19 de octubre – miércoles
29ª - Semana del T. O. – C
San Pedro Alcántara,
presbítero
Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,39-48):
En aquel tiempo, dijo Jesús
a sus discípulos:
«Comprended que si supiera el dueño de casa a qué
hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad
preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»
Pedro le preguntó:
«Señor, ¿has
dicho esa parábola por nosotros o por todos?»
El Señor le respondió:
«¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien
el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a
sus horas?
Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo
encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus
bienes. Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y
empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y
emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo
espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles.
El criado que sabe lo que su amo quiere y no está
dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero
hace algo digno de castigo, recibirá pocos.
Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que
mucho se le confió, más se le exigirá.»
1.- Como es sabido, el descubridor de la
interpretación de las parábolas evangélicas fue Joachim Jeremías. Este gran
estudioso de los evangelios se dio cuenta de que las parábolas se comprenden
cuando se tiene presente el momento en el que “sucede” lo que relatan, y el
momento en que “se redactó” eso mismo que relatan. Lo que cuentan las parábolas
sucedió en los años 30. Pero eso se redactó en los años 70.
En los años 30, cuando Jesús relató las
parábolas, era tiempo de “confrontación” entre Jesús y los dirigentes de
Israel. En los años 70, cuando se redactaron, era un momento de espera
inminente del fin del mundo y, por eso, un momento de “exhortación” a estar bien
preparados para la venida del Señor (cf. W. S. Kissinger, W. Hamisch, H. J.
Meurer, P. Ricoeur).
2.- Por eso, lo que se dice en este evangelio, fue
originalmente una interpretación de la lucha frente a los dirigentes religiosos
de Israel, para que dejaran de maltratar al pueblo, representado en los “mozos”
y las “muchachas”. Aquellos dirigentes, con los que Jesús se tuvo que
enfrentar, sabían lo que el “amo” (el Kyrios) quería de ellos. Pero no lo
hacían. Jesús se lo echa en cara. Pero, después de cuarenta años, las palabras
de Jesús se interpretaron en clave de exhortación para estar preparados ante la
inminente y desconocida venida del Señor.
3.- Nuestra tarea ahora es recuperar el sentido
original de lo que Jesús vivió y dijo, “No maltratéis a nadie, cumplid vuestra
tarea de fieles servidores de los demás”. En ellos es donde está el Señor, No
lo tenemos que esperar. Está con nosotros y en cada uno de nosotros. Como es
lógico este mensaje tiene una actualidad palpitante. En este momento y estos tiempos
de cambio y crisis, lo más urgente es que todos dejemos de maltratar a quienes
maltratamos. Y seamos sencillamente más humanos,
- ¿Y por qué el Evangelio acaba siempre
en la mejor relación posible con los otros?
Porque desde la Encarnación de Dios en el
ser humano, que fue Jesús, solo podemos encontrar a Dios en la mejor relación
posible con lo humano.
San Pedro Alcántara,
presbítero
De
este gran santo, todo penitencia para su cuerpo y suavidad para los demás,
escribió la gran Doctora de la Iglesia Santa Teresa de Jesús: «Después de
muerto... díjome la primera vez que me apareció que ¡bienaventurada penitencia,
que tanto premio había merecido! y otras muchas cosas. Un año antes que muriese
me apareció estando ausente, y supe que había de morir y se lo avisé, estando
algunas leguas de aquí. Cuando expiró, me apareció, y dijo como que se iba a
descansar. Yo no le creí; y díjelo a algunas personas, y desde ocho a diez días
vino la nueva como era muerto, o comenzado a vivir, por mejor decir»
Nació
el 1494, en la Extremadura Alta, en la villa de Alcántara, de nobles padres: D.
Pedro Garavito, gobernador, y Dña. María Vilela de Sanabria.
Recibió
una esmerada educación y pronto empezó a llamar la atención por sus dotes nada
comunes tanto de cuerpo: gracioso, bien parecido, fuerte, elegante, como, sobre
todo, de inteligencia y de bondad de corazón: inteligencia aguda y penetrante,
memoria tenaz -dicen que se sabía la Biblia de memoria. - Un día vio pasar por
su puerta unos franciscanos con los pies descalzos y sin permiso alguno, tenía
sólo diecinueve años, marchó tras ellos y pidió ser recibido en el convento
como religioso. Era en el convento de Majarretes, cerca de Valencia de
Alcántara, el 1515.
Por
aquellos días se establecía la reforma de los franciscanos descalzos. A ellos
pertenecerá nuestro novicio. Llamó siempre la atención ya que la gracia de Dios
le asistió de un modo especial. Dicen que a los siete años ya gozaba de la
contemplación más exquisita. Durante su tiempo de estudiante los compañeros
cambiaban de conversación -si no era lo suficientemente pura- cuando veían
venir a Pedro, y, decían: «Callad, que viene el de Alcántara».
En
el noviciado fue todo un modelo. Los superiores se vieron forzados a mitigar su
mortificación pues por él no hubiera probado bocado y hubiera estado todo el
día macerando su pobre cuerpo. Desde siempre sólo pretendió ser copia de
Cristo. Dicen las Crónicas que parecía otro San Francisco, como si hubiera
resucitado el Poverello de Asís.
Sentía
una gran devoción a los misterios de la Santísima Trinidad y a la Virgen María,
especialmente en su Concepción Inmaculada. Trataba de que siempre estuvieran
bien adornados sus altares y la obsequiaba con rezos especiales.
Lo
que más llamaba la atención de cuantos le trataban eran las duras penitencias
con que azotaba su cuerpo. No miraba a nadie a la cara mientras le hablaba. No
sabía de qué clase era el artesonado de las habitaciones que habitaba. Llevaba
durísimos instrumentos de penitencia en su cuerpo que le martirizaban sin
cesar. Santa Teresa fue la gran cantora de estas durísimas mortificaciones,
como nos lo ha dejado en sus obras inmortales: En el capítulo 27 de su Autobiografía
nos cuenta la Doctora la gran pobreza, la punzante austeridad y la maravillosa
dulzura que despedía la vida y obras de Pedro de Alcántara: «Paréceme fueron
cuarenta años los que me dijo había dormido sólo hora y media entre noche y
día... Jamás se puso la capilla por grandes que fueran los soles y agua que
hiciese... Comer al tercer día era muy ordinario... Su pobreza era extrema...
Con toda esta santidad era muy afable, aunque de pocas palabras...».
Dios
confirmó este género de vida con muchos milagros que obraba por medio de su
fiel servidor. Su gran misión fue también la de reformador de su Orden
franciscana y gran colaborador en la reforma de otras órdenes de su tiempo.
Estaba imbuido del genuino espíritu franciscano y lo supo comunicar en su
reforma. Deshecho por tanta penitencia, moría el 18 de octubre de 1562.
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