31 de julio Domingo
18 – Semana del T.O.-C
Primera lectura del libro del
Eclesiastés (1,2;2,21-23):
¡Vanidad de vanidades, dice
Qohelet; ¡vanidad de vanidades, todo es vanidad! Hay quien trabaja con
sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha
trabajado. También esto es vanidad y grave desgracia. Entonces, ¿qué saca el
hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De
día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente. También esto es
vanidad.
Salmo 89
R/. Señor, tú has
sido nuestro refugio de generación en generación.
·
Tú reduces
el hombre a polvo, diciendo:
«Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó; una vela nocturna.
R/.
·
Los siembras
año por año,
como hierba
que se renueva:
que florece
y se renueva por la mañana,
y por la
tarde la siegan y se seca. R/.
·
Enséñanos a
calcular nuestros años,
para que
adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete,
Señor, ¿hasta cuándo?
Ten
compasión de tus siervos. R/.
·
Por la
mañana sácianos de tu misericordia,
y toda
nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a
nosotros la bondad del Señor
y haga
prósperas las obras de nuestras manos. R/.
Segunda Lectura de la carta del
apóstol san Pablo a los Colosenses (3,1-5.9-11):
Ya que habéis resucitado con
Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la
derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque
habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando
aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis,
juntamente con él, en gloria. En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que
hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la
avaricia, que es una idolatría. No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos
del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando
como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay
distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y
escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en
todos.
Evangelio según san Lucas
(12,13-21),
En aquel tiempo, dijo uno del
público a Jesús:
«Maestro, dile a mi
hermano que reparta conmigo la herencia.»
Él le contestó:
«Hombre, ¿quién me
ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?»
Y dijo a la gente:
«Mirad: guardaos de
toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus
bienes.»
Y les propuso una
parábola:
«Un hombre rico
tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: "¿Qué haré? No tengo
donde almacenar la cosecha." Y se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré
los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y
el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: hombre, tienes bienes
acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida." Pero
Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has
acumulado, ¿de quién será?" Así será el que amasa riquezas para sí y no es
rico ante Dios.»
Domingo 18 del Tiempo Ordinario. Ciclo C
Dos sabios
ante la riqueza.
El domingo pasado, el
evangelio se fijó en un tema muy importante para Lucas: la oración. Este
domingo recoge otra cuestión capital de su evangelio: la actitud ante la
riqueza.
Una elección
curiosa: la primera lectura
En el Antiguo Testamento, la riqueza se ve a veces como signo de la bendición
divina (casos de Abrahán y Salomón); otras, como un peligro, porque hace
olvidarse de Dios y lleva al orgullo; los profetas la consideran a menudo fruto
de la opresión y explotación; los sabios denuncian su carácter engañoso y
traicionero. En esta última línea se inserta la primera lectura de hoy, que
recoge dos reflexiones de Qohélet, el famoso autor del “Vanidad de vanidades,
toda vanidad”.
La primera reflexión afirma que todo lo conseguido en la vida, incluso de la
manera más justa y adecuada, termina, a la hora de la muerte, en manos de otro
que no ha trabajado (probablemente piensa en los hijos).
¡Vanidad de
vanidades, dice Qohelet;
vanidad de vanidades,
todo es vanidad!
Hay quien
trabaja con sabiduría, ciencia y acierto,
y tiene que
dejarle su porción a uno que no ha trabajado.
También esto
es vanidad y grave desgracia.
La segunda se refiere a la vanidad del esfuerzo humano. Sintetizando la vida en
los dos tiempos fundamentales, día y noche, todo lo ve mal.
Entonces,
¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo
el sol?
De día su
tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente.
También esto es
vanidad.
Ambos
temas (lo conseguido en la vida y la vanidad del esfuerzo humano) aparecen en
la descripción del protagonista de la parábola del evangelio.
Petición,
parábola y enseñanza (Lc 12,31-21)
En el evangelio de hoy podemos distinguir tres partes: el punto de partida, la
parábola, y la enseñanza final.
El punto de
partida
En aquel tiempo, dijo uno del público a
Jesús:
‒ Maestro,
di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.
Él le respondió:
‒ ¡Hombre!
¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?
Y les dijo:
‒ Mirad
y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no
está asegurada por sus bienes.
Si esa misma propuesta se la hubieran hecho a un obispo o a un sacerdote,
inmediatamente se habría sentido con derecho a intervenir, aconsejando
compartir la herencia y encontrando numerosos motivos para ello. Jesús no se
considera revestido de tal autoridad. Pero aprovecha para advertir del peligro
de codicia, como si la abundancia de bienes garantizara la vida. Esta enseñanza
la justifica, como es frecuente en él, con una parábola.
La parábola.
Los campos de
cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: “¿Qué
haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?” Y se dijo: “Voy a hacer esto: Voy
a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi
trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva
para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea”. Pero Dios le dijo: “¡Necio!
esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién
serán?”
A
diferencia de Qohélet, Jesús no presenta al rico sufriendo, penando y sin
lograr dormir, sino como una persona que ha conseguido enriquecerse sin
esfuerzo; y su ilusión para el futuro no es aumentar su capital de forma
angustiosa sino descansar, comer, beber y banquetear.
Pero el rico de la parábola coincide con el de Qohélet en que, a la larga,
ninguno de los dos podrá conservar su riqueza. La muerte hará que pase a los
descendientes o a otra persona.
La enseñanza
final.
Si todo terminara aquí,
podríamos leer los dos textos de este domingo como un debate entre sabios.
Qohélet, aparentemente pesimista (todo lo obtenido es fruto de un duro esfuerzo
y un día será de otros) resulta en realidad optimista, porque piensa que su
discípulo dispondrá de años para gozar de sus bienes.
Jesús, aparentemente optimista (el rico se enriquece sin mayor esfuerzo),
enfoca la cuestión con un escepticismo cruel, porque la muerte pone fin a todos
los proyectos.
Pero la mayor diferencia entre Jesús y Qohélet la encontramos en la última
frase.
Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.
Frente al
mero disfrute pasivo de los propios bienes (Qohélet), Jesús aconseja una
actitud práctica y positiva: enriquecerse a los ojos de Dios. Más adelante,
sobre todo en el capítulo 16, dejará claro Lucas cómo se puede hacer esto:
poniendo sus bienes al servicio de los demás.
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