegio de los
jesuitas, y se mostró caritativo con todo el que lo necesitara, cosa que
provocó las iras de los menos generosos. Cuando contaba 80 años, un grupo de
personas de la ciudad, fue a verle para que tomase la ciudad bajo su
protección, e incluso fueron a ver al obispo para que iniciase su proceso de
beatificación, ¡antes de morirse!
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