15
DE FEBRERO - MIÉRCOLES
6ª
SEMANA DEL T.O.-A
San
Claudio de Colombiere, presbítero
Evangelio según san Marcos 8, 22-26
En
aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Le trajeron un ciego
pidiéndole que lo tocase. Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le
untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó:
“¿ves algo?"
Empezó a distinguir y dijo:
"Veo hombres, me
parecen árboles, pero andan".
Le puso otra vez las manos en
los ojos; el hombre miró: estaba curado, y veía todo con claridad.
Jesús lo mandó a casa
diciéndole:
"No se lo digas a
nadie en el pueblo".
1. Es posible que la curación de este ciego esté
redactada casi con los mismos detalles de la curación del sordo (Mc 7,32-37).
En
ambos casos, se advierte una clara influencia de los relatos de curaciones que
existían en la literatura helenista (J. Gnilka). Y puede tener el sentido de
criticar a los discípulos de Jesús por su falta de visión (¿”Tenéis ojos y no
veis?”: Mc 8, 18) (Marcus Joel).
2. Pero, en realidad, ¿qué se nos enseña aquí?
Ante
todo, que Jesús cura la ceguera que con tanta frecuencia tenemos los humanos. Y
la cura hasta hacernos ver con claridad, con precisión, para distinguir cada
cosa, para precisar lo que son seres humanos y distinguirlo de lo que no son.
Es
evidente que a eso se refiere el proceso de creciente clarificación hasta que
el hombre llega a distinguir los hombres de los árboles.
3. No es fácil la curación de nuestras cegueras.
Es tan complejo ese proceso curativo, que fácilmente confundimos lo humano con
lo que no es humano, los hombres con los árboles. Y por eso confundimos las
necesidades humanas con otras necesidades que hasta pueden ser inhumanas.
Cuando la tecnología
se ha perfeccionado hasta
hacer posible que veamos, con nitidez y en directo, lo que ahora mismo está
ocurriendo a miles de kilómetros, el progreso tecnológico nos ciega para ver el
retroceso humano que eso puede (y suele) llevar consigo.
Porque
vemos con toda precisión un partido de futbol que se juega en las antípodas,
pero no vemos el sufrimiento, la soledad, la humillación que sufre el que está
junto a nosotros.
Además,
ni sospechamos que la altísima
tecnología, que
disfrutamos, es posible a costa de consumir y empobrecer a millones de seres
humanos.
Estamos
más ciegos que el ciego que curó Jesús. Y ni siquiera vemos que la nitidez de
los criterios evangélicos, antes que un mensaje
religioso, nos traen la luz que necesitamos para entender lo que realmente
ocurre en este mundo. A partir de ahí, podremos ver el papel que debe desempeñar
el Evangelio en nuestras vidas.
San
Claudio de Colombiere, presbítero
Un artista, contemporáneo de Claudio, nos ha dejado un
retrato, pintado cuando éste tenía entre treinta y cinco y cuarenta y un años:
rostro alargado, ojos pequeños pero brillantes y de mirada penetrante, frente
amplia, boca bien proporcionada y mentón un tanto afilado. Se dice que cuando
Claudio entró en la Compañía de Jesús era más bien robusto, de carácter muy
alegre, de elevados ideales, prudente y agradable. La vida religiosa no hizo
sino desarrollar sus dones naturales.
Su inteligencia innata se acostumbró a los juicios agudos y
certeros. Claudio amaba las bellas artes y sostuvo una correspondencia con
Oliverio Patru, miembro de la Academia Francesa, quien alaba mucho sus
escritos. Pero poco valor habrían tenido estos dones naturales en el trabajo
por las almas, si no hubiera unido a ellos el espíritu interior de un religioso
sediento de la gloria de Dios. La fuente de su vida interior era la unión con
Dios en la oración, a la que se entregaba constantemente. Llegó a habituarse de
tal modo a referirlo todo a Dios, que el respeto humano y los motivos mundanos
no existían para él. Este extraordinario despego del mundo fue su
característica principal.
Nacimiento y más acontecimientos
El santo Claudio nació en Saint-Symphorien d'Ozon, cerca de
Lyón, en 1641. Su familia estaba bien relacionada, era piadosa y gozaba de
buena posición. No poseemos ningún dato especial sobre su vida antes de
ingresar en el colegio de la Compañía de Jesús de Lyón. Aunque sentía gran
repugnancia por la vida religiosa, logró vencerla y fue inmediatamente admitido
en la Compañía. Hizo su noviciado en Aviñón y, a los dos años, pasó al colegio
de dicha ciudad a completar sus estudios de filosofía. Al terminarlos fue
destinado a enseñar la gramática y las humanidades, de 1661 a 1666. Desde 1659,
la ciudad de Aviñón había presenciado choques constantes entre los nobles y el
pueblo En 1662, ocurrió en Roma el famoso encuentro entre la guardia pontificia
y el séquito del embajador francés. A raíz de ese incidente, las tropas de Luis
XIV ocuparon Aviñón, que se hallaba en el territorio de los Papas. Sin embargo,
esto no interrumpió las tareas del colegio, y el aumento del calvinismo no hizo
más que redoblar el celo de los jesuitas, quienes se consagraron con mayor
ahínco a los ministerios apostólicos en la ciudad y en los distritos
circundantes.
Cuando la paz quedó restablecida, Aviñón celebró la
canonización de San Francisco de Sales. En el más antiguo de los dos conventos
de la Visitación se llevó a cabo una gran función litúrgica. En aquella
ocasión, el Santo Claudio desplegó por primera vez sus dotes de orador, pues,
aunque todavía no era sacerdote, fue uno de los elegidos para predicar el
panegírico del santo obispo en la iglesia del convento. El texto que escogió
fue: "De la fuerza ha brotado la suavidad" (Jueces: 14, 14), y el
sermón resultó magnífico. Entre tanto, los superiores habían decidido enviar al
joven Claudio a terminar sus estudios de teología en París, centro de la vida
intelectual de Francia. En dicha ciudad se le confió el honor de velar por la
educación de los dos hijos del famoso Colbert. Lo que ocurrió, probablemente,
es que Colbert descubrió la envergadura intelectual de Claudio y lo escogió
para ese importante oficio, aunque él personalmente no era amigo de los
jesuitas. Sin embargo, las relaciones del santo con esa distinguida familia
terminaron mal, pues una frase satírica que Claudio había escrito llegó al
conocimiento del ministro, quien se mostró sumamente ofendido y pidió a los
superiores de la Compañía que enviaran al santo nuevamente a su provincia. Esto
no pudo realizarse, sino hasta 1670.
La Palabra es proclamada y el Corazón elevado
En 1673, el joven sacerdote fue nombrado predicador del
colegio de Aviñón. Sus sermones, en los que trabajaba intensamente, son
verdaderos modelos del género, tanto por la solidez de la doctrina como por la
belleza del lenguaje. El santo parece haber predicado más tarde los mismos
sermones en Inglaterra, y el nombre de la duquesa de York (María de Módena, que
fue después reina, cuando Jacobo II heredó el trono), en cuya capilla predicó
Claudio, está ligado a las ediciones de dichos sermones. El santo, durante su
estancia en París, había estudiado el Jansenismo con sus verdades a medias y
sus calumnias, a fin de combatir, desde el púlpito sus errores, animado como
estaba por el amor al Sagrado Corazón, cuya devoción sería el mejor antídoto
contra el Jansenismo. A fines de 1674, el P. La Chaize, rector del santo,
recibió del general de la Compañía la orden de admitirle a la profesión
solemne, después de un mes de ejercicios espirituales en la llamada
"tercera probación". Ese retiro fue de gran provecho espiritual para
Claudio que se sintió, según confesaba, llamado a consagrarse al Sagrado
Corazón. El santo añadió a los votos solemnes de la profesión un voto de
fidelidad absoluta a las reglas de la Compañía, hasta en sus menores detalles.
Según anota en su diario, había ya vivido durante algún tiempo en esa fidelidad
perfecta, y quería consagrar con un voto su conducta para hacerla más duradera.
Tenía entonces treinta y tres años, la edad en la que Cristo murió, y eso le inspiró
un gran deseo de morir completamente para el mundo y para sí mismo. Como
escribió en su diario: "Me parece, Señor, que ya es tiempo de que empiece
a vivir en Tí y sólo para Tí, pues a mi edad, Tú quisiste morir por mí en
particular".
Escogido por y para el Corazón de Jesús
Dos meses después de haber hecho la profesión solemne, en
febrero de 1675, Claudio fue nombrado superior del colegio de Paray-le-Monial.
Por una parte, era un honor excepcional confiar a un joven profeso el gobierno
de una casa; pero, por otra parte, la pequeña comunidad de Paray, que sólo
tenía cuatro o cinco padres, era insignificante para las grandes dotes de
Claudio.
En realidad se trataba de un designio de Dios para ponerle en
contacto con un alma que necesitaba de su ayuda: Margarita María Alacoque.
Dicha religiosa se hallaba en un período de perplejidad y sufrimientos, debido
a las extraordinarias revelaciones de que la había hecho objeto el Sagrado
Corazón, cada día más claras e íntimas. Siguiendo las indicaciones de su
superiora, la madre de Saumaise, Margarita se había confiado a un sacerdote muy
erudito, pero que carecía de conocimientos de mística. El sacerdote dictaminó
que Margarita era víctima de los engaños del demonio, cosa que acabó de
desconcertar a la santa. Movido por las oraciones de Margarita, Dios le envió a
su fiel siervo y perfecto amigo, Claudio de la Colombiére.
El P. La Colombiére fue un día a predicar a la comunidad de la
Visitación. "Mientras él nos hablaba escribió Margarita, oí en mi corazón
estas palabras: "He aquí al que te he enviado" Desde la primera vez
que Margarita fue a confesarse con el P. La Colombiere, éste la trató como si
estuviese al tanto de lo que le sucedía. La santa sintió una repugnancia enorme
a abrirle su corazón y no lo hizo, a pesar de que estaba convencida de que la
voluntad de Dios era que se confiase al santo. En la siguiente confesión, el P.
La Colombiere le dijo que estaba muy contento de ser para ella una ocasión de
vencerse y, "en seguida -dice Margarita-, sin hacerme el menor daño, puso
al descubierto cuanto de bueno y malo había en mi corazón, me consoló mucho y
me exhortó a no tener miedo a los caminos del Señor, con tal de que
permaneciese obediente a mis superiores, reiterándome a entregarme totalmente a
Dios, para que Él me tratase como quisiera. El padre me enseñó a apreciar los
dones de Dios y a recibir Sus comunicaciones con fe y humildad". Este fue
el gran servicio del P. La Colombiere a Margarita María. Por otra parte, el
santo trabajó incansablemente en la propagación de la devoción al Sagrado
Corazón, pues veía en ella el mejor antídoto contra el jansenismo.
Testimonio ante la persecución
El santo no estuvo mucho tiempo en Paray. Su siguiente
ocupación fue muy diferente. Por recomendación del P. La Chaize, que era el
confesor de Luis XIV, sus superiores le enviaron a Londres como predicador de
María Beatriz d´ Este, duquesa de York. El santo predicó en Inglaterra con el
ejemplo y la palabra. El amor al Sagrado Corazón era su tema favorito. El
proceso de beatificación habla de su apostolado en Inglaterra y de los
numerosos protestantes que convirtió. La posición de los católicos en aquel
país era extremadamente difícil, debido a la gran hostilidad que había contra
ellos. En la corte se formó un movimiento para excluir al duque de York, que se
había convertido al catolicismo, de la sucesión a la Corona sustituyéndole por
el príncipe de Orange o algún otro candidato. El infame Titus Oates y sus
secuaces inventaron la historia de un "complot de los papistas", en
el que el P. La Colombiere se hallaría complicado con el resto de los
católicos. El complot tenía por objeto, según los calumniadores, el asesinato
del rey Carlos II y la destrucción de la Iglesia de Inglaterra, Claudio fue
acusado de ejercer los ministerios sacerdotales y de haber convertido a muchos
protestantes. Aunque fue hecho prisionero, la intervención de Luis XIV impidió
que sellase su vida con el martirio. El santo fue simplemente desterrado de
Inglaterra. La prisión había acabado con su débil salud. A su vuelta a Francia,
en 1679, el santo estaba ya mortalmente enfermo; aunque en algunas temporadas
se rehacía un poco y podía ejercer los ministerios sacerdotales, una enfermedad
de los riñones no le dejaba reposo. Sus superiores, pensando que los aires
natales podrían ayudarle a recobrar la salud, le enviaron a Lyón y a Paray.
Durante una de sus visitas a esta última ciudad, Margarita María le avisó que
moriría ahí.
El P.Claudio llega a Paray en Abril de 1681, enviado por los
médicos en busca de la salud que le negaban otros climas; siendo así hubo
comunicación entre el P. Claudio y la Hermana Margarita. Hablando de los
ardores de sus almas y proyectos apostólicos en favor del Sagrado Corazón.
Aquí se agravó la enfermedad del P.Claudio; estaba listo para
ir a otros climas, pero Sta. Margarita avisa que si le era posible sin faltar a
la obediencia se quedara en Paray. Y le envía este mensaje: Él me ha dicho que
quiere aquí el sacrificio de vuestra vida. Tan categórica afirmación deshizo
todos los preparativos de viaje.
Muerte y gloria
En efecto, después de haber dado maravilloso ejemplo de
humildad y paciencia, Claudio La Colombiére entregó su alma a Dios al atardecer
del 15 de febrero de 1682. Al día siguiente Santa Margarita María recibió un
aviso del cielo en el sentido de que Claudio se hallaba ya en la gloria y no
necesitaba de oraciones. Así escribió a una persona devota del querido
difunto: "Cesad en vuestra
aflicción. Invocadle. Nada temáis; más poder tiene ahora que nunca para
socorrernos."
El P. La Colombiére fue beatificado en 1929 y su Santidad Juan
Pablo II lo declaró santo en 1992. La Iglesia Universal celebra su fiesta el
día 15 de febrero.
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