2 de Octubre – Domingo
27º del T. O - Ciclo C
Lectura de la profecía de Habacuc (1,2-3;2,2-4):
¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin
que me escuches?
¿Te gritaré: «Violencia», sin que me salves?
¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras
trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?
El Señor me respondió así:
«Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo
que se lea de corrido. La visión espera su momento, se acerca su término y no
fallará; si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. El injusto tiene
el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.»
Sal 94,1-2.6-7.8-9
R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón»
· Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R/.
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R/.
· Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R/.
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R/.
· Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masa en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R/.
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masa en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R/.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo
(1,6-8.13-14):
Reaviva el don de Dios, que
recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu
cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No te avergüences de
dar testimonio de nuestro Señor y de mí, su prisionero.
Toma parte en los duros trabajos del Evangelio,
según la fuerza de Dios. Ten delante la visión que yo te di con mis palabras
sensatas y vive con fe y amor en Cristo Jesús. Guarda este precioso depósito
con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,5-10):
En aquel tiempo, los apóstoles
le pidieron al Señor:
«Auméntanos la fe.»
El Señor contestó:
«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais
a esa morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar." Y os
obedecería.
Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador
o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En
seguida, ¿ven y ponte a la mesa”?
¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y
sírveme mientras cómo y bebo, y después comerás y beberás tú"?
¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha
hecho lo mandado?
Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado,
decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que
hacer."»
¡Abajo la
presunción!
Después de la parábola del
rico y Lázaro, Lucas empalma cuatro enseñanzas de Jesús a los apóstoles a
propósito del escándalo, el perdón, la fe y la humildad. Son frases muy breves,
sin aparente relación entre ellas, pronunciadas por Jesús en distintos
momentos. De esas cuatro enseñanzas, el evangelio de este domingo ha
seleccionado sólo las dos últimas, sobre la fe y la humildad (Lucas 17,5-10).
Menos fe que un ateo
En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor:
‒
Auméntanos la fe.
El Señor contestó:
‒ Si
tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa montaña: «Arráncate de
raíz y plántate en el mar». Y os obedecería.
El
evangelio de Mateo cuenta algo parecido: un padre trae a su hijo, que sufre
ataques de epilepsia, para que lo curen los apóstoles. Ellos no lo consiguen.
Aparece Jesús, y lo cura de inmediato. Los apóstoles, admirados, le preguntan
por qué ellos no han sido capaces de curarlo. Y Jesús les responde: “Por
vuestra poca fe. Si tuvierais fe como un grano de mostaza…”
Lucas le da un enfoque distinto, más irónico y malicioso. En su evangelio los
apóstoles no buscan la explicación a un fracaso, sino que formulan una
petición: “Auméntanos la fe”.
¿Qué piden los apóstoles? ¿Qué idea tienen de la fe? Ya que no eran grandes
teólogos, ni habían estudiado nuestro catecismo, su preocupación no se centra
en el Credo ni en un conjunto de verdades. Si leemos el evangelio de Lucas
desde el comienzo hasta el momento en el que los apóstoles formulan su
petición, encontramos cuatro episodios en los que se habla de la fe:
Jesús, viendo la fe de
cuatro personas que le llevan a un paralítico, lo perdona y lo
cura (5,20).
Cuando un centurión le pide
a Jesús que cure a su criado, diciendo que le basta pronunciar una palabra para
que quede sano, Jesús se admira y dice que nunca ha visto una fe tan
grande, ni siquiera en Israel (7,9).
A la prostituta que llora a
sus pies, le dice: “Tu fe te ha salvado” (7,50).
A la mujer con flujo de
sangre: “Hija, tu fe te ha salvado”
(8,48).
En
todos estos casos, la fe se relaciona con el poder milagroso de Jesús. La persona
que tiene fe es la que cree que Jesús puede curarla o curar a otro.
Pero la actitud de los
apóstoles no es la de estas personas. En el capítulo 8, cuando una tempestad
amenaza con hundir la barca en el lago, no confían en el poder de Jesús y piensan
que morirán ahogados. Y Jesús les reprocha: “¿Dónde está vuestra fe? (8,25).
La petición del evangelio
de hoy, “auméntanos la fe”, empalmaría muy bien con ese episodio de la
tempestad calmada: “tenemos poca fe, haz que creamos más en ti”. Pero Jesús,
como en otras ocasiones, responde de forma irónica y desconcertante: “Vuestra
fe no llega ni al tamaño de un grano de mostaza”.
¿Qué puede motivar una
respuesta tan dura a una petición tan buena? El texto no lo dice. Pero podemos
aventurar una idea: lo que pretende Lucas es dar un severo toque de atención a
los responsables de las comunidades cristianas.
La historia demuestra que
muchas veces los papas, obispos, sacerdotes y religiosos/as nos consideramos
por encima del resto del pueblo de Dios, como las verdaderas personas de fe y
los modelos a imitar. No sería raro que esto mismo ocurriese en la iglesia
antigua, y Lucas nos recuerda las palabras de Jesús: “No presumáis de fe, no
tenéis ni un gramo de ella”.
Ni las gracias ni propina
En línea
parecida iría la enseñanza sobre la humildad. El apóstol, el misionero, los
responsables de las comunidades, pueden sufrir la tentación de pensar que hacen
algo grande, excepcional. Jesús vuelve a echarles un jarro de agua fría.
Suponed que un criado vuestro trabaja
como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le
dice: «En seguida, ven y ponte a la mesa»? ¿No le diréis: «Prepárame de cenar,
cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú»? ¿Tenéis
que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros:
Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: «Somos unos pobres siervos, hemos
hecho lo que teníamos que hacer».
La
parábola es de una ironía sutil. Al principio, el lector u oyente se siente un
gran propietario, que dispone de criados a los que puede dar órdenes. Al final,
le dicen que el propietario es Dios, y él es un pobre siervo, que se limita a
hacer lo que le mandan. El mensaje quizá se capte mejor traduciendo la parábola
a una situación actual.
Suponed que entráis en un bar.
¿Quién de vosotros le dice al camarero: «¿Qué quiere usted tomar?». ¿No le
decís: «Una cerveza», o «un café»? ¿Tenéis que darle las gracias al camarero
porque lo traiga? ¿Tenéis que dejarle una propina? Pues vosotros sois como el
camarero. Cuando hayáis hecho lo que Dios os encargue, no penséis que habéis
hecho algo extraordinario. No merecéis las gracias ni propina.
Un
lenguaje duro, hiriente, muy típico del que usa Jesús con sus discípulos.
El profeta Habacuc y la fe (Hab 1,2-3; 2, 2-4)
La
primera lectura, tomada de la profecía de Habacuc habla también de la fe,
aunque el punto de vista es muy distinto. El mensaje de este profeta es de los más breves y de los más
desconocidos. Una lástima, porque el tema que trata es de perenne actualidad:
la injusticia del imperialismo. En su época, el recuerdo reciente de la opresión
asiria se une a la experiencia del dominio egipcio y babilónico. Tres imperios
distintos, una misma opresión. El profeta comienza quejándose a Dios:
¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que
escuches?
¿Te gritaré “violencia” sin que salves?
¿Por qué me haces ver desgracias,
me muestras trabajos, violencias y
catástrofes,
surgen luchas, se alzan
contiendas?
Habacuc no comprende que Dios contemple impasible las
desgracias de su tiempo, la opresión del faraón y de su marioneta, el rey
Joaquín. Y el Señor le responde que piensa castigar a los opresores egipcios
mediante otro imperio, el babilónico (1,5-8). Pero esta respuesta de Dios es
insatisfactoria: al cabo de poco tiempo, los babilonios resultan tan déspotas y
crueles como los asirios y los egipcios. Y el profeta se queja de nuevo a Dios:
le duele la alegría con la que el nuevo imperio se apodera de las naciones y
mata pueblos sin compasión. No comprende que Dios «contemple en silencio a
los traidores, al culpable que devora al inocente». Y así, en actitud
vigilante, espera una nueva respuesta de Dios.
El Señor me respondió así:
«Escribe la visión, grábala en
tablillas, de modo que se lea de corrido.
La visión espera su momento, se
acerca su término y no fallará;
si tarda, espera, porque ha de
llegar sin retrasarse.
El injusto tiene el alma hinchada,
pero el justo vivirá por su fe.»
La visión que llegará sin
retrasarse es la de la destrucción de Babilonia. El injusto es el imperio
babilónico, que será castigado por Dios. El justo es el pueblo judío y todos
los que confíen en la acción salvadora del Señor.
El tema tratado por Habacuc
no tiene relación con la petición de los discípulos. Pero las palabras finales,
“el justo vivirá por su fe”, tuvieron mucha importancia para san Pablo, que las
relacionó con la fe en Jesús. Este puede ser el punto de contacto con el
evangelio. Porque, aunque nuestra fe no llegue al grano de mostaza ni esperemos
cambiar montañas de sitio, esa pizca de fe en Jesús nos da la vida, y es bueno
seguir pidiendo: “auméntanos la fe”.
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