7
DE FEBRERO - MARTES –
5ª
- SEMANA DEL T.O.-A
San
Ricardo, padre de familia
En aquel tiempo, se
reunieron junto a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén; y
vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse
las manos. (Pues los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes
las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al
volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas
tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas).
Y los fariseos y los
escribas le preguntaron:
«Por qué no caminan tus
discípulos según las tradiciones de los mayores y comen el pan con manos
impuras?».
Él les contestó:
«Bien profetizó Isaías de
vosotros, hipócritas, como está escrito:
“Este pueblo me honra con
los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque
la doctrina que enseñan
son preceptos humanos”.
Dejáis a un lado el
mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
Y añadió:
«Anuláis el mandamiento de
Dios por mantener vuestra tradición.
Moisés dijo: “Honra a tu
padre y a tu madre” y “el que maldiga a su padre o a su madre es reo de
muerte”.
Pero vosotros decís: “Si
uno le dice al padre o a la madre: los bienes con que podría ayudarte son
‘corbán’, es decir, ofrenda sagrada”, ya no le permitís hacer nada por su padre
o por su madre; invalidando la palabra de Dios con esa tradición que os
transmitís; y hacéis otras muchas cosas semejantes».
1.-
. Seguramente, este es el pasaje de los
evangelios donde se ve con más claridad la diferencia tan profunda que existe
entre la religión de Jesús y la religión de los fariseos. Porque el problema de
la "pureza ritual" es central en la mayoría de las religiones. Y es
central por el tema de la pureza y por el tema de los ritos. Dos asuntos en los
que los predicadores religiosos suelen insistir machaconamente.
Insisten
hasta tal punto que, como es bien sabido, lo mismo a la pureza que a la
observancia de los rituales, se les conceda (en los ambientes religiosos) más
importancia que a los comportamientos éticos que afectan a las relaciones
interpersonales.
Los
estudiosos del "puritanismo griego" suelen decir que, a partir de
Pitágoras, "la pureza, más que la justicia, es el medio cardinal de la
salvación" (E. R. Dodds).
Los
que le dan más importancia la "pureza" que a la "justicia",
sin duda alguna, es que son más "griegos" que cristianos".
2.- Jesús vio que esta forma de entender y
practicar la religión es un engaño, para el que la defiende y, sobre todo, para
quien la pone en práctica. Porque tranquiliza su conciencia con unas
observancias que no pasan de ser actos
de magia. No olvidemos que
las prácticas rituales son siempre "mediaciones" para encontrar a
Dios. Pero, según las enseñanzas de Jesús, Dios no se ha encarnado" en los
"rituales", sino en las "personas". De ahí que, por medio
de la mejor relación posible con las personas, es como encontramos a Dios. Eso es
lo que se nos va a decir en el juicio final (Mt 25, 31-46).
3.- Lo que ocurre es que practicar ritos de
purificación (mediante lavatorios es más fácil y cómodo que llevarse bien con
los demás, con todos, sean quienes sean. Esto es lo que explica el gran fraude
que cometían los letrados cuando le decían a la gente que dejaran su dinero
para el templo y con eso estaban dispensados de cuidar de sus padres ancianos o
enfermos. Por eso les dice Jesús que el culto que practican no sirve para nada.
En la Curia Vaticana hay una Sagrada Congregación del Culto Divino" o
Congregación de Ritos. Pero no hay allí una Congregación dedicada a velar por
el comportamiento evangélico de obispos, sacerdotes, religiosos y laicos.
Siendo esto último lo más importante que tiene que cuidar la Iglesia.
En
todo esto, el ejemplo del papa Francisco es una fuente de esperanza para los
cristianos y para el mundo.
San
Ricardo, padre de familia
Elogio:
En Wrexham, en el País de Gales, san Ricardo Gwyn, mártir, que,
siendo padre de familia y maestro de escuela, devoto de la fe católica, le
encarcelaron bajo la acusación de animar a otras personas a la conversión, y
tras repetidas torturas, manteniéndose en su fe, fue ahorcado y, mientras aun
respiraba, descuartizado.
Durante cuarenta años a partir de la disolución de los monasterios,
Gales conservó su intenso catolicismo, ya que la mayoría de las principales
familias y de la gente del pueblo, permanecieron fieles a la fe. Pero, cuando
los misioneros católicos empezaron a pasar del continente europeo a Inglaterra,
la reina Isabel y sus ministros se propusieron desarraigar el catolicismo,
cortando los canales de la gracia sacramental y silenciando las voces que
predicaban la palabra de Dios. En Gales, la primera víctima de esa campaña fue
un laico llamado Ricardo Gwyn (alias White). Nació en Llanidlos, en el
Montgomeryshire, en 1537, y fue educado en el protestantismo. Después de hacer
sus estudios en el Colegio de San Juan, de Oxford, abrió una escuela en
Overton, de Flintshire. Poco después se convirtió al catolicismo. Cuando su
ausencia de los servicios protestatantes despertó sospechas, Ricardo se
transladó a Erbistock con su familia. En 1579, mientras se hallaba en Wrexham,
fue reconocido por un apóstata, quien le denunció a las autoridades. Ricardo
fue arrestado, pero consiguió escapar.
En junio de 1580, el consejo de la reina ordenó a los obispos
protestantes que tratasen más enérgicamente a los católicos que se negaban a
prestar el juramento de fidelidad, especialmente a «todos los maestros de
escuela, así públicos como privados». De acuerdo con las instrucciones, los
obispos mandaron arrestar, un mes después, a Ricardo Gwyn, a quien el juez
envió a la prisión de Ruthin. Compareció nuevamente ante el juez alrededor del
día de San Miguel, pero, como se negó a prestar el juramento de fidelidad, fue
devuelto a la prisión. En mayo del año siguiente, el juez ordenó que se le
condujese por fuerza a una iglesia protestante. Ricardo aprovechó la ocasión
para interrumpir al predicador con el ruido ensordecedor de sus cadenas. En
castigo, se le puso en el cepo desde las 10 de la mañana hasta las 8 de la
noche, «en tanto que una turba de ministros protestantes le molestaba». Uno de
ellos afirmaba que él poseía el poder de atar y desatar, exactamente lo mismo
que san Pedro. Como aquel ministro tenía la nariz tan colorada como la de un
bebedor, Ricardo le respondió exasperado: «La diferencia es que, en tanto que
san Pedro recibió las llaves del Reino de los Cielos, vos habéis recibido,
según parece, las llaves de la bodega». El juez le condenó a pagar una multa de
800 libras por haber causado desorden en la iglesia. En septiembre, se le
impuso una multa de 1680 libras (con el valor de 1960) por no haber asistido a
los servicios protestantes en todo el tiempo que llevaba en la prisión. El juez
le preguntó cómo iba a pagar esas multas tan elevadas. Ricardo respondió:
«Tengo algón dinero». «¿Cuánto?», preguntó el juez: «Seis peniques», replicó el
santo sonriendo. Después de ser juzgado otras tres veces, fue enviado con otros
tres laicos y el sacerdote jesuita Juan Bennet ante el consejo de las Marcas.
Los mártires fueron torturados en Bewdley, Ludlow y Bridgnorth, para que
revelasen los nombres de otros católicos.
En octubre de 1584, san Ricardo fue juzgado por octava vez, en
Wrexham, junto con otros dos católicos, Hughes y Morris. Se le acusaba de haber
tratado de reconciliar con la Iglesia de Roma a un tal Luis Gronow y de haber
sostenido la soberanía pontificia. Ricardo respondió que jamás había cruzado
una palabra con Gronow. Este último declaró más tarde, públicamente, que el
vicario de Wrexham y otro fanático le habían pagado a él y a otras dos personas
cierta suma para que levantasen falso testimonio. Como los miembros del jurado se
negaron a asistir al juicio, el juez formó de improviso otro jurado, cuyos
miembros tuvieron la ingenuidad de preguntarle, ¡a quiénes debían absolver y a
quiénes debían condenar!, Ricardo Gwyn y Hughes fueron sentenciados a muerte, y
Morris recobró la libertad. (Hughes fue después indultado). El juez mandó
llamar a la esposa de Ricardo, quien se presentó con su hijito en los brazos y
la exhortó a no imitar a su marido. Ella replicó: «Si lo que queréis es sangre,
podéis quitarme la vida junto con la de mi esposo. Basta con que deis un poco
de dinero a los testigos e inmediatamente declararán contra mí».
San Ricardo fue ejecutado en Wrexham (que es actualmente la cabecera
de la diócesis de Mynwyn), el 15 de octubre de 1584. Era un día lluvioso. La
multitud gritó que le dejasen morir antes de desentrañarlo, pero el alcalde,
que era un apóstata, se negó a conceder esa gracia. El mártir gritó en la
tortura: «¡Dios mío! ¿Qué es esto?» «Una ejecución que se lleva a cabo por
orden de Su Majestad», replicó uno de los esbirros. «¡Jesús, ten misericordia
de mí!», exclamó el santo. Unos instantes después, su cabeza rodaba por el
suelo.
Durante sus cuatro años de prisión, el santo escribió en galés una
serie de poemas religiosos, en los que exhortaba a sus compatriotas a permanecer
fieles a la Santa Madre Iglesia y describía, con una violencia comprensible en
sus circunstancias, a la nueva religión y sus ministros. Fue beatificado en
1929 y canonizado en 1970 por SS Pablo VI.
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