19 DE JULIO - MARTES
16~ SEMANA DEL T. O.- C
Santas Justa y Rufina
Evangelio según san Mateo 12,
46-50
En aquel tiempo, estaba Jesús
hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera
tratando de hablar con él. Uno se lo avisó:
“Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y
quieren hablar contigo”.
Pero él contestó al
que le aviso:
“¿Quién es mi madre
y quiénes son mis hermanos?”
Y señalando con la mano a los discípulos,
dijo:
“Estos son mi madre
y mis hermanos. El que cumple la voluntad del Padre del cielo, ese es mi hermano
y mi hermana y mi madre”.
1. Para comprender el
significado de este episodio es necesario tener presente que representaba la
“familia patriarcal” en los países y culturas que dominaba el Imperio romano.
Porque la familia era la institución básica por medio de la cual
los individuos se integraban en la sociedad.
Esto quiere decir que cada sujeto del grupo familiar dependía de
la familia en todo lo que se refería a la economía, a las ideas políticas y sobre
todo a las creencias religiosas. Por eso Jesús, cuando decidió ir a ser bautizado
por Juan y después dedicarse a su misión profética, lo primero que hizo fue al
llegar a su pueblo (Nazaret), dejar su casa y su familia, y así pudo tener una
libertad que habría sido imposible si se queda en Nazaret con sus familiares
más próximos (W. Carter, E. M. Pericás).
2. Por eso sería una
equivocación interpretar el evangelio de hoy como si Jesús expresara una
actitud de rechazo hacia su familia.
Jesús nunca rechazó a su madre o a sus hermanos. Fueron más bien
sus parientes quienes mostraron se prejuicios respecto a Jesús (Mc 3, 21; 6,
1-6; Jn 7, 5).
Sin duda porque los familia de Jesús pensaban de él que era un
hombre extraño, que, al irse de la casa, ha roto con la sociedad, con la
religión y con la vida de una “persona de orden”.
Si ha dejado su familia y no había formado otra, la suya (mediante
el matrimonio), lo cual
daba a
pensar tenía que andaba perdido en la vida y en la sociedad.
De ahí, los recelos de los parientes de Jesús con él.
3. Una enseñanza capital
que hay en todo esto es que, como sabemos, en la vida hay dos formas de
relación entre personas:
1) Las relaciones “obligatorias”, que son
reguladas
por leyes (civiles o religiosas).
2) Las relaciones “libres” sobre las que no
pesa ley
alguna, ni humana ni divina.
Pues bien, las relaciones de parentesco son
reguladas
(de una u otra forma) en todas las culturas, mientras que las relaciones de amistad
y de comunidad son (legalmente) y absolutamente libres.
Las leyes marcan cómo deben ser las relaciones entre padres e
hijos, entre hermanos, etc.
La amistad y la vida en común tienen consistencia en sí mismas, es
decir, son enteramente libres. Porque no dependen de ninguna ley que obligue a
mantener la relación o a ciertas obligaciones vinculadas a ellas.
En esto está la grandeza y la singularidad del amor entre personas
que son enteramente libres para quererse o no quererse.
Jesús no niega la importancia de la familia y las tradiciones. Lo
que Jesús quería (y quiere) son personas libres, que, desde su libertad, pueden
instaurar un nuevo modelo de vida y de sociedad.
Esto es lo que tendría que ser la Iglesia.
Santas Justa y Rufina
Historia de las
santas mártires Justa y Rufina
EDUCACION Y
JUVENTUD
Nacieron
nuestras Santas Justa y Rufina por los años 268 y 270 respectivamente en
Sevilla, siendo Santa Justa dos años mayor que su hermana. Era la familia de
los Rufinos de clase ilustre y distinguida, si bien, no desempeñaban ningún
cargo público y vivían más bien ocultos y sencillamente. Sin embargo, desde la
más tierna edad de sus hijas, se preocuparon con interés y especial esmero en
que recibieran la mejor educación, poniéndolas al cuidado de los mejores
maestros.
No
obstante, era en el propio hogar donde recibían la mejor educación de sus
propios padres, porque ellos mimos fueron los que les enseñaron el tremendo
horror al pecado y el especial amor a la virtud que tan lindamente aprendieron.
Fueron los propios padres los que las enseñaron a rezar todos los días a la
Virgen Madre de Dios y a encomendarse a Ella con especial confianza; y también
fueron ellos los que las enseñaron a amar a Jesús, a quien consagraron su
virginidad y a quien amaban con especial predilección.
Eran
muy niñas cuando ocurrió la muerte de sus padres y se quedaron huérfanas. El
venerable Obispo de la ciudad, muy amigo de la familia, dándose cuenta de la
situación en que se quedaban, tuvo especial cuidado en visitarlas con
frecuencia para animarlas a perseverar en la virtud y a que emprendieran un
oficio para poder ganarse honradamente la vida.
Siguiendo
los consejos de su Obispo y demás amigos, con sus propios ahorros montaron en
la Puerta de Triana un negocio de alfarería.
LA TIENDA DE
ALFARERIA
Las
jóvenes muchachas, al quedarse sin padres, tuvieron que aprender a ganarse la
vida como las personas mayores. El ambiente no les era favorable; eran
cristianas y los cristianos entonces eran perseguidos a muerte.
Para
hacerse fuertes empezaban el día oyendo misa y orando durante largo tiempo. La
oración de las mañanas y lectura diaria de los Evangelios era lo que mayor
fortaleza les daba. Durante el día despachaban en su tienda y atendían las
faenas de su propia casa.
Eran especialmente caritativas
con los pobres, con los que eran muy generosas.
No
obstante, su mayor preocupación era la conversión de los paganos. Rezaban
asiduamente por ellos y siempre que tenían ocasión la aprovechaban para
anunciar el Evangelio y enseñar las verdades de la fe a los ignorantes
gentiles. Los mismos cristianos, al conversar con las Santas, se sentían más
fervorosos, y algunos se animaban tanto que no les importaba morir
martirizados. Cuando la persecución era más recia, muchos cristianos amigos
pasaban por su tienda para desahogarse mutuamente y animarse en secreto a
perseverar en la oración y la penitencia para estar así preparados para lo que
Dios quisiera de ellos.
PIEDAD, ORACION Y
SACRIFICIOS
Según
San Juan Crisóstomo, la santidad y virtud de un alma santa solamente puede
conocerse por el aprecio que haga de la oración. Ni la virginidad, ni la
humildad, ni la paciencia en las adversidades, ni siquiera el amor y cuidado de
socorrer a los necesitados dan a conocer la santidad de un alma como lo da a
conocer la oración.
Todas estas virtudes se pueden dar en un alma sin fe
y sin que ame a Dios; pero el cuidado de hacer oración diariamente y de poner
en ella toda su esperanza y empeño, solamente se puede dar en las almas santas
que ponen toda su confianza en Dios. Por eso, repetía San Juan Crisóstomo:
"No hay señal más clara para conocer la virtud de un hombre que el ver el
aprecio que éste hace de la oración".
No cabe duda que las Santas Justa y Rufina eran
almas de acendrada oración.
La misa diaria y la comunión siempre que podían, eso
no les faltaba; pero, además, como todos los santos, siguiendo el consejo de
Cristo, pasaban mucho tiempo orando en el secreto de su casa, sin que nadie lo
supiera.
En la oración se hacían fervorosas y sentían grandes
deseos de padecer por Cristo para así, de alguna manera, corresponder a su
amor.
Se sacrificaban con ayunos y penitencias, y todo lo
que ahorraban se lo daban a los pobres más necesitados, recordando las palabras
de Jesús: "Todo lo que deis a los pobres en mi nombre, aunque no sea más
que un vaso de agua fresca, no quedará sin recompensa".
LA DIOSA SALAMBONA
Es
necesario advertir que, en tiempos de las Santas Justa y Rufina, España era
todavía una provincia romana. Todos debemos saber también, por la historia, que
los romanos eran paganos que adoraban gran multitud de ídolos. Se puede decir
en cierta manera que coleccionaban los ídolos, pues para tenerlos a todos
contentos, a todos les ponían altares y les ofrecían incienso. Y la cosa
llegaba a tal extremo que, por si acaso se les olvidaba alguno, elevaban
incluso altares a los dioses desconocidos.
Es notorio el caso de San Pablo en Atenas, como
aprovechó esta circunstancia para predicarles a Cristo diciendo a los gentiles
que les venía a hablar de ese Dios desconocido, que sin saberlo ya le tenían
allí su altar. El dios más conocido y famoso entre los paganos era sin duda la
diosa Venus. La diosa Salambona no era otra que la misma Venus en su actitud
triste y llorosa por la muerte de su Adonis.
En aquellos tiempos en Sanlúcar la Mayor había un
bosque y un templo dedicados a consagrados a la diosa Salambona.
En Sevilla tuvo Venus su templo donde está hoy la iglesia
de Santa María Magdalena.
La diosa construida de barro cocido, hueca como un
botijo, sujeta por dentro a un armazón de hierro. Para hacer llorar a la imagen
le ponían plomo por dentro de los ojos, y acercándole fuego al plomo se
derretía y salía al exterior por unos orificios en los ojos en forma de gruesas
lágrimas. Mientras duraba esta ceremonia todo el público la acompañaba con
grandes chillidos y lamentos fingidos.
LAS SANTAS
DESTRUYEN EL ÍDOLO
En
aquellos tiempos entre los paganos, el día de mayor fiesta en Sevilla, era el
primero de junio. Ese día, se sacaba en procesión por toda la ciudad con gran
algazaro la diosa Salambona. La llevaban sobre unas andas a hombros como los
pasos de Semana Santa y la acompañaba numerosa multitud de gente que iban
gritando tras la imagen con grandes lamentos fingidos. Varias muchachas iban
delante de la procesión pidiendo limosna para el culto por las casas de los
vecinos.
Al llegar a la casa de las Santas y al pedirles una
limosna para el culto de la diosa, ellas, con gran entereza y valentía,
respondieron que solamente adoraban al verdadero Dios creador del mundo y de
todas las cosas, y que no contribuirían al culto de una ridícula imagen de
barro. Corrieron las muchachas paganas hacia los que llevaban la imagen,
diciendo que allí había unas cristianas blasfemando y ridiculizando a su dios,
diciendo que era de barro y que no era un dios verdadero.
Se fueron hacia ellas con el ídolo diciendo:
"¿Qué nuestro dios no puede nada? Mirad lo que puede"; y arrojándose
hacia su exposición de cacharros, les rompieron gran cantidad.
Viendo que todo se lo destrozaban y sintiendo deseos
de demostrarles el poco poder de su ídolo, cogiendo algo pesado, se lo
arrojaron diciendo: "Mirad como vuestro ídolo no está hecho de mejor barro
que nuestros botijos" y el ídolo quedó destrozado en mil pedazos. Viendo
el ídolo destrozado, se enfurecieron terriblemente contra ellas y empezaron
todos a gritar, diciendo: "¡Merecen la muerte! ¡Atadlas y llevémoslas al
Prefecto para que las condene a morir en el circo! ¡Hay que hacerlas
morir!..."
PRISION DE LAS
SANTAS
Las
Santas tenían su tienda en la Puerta de Triana. Allí, las cogieron presas y las
llevaron atadas, entre insultos y malos tratos por toda la ciudad hasta el
Pretorio o Palacio de Justicia, que estaba donde está hoy la iglesia de María
Auxiliadora.
Es indecible -dice el autor- lo que tuvieron que
padecer las heroicas sevillanas al ser llevadas desde la Puerta de Triana hasta
donde estaba el Prefecto, pasando por las mismas calles y plazas por donde
estaban las gentes esperando para ver pasar triunfalmente a la Salambona.
¿Quién puede calcular las afrentas y malos tratos de que eran objeto?
Llegadas a presencia del Prefecto Diogeniano, éste
les preguntó: ¿Cómo os atrevéis a hacer eso contra la deidad de Salambona?
Ellas respondieron: "Eso que vos llamáis la
diosa Salambona, no era más que un despreciable cacharro de barro cocido;
nosotras adoramos al único Dios verdadero que está en los Cielos, y a su Hijo
Jesucristo que se hizo hombre y murió por nosotros para salvarnos de nuestros
pecados..."
La muchedumbre enfurecida y sedienta de sangre, al oír
las enérgicas palabras de las Santas, pedía con gritos salvajes la muerte de
las cristianas. Diogeniano, extremadamente enojado, accediendo a los deseos de
los paganos, mandó las llevasen a la cárcel y que allá, en los oscuros
calabozos, las castigasen por el ultraje hecho a Salambona.
Las dichosas cárceles donde fueron encerradas y
atormentadas aún se conservan hoy, después de 17 siglos, en los sótanos de la
Iglesia de María Auxiliadora.
INTERROGATORIOS
Se
hizo público el día en que iban a juzgar a las cristianas; ya muy temprano
acudieron al juicio gran multitud de hombres y mujeres, devotos de la diosa
Salambona que, sedientos de sangre, estaban allí para pedir venganza por el
ultraje de las cristianas.
Entra Diogeniano rodeado de sus esbirros y la gente
aplaude de pie. Momentos después aparecen las dos castas doncellas. Diogeniano,
como gavilán que mira a su presa, las mira con ojos airados.
La gente empieza a gritar: "¡Muerte a las
cristianas! ¡Muerte a las cristianas! "Mandó el Presidente poner silencio
y seguidamente dijo a las valerosas Heroínas de Cristo:
"El tremendo ultraje que habéis hecho a
Salambona, os ha merecido la pena de muerte; no obstante, vuestra juventud me
mueve a compasión y os voy a dar la posibilidad de que os podáis salvar"
-Ya entiendo lo que me quieres proponer- contesta
Justa; no insistas; jamás renegaremos de nuestra fe.
Diogeniano, reprimiendo un movimiento de cólera,
replicó: "Tu poca edad no comprende el alcance de tus palabras, que además
comprometen a tu hermana"
-Estás muy equivocado -replicó vivamente la joven
Rufina-, mis creencias son las mismas de mi hermana, mi fe es también la suya,
y como ella, yo también estoy dispuesta a derramar hasta la última gota de mi
sangre antes de renegar de Cristo.
Entonces, el tirano, agitándose rabiosamente en su
trono, con voz fuerte y excitada les dijo: "Os lo repito por última vez:
¿Queréis adorar a nuestros dioses?"
-Nunca -replicaron las Santas-; nosotras no
reconoceremos otro dios que nuestro Dios y a Él sólo adoraremos.
MARTIRIO DE LAS
SANTAS
La
rabia de los crueles tiranos los movió a probar en ellas los más terribles
suplicios. Primeramente, las llevaron al potro, donde con indecible dolor de
las Santas las descoyuntaron los huesos. Luego, desnudas, con uñas de hierro
les arañaron todo el cuerpo surcando con indecible dolor sus delicadísimas
carnes. Teniendo todo el cuerpo hecho una llaga las abandonaron en los oscuros
calabozos para volver a ellas otro día con mayores tormentos.
Las Santas en el calabozo oraban fervorosamente a
Dios y se encomendaban con especial ternura a la Reina de los Cielos. Cuando
con más fervor se encomendaban a la Virgen, el oscuro calabozo se iluminó con
celestial resplandor apareciendo en medio de la luz la Virgen Santísima, tan
hermosa, que les desaparecieron todos los dolores y, arrobado el espíritu en dulcísimo
éxtasis, sintieron en su alma delicias celestiales que les hizo exclamar como
San Pablo: "Todos los trabajos del mundo no son nada comparados con la
gloria que esperamos"
Quedaron de aquella visión tan animadas a padecer
más, que todos los tormentos del mundo les parecían nada, a cambio de conseguir
las delicias de los cielos.
Al día siguiente, bajaron de nuevo los verdugos y,
atándolas a unas argollas del techo por los cabellos, las flagelaron
moliéndolas a latigazos. Sólo cuando las creyeron expirando, las descolgaron y
las abandonaron en el suelo, envueltas en su propia sangre.
Y antes de abandonarlas, ¡Oh crueldad! aún se
atrevieron a arrancarles las uñas de los pies.
¡Oh Dios mío! Si el amor se mide por lo que uno es
capaz de padecer por su amado, ¿cuál sería el amor a Cristo de estas castas
vírgenes?
CONTINUACION DEL
MARTIRIO
Al
día siguiente las llama de nuevo el tirano, sin saber con qué tormento las va a
amenazar esta vez para conseguir rendirlas y doblegarlas a que adoren los
ídolos.
Cuando llegan a su presencia nota que apenas pueden
andar. Como les habían arrancado las uñas de los pies, los tienen hinchados y
no pueden dar un paso sin sentir indecibles dolores. El tirano manda que anden más
de prisa y ellas no pueden.
El cruel Diogeniano, sonriendo las dice: "No
sabía que hacer esta vez con vosotras pero habéis sido vosotras mismas las que
me habéis dado la idea". Y dirigiéndose a los soldados, les dice:
"Coged a éstas y así descalzas como están atadlas a las colas de dos
caballos y dos de vosotros id a dar un paseo con ellas por lo más abrupto y
pedregoso de Sierra Morena".
Ellas, oyendo la sentencia con horror, dijeron
interiormente: "¡Dios mío: ¡Que sea lo que Vos queráis!".
Emprendieron el camino acompañándolas el mismo
presidente Diogeniano que esperaba que, de un momento a otro, se rindieran y se
ofrecieran para adorar a los ídolos. Hicieron el viaje por Guadalcanal y
Almadén de la Plata para aprovechar y ver cómo iban las minas de plata.
Indecibles fueron los tormentos de las Santas. Al
terrible dolor de los pies, cada vez más hinchados, era sofocante y calor y el
cansancio. Con tan terribles dolores apenas se daban cuenta de las burlas y
sarcasmos de los soldados. Pero Diogeniano no consiguió su intención. Cuando su
fatiga llegó al extremo de no poder dar un paso, y agobiadas por los dolores
cayeron desvanecidas, no tuvo más remedio que cargarlas en los caballos sí
quiso que volvieran a Sevilla con vida.
RECIBEN LA COMUNIÓN
EN LA CÁRCEL
Habiendo
regresado al palacio, descargan las muchachas y las encierran de nuevo en los
calabozos. Santa Justa tenía calentura y por la noche le subió la fiebre. Tenía
una sed abrasadora. "¡Quiero agua! Rufina, ¿No habrá forma de conseguir
una gota de agua?"
Rufina puso la cabeza de su hermana sobre sus
rodillas y la consolaba. Justa seguía delirando: "¡Me muero! ¡Me muero de
sed!".
Rufina interiormente decía: "Dios mío: para tí
todo es posible. ¡Dame un poco de agua para mi hermana...!
Y ¡Oh prodigio! El agua empezó a manar y bebieron
las dos la que quisieron. Justa, después de beber se restableció un poquito.
Luego oyen pasos. ¡Dios mío! ¿Qué querrán de
nosotras a estas horas?
Los pasos se acercan y el temor acrecienta. De
pronto, una voz conocida las consuela con aquella frase tantas veces oída:
"Deo Gracias”. Era el Obispo Sabino que habiendo expuesto su vida y dando
mucho dinero a los guardias había conseguido que lo dejasen pasar.
"¡Oh que alegría! es el Señor Obispo... Pero su
alegría subió al más alto extremo cuando supieron que, ocultamente, les llevaba
la Sagrada Comunión.
El Venerable Obispo abrió los corporales y allí
mismo en el suelo expuso las Sagradas Especies mientras juntos decían una
fervorosísima oración. Luego les dio la absolución y la Sagrada Comunión que
sería el Viático para las dos.
Con tales emociones la enfermedad de Justa se agravó
y sintiéndose morir dijo a su hermana: "Rufina yo me muero; me voy con
Jesús al Cielo. Ten ánimo para resistir hasta la muerte. Allá te espero".
Y, diciendo estas palabras expiró.
RUFINA ENTRE LAS
FIERAS
El
día siguiente es el señalado para que las dos doncellas sean llevadas al
anfiteatro para que, luchando con los leones, mueran entre sus garras.
El Pretor ordena a los soldados que bajen a las
cárceles a buscarlas. Cuando al volver con una sola le dijeron que la otra
estaba muerta, hizo un gesto de gran contrariedad. Mandó que la custodiasen
hasta la hora señalada en la que debía ser introducida en el circo para que
allí pudiese demostrar todo su valor luchando hasta morir entre las fauces de
los leones.
Era aquel un día de fiesta y la diversión que más
gustaban los sangrientos romanos eran las luchas a muerte que se desarrollaban
en el anfiteatro. Por eso, aquel día las gradas estaban llenas. En un lugar
destacado estaba la tribuna de la presidencia. En ella estaba como máxima
autoridad el Pretor Diogeniano acompañado de las principales autoridades.
Empieza el espectáculo. Después de varios juegos y
luchas sangrientas, mandan salir a la Cristiana.
Salió Rufina tranquila y serena, caminando con paso
seguro y firme hacia el centro de la arena. Allí se postró de rodillas y,
elevando el rostro al Cielo, hacía fervorosa oración. El pensamiento de que
dentro de breves minutos iba a tener su encuentro con el amadísimo Jesús, la
hizo caer en delicioso éxtasis.
Entonces el público empezó a gritar: El león, el
león echadle el león. Y el león no se hizo esperar. Salió la fiera rugiendo y
saltando mirando hacia las gradas todo alrededor. De pronto observó en medio a
su víctima, y dando un feroz rugido y varios saltos en un momento la alcanzó.
Pero ¿qué sucedió entonces? ¿Qué vio el fierísimo león para en aquel momento
cambiar toda su fiereza en mansedumbre, como si fuera un cordero, y ponerse a
lamer los pies de la Santa como si fuera un perrito?
MUERTE DE SANTA
RUFINA
El
maravilloso milagro del fiero león hambriento que se vuelve cual manso perrito
y la acaricia, a unos convierte al cristianismo y a otros enfurece todavía más.
En aquél momento, las gradas del circo parecían un
infierno; mientras unos gritan: "¿Qué le pasa a ese león? Azuzadle para
que la embista". Otros gritan: "Es una bruja, que vaya el verdugo y
le corte la cabeza". Y otros, en cambio, reconocían: "El único y
verdadero Dios se ha demostrado que es el Dios de los cristianos".
Por fin prevaleció la idea de los que pedían que la
degollara el verdugo. Así lo ordena Diogeniano Presidente y Gobernador de la
Bética. Tenía sólo 18 años cuando salió el verdugo e hizo rodar su cabeza por
los suelos.
El venerable Obispo Sabino recogió sus restos por la
noche para darle cristiana sepultura en el cementerio de los cristianos donde
también había enterrado a su herman
Este cementerio estaba en el mismo sitio donde está
hoy la iglesia de los PP. Capuchinos de Sevilla, en la llamada Ronda de
Capuchinos.
En este mismo lugar donde está la iglesia de los PP.
Capuchinos hubo antiguamente un templo más pequeño que llamaban "La
Basílica de las Santas Justa y Rufina”, y refiere la tradición que el Santo
Obispo San Leandro, muy devoto de las Santas lo visitaba asiduamente.
Como el templo era pequeño y estaba ruinoso, el
Santo Obispo lo mandó reconstruir mayor, y puso en la fachada una inscripción
en latín que decía: "ESTA ES LA CASA DE LAS SANTAS VIRGENES JUSTA Y
RUFINA".
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