lunes, 24 de octubre de 2016

Párate un momento: El Evangelio del día 25 DE OCTUBRE - MARTES - 30ª - SEMANA DEL T.O.-C San Frutos de Segovia


25 DE OCTUBRE    - MARTES -
30ª -   SEMANA DEL T.O.-C
San Frutos de Segovia

Evangelio según san Lucas 13, 18-21
       Decía Jesús:
“¿A quién se parece el Reino de Dios?
¿A qué lo compararé?
Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace arbusto y los pájaros anidan en sus ramas".
Y añadió:
“¿A qué conspiraré el Reino de Dios?
Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina,
   hasta que todo fermenta”.

1. Estas dos parábolas vienen a decir que el "reinado de Dios" se realiza en "lo pequeño" y en "lo oculto".
El grano de mostaza es de lo más pequeño que hay entre las simientes. Y sin embargo, de lo más pequeño nace, crece y se hace un arbusto en el que ponen su nido y se cobijan las aves del cielo.
Lo que Jesús quiere destacar, —mediante esta sencilla parábola, es la fuerza y la vitalidad que tiene lo pequeño, lo que parece insignificante, lo que no se ve y se queda oculto para siempre.
Es decir, todo aquello a lo que la mayoría de la gente no le concede importancia alguna.
Lo malo es que pensamos así —y actuamos  en consecuencia—  cuando está bien  demostrado que el gigantismo  está condenado al fracaso. Hace millones de años, en la tierra había dinosaurios y hormigas. Los dinosaurios desaparecieron y de ellos solo quedan fósiles. Las hormigas siguen adelante.

2. Abunda la gente que tiene pasión por la grandeza. Dedican tiempo y dinero a actos solemnes de grandeza. Porque se imaginan que así el tema de Dios, el problema de la religión, la presencia de la Iglesia, todo eso es más eficaz en la sociedad y en la vida. ¡Qué gran engaño! ¡Y qué gran mentira! Por eso, hemos hecho catedrales grandes. Y organizamos grandes concentraciones de carácter religioso. Llenamos plazas, enormes avenidas de las ciudades más populosas del planeta. Y nos sentimos tan satisfechos. Así, hacemos el trasvase de la "calidad" a la "cantidad". Hasta identificar "lo abundante" con "lo excelente". No nos damos cuenta de que todo eso es pura patraña. Y engaño de ingenuos, propio de chiquillos, de personas  una  mentalidad infantil y que no pasa de una vanidad tan pueril como su mente.
Jesús no organizó nada grandioso, llamativo o fastuoso. No quería ni que los demoniados o los enfermos, curados por él, fueran proclamando en plan propagandístico
las maravillas que él hacía. Jesús no organizó concentraciones. A Jesús lo buscaba la gente. Y, por cierto, la gente más sencilla, los pobres, los lisiados, los pecadores...

3.-  Lo mismo la parábola  del grano de mostaza, que la de la levadura, lo que destacan en definitiva, es que Jesús quiere que el Evangelio se difunda   cambiando lo interior de las personas. No en la pomposidad de lo externo, lo solemne, lo que ocupa un espacio llamativo en la ciudad de los hombres.  
La religiosidad de Jesús se identifica con la vida, sobre todo con la vida sencilla de los más sencillos, de humildes, de los pobres y los niños. Porque eso es lo que cambia el corazón humano. Y lo que nos humaniza.   Lo demás es pomposidad   y fatuidad engañosa.

San Frutos de Segovia



San Frutos, Santa Engracia y San Valentín, mártires
Los cuerpos de San Frutos, Santa Engracia y San Valentín, venerados por los cristianos segovianos, se conservaron en la ermita de San Frutos, cerca de la actual Sepúlveda, desde comienzos del siglo VIII hasta el siglo XI.

El rey Alfonso VI concedió esta ermita al  monasterio de San Sebastián de Silos —hoy Santo Domingo de Silos- para que la cuidasen y facilitasen la creciente devoción del pueblo; se hizo escritura en el 1076. Los monjes recomponen la ermita como de nuevo y la habilitan para que puedan vivir en ella algunos monjes. Terminadas las obras en el año 1100, la consagra D. Bernardo, el primer Arzobispo de Toledo. 
         
Está construida sobre roca escarpada,como cortada a pico, a orillas del río Duratón, afluente del Duero. En ese nuevo lugar se depositan las reliquias de los tres santos.

Restaurada Segovia y restituida a su dignidad episcopal, se pasan a su catedral la mitad de las reliquias desde el monasterio de Silos, con autorización y mandato del Arzobispo de Toledo, en el 1125.
Tan celosamente se guardan que se pierde el sitio donde fueron depositadas hasta que se encontraron milagrosamente, en tiempos del celoso obispo D. Juan Arias de Ávila.
En el año 1558 se depositaron finalmente en la nueva catedral. Allí, en el trascoro, reposan los restos del Patrono de la Ciudad, teniendo por fondo el retablo que trazó Ventura Rodríguez para el palacio de Riofrío y que Carlos III donó para la catedral segoviana.
¿Quién fue el hombre que desde catorce siglos atrás es polo de atracción de tantas generaciones de segovianos?
Nació Frutos, en el año 642, en el seno de una familia rica que tuvo otros dos hijos con los nombres de Valentín y Engracia. Debió ser una familia de profundas convicciones cristianas que supieron, con la misma vida, inculcarlas a sus hijos. Sin que se sepa la causa, murieron los dos. Ahora los tres jóvenes son herederos de unos bienes y comienzan a conocer en la práctica la dureza que supone el ser fieles a los principios. Parece ser que tanto tedio provocaron en ellos los vicios, maldades, desenfrenos, asechanzas y envidias de su entorno humano, que Frutos les propone un cambio radical de vida. Los tres, con la misma libertad y libre determinación deciden vender sus bienes y los dan a los pobres. Dejaron la ciudad del acueducto romano y quieren comenzar una vida de la soledad, oración y penitencia por los pecados de los hombres. A la orilla del río Duratón les pareció encontrar el lugar adecuado para sus propósitos. Hacen tres ermitas separadas para lograr la deseada soledad y dedicar el tiempo de su vida de modo definitivo al trato con Dios.
A partir de aquí se tiene noticias de Frutos cuando el estallido de la invasión musulmana y su rápida dominación del reino visigodo. Frutos, en su deseo de servir a Dios, intervino de alguna manera —y con vivo deseo de martirio- en procurar la conversión de algunos mahometanos que se aproximaron a su entorno; defendió a grupos de cristianos que huían de los guerreros invasores; dio ánimos, secó lágrimas y alentó los espíritus de quienes se desplazaban al norte; fue protagonista de algunos sucesos sobrenaturales y murió en la paz del Señor, con el halo de santo, el año 715.
La misma historia refiere que sus hermanos Valentín y Engracia fueron de los mártires decapitados por los sarracenos y sus cuerpos colocados con el del Santo.
Lo que se sabe hoy del entorno en que viven y mueren estos santos facilita cubrir las lagunas o los interrogantes que pueden presentarse. La invasión musulmana, su rápido avance por el reino hispano-visigodo y el martirio de cristianos tuvieron su génesis. La unidad del reino tan lograda por la conversión del arrianismo a la fe católica de Recaredo en el 589 presentaba ahora una falsa cohesión por su fragilidad. Los clanes de nobles, civiles y eclesiásticos, con intereses políticos y económicos contrapuestos, tratan de controlar cada uno alternativamente el trono de Toledo y son una fuente continua de conflictos. La nobleza que en un principio recibió unos territorios para ejercer en ellos funciones administrativas, fiscales y militares, al hacerse hereditarias, quedan prácticamente privatizadas con detrimento progresivo de las funciones públicas características de un estado centralizado y llevan a la fragmentación del poder del monarca. La clase aristócrata asienta aún más la diferencia social con el pueblo cada vez más pobre, indefenso, desorientado, abandonado y hastiado del lujo de sus señores. Hay que añadir desastres naturales que asolan el país especialmente desde el reinado de Kindasvinto (642-653) como epidemias que diezmaban a la población, plagas de langostas, sequía, pestes y despoblamiento. El vicio, la amoralidad y desenfreno reina en la sociedad al amparo de lo que sucede en las casas de la nobleza. A la muerte de Witiza, los partidarios de Akhila, su hijo primogénito, no consiguen ponerlo en el trono ocupado por D. Rodrigo, duque de la Bética, y piden ayuda a los bereberes. El desastre de Guadalete del 711 hizo que lo que fue una simple ayuda de los moros capitaneados por Tariq se convirtiera en toda una invasión y conquista posterior que colma los planes estratégicos del Islam por la decrepitud que se había ido gestando en el interior del reino visigodo.




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