lunes, 3 de octubre de 2016

Párate un momento: El Evangelio del dia 4 DE OCTUBRE - MARTES 27ª - SEMANA DEL T. O. – C San Francisco de Asís



 
4 DE OCTUBRE - MARTES
27ª - SEMANA DEL T. O. – C
San Francisco de Asís

Evangelio según san Lucas 10, 38-42
En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio, hasta que se paró y dijo:
“Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio?
Dile que me eche una mano”.
Pero el Señor le contestó:
“Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.

1.   En la sociedad, en que vivió Jesús, no se veía bien que una mujer acogiera en su casa a un hombre. Por ejemplo, en el libro cuarto de los Macabeos, se pone como ejemplo a la madre de los siete mártires que, antes de su matrimonio, no recibió una sola visita masculina, ni siquiera en presencia de sus parientes (4 Mac 18, 7) (F.   Bovon, U. Ruegg).
Las mujeres tenían sus aposentos en las casas. Y tenían que permanecer aisladas en su habitación o en su rincón (J. Jeremias).
Es evidente la libertad que tuvo Jesús frente al “puritanismo” y a los convencionalismos morales de su tiempo.

2.   El escritor judío del s. I, F. Josefo utiliza, en casos similares, como Lucas, el verbo “ypodéchomai” que significa “acoger”, lo que implica hospitalidad.
Como Zaqueo (Lc 19, 6) o Jasón respecto a Pablo (Hech 17, 7). ¿Se puede pensar en una “iglesia doméstica”? (W. Magass)
No es probable, ya que el lenguaje relativo a las “iglesias domésticas” es propio de las cartas de Pablo, nunca de los evangelios. Este relato tiene más conexión con el comportamiento de Jesús y su relación con las mujeres, que con las prácticas de la “iglesias primitivas”.

3.   El relato está compuesto de manera que en él se presentan dos formas de relación con Jesús.
De Marta se destaca la sobre-actividad. El texto utiliza el verbo “perispómai”, que significa “estar en tensión”, “estar absorbido”, “andar inquieto” (Bauer,Jutta Brutscheck).
En tanto que en María, lo que Jesús elogia es la “escucha”, la dedicación a estar con Jesús, el interés por acoger la palabra, que se entiende lógicamente la “Palabra de Dios”. Y esto, exactamente esto, es lo que Lucas pone como ejemplo. Al tiempo que se reprueba la tensión de actividad en que vive Marta.
En definitiva, Jesús señala el peligro que entraña una vida que se dispersa en una actividad excesiva, al tiempo que el mismo Jesús pone como modelo la actitud del que está atento a la Palabra de Dios, a lo que Jesús indica, prefiere, propone. Esto es lo que importa de verdad en la vida. Porque con frecuencia ocurre que estamos más dispuestos a la “actividad” que a la “escucha”.
Es más, para conocer la calidad de una persona, una de las cosas más elocuentes que hay es advertir si se trata de una persona que pregunta o es una persona que responde. El que pregunta, mira al otro como persona a la que vale la pena escuchar.
El que solo habla cuando responde, sin duda es una persona que se dirige al otro cuando cree que tiene que aprender algo de mí. “Yo”, ¿aprender de este?” Nada en absoluto.
Un tipo así, es un egoísta infantil.

San Francisco de Asís
(Giovanni di Pietro Bernardone; Asís, actual Italia, 1182 - id., 1226)
Religioso y místico italiano, fundador de la orden franciscana. Casi sin proponérselo lideró San Francisco un movimiento de renovación cristiana que, centrado en el amor a Dios, la pobreza y la alegre fraternidad, tuvo un inmenso eco entre las clases populares e hizo de él una veneradísima personalidad en la Edad Media. La sencillez y humildad del pobrecito de Asís, sin embargo, acabó trascendiendo su época para erigirse en un modelo atemporal, y su figura es valorada, más allá incluso de las propias creencias, como una de las más altas manifestaciones de la espiritualidad cristiana.
Hijo de un rico mercader llamado Pietro di Bernardone, Francisco de Asís era un joven mundano de cierto renombre en su ciudad. Había ayudado desde jovencito a su padre en el comercio de paños y puso de manifiesto sus dotes sustanciales de inteligencia y su afición a la elegancia y a la caballería. En 1202 fue encarcelado a causa de su participación en un altercado entre las ciudades de Asís y Perugia. Tras este lance, en la soledad del cautiverio y luego durante la convalecencia de la enfermedad que sufrió una vez vuelto a su tierra, sintió hondamente la insatisfacción respecto al tipo de vida que llevaba y se inició su maduración espiritual.

Del lujo a la pobreza
Poco después, en la primavera de 1206, tuvo San Francisco su primera visión. En el pequeño templo de San Damián, medio abandonado y destruido, oyó ante una imagen románica de Cristo una voz que le hablaba en el silencio de su muda y amorosa contemplación: "Ve, Francisco, repara mi iglesia. Ya lo ves: está hecha una ruina". El joven Francisco no vaciló: corrió a su casa paterna, tomó unos cuantos rollos de paño del almacén y fue a venderlos a Feligno; luego entregó el dinero así obtenido al sacerdote de San Damián para la restauración del templo.
Esta acción desató la ira de su padre; si antes había censurado en su hijo cierta tendencia al lujo y a la pompa, Pietro di Bernardone vio ahora en aquel donativo una ciega prodigalidad en perjuicio del patrimonio que tantos sudores le costaba. Por ello llevó a su hijo ante el obispo de Asís a fin de que renunciara formalmente a cualquier herencia. La respuesta de Francisco fue despojarse de sus propias vestiduras y restituirlas a su progenitor, renunciando con ello, por amor a Dios, a cualquier bien terrenal.
A los veinticinco años, sin más bienes que su pobreza, abandonó su ciudad natal y se dirigió a Gubbio, donde trabajó abnegadamente en un hospital de leprosos; luego regresó a Asís y se dedicó a restaurar con sus propios brazos, pidiendo materiales y ayuda a los transeúntes, las iglesias de San Damián, San Pietro In Merullo y Santa María de los Ángeles en la Porciúncula. Pese a esta actividad, aquellos años fueron de soledad y oración; sólo aparecía ante el mundo para mendigar con los pobres y compartir su mesa.

La llamada a la predicación
El 24 de febrero de 1209, en la pequeña
iglesia de la Porciúncula y mientras escuchaba la lectura del Evangelio, Francisco escuchó una llamada que le indicaba que saliera al mundo a hacer el bien: el eremita se convirtió en apóstol y, descalzo y sin más atavío que una túnica ceñida con una cuerda, pronto atrajo a su alrededor a toda una corona de almas activas y devotas. Las primeras (abril de 1209) fueron Bernardo de Quintavalle y Pedro Cattani, a los que se sumó, tocado su corazón por la gracia, el sacerdote Silvestre; poco después llegó Egidio.
San Francisco de Asís predicaba la pobreza como un valor y proponía un modo de vida sencillo basado en los ideales de los Evangelios. Hay que recordar que, en aquella época, otros grupos que propugnaban una vuelta al cristianismo primitivo habían sido declarados heréticos, razón por la que Francisco quiso contar con la autorización pontificia. Hacia 1210, tras recibir a Francisco y a un grupo de once compañeros suyos, el papa Inocencio III aprobó oralmente su modelo de vida religiosa, le concedió permiso para predicar y lo ordenó diácono.

San Francisco de Asís (óleo de Zurbarán)
Con el tiempo, el número de sus adeptos fue aumentando y Francisco comenzó a formar una orden religiosa, llamada actualmente franciscana o de los franciscanos. Además, con la colaboración de Santa Clara, fundó la rama femenina de la orden, las Damas Pobres, más conocidas como las clarisas. Años después, en 1221, se crearía la orden tercera con el fin de acoger a quienes no podían abandonar sus obligaciones familiares. Hacia 1215, la congregación franciscana se había ya extendido por Italia, Francia y España; ese mismo año el Concilio de Letrán reconoció canónicamente la orden, llamada entonces de los Hermanos Menores.
Por esos años trató San Francisco de llevar la evangelización más allá de las tierras cristianas, pero diversas circunstancias frustraron sus viajes a Siria y Marruecos; finalmente, entre 1219 y 1220, posiblemente tras un encuentro con Santo Domingo de Guzmán, predicó en Siria y Egipto; aunque no logró su conversión, el sultán Al-Kamil quedó tan impresionado que le permitió visitar los Santos Lugares.

Últimos años
A su regreso, a petición del papa Honorio III, compiló por escrito la regla franciscana, de la que redactó dos versiones (una en 1221 y otra más esquemática en 1223, aprobada ese mismo año por el papa) y entregó la dirección de la comunidad a Pedro Cattani. La dirección de la orden franciscana no tardó en pasar a los miembros más prácticos, como el cardenal Ugolino (el futuro papo Gregorio IX) y el hermano Elías, y San Francisco pudo dedicarse por entero a la vida contemplativa.
Durante este retiro, San Francisco de Asís recibió los estigmas (las heridas de Cristo en su propio cuerpo); según testimonio del mismo santo, ello ocurrió en septiembre de 1224, tras un largo periodo de ayuno y oración, en un peñasco junto a los ríos Tíber y Arno. Aquejado de ceguera y fuertes padecimientos, pasó sus dos últimos años en Asís, rodeado del fervor de sus seguidores.
Sus sufrimientos no afectaron su profundo amor a Dios y a la Creación: precisamente entonces, hacia 1225, compuso el maravilloso poema Cántico de las criaturas o Cántico del hermano sol, que influyó en buena parte de la poesía mística española posterior. San Francisco de Asís falleció el 3 de octubre de 1226. En 1228, apenas dos años después, fue canonizado por el papa Gregorio IX, que colocó la primera piedra de la iglesia de Asís dedicada al santo. La festividad de San Francisco de Asís se celebra el 4 de octubre.


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