martes, 4 de octubre de 2016

Párate un momento: El Evangelio del día 5 DE OCTUBRE - MIÉRCOLES 27ª - SEMANA DEL T. O. – C San Froilán de León





5 DE OCTUBRE - MIÉRCOLES
27ª - SEMANA DEL T. O. – C
San Froilán de León

Evangelio según san Lucas 11, 1-4
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
“Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”.
Él les dijo:
“Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación”.

1.   Lo primero, que llama la atención, en este evangelio, es que la iniciativa de tratar
el tema de la oración no brotó de Jesús, sino de los discípulos.
Por supuesto, Jesús fue un hombre de frecuente y prolongada oración, cosa que Lucas afirma repetidas veces (Lc 3, 21; 5, 16; 6, 12; 9, 18. 28. 29; 11, 1; 22,41.44.45). Y los discípulos lo sabían por lo que habían visto y porque acompañaban a Jesús constantemente.
Sin duda alguna, en este hecho se basa, y por esto se explica, la petición de los discípulos
a Jesús.
Fue el ejemplo de Jesús lo que motivó a los discípulos a querer aprender cómo tenían que orar.
Sin duda alguna, aquellos discípulos tomaron conciencia de que la oración es importante en la vida.
Así es como Jesús “motivó” a aquellos discípulos a ser hombres de oración.

2.   La oración que Jesús les enseñó a sus discípulos es la mejor fórmula para definir
lo que es el cristianismo, cómo tiene que ser y cómo ha de vivir un cristiano. Por la sencilla razón de que, en esta breve plegaria, Jesús indica y define lo más importante que un creyente tiene que desear. Porque, a fin de cuentas, eso es la oración: la expresión de nuestros deseos.
Por otra parte, esta era la oración que mejor definía lo que diferenciaba a la comunidad cristiana. Y era lo que se veía como lo específico de los cristianos.
Eran personas que llamaban a Dios “Padre”; que respetaban profundamente ese nombre, exactamente ese, cosa en la que ponían especial cuidado, ya que era lo primero que pedían y deseaban; que anhelaban la venida del Reino de Dios a este mundo, es decir, todo lo que Jesús había dicho y hecho al anunciar el Reino; que se conformaban con el pan de cada día; y que se distinguían por su
capacidad de perdonar a todo el que les ofendía o todo lo que se les debía, en el
más increíble desprendimiento económico.

3.   El problema que tenemos con esta oración, que define al cristiano, está en que
la rutina ha hecho del “Padre nuestro” una oración que se dice “de carrerilla”, pero
que en realidad representa muy poco en la vida de los creyentes en Jesús.
Urge recuperar el significado y la experiencia original de la Iglesia.
Es decir, nos urge a todos tomar conciencia y repensar hasta qué punto el respeto profundo al “Padre nuestro” marca nuestras vidas y es un distintivo de los creyentes en Jesús.
Realmente, - ¿deseamos de verdad que sea Dios el que reine en este mundo?
-       ¿Respetamos el santo nombre del Padre o
lo utilizamos según nos conviene?
- ¿Queremos en serio que se haga siempre lo que Dios quiere, no lo que nos interesa a nosotros?
- ¿Perdonamos siempre a los demás como queremos ser perdonados?
He aquí las preguntas básicas que tenemos que afrontar quienes afirmamos que creemos en Jesús y queremos vivir de acuerdo con el Evangelio.

San Froilán de León
833 - † 905
                                           


Según una corta biografía: Nace el año 833 en los arrabales de Lugo. Allí recibe durante sus primeros años la enseñanza que los concilios exigían a los candidatos para el sacerdocio. Al llegar a los dieciocho años su vida interior entró en crisis. Dudó entre la vida retirada del desierto o la actividad apostólica. El futuro fundador de cenobios y gran predicador de muchedumbres opta por la soledad de los montes. Los espíritus superiores toman personalmente la iniciativa de su vida y Froilán quiso consagrarla totalmente a la familiaridad íntima con Dios. Buscaba a Dios en aquellos montes y lo encontraba en todas las criaturas, que le hablaban de una belleza arcana y superior.


    Más tarde, sin embargo, la voluntad superior lo encaminó a una vida apostólica que comenzó recorriendo toda Galicia, para culminar como Obispo de León bajo la protección del Rey Alfonso III. Sus restos todavía reposan en aquella catedral, junto a ese famoso Rey de León, en una impresionante sepultura, pero es en su ciudad natal donde lo siguen recordando con mayor fervor. Su nombre aparece unido a una parroquia extramuros, así como a una de las grandes iglesias barrocas del casco viejo, aunque donde reina es en la catedral, compitiendo solamente con Nuestra Señora de los Ojos Grandes.

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    Cuenta la tradición que, el representar al patrono de la ciudad en compañía de un lobo podría deberse a un encuentro que tuvo con uno de ellos en uno de sus múltiples peregrinajes por las tierras de la provincia. Dicen que estando San Froilán una mañana rezando y absorto en sus oraciones, se le apareció un lobo hambriento que vio en el asno del Santo un apetitoso almuerzo. Abalanzándose sobre él, comenzó a devorarlo momento en el que lo encontró el Santo, que con su mirada dejó al lobo acurrucado y temeroso, mientras le hablaba de amor y paz.
Así fue como San Froilán consiguió quitarle al lobo el miedo al hombre y al fuego, tomándolo a su servicio para llevarle por el mundo las alforjas. Desde entonces, el lobo caminó siempre a su lado, arrimado a su pierna derecha, aunque lo que tenga de cierto ya nadie lo sabe.
     Hizo mucho bien a toda la gente, pero sobre todo a los pobres y abandonados. Fundó hospitales y monasterios. Es Patrono de León.




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