17
DE FEBRERO - VIERNES –
6ª
SEMANA DEL T.O.-A
LOS
SIETE SANTOS FUNDADORES SERVITAS
Evangelio según san Marcos 8, 34-39
En aquel tiempo, Jesús
llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo:
"El que quiera
venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Mirad, el que quiera
salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el
Evangelio, la salvará.
Pues, ¿de qué le sirve al
hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?
¿O qué podrá dar uno para
recobrarla?
Quien se avergüence de mí
y de mis palabras en esta época descreída y malvada, también el Hijo del Hombre
se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos
ángeles".
Y añadió:
"Os aseguro que
algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar el Reino de
Dios en toda su potencia".
1.
El Imperio Romano controlaba con tanto esmero como fuerza sus dominios. Por eso
las legiones de Roma se empleaban a fondo para mantener sujetos y sumisos a los
pueblos en los que mandaban. Se sabe que, en tiempo de Jesús, el hecho de morir
colgado en una cruz era una posibilidad, más aún una probabilidad, para las
gentes que vivían sometidas por Roma, sobre todo en los territorios dominados
por el Imperio y en los que el malestar social y los
agitadores subversivos
provocaban movimientos de masas insatisfechas bajo
el yugo imperial.
Es
conocido el dicho de Epicteto: "Si quieres ser crucificado, espera, y
vendrá la cruz".
Cosa
nada extraña en la Palestina de entonces, en la que "hacía mucho tiempo
que los judíos conocían las ejecuciones en cruz
practicadas por el poder
militar romano" (J. Gnilka).
Vivir
en la Galilea de entonces era peligroso, sobre todo para un profeta itinerante
que atraía a las multitudes.
2. Jesús afirma que, para seguirle, es necesario
que cada uno "renuncie a sí mismo" (aparnesástho eautón) y
"cargue con su cruz". Esta afirmación entraña un peligro: interpretar
esta propuesta de Jesús como un llamamiento a asumir una vida de sufrimiento.
Una
forma de vida, basada en la mentalidad según la cual "lo humano" es
enemigo de "lo divino". Y una fe centrada en un Dios que necesita
sufrimiento y sangre para perdonar los pecados (Heb 9, 22).
Por
eso es necesario tener muy claro que el sufrimiento, por sí mismo, no solo es
inútil, sino que sobre todo es la cosa que más desagrada a Dios.
Es
verdad que hay sufrimientos que son inevitables. En esos casos, saber aceptar
la situación, soportarla y ver en ella una ocasión para abrir el corazón a la
comprensión, a la bondad son actitudes que nos enriquecen y nos humanizan. El
dolor es humano. Y Jesús fue un ser humano.
3. En todo caso, lo mejor es tener siempre muy
claro por qué mataron a Jesús en una cruz.
Tal
forma de morir tuvo unas causas y unos ejecutores. Aquello no fue un hecho
inevitable. Jesús lo tuvo que soportar como consecuencia
de su conducta.
Jesús
fue un hombre libre frente a la religión establecida y frente al sistema dominante.
Su libertad no fue una manifestación de rebeldía sin causa. La libertad de
Jesús fue una libertad al servicio de la misericordia.
A
Jesús lo mataron porque antepuso la felicidad de las personas a todo lo demás,
incluidas las amenazas de la religión. Y las crueldades de los legionarios
romanos.
Tener
esa actitud en la vida ante el dolor de los demás, eso es cargar con la cruz.
LOS
SIETE SANTOS FUNDADORES SERVITAS
Eran siete amigos, comerciantes de la ciudad
de Florencia, Italia. Sus nombres: Alejo, Amadeo, Hugo, Benito, Bartolomé,
Gerardino y Juan.
Pertenecían a una asociación de devotos de la
Virgen María, que había en Florencia, y poco a poco fueron convenciéndose de
que debían abandonar lo mundano y dedicarse a la vida de santidad. Vendieron
sus bienes, repartieron el dinero a los pobres y se fueron al Monte Senario a
rezar y a hacer penitencia. La idea de irse a la montaña a santificarse, les
llegó el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la Stma. Virgen, y la pusieron
en práctica el 8 de septiembre, día del nacimiento de Nuestra Señora. Ellos se
habían propuesto propagar la devoción a la Madre de Dios y confiarle a Ella todos
sus planes y sus angustias. A tan buena Madre le encomendaron que les ayudara a
convertirse de sus miserias espirituales y que bendijera misericordiosamente
sus buenos propósitos. Y dispusieron llamarse "Siervos de María" o
"Servitas".
En el monte Senario se dedicaban a hacer
muchas penitencias y mucha oración, pero un día recibieron la visita del Sr.
Cardenal delegado del Sumo Pontífice, el cual les recomendó que no se
debilitaran demasiado con penitencias excesivas, y que más bien se dedicaran a
estudiar y se hicieran ordenar sacerdotes y se pusieran a predicar y a propagar
el evangelio. Así lo hicieron, y todos se ordenaron de sacerdotes, menos Alejo,
el menor de ellos, que por humildad quiso permanecer siempre como simple
hermano, y fue el último de todos en morir.
Un Viernes Santo recibieron de la Stma.
Virgen María la inspiración de adoptar como Reglamento de su Asociación la
Regla escrita por San Agustín, que por ser muy llena de bondad y de
comprensión, servía para que se pudieran adaptar a ella los nuevos aspirantes
que quisieran entrar en su comunidad. Así lo hicieron, y pronto esta asociación
religiosa se extendió de tal manera que llegó a tener cien conventos, y sus
religiosos iban por ciudades y pueblos y campos evangelizando y enseñando a
muchos con su palabra y su buen ejemplo, el camino de la santidad. Su
especialidad era una gran devoción a la Santísima Virgen, la cual les conseguía
maravillosos favores de Dios.
El más anciano de ellos fue nombrado
superior, y gobernó la comunidad por 16 años. Después renunció por su
ancianidad y pasó sus últimos años dedicado a la oración y a la penitencia. Una
mañana, mientras rezaba los salmos, acompañado de su secretario que era San
Felipe Benicio, el santo anciano recostó su cabeza sobre el corazón del
discípulo y quedó muerto plácidamente. Lo reemplazó como superior otro de los
Fundadores, Juan, el cual murió pocos años después, un viernes, mientras
predicaba a sus discípulos acerca de la Pasión del Señor. Estaba leyendo
aquellas palabras de San Lucas: "Y Jesús, lanzando un fuerte grito, dijo:
¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!" (Lc. 23, 46). El Padre Juan
al decir estas palabras cerró el evangelio, inclinó su cabeza y quedó muerto
muy santamente.
Lo reemplazó el tercero en edad, el cual,
después de gobernar con mucho entusiasmo a la comunidad y de hacerla extender
por diversas regiones, murió con fama de santo.
El cuarto, que era Bartolomé, llevó una vida
de tan angelical pureza que al morir se sintió todo el convento lleno de un
agradabilísimo perfume, y varios religiosos vieron que de la habitación del
difunto salía una luz brillante y subía al cielo.
De los fundadores, Hugo y Gerardino,
mantuvieron toda la vida entre sí una grande y santísima amistad. Juntos se
prepararon para el sacerdocio y mutuamente se animaban y corregían. Después
tuvieron que separarse para irse cada uno a lejanas regiones a predicar. Cuando
ya eran muy ancianos fueron llamados al Monte Senario para una reunión general
de todos los superiores. Llegaron muy fatigados por su vejez y por el largo
viaje. Aquella tarde charlaron emocionados recordando sus antiguos y bellos
tiempos de juventud, y agradeciendo a Dios los inmensos beneficios que les
había concedido durante toda su vida. Rendidos de cansancio se fueron a acostar
cada uno a su celda, y en esa noche el superior, San Felipe Benicio, vio en
sueños que la Virgen María venía a la tierra a llevarse dos blanquísimas
azucenas para el cielo. Al levantarse por la mañana supo la noticia de que los
dos inseparables amigos habían amanecido muertos, y se dio cuenta de que
Nuestra Señora había venido a llevarse a estar juntos en el Paraíso Eterno a
aquellos dos que tanto la habían amado a Ella en la tierra y que en tan santa
amistad habían permanecido por años y años, amándose como dos buenísimos
hermanos.
El último en morir fue el hermano Alejo, que
llegó hasta la edad de 110 años. De él dijo uno que lo conoció: "Cuando yo
llegué a la Comunidad, solamente vivía uno de los Siete Santos Fundadores, el
hermano Alejo, y de sus labios oímos la historia de todos ellos. La vida del
hermano Alejo era tan santa que servía a todos de buen ejemplo y demostraba
como debieron ser de santos los otros seis compañeros". El hermano Alejo
murió el 17 de febrero del año 1310.
Que estos Santos Fundadores nos animen a
aumentar nuestra devoción a la Virgen Santísima y a no cansarnos nunca de
propagar la devoción a la Madre de Dios.
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