4 DE OCTUBRE - MARTES
27ª - SEMANA DEL T. O. – C
San Francisco de Asís
Evangelio según san Lucas 10,
38-42
En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada
Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía una
hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio, hasta que se paró y
dijo:
“Señor, ¿no te
importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio?
Dile que me eche
una mano”.
Pero el Señor le
contestó:
“Marta, Marta: andas
inquieta y nerviosa con tantas cosas: solo una es necesaria. María ha escogido la
parte mejor, y no se la quitarán”.
1. En la sociedad, en que
vivió Jesús, no se veía bien que una mujer acogiera en su casa a un hombre. Por
ejemplo, en el libro cuarto de los Macabeos, se pone como ejemplo a la madre de
los siete mártires que, antes de su matrimonio, no recibió una sola visita
masculina, ni siquiera en presencia de sus parientes (4 Mac 18, 7) (F. Bovon, U. Ruegg).
Las mujeres tenían sus aposentos en las casas. Y tenían que permanecer
aisladas en su habitación o en su rincón (J. Jeremias).
Es evidente la libertad que tuvo Jesús frente al “puritanismo” y a
los convencionalismos morales de su tiempo.
2. El escritor judío del s.
I, F. Josefo utiliza, en casos similares, como Lucas, el verbo “ypodéchomai”
que significa “acoger”, lo que implica hospitalidad.
Como Zaqueo (Lc 19, 6) o Jasón respecto a Pablo (Hech 17, 7). ¿Se
puede pensar en una “iglesia doméstica”? (W. Magass)
No es probable, ya que el lenguaje relativo a las “iglesias domésticas”
es propio de las cartas de Pablo, nunca de los evangelios. Este relato tiene
más conexión con el comportamiento de Jesús y su relación con las mujeres, que
con las prácticas de la “iglesias primitivas”.
3. El relato está compuesto
de manera que en él se presentan dos formas de relación con Jesús.
De Marta se destaca la sobre-actividad. El texto utiliza el verbo
“perispómai”, que significa “estar en tensión”, “estar absorbido”, “andar
inquieto” (Bauer,Jutta Brutscheck).
En tanto que en María, lo que Jesús elogia es la “escucha”, la
dedicación a estar con Jesús, el interés por acoger la palabra, que se entiende
lógicamente la “Palabra de Dios”. Y esto, exactamente esto, es lo que Lucas
pone como ejemplo. Al tiempo que se reprueba la tensión de actividad en que
vive Marta.
En definitiva, Jesús señala el peligro que entraña una vida que se
dispersa en una actividad excesiva, al tiempo que el mismo Jesús pone como
modelo la actitud del que está atento a la Palabra de Dios, a lo que Jesús
indica, prefiere, propone. Esto es lo que importa de verdad en la vida. Porque
con frecuencia ocurre que estamos más dispuestos a la “actividad” que a la
“escucha”.
Es más, para conocer la calidad de una persona, una de las cosas
más elocuentes que hay es advertir si se trata de una persona que pregunta o es
una persona que responde. El que pregunta, mira al otro como persona a la que vale
la pena escuchar.
El que solo habla cuando responde, sin duda es una persona que se
dirige al otro cuando cree que tiene que aprender algo de mí. “Yo”, ¿aprender de
este?” Nada en absoluto.
Un tipo así, es un egoísta infantil.
San Francisco de Asís
Religioso y místico italiano,
fundador de la orden franciscana. Casi sin proponérselo lideró San Francisco un
movimiento de renovación cristiana que, centrado en el amor a Dios, la pobreza
y la alegre fraternidad, tuvo un inmenso eco entre las clases populares e hizo
de él una veneradísima personalidad en la Edad Media. La sencillez y humildad
del pobrecito de Asís, sin embargo, acabó trascendiendo su época para erigirse
en un modelo atemporal, y su figura es valorada, más allá incluso de las
propias creencias, como una de las más altas manifestaciones de la
espiritualidad cristiana.
Hijo de un rico mercader llamado
Pietro di Bernardone, Francisco de Asís era un joven mundano de cierto renombre
en su ciudad. Había ayudado desde jovencito a su padre en el comercio de paños
y puso de manifiesto sus dotes sustanciales de inteligencia y su afición a la
elegancia y a la caballería. En 1202 fue encarcelado a causa de su
participación en un altercado entre las ciudades de Asís y Perugia. Tras este
lance, en la soledad del cautiverio y luego durante la convalecencia de la
enfermedad que sufrió una vez vuelto a su tierra, sintió hondamente la
insatisfacción respecto al tipo de vida que llevaba y se inició su maduración
espiritual.
Del lujo a la pobreza
Poco después, en la primavera de
1206, tuvo San Francisco su primera visión. En el pequeño templo de San Damián,
medio abandonado y destruido, oyó ante una imagen románica de Cristo una voz
que le hablaba en el silencio de su muda y amorosa contemplación: "Ve, Francisco,
repara mi iglesia. Ya lo ves: está hecha una ruina". El joven Francisco no
vaciló: corrió a su casa paterna, tomó unos cuantos rollos de paño del almacén
y fue a venderlos a Feligno; luego entregó el dinero así obtenido al sacerdote
de San Damián para la restauración del templo.
Esta acción desató la ira de su
padre; si antes había censurado en su hijo cierta tendencia al lujo y a la
pompa, Pietro di Bernardone vio ahora en aquel donativo una ciega prodigalidad
en perjuicio del patrimonio que tantos sudores le costaba. Por ello llevó a su
hijo ante el obispo de Asís a fin de que renunciara formalmente a cualquier
herencia. La respuesta de Francisco fue despojarse de sus propias vestiduras y
restituirlas a su progenitor, renunciando con ello, por amor a Dios, a
cualquier bien terrenal.
A los veinticinco años, sin más
bienes que su pobreza, abandonó su ciudad natal y se dirigió a Gubbio, donde
trabajó abnegadamente en un hospital de leprosos; luego regresó a Asís y se
dedicó a restaurar con sus propios brazos, pidiendo materiales y ayuda a los
transeúntes, las iglesias de San Damián, San Pietro In Merullo y Santa María de
los Ángeles en la Porciúncula. Pese a esta actividad, aquellos años fueron de
soledad y oración; sólo aparecía ante el mundo para mendigar con los pobres y
compartir su mesa.
La llamada a la predicación
El 24 de febrero de 1209, en la pequeña
iglesia de la Porciúncula y mientras escuchaba la lectura del Evangelio,
Francisco escuchó una llamada que le indicaba que saliera al mundo a hacer el
bien: el eremita se convirtió en apóstol y, descalzo y sin más atavío que una
túnica ceñida con una cuerda, pronto atrajo a su alrededor a toda una corona de
almas activas y devotas. Las primeras (abril de 1209) fueron Bernardo de
Quintavalle y Pedro Cattani, a los que se sumó, tocado su corazón por la
gracia, el sacerdote Silvestre; poco después llegó Egidio.
San Francisco de Asís predicaba la
pobreza como un valor y proponía un modo de vida sencillo basado en los ideales
de los Evangelios. Hay que recordar que, en aquella época, otros grupos que
propugnaban una vuelta al cristianismo primitivo habían sido declarados
heréticos, razón por la que Francisco quiso contar con la autorización
pontificia. Hacia 1210, tras recibir a Francisco y a un grupo de once
compañeros suyos, el papa Inocencio III aprobó oralmente su modelo de vida
religiosa, le concedió permiso para predicar y lo ordenó diácono.
San Francisco de Asís (óleo de Zurbarán)
Con
el tiempo, el número de sus adeptos fue aumentando y Francisco comenzó a formar
una orden religiosa, llamada actualmente franciscana o de los franciscanos.
Además, con la colaboración de Santa Clara, fundó la rama femenina de la orden,
las Damas Pobres, más conocidas como las clarisas. Años después, en 1221, se
crearía la orden tercera con el fin de acoger a quienes no podían abandonar sus
obligaciones familiares. Hacia 1215, la congregación franciscana se había ya
extendido por Italia, Francia y España; ese mismo año el Concilio de Letrán
reconoció canónicamente la orden, llamada entonces de los Hermanos Menores.
Por esos años trató San Francisco de
llevar la evangelización más allá de las tierras cristianas, pero diversas
circunstancias frustraron sus viajes a Siria y Marruecos; finalmente, entre
1219 y 1220, posiblemente tras un encuentro con Santo Domingo de Guzmán,
predicó en Siria y Egipto; aunque no logró su conversión, el sultán Al-Kamil
quedó tan impresionado que le permitió visitar los Santos Lugares.
Últimos años
A su regreso, a petición del papa
Honorio III, compiló por escrito la regla franciscana, de la que redactó dos
versiones (una en 1221 y otra más esquemática en 1223, aprobada ese mismo año
por el papa) y entregó la dirección de la comunidad a Pedro Cattani. La
dirección de la orden franciscana no tardó en pasar a los miembros más
prácticos, como el cardenal Ugolino (el futuro papo Gregorio IX) y el hermano
Elías, y San Francisco pudo dedicarse por entero a la vida contemplativa.
Durante este retiro, San Francisco
de Asís recibió los estigmas (las heridas de Cristo en su propio cuerpo); según
testimonio del mismo santo, ello ocurrió en septiembre de 1224, tras un largo
periodo de ayuno y oración, en un peñasco junto a los ríos Tíber y Arno.
Aquejado de ceguera y fuertes padecimientos, pasó sus dos últimos años en Asís,
rodeado del fervor de sus seguidores.
Sus sufrimientos no afectaron su
profundo amor a Dios y a la Creación: precisamente entonces, hacia 1225,
compuso el maravilloso poema Cántico de las criaturas o Cántico del hermano
sol, que influyó en buena parte de la poesía mística española posterior. San
Francisco de Asís falleció el 3 de octubre de 1226. En 1228, apenas dos años
después, fue canonizado por el papa Gregorio IX, que colocó la primera piedra
de la iglesia de Asís dedicada al santo. La festividad de San Francisco de Asís
se celebra el 4 de octubre.
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