25 DE OCTUBRE - MARTES -
30ª - SEMANA DEL T.O.-C
San Frutos de Segovia
Evangelio según san Lucas 13, 18-21
Decía
Jesús:
“¿A quién se parece el Reino de Dios?
¿A qué lo compararé?
Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y
siembra en su huerto; crece, se hace arbusto y los pájaros anidan en sus
ramas".
Y añadió:
“¿A qué conspiraré el Reino de Dios?
Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en
tres medidas de harina,
hasta que todo fermenta”.
1. Estas dos
parábolas vienen a decir que el "reinado de Dios" se realiza en
"lo pequeño" y en "lo oculto".
El grano de mostaza
es de lo más pequeño que hay entre las simientes. Y sin embargo, de lo más
pequeño nace, crece y se hace un arbusto en el que ponen su nido y se cobijan
las aves del cielo.
Lo que Jesús quiere
destacar, —mediante esta sencilla parábola, es la fuerza y la vitalidad que
tiene lo pequeño, lo que parece insignificante, lo que no se ve y se queda
oculto para siempre.
Es decir, todo
aquello a lo que la mayoría de la gente no le concede importancia alguna.
Lo malo es que
pensamos así —y actuamos en consecuencia— cuando está bien demostrado que el gigantismo está condenado al fracaso. Hace millones de años,
en la tierra había dinosaurios y hormigas. Los dinosaurios desaparecieron y de
ellos solo quedan fósiles. Las hormigas siguen adelante.
2. Abunda la gente que
tiene pasión por la grandeza. Dedican tiempo y dinero a actos solemnes de
grandeza. Porque se imaginan que así el tema de Dios, el problema de la
religión, la presencia de la Iglesia, todo eso es más eficaz en la sociedad y en
la vida. ¡Qué gran engaño! ¡Y qué gran mentira! Por eso, hemos hecho catedrales
grandes. Y organizamos grandes concentraciones de carácter religioso. Llenamos
plazas, enormes avenidas de las ciudades más populosas del planeta. Y nos
sentimos tan satisfechos. Así, hacemos el trasvase de la "calidad" a
la "cantidad". Hasta identificar "lo abundante" con
"lo excelente". No nos damos cuenta de que todo eso es pura patraña.
Y engaño de ingenuos, propio de chiquillos, de personas una
mentalidad infantil y que no pasa de una vanidad tan pueril como su
mente.
Jesús no organizó
nada grandioso, llamativo o fastuoso. No quería ni que los demoniados o los
enfermos, curados por él, fueran proclamando en plan propagandístico
las maravillas que él hacía. Jesús no organizó
concentraciones. A Jesús lo buscaba la gente. Y, por cierto, la gente más
sencilla, los pobres, los lisiados, los pecadores...
3.- Lo mismo la parábola del grano de mostaza, que la de la levadura,
lo que destacan en definitiva, es que Jesús quiere que el Evangelio se
difunda cambiando lo interior de las
personas. No en la pomposidad de lo externo, lo solemne, lo que ocupa un
espacio llamativo en la ciudad de los hombres.
La religiosidad de Jesús
se identifica con la vida, sobre todo con la vida sencilla de los más
sencillos, de humildes, de los pobres y los niños. Porque eso es lo que cambia
el corazón humano. Y lo que nos humaniza.
Lo demás es pomposidad y
fatuidad engañosa.
San Frutos de Segovia
San Frutos, Santa Engracia y San Valentín, mártires
Los
cuerpos de San Frutos, Santa Engracia y San Valentín, venerados por los
cristianos segovianos, se conservaron en la ermita de San Frutos, cerca de la
actual Sepúlveda, desde comienzos del siglo VIII hasta el siglo XI.
El
rey Alfonso VI concedió esta ermita al monasterio de San Sebastián de Silos —hoy
Santo Domingo de Silos- para que la cuidasen y facilitasen la creciente
devoción del pueblo; se hizo escritura en el 1076. Los monjes recomponen la
ermita como de nuevo y la habilitan para que puedan vivir en ella algunos
monjes. Terminadas las obras en el año 1100, la consagra D. Bernardo, el primer
Arzobispo de Toledo.
Está construida sobre roca escarpada,como cortada a pico,
a orillas del río Duratón, afluente del Duero. En ese nuevo lugar se depositan
las reliquias de los tres santos.
Restaurada
Segovia y restituida a su dignidad episcopal, se pasan a su catedral la mitad
de las reliquias desde el monasterio de Silos, con autorización y mandato del
Arzobispo de Toledo, en el 1125.
Tan
celosamente se guardan que se pierde el sitio donde fueron depositadas hasta
que se encontraron milagrosamente, en tiempos del celoso obispo D. Juan Arias
de Ávila.
En
el año 1558 se depositaron finalmente en la nueva catedral. Allí, en el
trascoro, reposan los restos del Patrono de la Ciudad, teniendo por fondo el
retablo que trazó Ventura Rodríguez para el palacio de Riofrío y que Carlos III
donó para la catedral segoviana.
¿Quién fue el hombre que desde
catorce siglos atrás es polo de atracción de tantas generaciones de segovianos?
Nació
Frutos, en el año 642, en el seno de una familia rica que tuvo otros dos hijos
con los nombres de Valentín y Engracia. Debió ser una familia de profundas
convicciones cristianas que supieron, con la misma vida, inculcarlas a sus
hijos. Sin que se sepa la causa, murieron los dos. Ahora los tres jóvenes son
herederos de unos bienes y comienzan a conocer en la práctica la dureza que
supone el ser fieles a los principios. Parece ser que tanto tedio provocaron en
ellos los vicios, maldades, desenfrenos, asechanzas y envidias de su entorno
humano, que Frutos les propone un cambio radical de vida. Los tres, con la
misma libertad y libre determinación deciden vender sus bienes y los dan a los
pobres. Dejaron la ciudad del acueducto romano y quieren comenzar una vida de
la soledad, oración y penitencia por los pecados de los hombres. A la orilla
del río Duratón les pareció encontrar el lugar adecuado para sus propósitos.
Hacen tres ermitas separadas para lograr la deseada soledad y dedicar el tiempo
de su vida de modo definitivo al trato con Dios.
A
partir de aquí se tiene noticias de Frutos cuando el estallido de la invasión
musulmana y su rápida dominación del reino visigodo. Frutos, en su deseo de
servir a Dios, intervino de alguna manera —y con vivo deseo de martirio- en
procurar la conversión de algunos mahometanos que se aproximaron a su entorno;
defendió a grupos de cristianos que huían de los guerreros invasores; dio
ánimos, secó lágrimas y alentó los espíritus de quienes se desplazaban al
norte; fue protagonista de algunos sucesos sobrenaturales y murió en la paz del
Señor, con el halo de santo, el año 715.
La
misma historia refiere que sus hermanos Valentín y Engracia fueron de los
mártires decapitados por los sarracenos y sus cuerpos colocados con el del
Santo.
Lo
que se sabe hoy del entorno en que viven y mueren estos santos facilita cubrir
las lagunas o los interrogantes que pueden presentarse. La invasión musulmana,
su rápido avance por el reino hispano-visigodo y el martirio de cristianos
tuvieron su génesis. La unidad del reino tan lograda por la conversión del
arrianismo a la fe católica de Recaredo en el 589 presentaba ahora una falsa
cohesión por su fragilidad. Los clanes de nobles, civiles y eclesiásticos, con
intereses políticos y económicos contrapuestos, tratan de controlar cada uno
alternativamente el trono de Toledo y son una fuente continua de conflictos. La
nobleza que en un principio recibió unos territorios para ejercer en ellos
funciones administrativas, fiscales y militares, al hacerse hereditarias,
quedan prácticamente privatizadas con detrimento progresivo de las funciones
públicas características de un estado centralizado y llevan a la fragmentación
del poder del monarca. La clase aristócrata asienta aún más la diferencia
social con el pueblo cada vez más pobre, indefenso, desorientado, abandonado y
hastiado del lujo de sus señores. Hay que añadir desastres naturales que asolan
el país especialmente desde el reinado de Kindasvinto (642-653) como epidemias
que diezmaban a la población, plagas de langostas, sequía, pestes y
despoblamiento. El vicio, la amoralidad y desenfreno reina en la sociedad al
amparo de lo que sucede en las casas de la nobleza. A la muerte de Witiza, los
partidarios de Akhila, su hijo primogénito, no consiguen ponerlo en el trono
ocupado por D. Rodrigo, duque de la Bética, y piden ayuda a los bereberes. El
desastre de Guadalete del 711 hizo que lo que fue una simple ayuda de los moros
capitaneados por Tariq se convirtiera en toda una invasión y conquista
posterior que colma los planes estratégicos del Islam por la decrepitud que se
había ido gestando en el interior del reino visigodo.
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