martes, 18 de octubre de 2016

Parate un momento: El Evangelio del dia 19 de octubre – miércoles 29ª - Semana del T. O. – C San Pedro Alcántara, presbítero




19 de octubre – miércoles
29ª - Semana del T. O. – C
San Pedro Alcántara, presbítero

Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,39-48):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»
Pedro le preguntó:
 «Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?»
El Señor le respondió:
«¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas?
Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles.
El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos.
Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.»

1.-  Como es sabido, el descubridor de la interpretación de las parábolas evangélicas fue Joachim Jeremías. Este gran estudioso de los evangelios se dio cuenta de que las parábolas se comprenden cuando se tiene presente el momento en el que “sucede” lo que relatan, y el momento en que “se redactó” eso mismo que relatan. Lo que cuentan las parábolas sucedió en los años 30. Pero eso se redactó en los años 70.
       En los años 30, cuando Jesús relató las parábolas, era tiempo de “confrontación” entre Jesús y los dirigentes de Israel. En los años 70, cuando se redactaron, era un momento de espera inminente del fin del mundo y, por eso, un momento de “exhortación” a estar bien preparados para la venida del Señor (cf. W. S. Kissinger, W. Hamisch, H. J. Meurer, P. Ricoeur).

2.-  Por eso, lo que se dice en este evangelio, fue originalmente una interpretación de la lucha frente a los dirigentes religiosos de Israel, para que dejaran de maltratar al pueblo, representado en los “mozos” y las “muchachas”. Aquellos dirigentes, con los que Jesús se tuvo que enfrentar, sabían lo que el “amo” (el Kyrios) quería de ellos. Pero no lo hacían. Jesús se lo echa en cara. Pero, después de cuarenta años, las palabras de Jesús se interpretaron en clave de exhortación para estar preparados ante la inminente y desconocida venida del Señor.

3.-  Nuestra tarea ahora es recuperar el sentido original de lo que Jesús vivió y dijo, “No maltratéis a nadie, cumplid vuestra tarea de fieles servidores de los demás”. En ellos es donde está el Señor, No lo tenemos que esperar. Está con nosotros y en cada uno de nosotros. Como es lógico este mensaje tiene una actualidad palpitante. En este momento y estos tiempos de cambio y crisis, lo más urgente es que todos dejemos de maltratar a quienes maltratamos. Y seamos sencillamente más humanos,
       - ¿Y por qué el Evangelio acaba siempre en la mejor relación posible con los otros?
       Porque desde la Encarnación de Dios en el ser humano, que fue Jesús, solo podemos encontrar a Dios en la mejor relación posible con lo humano.

San Pedro Alcántara, presbítero

De este gran santo, todo penitencia para su cuerpo y suavidad para los demás, escribió la gran Doctora de la Iglesia Santa Teresa de Jesús: «Después de muerto... díjome la primera vez que me apareció que ¡bienaventurada penitencia, que tanto premio había merecido! y otras muchas cosas. Un año antes que muriese me apareció estando ausente, y supe que había de morir y se lo avisé, estando algunas leguas de aquí. Cuando expiró, me apareció, y dijo como que se iba a descansar. Yo no le creí; y díjelo a algunas personas, y desde ocho a diez días vino la nueva como era muerto, o comenzado a vivir, por mejor decir»
Nació el 1494, en la Extremadura Alta, en la villa de Alcántara, de nobles padres: D. Pedro Garavito, gobernador, y Dña. María Vilela de Sanabria.
Recibió una esmerada educación y pronto empezó a llamar la atención por sus dotes nada comunes tanto de cuerpo: gracioso, bien parecido, fuerte, elegante, como, sobre todo, de inteligencia y de bondad de corazón: inteligencia aguda y penetrante, memoria tenaz -dicen que se sabía la Biblia de memoria. - Un día vio pasar por su puerta unos franciscanos con los pies descalzos y sin permiso alguno, tenía sólo diecinueve años, marchó tras ellos y pidió ser recibido en el convento como religioso. Era en el convento de Majarretes, cerca de Valencia de Alcántara, el 1515.
Por aquellos días se establecía la reforma de los franciscanos descalzos. A ellos pertenecerá nuestro novicio. Llamó siempre la atención ya que la gracia de Dios le asistió de un modo especial. Dicen que a los siete años ya gozaba de la contemplación más exquisita. Durante su tiempo de estudiante los compañeros cambiaban de conversación -si no era lo suficientemente pura- cuando veían venir a Pedro, y, decían: «Callad, que viene el de Alcántara».
En el noviciado fue todo un modelo. Los superiores se vieron forzados a mitigar su mortificación pues por él no hubiera probado bocado y hubiera estado todo el día macerando su pobre cuerpo. Desde siempre sólo pretendió ser copia de Cristo. Dicen las Crónicas que parecía otro San Francisco, como si hubiera resucitado el Poverello de Asís.
Sentía una gran devoción a los misterios de la Santísima Trinidad y a la Virgen María, especialmente en su Concepción Inmaculada. Trataba de que siempre estuvieran bien adornados sus altares y la obsequiaba con rezos especiales.
Lo que más llamaba la atención de cuantos le trataban eran las duras penitencias con que azotaba su cuerpo. No miraba a nadie a la cara mientras le hablaba. No sabía de qué clase era el artesonado de las habitaciones que habitaba. Llevaba durísimos instrumentos de penitencia en su cuerpo que le martirizaban sin cesar. Santa Teresa fue la gran cantora de estas durísimas mortificaciones, como nos lo ha dejado en sus obras inmortales: En el capítulo 27 de su Autobiografía nos cuenta la Doctora la gran pobreza, la punzante austeridad y la maravillosa dulzura que despedía la vida y obras de Pedro de Alcántara: «Paréceme fueron cuarenta años los que me dijo había dormido sólo hora y media entre noche y día... Jamás se puso la capilla por grandes que fueran los soles y agua que hiciese... Comer al tercer día era muy ordinario... Su pobreza era extrema... Con toda esta santidad era muy afable, aunque de pocas palabras...».
Dios confirmó este género de vida con muchos milagros que obraba por medio de su fiel servidor. Su gran misión fue también la de reformador de su Orden franciscana y gran colaborador en la reforma de otras órdenes de su tiempo. Estaba imbuido del genuino espíritu franciscano y lo supo comunicar en su reforma. Deshecho por tanta penitencia, moría el 18 de octubre de 1562.




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