21 DE JULIO - JUEVES
16 – Semana del T. O. - C
San Daniel
Evangelio según san Mateo 13,
10-17
En aquel tiempo, se acercaron a
Jesús los discípulos y le preguntaron:
“¿Por qué les hablas
en parábolas?”
Él les contestó:
“A vosotros se os
ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no.
Porque al que tiene
se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que
tiene.
Por eso les hablo
en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender.
Así se cumplirá en
ellos la profecía de Isaías:
“Oiréis con los
oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el
corazón de este pueblo; son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver
con los ojos, no oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse
para que los cure”.
Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros
oídos porque oyen.
Os aseguro que
muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y
oír lo que oís y no lo oyeron”.
1. Jesús explica a los
discípulos por qué le habla a la gente utilizando parábolas.
El “conocimiento de los misterios” era, en aquellos tiempos, un
tema común en el
lenguaje de
las religiones. Y quiere decir que había grupos que eran considerados como los
“iniciados” en los misterios, mientras que otros eran vistos como los que rechazaban,
que eran los “no-iniciados”.
Pero lo sorprendente es que Jesús utiliza
el lenguaje
de las religiones para hablar de la vida. Sabemos, en efecto, que Jesús encontró
“recepción en unos” y “rechazo en otros”. Jesús, por tanto, trastorna el statu
quo, trastorna las “situaciones establecidas”.
Y eso es muy peligroso en la vida.
Porque provoca aceptación y rechazo (W. Carter).
2. Esta situación de
contraste, y hasta de enfrentamiento, se produjo en la vida de
Jesús y en
relación al mismo Jesús. Y se ha seguido produciendo a lo largo de la historia
hasta el día de hoy.
¿Qué está ocurriendo con el papa Francisco?
Sencillamente, cuando el Evangelio se toma en serio y se plantea
como “forma o estilo de vida”, inmediatamente eso es motivo de adhesiones
entusiastas y de rechazos brutales.
Unos ven en eso solución y esperanza, en tanto que otros ven en
eso amenaza y
desastre.
3. Es notable la
utilización insistente y repetida de los verbos “ver” y “oír”, que ya
aparecen en
Is 6, 9 y Jer 5, 21-23.
En la mentalidad y en el lenguaje de Jesús —tal como lo presenta
Mateo—, Dios entra por los sentidos. Y el Evangelio igualmente.
No es una teoría especulativa. Es algo que se mete por los ojos,
que se oye, se siente
y se palpa.
Jesús presenta así el tema capital de Dios y del Evangelio porque
lo que está en juego es la forma de vida, es algo que se ve y se palpa.
O, por el contrario, no se ve por ninguna parte. De ahí, la
importancia de la vida que cada cual lleve.
O la vida que se ve y se palpa en la Iglesia, en la comunidad, en
la institución...
interpretemos
esto con argumentos “espirituales”.
Lo que está en juego es nuestra humanidad, nuestra condición
humana.
Pero no se trata del ser humano.
Se trata de ser humano.
Si nos comportamos con una profunda humanidad, superando todo
cuanto pueda ser des-humanización, entonces, y solo entonces, viviremos el Evangelio
de Jesús.
San Daniel
Daniel
es un profeta del Antiguo Testamento. Su nombre es raro en la Escritura. En 1
Par. 3,1, figura un Daniel entre los hijos que le nacieron a David en Hebrón y
del cual nada se dice en la historia sucesiva. En 1 Esd. 8, 2, aparece otro
Daniel entre los repatriados que subieron con Esdras de Babilonia a Jerusalén.
Ninguno de éstos tiene nada que ver con nuestro profeta. Pero en Ez. 14, 14.20,
se hace mención de un personaje conspicuo en la forma siguiente: "Hijo de
hombre: Cuando, por haberse rebelado pérfidamente contra mí la tierra, tienda
yo mi brazo contra ella y la quebrante el sustento del pan, y mande sobre ella
el hambre, y extermine en ella hombres y animales, aunque hubieran estado en
ella estos tres varones, Noé, Daniel y Job, ellos por su justicia hubieran
salvado su vida, dice el Señor, Yahvé". Lo mismo viene a repetir en 14,20,
donde declara mejor que no salvarían a "un hijo ni una hija; por su propia
justicia escaparían ellos y salvarían la propia vida". Aquí se pondera la
justicia de Daniel, junto con la de Noé y Job, la cual, sin embargo, no sería
suficiente para obtener gracia en favor del pueblo rebelde y condenado ya en el
tribunal de la justicia divina a la pena del cautiverio. No podemos rehuir aquí
la impresión de que este Daniel es un personaje antiguo, famoso por su
justicia, como Noé y Job, Más adelante el mismo Ezequiel vuelve a mencionar a
Daniel en un discurso al príncipe de Tiro, el cual, en su soberbia, se había
atrevido a decir: "Yo soy un dios, habito en la morada de Dios, en el
corazón de los mares". "Y siendo tú un hombre, no un dios, igualaste
tu corazón al corazón de Dios, creyéndote más sabio que Daniel, a quien ningún
secreto se le ocultaba" (28,2s.). Aquí se nos vuelve a hablar de Daniel
como conocedor de los secretos divinos y, por tanto, un gran amigo de Dios;
pero también un personaje antiguo y famoso.
Los
documentos hallados no hace mucho tiempo en Fenicia nos dan a conocer a un
cierto Daniel o Danel, y se discute sobre su identificación con el de Ezequiel.
No es éste el lugar propio para discutir el problema, sobre el cual no están
concordes los doctos.
Y
con esto pasamos al libro bíblico de Daniel, donde largamente se habla de
Daniel, como un personaje a quien se revelan los secretos de Dios, como el de
Ezequiel (28,2s.). Esto nos lleva a recordar cómo en la literatura
seudoepigráfica del Antiguo Testamento, igual que en los apócrifos del mismo,
los verdaderos autores de los libros recurren a los personajes antiguos, tales
como Enoc, Moisés, Salomón, Esdras, Baruc, etc., etc., a quienes hacen hablar o
los consideran como los verdaderos autores de las obras. Es éste un artificio
literario de todos conocido y que por esto a nadie engañaba ni engaña.
El
libro de Daniel es una obra llena de misterios, no precisamente misterios
divinos, sino literarios e históricos, que ofrecen a los doctos materia de
largos estudios, de múltiples hipótesis, sin que hasta el presente se haya
llegado a soluciones claras. Entre los mismos expositores católicos se da como
probable que el libro de Daniel es una obra apocalíptica y que el autor que
aquí figura no sería el Daniel antiguo, cuyo nombre tomaría un escritor
posterior, que habla al pueblo para instruirle en la doctrina de la Ley y para
alentarle, con la próxima llegada del Mesías, a sufrir la persecución suscitada
por Antíoco IV Epifanes, rey de Siria y primer perseguidor de la religión
mosaica. Hay, pues, en el libro dos partes, una histórica y la otra profética;
la primera parenética, que nos ofrece en Daniel y sus compañeros otros tantos
modelos de la fidelidad a la Ley, y la segunda profética, que en diversas
visiones de Daniel nos anuncia la próxima venida del Mesías. En las dos se
contiene todo cuanto podemos saber de la vida de Daniel.
Por
el libro de los Reyes conocemos dos deportaciones de Judá a Babilonia: la una
al principio del reinado de Jeconías, el año 598, y la otra al fin del reinado
de Sedecías, en 587, que fue la definitiva. Pero en el mismo libro de los Reyes
se cuenta que el rey Joaquim había estado sujeto a Nabucodonosor durante tres
años; pero que luego se rebeló contra él. "Entonces mandó Yahvé contra
Joaquim tropas caldeas, sirias, moabitas y amonitas, y las envió contra Judá
para destruirle, según la palabra que Yahvé había pronunciado por sus siervos
los profetas" (2 Reg. 24,2ss.). Aquí no se habla de deportación, pero nada
tendría de extraño que a la invasión acompañara también la deportación de
algunas partes de la población y con ella la de Daniel y sus compañeros.
La
introducción histórica del libro de Daniel nos presenta a los cuatro jóvenes
celosos de la observancia de la Ley. El rey quiere aumentar el personal de su
corte con algunos jóvenes de los deportados de Judá. Y el jefe del personal de
palacio recibe orden de tratarlos de modo que resulten unos buenos mozos.
Además, deben ser instruidos en la sabiduría caldea, de suerte que nada les
falte para que hagan en la corte un papel lucido. Pero los jóvenes, llevados de
su amor a la Ley, temen quebrantar los preceptos divinos comiendo cosas
prohibidas, y así ruegan y obtienen que los dejen pasar con legumbres y agua.
Y, en efecto, con este tratamiento, que Dios bendice, los jóvenes hombres
aparecen los más lúcidos de todos los de su clase. Con esto vino a corresponder
el progreso en las letras y ciencias en que se los instruía. Llegado el tiempo
de su presentación al rey, éste los encontró muy de su agrado, por encima de
todos los de su clase. Indudablemente que Dios había premiado el amor de
aquellos jóvenes por la Ley divina.
Pronto
llega el momento de la prueba. El rey tiene una visión, pero se le olvida su
contenido. Sólo una cosa retiene, el hecho de la visión y que ésta debe ser muy
importante. El monarca hace venir a todos los sabios de la corte, a los
sacerdotes, cuya ciencia consistía en conocer el sentido de los sueños. Pero en
el caso presente, como en el del Faraón, la ciencia caldea, tan famosa en el
mundo antiguo, se declara impotente para resolver el problema que se le
presenta. El rey insiste y hasta amenaza, pero nada saca con ello. Al fin se
presenta Daniel, uno de los cuatro jóvenes hebreos, el cual empieza por excusar
la ignorancia de sus compañeros y confesar que la ciencia de la profecía es un don
de Dios. Luego trae a la memoria de Nabucodonosor el sueño olvidado y a la vez
le declara su sentido. Es el sueño de la estatua, que concuerda con las
visiones que luego vendrán. En todas aparece la sucesión de los imperios que
aparecerán en Oriente: el caldeo, representado por el mismo Nabucodonosor; el
persa, el macedonio y el seléucida o sirio, fuerte, porque será el perseguidor
del pueblo escogido, pero débil por las divisiones y guerras civiles, que
acabarán con él. Finalmente vendrá el reino que no será destruido jamás y que
no pasará a otro pueblo, mas permanecerá para siempre. El relato se cierra con
dos cosas: la glorificación de Dios por Nabucodonosor y la exaltación de Daniel
y sus compañeros, que reciben así el premio de su amor por la Ley.
Un
segundo episodio nos lo ofrece la loca pretensión del rey, que quiere ser
adorado en una estatua colosal. El autor sagrado nos ofrece aquí una imagen de
la soberbia del rey, que acaba por rendirse a la gloria del Dios de Israel. En
medio del inmenso campo de Dura se levanta la estatua: todos los vasallos de
Nabucodonosor se postran ante ella; sólo se niegan a rendirle adoración los
tres compañeros de Daniel, a quienes, a ruegos de Daniel, había el rey
constituido sobre la provincia de Babilonia (2,49). La negativa vendrá a
constituir un crimen de lesa majestad, que sólo se expía con la muerte. Pero
entonces aparece el milagro. En medio del fuego un ángel protege a los tres
jóvenes y se hace patente el poder del Dios verdadero. Resultado final: que
Nabucodonosor, que antes quería ser adorado como dios, ahora se rinde con toda
su corte a reconocer al Dios de Israel, y más todavía: que todo hombre que
hable mal del Dios de aquellos jóvenes será descuartizado y su casa convertida
en un muladar. Resultado del episodio: la glorificación de Dios por el rey y la
de sus fieles siervos, entre los cuales no aparece Daniel, pero que, sin duda,
está oculto en la escena.
Un
nuevo episodio, en el que aparece de nuevo Daniel como profeta, en el cual está
el espíritu del Dios santo. Es la visión del árbol frondoso, que es derribado,
pero que renace de nuevo, y es el castigo de aquel rey, que antes quiso
igualarse con Dios y a quien Dios abatió hasta que reconoció su bajeza y la
soberanía de Dios.
El
largo reinado de Nabucodonosor terminó, y va a terminar también el reino de
Babilonia bajo el cetro de un príncipe llamado Baltasar. La crónica babilónica
nos cuenta cómo fue ocupada la gran ciudad, sin derramar una gota de sangre,
por el ejército de los persas mandado por un general caldeo. La crónica no se
mete en más detalles. Pero el profeta nos cuenta el banquete suntuoso y hasta
sacrílego de Baltasar y de su corte, y las tres palabras misteriosas que
aparecieron escritas en la pared. Como en casos anteriores, acude la ciencia caldea
a descifrar aquellas palabras misteriosas, pero tiene que confesar su
impotencia. Entonces se presenta Daniel, a quien se revelan los secretos de
Dios, y éste de plano declara el misterio, que aquella misma noche se cumplirá;
aunque todavía queda lugar para la glorificación de Daniel y en Daniel la del
Dios verdadero, que le revela sus secretos.
El
imperio pasa de los caldeos a los persas o, según la afirmación del profeta, a
Darío, rey de los medos, lo que constituye uno de los problemas más difíciles
que presenta el libro de Daniel. Este, que en el imperio de Nabucodonosor había
ocupado un alto puesto en la corte caldea, vino a ser en el nuevo imperio uno
de los personajes más altos de la jerarquía imperial. Que esto despertara
envidias nada tiene de particular, teniendo en cuenta, sobre todo, que Daniel
era extraño a la raza imperante. El modo empleado para perderle es de lo más
singular. Los enemigos de Daniel proponen al rey Darío la publicación de un
decreto en que se prohiba hacer petición alguna a hombre o dios, fuera del rey
Darío. Y sólo Daniel no respeta tal decreto, pues, según su costumbre, continúa
haciendo su oración a Dios tres veces al día. El rey se ve forzado a condenar a
Daniel al foso de los leones, los cuales le respetan, dando lugar a que el rey
glorifique a Daniel como a siervo de Dios y por un decreto ordene que todos en
su reino teman al Dios de Daniel. Los acusadores de Daniel fueron arrojados al
foso de los leones y devorados por éstos.
A
estos episodios proféticos de la vida de Daniel siguen las cuatro visiones
proféticas, en que se reproduce el plan de la visión de la estatua. Con
diferentes detalles las visiones nos ofrecen la serie de los imperios
orientales desde el caldeo al seléucida, perseguidor, con Antíoco IV, del pueblo
de Dios. A este cuarto imperio sucederá el mesiánico, no inmediatamente. sino a
la distancia que Dios conoce.
Tal
es el resumen de la parte semítica del libro de Daniel, al cual se añade un
apéndice en lengua griega, en que se cuenta la intervención del joven Daniel en
el episodio de Susana, que salva a los inocentes y condena a los culpables. Es
de notar aquí el cuadro que se nos ofrece de la casa de Joaquim, y de la vida
del pueblo, que goza de autonomía hasta para aplicar la pena de muerte. Con
esto "Daniel se hizo famoso en el pueblo".
Otros
dos episodios de distinto carácter vienen a ser una sátira contra la idolatría
caldea, como tantas que leemos en los profetas: la de los manjares presentados
al dios Bel, que Daniel demuestra eran consumidos por los sacerdotes y sus
familiares; la muerte dada al drag6n, que los caldeos veneraban como a una
divinidad, y que Daniel prueba que no hay tal divinidad. Este atrevimiento de
Daniel le trae, como en otro caso, ser condenado a los leones, de los que la
mano de Dios le libra, dando esto lugar a una nueva glorificación del Dios de
Daniel, a quien un decreto del rey ordena a todos sus vasallos que le teman
como verdadero salvador y obrador de maravillas en la tierra.
El
autor sagrado, más que la vida de Daniel, lo que se propone es la glorificación
de Dios por los reyes de Caldea y de Persia. Y esta glorificación, más que de
la realidad histórica de las cosas que se cuentan, recibe su fuerza de la
autoridad del profeta que nos lo cuenta, el cual sería un profeta apocalíptico,
a juicio de muchos. Del juicio que sobre este problema se forme dependerá la
historia del profeta Daniel. La exégesis futura logrará poner más en claro lo
que al presente se halla para nosotros bastante obscuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario