24
DE FEBRERO - VIERNES
7a
SEMANA DEL T.O.-A
San
Sergio de Capadocia
Evangelio según san Marcos 10, 1-12
En
aquel tiempo, Jesús se marchó a Judea y a Transjordania; otra vez se le fue
reuniendo gente por el camino, y según costumbre les enseñaba.
Se acercaron unos fariseos
y le preguntaron para ponerlo a prueba:
“¿Le es lícito a un hombre
divorciarse de su mujer?".
Él les replicó:
"¿Qué os mandó
Moisés?".
Contestaron:
"Moisés permitió
divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio".
Jesús les dijo:
"Por vuestra
terquedad dejó escrito Moisés este precepto.
Al principio de la
creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el
hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una
sola carne.
Lo que Dios ha unido, que
no lo separe el hombre".
En casa, los discípulos
volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo:
"Si uno se divorcia
de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella
se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio".
1.
Es una equivocación peligrosa interpretar este evangelio como si se tratara de
nuestra actual legislación sobre el divorcio. De hecho, lo que aquí se plantea
no es la "indisolubilidad" del matrimonio, sino todo lo contrario. La
pregunta de los fariseos
gira en torno al problema de la "disolubilidad", tal como eso estaba
legislado y era tema de discusión entre los judíos.
Por
tanto, lo primero que se ha de cuidar es no utilizar este relato para predicar
contra el
divorcio. Porque,
insistamos en ello, de eso no habla el Evangelio.
2.
La legislación judía decía literalmente: "Si uno se casa con una mujer y
luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, le escribe el acta
de divorcio, se la entrega y la echa de casa" (Deut 24, 1).
Por
tanto, el problema que entonces tenían los judíos no era el problema actual nuestro.
Porque, según la ley judía, el derecho al divorcio era solo del marido. Y era
un derecho que tenía el hombre en cuanto descubría en la mujer "algo
vergonzoso" "erwá".
El
alcance exacto de esta palabra era muy discutido. El rabino Hillel era muy permisivo
y decía que "por cualquier causa" (Mt 19, 3) el marido podía echar a
la calle a su mujer.
Mientras
que el rabino Schamnnai era más restrictivo y no permitía eso.
3.
La respuesta de Jesús es quitarles la razón a unos y otros. Y lo que viene a
decir es que los derechos del hombre y de la mujer son los mismos. Porque Dios los ha unido de forma que son
"una sola carne" (Gen 2, 24).
El
problema de los matrimonios, a juicio de Jesús, no es el divorcio, sino la
igualdad de derechos y deberes en el hombre y la mujer.
Si
eso se cuida, el matrimonio está asegurado. Pero, en cuanto se empieza con desigualdades, enseguida vienen los
conflictos, las violencias y la "imposible convivencia".
Por
esto, en la enseñanza moral de la Iglesia y en su práctica pastoral, en lugar
de predicar tanto contra el divorcio, lo que se debería hacer es trabajar
contra la desigualdad de derechos entre el hombre y la mujer.
¿Por
qué toleramos que las mujeres ganen jornales más bajos que los hombres, o que
no ganen nada y dependan económicamente del marido?
Mientras
las cosas sigan así, a la mujer no le queda más salida en la vida que
aguantarse y someterse a todo lo que el varón quiera o le guste en la
convivencia doméstica y social.
Esto
es lo que hay que evitar por encima de todo lo demás.
San Sergio de Capadocia
San
Sergio, cuya fiesta se celebra hoy, fue un mártir de Cesarea de Capadocia, casi
ignorado por las fuentes hagiográficas griegas y bizantinas. Tuvo una cierta
popularidad, gracias a una Passio latina que así nos describe su martirio:
Durante las celebraciones anuales en honor de Júpiter, en la época del
emperador Diocleciano, el gobernador de Armenia y Capadocia, Sapricio, cuando
estaba en Cesarea, ordenó que fueran convocados ante el templo pagano todos los
cristianos de la ciudad a rendir culto a Júpiter. Entre la multitud compareció
también Sergio, un anciano magistrado, que desde hacía tiempos había abandonado
la toga para llevar vida eremítica.
Su
presencia produjo el efecto sorprendente de apagar los fuegos preparados para
los sacrificios. Inmediatamente se atribuyó la causa del extraño fenómeno a los
cristianos que con su rechazo habían irritado al dios. Sergio se adelantó y
explicó que la razón de la impotencia de los dioses paganos había que buscarla
muy arriba, en la omnipotencia del verdadero y único Dios, que adoraban los
cristianos.
Sergio
fue arrestado y llevado ante el gobernador, que con un juicio sumario lo
condenó inmediatamente a la decapitación. Pronto ejecutaron la sentencia: era
el 24 de febrero. Los cristianos recogieron el cuerpo del mártir y lo
enterraron en la casa de una piadosa mujer. De ahí fueron llevadas las
reliquias a España, a la ciudad de Úbeda, Jaén en Andalucía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario