jueves, 23 de febrero de 2017

Párate un momento: El Evangelio de dia 24 DE FEBRERO - VIERNES 7a SEMANA DEL T.O.-A San Sergio de Capadocia



24 DE FEBRERO   - VIERNES
7a SEMANA DEL T.O.-A
San Sergio de Capadocia

Evangelio según san Marcos 10, 1-12
       En aquel tiempo, Jesús se marchó a Judea y a Transjordania; otra vez se le fue reuniendo gente por el camino, y según costumbre les enseñaba.
Se acercaron unos fariseos y le preguntaron para ponerlo a prueba: 
“¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?".
 Él les replicó:
"¿Qué os mandó Moisés?".
Contestaron:
"Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio".
Jesús les dijo:
"Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto.
Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará  el  hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.
Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre".
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo:
"Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio".

1. Es una equivocación peligrosa interpretar este evangelio como si se tratara de nuestra actual legislación sobre el divorcio. De hecho, lo que aquí se plantea no es la "indisolubilidad" del matrimonio, sino todo lo contrario. La
pregunta de los fariseos gira en torno al problema de la "disolubilidad", tal como eso estaba legislado y era tema de discusión entre los judíos.
Por tanto, lo primero que se ha de cuidar es no utilizar este relato para predicar contra el
divorcio. Porque, insistamos en ello, de eso no habla el Evangelio.

2. La legislación judía decía literalmente: "Si uno se casa con una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, le escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa" (Deut 24, 1).
Por tanto, el problema que entonces tenían los judíos no era el problema actual nuestro. Porque, según la ley judía, el derecho al divorcio era solo del marido. Y era un derecho que tenía el hombre en cuanto descubría en la mujer "algo vergonzoso" "erwá".
El alcance exacto de esta palabra era muy discutido. El rabino Hillel era muy permisivo y decía que "por cualquier causa" (Mt 19, 3) el marido podía echar a la calle a su mujer.
Mientras que el rabino Schamnnai era más restrictivo y no permitía eso.

3. La respuesta de Jesús es quitarles la razón a unos y otros. Y lo que viene a decir es que los derechos del hombre y de la mujer son los mismos.  Porque Dios los ha unido de forma que son "una sola carne" (Gen 2, 24).
El problema de los matrimonios, a juicio de Jesús, no es el divorcio, sino la igualdad de derechos y deberes en el hombre y la mujer.
Si eso se cuida, el matrimonio está asegurado. Pero, en cuanto se empieza con   desigualdades, enseguida vienen los conflictos, las violencias y la "imposible convivencia".
Por esto, en la enseñanza moral de la Iglesia y en su práctica pastoral, en lugar de predicar tanto contra el divorcio, lo que se debería hacer es trabajar contra la desigualdad de derechos entre el hombre y la mujer.
¿Por qué toleramos que las mujeres ganen jornales más bajos que los hombres, o que no ganen nada y dependan económicamente del marido?
Mientras las cosas sigan así, a la mujer no le queda más salida en la vida que aguantarse y someterse a todo lo que el varón quiera o le guste en la convivencia doméstica y social.
Esto es lo que hay que evitar por encima de todo lo demás.

San Sergio de Capadocia
San Sergio, cuya fiesta se celebra hoy, fue un mártir de Cesarea de Capadocia, casi ignorado por las fuentes hagiográficas griegas y bizantinas. Tuvo una cierta popularidad, gracias a una Passio latina que así nos describe su martirio: Durante las celebraciones anuales en honor de Júpiter, en la época del emperador Diocleciano, el gobernador de Armenia y Capadocia, Sapricio, cuando estaba en Cesarea, ordenó que fueran convocados ante el templo pagano todos los cristianos de la ciudad a rendir culto a Júpiter. Entre la multitud compareció también Sergio, un anciano magistrado, que desde hacía tiempos había abandonado la toga para llevar vida eremítica.
Su presencia produjo el efecto sorprendente de apagar los fuegos preparados para los sacrificios. Inmediatamente se atribuyó la causa del extraño fenómeno a los cristianos que con su rechazo habían irritado al dios. Sergio se adelantó y explicó que la razón de la impotencia de los dioses paganos había que buscarla muy arriba, en la omnipotencia del verdadero y único Dios, que adoraban los cristianos.

Sergio fue arrestado y llevado ante el gobernador, que con un juicio sumario lo condenó inmediatamente a la decapitación. Pronto ejecutaron la sentencia: era el 24 de febrero. Los cristianos recogieron el cuerpo del mártir y lo enterraron en la casa de una piadosa mujer. De ahí fueron llevadas las reliquias a España, a la ciudad de Úbeda, Jaén en Andalucía.

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