8 DE OCTUBRE - SÁBADO
27ª - SEMANA DEL T.-O.-C
San Abrahán patriarca
Evangelio según san Lucas 11,
27-28
En aquel tiempo, mientras Jesús
hablaba a las turbas, una mujer de entre el gentío levantó la voz diciendo:
“¡Dichoso el
vientre que te llevó y los pechos que te criaron”!
Pero él repuso:
“¡Dichosos los que
escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”!
1. En este breve relato nos
encontramos con dos bienaventuranzas, una frente a otra.
La primera elogia a la Virgen, la madre de Jesús.
La segunda elogia, no ya la Palabra de Dios, sino a quienes
escuchan esa Palabra y la ponen en práctica. Es decir, elogia a quienes viven
de acuerdo con lo que nos dice Dios mediante su Palabra, que es Jesús (Jn 1,
14).
Pues bien, planteada así la cuestión, nos preguntamos si se trata de
una mera “graduación” (una bienaventuranza es más importante que la otra) o se
trata de un “contraste” (lo importante en la vida, no es el elogio de la
Virgen, sino vivir de acuerdo con la Palabra) (cf. F. Bovon).
Aquí se podría pensar en el contraste entre la tradición católica
(la Virgen) y la tradición protestante (la Palabra).
2. Por supuesto, no se
trata de poner en duda ni la importancia de la Virgen, la Madre de Dios, ni de
afirmar que la tradición protestante es más fiel al Evangelio que la tradición
católica. Ni el evangelista Lucas pudo pensar en semejante cosa. Ni ahora
nosotros vamos a proyectar sobre el Evangelio la justificación de nuestras divisiones
y enfrentamientos.
El Maestro Eckhart puso el dedo en la llaga cuando, desde su
experiencia mística, dijo en un sermón, explicando este texto, que María
es más
bienaventurada como “creyente” que como “madre”.
Es decir, lo que cuenta, para valorar a María, no es su categoría
por haber dado a luz a Jesús, sino por haber escuchado la palabra de Dios y
haber vivido de acuerdo con lo que dice y exige Dios (Predigt 49).
3. En el fondo, lo que está
en juego es la importancia que le damos a la ética del Evangelio, como eje y
centro que determina nuestras vidas.
Es humano elogiar la relación de maternidad.
- ¿Quién no elogia a su propia madre?
- ¿Quién no se siente ofendido si otro ofende a su madre?
Todo esto es profundamente humano.
Pero nada de eso nos libera de las limitaciones que son propias de
la condición humana.
Solo cuando escuchamos la Palabra de Dios, hacemos nuestra esa
Palabra y la traducimos en un “proyecto de vida”, entonces es cuando se muestra
no solo “el ser humano” que somos, sino que entonces es cuando “somos humanos”,
con la originalidad y la belleza que especifican lo propiamente humano.
San Abrahán patriarca
(óleo de Caravaggio)
(Ur, hoy desaparecida, actual Irak,
ss. XIX- XVIII a.C. - cerca de Mambré, actual Israel, s. XVIII a.C.) Patriarca
hebreo.
Según la narración bíblica, el padre de Abraham, Teraj, salió con su
familia de Ur, en tierra de los caldeos, y llegó a Jarán. De allí, obedeciendo
un mandato de Dios, Abraham marchó con su mujer, Sara, y con todo su séquito a
Canaán, donde llevó una vida nómada. A raíz de una época de hambre se trasladó
a Egipto, pero luego volvió y se estableció en la llanura de Mambré, cerca de
Hebrón.
Dios
realizó con él la Alianza, prometiéndole la tierra de Canaán para él y para sus
descendientes, que serían tan numerosos "como el polvo de la tierra".
Su esposa Sara no había concebido hasta entonces, pero Abraham tuvo un hijo
(Ismael) de Agar, esclava de Sara. Poco después le volvió a visitar Dios en Mambré
y le prometió un hijo de la propia Sara. Ella se rió al oírlo, puesto que tenía
ya noventa años, pero Dios cumplió su promesa y Abraham fue padre de Isaac.
Tenía entonces cien años. Agar fue expulsada de la casa y marchó con su hijo
Ismael al desierto, donde se instalaron.
El
sacrificio de Isaac
Años
después, Dios quiso probar la obediencia de Abraham y le mandó que le ofreciera
en sacrificio a Isaac. El patriarca aceptó el mandato, pero en el último
momento Dios le eximió de tan dura carga. Al morir Sara, Abraham compró un
sepulcro en la cueva de Macpela, en Hebrón, y allí la sepultó. En esa misma
tumba fue enterrado él cuando murió, a los 175 años de edad.
Abraham
y su hijo, Isaac, así como el hijo de éste, Jacob, son tenidos por patriarcas.
Jacob, que además recibió el nombre de Israel, tuvo doce hijos que llegaron a
ser patriarcas de las tribus de Israel. Y, según la Biblia, esta familia creció
y se convirtió en una gran nación. Es difícil valorar el trasfondo histórico de
la historia de Abraham. Acaso vivió realmente, pero es posible también de una
figura legendaria, conmemorada en las crónicas de su pueblo migratorio.
Abraham
constituye una parte muy importante de la historia bíblica de la salvación y es
considerado el padre del judaísmo. Tanto por parte de la religión judía como de
la cristiana es considerado el depositario de la bendición para todos los
pueblos. El judaísmo lo ha considerado siempre como un modelo de hombre justo y
ha alabado su vida mediante numerosas tradiciones. En las épocas oscuras de la
historia de Israel, los profetas hebraicos siempre intentaron devolver la
confianza a su pueblo recordando a Abraham y su alianza con Dios: «Considerad
la roca de que habéis sido cortados, la cantera de donde habéis sido extraídos.
Mirad a Abraham, vuestro padre».
Pero
Abraham no sólo es una figura importante en la religión judía, también lo es en
las religiones cristiana e islámica: tanto Juan Bautista como Pablo se oponen a
la creencia de que solamente los descendientes carnales de Abraham están llamados
a la salvación en el día del Juicio Final. Según ellos, la promesa que hizo
Dios a Abraham no se limita al pueblo judío, sino que contempla una filiación
espiritual. En cuanto a la religión islámica, se la denomina «Millat Ibrahim»,
que significa «religión de Abraham», pues en el Islam se considera a Abraham
como un precursor religioso del Profeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario