6
DE FEBRERO – LUNES –
5ª
- SEMANA DEL T.O.-A
San
Pablo Miki y compañeros mártires
Evangelio según san Marcos 6, 53-56
En aquel tiempo, cuando
Jesús y sus discípulos terminaron la travesía, tocaron tierra en Genesaret, y
atracaron. Apenas desembarcados, algunos lo reconocieron, y se pusieron a
recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente donde estaba Jesús, le
llevaba los enfermos en camillas. En la aldea o pueblo o caserío donde llegaba,
colocaban a los enfermos en la plaza, y le rogaban que les dejase tocar al
menos el borde de su manto, y los que lo tocaban se ponían sanos.
1.
Estos relatos en forma de sumario, que
recogen curaciones masivas de Jesús, concretamente en el evangelio de
Marcos (1, 32-34; 3, 7-12; 6, 53-56; cf. Mt 4, 23-24 par), han sido
interpretadas como relatos que no merecen credibilidad. Porque dan la impresión
de que cuentan la actividad de un curandero. Y también porque han sido
interpretados como el efecto de prácticas de magia. Los escritores que han
hablado en este sentido han sido
numerosos.
2.- Pero, para entender correctamente estos
resúmenes (y en general los relatos de curaciones), conviene tener en cuenta
dos cosas:
a)
En el antiguo mundo grecorromano, los milagros eran aceptados como parte del paisaje
religioso (J. P. Meier).
b)
Nunca deberíamos olvidar que los evangelios, antes que "libros de
historia", son un "mensaje religioso". Y lo que interesa al creyente
que lee estos episodios, no es analizar al detalle las enfermedades y la
posible (o imposible) curación de tales enfermedades, sino comprender que el
lenguaje y la forma de "hechos prodigiosos", que tanto usan los evangelios,
eran una figura literaria que utilizaban los escritores de la Antigüedad para
comunicar un determinado
mensaje.
En
el caso de los evangelios, no se trata de un mensaje religioso, sino de un
proyecto de vida.
3. Esto supuesto, lo único que está claro y, por
tanto, no admite dudas es que Jesús pasó por el mundo dando vida y remediando
penas y sufrimientos.
En
esto consiste el "proyecto de vida" que nos transmiten los
evangelios. Este es, sin duda, uno de los rasgos más claros y más
insistentemente repetidos en la "teología narrativa" que son los
evangelios.
Según
esta teología, queda claro que Jesús vino, por supuesto, para acercar a la
gente a Dios. Pero el medio fundamental que utilizó, para llevar a la gente a
Dios, no fue la piedad, la devoción o la religiosidad, sino sobre todo la
curación de enfermos y, por tanto, contagiar vida, salud y felicidad.
Jesús
se salió de la religión tradicional. Y vivió intensamente una religiosidad
alternativa. La religiosidad que consiste en ser y vivir como una persona que
va contagiando felicidad y ganas de vivir. El que hace eso es el que ha tomado
el camino más directo para llegar a Dios.
San
Pablo Miki y compañeros mártires
Los Mártires del Japón
San Pablo Miki y Compañeros
"Llegado a este momento final de mi existencia en la
tierra, seguramente que ninguno de ustedes va a creer que me voy a atrever a
decir lo que no es cierto. Les declaro pues, que el mejor camino para conseguir
la salvación es pertenecer a la religión cristiana, ser católico.
Fueron 26, martirizados el mismo día, 5 de febrero del año 1597.
En el año 1549 San Francisco Javier llegó
al Japón y convirtió a muchos paganos.
Ya en el año 1597 eran varios los miles
de cristianos en aquel país. Y llegó al gobierno un emperador sumamente cruel y
vicioso, el cual ordenó que todos los misioneros católicos debían abandonar el
Japón en el término de seis meses. Pero los misioneros, en vez de huir del
país, lo que hicieron fue esconderse, para poder seguir ayudando a los
cristianos. Fueron descubiertos y martirizados brutalmente. Los que murieron en
este día en Nagasaki fueron 26. Tres jesuitas, seis franciscanos y 16 laicos
católicos japoneses, que eran catequistas y se habían hecho terciarios
franciscanos.
Los mártires jesuitas fueron: San Pablo Miki, un japonés de
familia de la alta clase social, hijo de un capitán del ejército y muy buen
predicador: San Juan Goto y Santiago Kisai, dos hermanos coadjutores jesuitas.
Los franciscanos eran: San Felipe de Jesús, un mexicano que había ido a
misionar al Asia. San Gonzalo García que era de la India, San Francisco Blanco,
San Pedro Bautista, superior de los franciscanos en el Japón y San Francisco de
San Miguel.
Entre los laicos estaban: un soldado: San Cayo Francisco; un
médico: San Francisco de Miako; un Coreano: San Leon Karasuma, y tres muchachos
de trece años que ayudaban a misa a los sacerdotes: los niños: San Luis Ibarqui,
San Antonio Deyman, y San Totomaskasaky, cuyo padre fue también martirizado.
A los 26 católicos les cortaron la oreja izquierda, y así
ensangrentados fueron llevados en pleno invierno a pie, de pueblo en pueblo,
durante un mes, para escarmentar y atemorizar a todos los que quisieran hacerse
cristianos.
Al llegar a Nagasaki les permitieron
confesarse con los sacerdotes, y luego los crucificaron, atándolos a las cruces
con cuerdas y cadenas en piernas y brazos y sujetándolos al madero con una
argolla de hierro al cuello. Entre una cruz y otra había la distancia de un
metro y medio.
La Iglesia Católica los declaró santos en 1862.
Testigos de su martirio y de su muerte lo relatan de la siguiente
manera: "Una vez crucificados, era admirable ver el fervor y la paciencia
de todos. Los sacerdotes animaban a los demás a sufrir todo por amor a
Jesucristo y la salvación de las almas. El Padre Pedro estaba inmóvil, con los
ojos fijos en el cielo. El hermano Martín cantaba salmos, en acción de gracias
a la bondad de Dios, y entre frase y frase iba repitiendo aquella oración del
salmo 30: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". El hermano
Gonzalo rezaba fervorosamente el Padre Nuestro y el Avemaría".
Al Padre Pablo Miki le parecía que aquella cruz era el púlpito o
sitio para predicar más honroso que le habían conseguido, y empezó a decir a
todos los presentes (cristianos y curiosos) que él era japonés, que pertenecía
a la compañía de Jesús, o sociedad de los Padres jesuitas, que moría por haber
predicado el evangelio y que le daba gracias a Dios por haberle concedido el
honor tan enorme de poder morir por propagar la verdadera religión de Dios. A continuación,
añadió las siguientes palabras:
"Llegado a este momento final de mi existencia en la
tierra, seguramente que ninguno de ustedes va a creer que me voy a atrever a
decir lo que no es cierto. Les declaro pues, que el mejor camino para conseguir
la salvación es pertenecer a la religión cristiana, ser católico. Y como mi
Señor Jesucristo me enseñó con sus palabras y sus buenos ejemplos a perdonar a
los que nos han ofendido, yo declaro que perdono al jefe de la nación que dio
la orden de crucificarnos, y a todos los que han contribuido a nuestro
martirio, y les recomiendo que ojalá se hagan instruir en nuestra santa
religión y se hagan bautizar".
Luego, vueltos los ojos hacia sus compañeros, empezó a darles
ánimos en aquella lucha decisiva; en el rostro de todos se veía una alegría muy
grande, especialmente en el del niño Luis; éste, al gritarle otro cristiano que
pronto estaría en el Paraíso, atrajo hacia sí las miradas de todos por el gesto
lleno de gozo que hizo. El niño Antonio, que estaba al lado de Luis, con los
ojos fijos en el cielo, después de haber invocado los santísimos nombres de
Jesús, José y María, se puso a cantar los salmos que había aprendido en la
clase de catecismo. A otros se les oía decir continuamente: "Jesús, José y
María, os doy el corazón y el alma mía". Varios de los crucificados
aconsejaban a las gentes allí presentes que permanecieran fieles a nuestra
santa religión por siempre.
Luego los verdugos sacaron sus lanzas y asestaron a cada uno de
los crucificados dos lanzazos, con lo que en unos momentos pusieron fin a sus
vidas.
El pueblo cristiano horrorizado gritaba: ¡Jesús, José y María!
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