25
de Febrero – Domingo
8ª
– Semana del T.O.-A
Lectura del libro de Isaías (49,14-15):
Sión decía:
«Me ha abandonado el
Señor,
mi dueño me ha olvidado».
¿Puede una madre olvidar
al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas?
Pues, aunque ella se
olvidara, yo no te olvidaré.
Salmo: 61,2-3.6-7.8-9ab
R/. Descansa sólo en Dios,
alma mía
V/. Sólo
en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré. R/.
V/. Descansa
sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré. R/.
V/. De
Dios viene mi salvación y mi gloria,
él es mi roca firme, Dios es mi refugio.
Pueblo suyo, confiad en él
desahogad ante él vuestro corazón. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol
san Pablo a los Corintios (4,1-5):
Hermanos:
Que la gente solo vea en
nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios.
Ahora, lo que se busca en los administradores es que sean fieles. Para mí lo de
menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me
pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso
quedo absuelto: mi juez es el Señor.
Así, pues, no juzguéis
antes de tiempo, dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las
tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno
recibirá de Dios lo que merece.
Evangelio según san Mateo (6,24-34):
En aquel tiempo, dijo Jesús
a sus discípulos:
«Nadie puede servir a dos
señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará
al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo: no estéis
agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo
pensando con qué os vais a vestir.
¿No vale más la vida que
el alimento, y el cuerpo que el vestido?
Mirad los pájaros del
cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre
celestial los alimenta.
¿No valéis vosotros más
que ellos?
¿Quién de vosotros, a
fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por
el vestido?
Fijaos cómo crecen los
lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su
fasto, estaba vestido como uno de ellos.
Pues si a la hierba, que
hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así,
¿no hará mucho más por
vosotros, gante de poca fe?
No andéis agobiados
pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los
paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis
necesidad de todo eso.
Buscad sobre todo el reino
de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os
agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le
basta su desgracia».
Evangelio para tiempo de crisis: del agobio a la
confianza.
Después de exponer
la diferencia entre la actitud cristiana y la actitud legalista de los
escribas (los dos domingos anteriores), el Sermón del Monte pasa a
indicar la diferencia entre el cristiano y el fariseo con respecto a
las obras de piedad (oración, limosna y ayuno). La liturgia ha omitido
esta parte. Y también omite el comienzo de la tercera sección del discurso,
donde se trata la diferencia entre el cristiano y el pagano con
respecto a los bienes materiales.
La doble experiencia de que Jesús fue traicionado por dinero (Mt 26,14-16) y de
que «la seducción de la riqueza ahoga la palabra de Dios y queda sin fruto» (Mt
13,22) hace que el primer evangelio trate con gran energía el tema de los
bienes materiales, aunque sus expresiones resultan a veces demasiado concisas e
incluso oscuras.
Siguiendo el hilo del discurso encontramos los siguientes temas: una
exhortación inicial a poner el corazón en Dios, no en el dinero (Mt 6,19-21);
una segunda exhortación a la generosidad (6,22-23); imposibilidad de compaginar
el culto a Dios con el culto al dinero (6,24); exhortación a no agobiarse y a
tener fe en la providencia (6,25-34).
La liturgia de este domingo se limita a los dos temas finales.
La gran alternativa
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
‒ Nadie
puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro;
o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis
servir a Dios y al dinero.
«No tendrás otros dioses frente a mí», ordena el primer mandamiento. «No podéis
servir a Yahvé y a Baal», dice el profeta Elías a los israelitas en el monte
Carmelo. La formulación tan parecida del evangelio demuestra que las palabras
de Jesús se insertan en la línea de la lucha contra la idolatría. Al principio,
los israelitas pensaban que los únicos rivales de Dios eran los dioses de los
pueblos vecinos (Baal, Astarté, Marduk, etc.). Los profetas les hicieron caer
en la cuenta de que los rivales de Dios pueden darse en cualquier terreno,
incluido el económico. Para Jesús, la riqueza puede convertirse en un dios al
que damos culto y nos hace caer en la idolatría.
Naturalmente, ninguno de nosotros va a un banco o una caja de ahorros a rezarle
al dios del dinero, ni hace novenas a los banqueros. Pero podemos estar cayendo
en la idolatría del dinero. Según la Biblia, al dinero se le da culto de tres
formas:
1) Mediante la injusticia directa (robo, fraude, asesinato). El dinero se
convierte en el bien absoluto, un dios por encima de Dios, del prójimo, y de
uno mismo.
2) Mediante la injusticia indirecta, el egoísmo, que no daña directamente al prójimo,
pero hace que nos despreocupemos de él (recordar la parábola del rico y Lázaro:
Lc 16,19-31).
3) Mediante el agobio por los bienes de
este mundo, que nos hace perder la fe en la Providencia. A este
tema, fundamental para la mayoría de los cristianos, dedica san Mateo el
apartado más extenso de esta sección del discurso.
Del
agobio a la fe en la Providencia
Por eso os digo:
No estéis agobiados por la vida, pensando
qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir.
¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los
pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre
celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?
¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo
que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a
la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la
viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?
No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con
qué os vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro
Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso.
Sobre todo buscad el reino de Dios y su
justicia; lo demás se os dará por añadidura.
Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos.»
Seis veces aparece en este breve párrafo el verbo «agobiarse». No habla Jesús
de cualquier tipo de agobio, sino del provocado por las necesidades materiales
de la comida y el vestido. En ambos casos hace referencia a imágenes cotidianas
(Dios alimenta a los pájaros y viste espléndidamente a los lirios) para
infundir fe en la Providencia. Pero en medio y al final incluye unas
reflexiones más bien irónicas: «por más que te agobies no vas a vivir un año
más», y «no te agobies, que ya se encargará la vida de agobiarte».
Algunos consideran este pasaje es el más utópico y alienante del evangelio,
contrario a toda experiencia y al sentido común. Pero hay que ponerse en el
punto de vista de Jesús, que se mueve en dos coordenadas muy distintas a las
nuestras: una profunda fe en Dios y un despego absoluto con respecto a los
bienes de este mundo. Al ponernos como modelos a los pájaros y a los lirios nos
está hablando de seres que simplemente subsisten, no acumulan casas, fincas,
joyas, tesoros. Para Jesús, basta con subsistir, con tener «el pan nuestro de
cada día». Y está convencido de que Dios lo dará. (Los pobres, o las personas
que han pasado en algunos momentos de su vida grandes necesidades, entienden
esto mucho mejor que los que se limitan a discutir el problema).
Por otra parte, este texto sobre la Providencia se puede entender muy bien
aplicando la teoría marxista de los objetivos a corto y largo plazo. Según el
marxismo, el objetivo importante es a largo plazo (la dictadura del
proletariado); los objetivos a corto plazo (reivindicaciones salariales,
aumento del nivel de vida, etc.) pueden convertirse en una trampa para la clase
obrera, que terminaría aburguesada y le haría renunciar al objetivo primordial.
Jesús, con una perspectiva humana y religiosa, adopta la misma postura. Lo
importante es «el reino de Dios y su justicia», esa sociedad perfecta que
debemos anticipar los cristianos en la medida de lo posible. Dentro de ella no
tienen cabida las desigualdades hirientes ni la injusticia, el que hermanos
nuestros mueran de hambre o pasen terribles necesidades mientras a otros nos
sobran cantidad de bienes. Pero, si nos preocupamos sólo de la comida y del
vestido, de las necesidades primarias, renunciaremos a buscar el Reinado de
Dios. En cambio, si nos esforzamos ante todo por el Reinado de Dios, «todo eso
(la comida, el vestido) se os dará por añadidura».
Para evitar una concepción alienante de la Providencia es útil recordar cómo la
entendió la Iglesia primitiva:
1) En primer lugar, no excluye el trabajo. A los cristianos de Tesalónica les
dice Pablo claramente: «El que no trabaja, que no coma» (2 Tes 3,10).
2) Cuando alguien pasa necesidad, los demás no piden a Dios que le ayuden; lo
ayudan ellos. Es lo que hicieron los cristianos de Grecia con los de Jerusalén
(2 Cor 8-9). La Providencia de los demás somos nosotros. Lo malo es cuando
nuestro egoísmo impide a muchas personas creer en la Providencia. En ese caso deberíamos
aplicarnos las palabras de san Pablo: «Por vuestra culpa blasfeman de Dios».
En resumen, todo el mensaje de Jesús se sintetiza en dos principios básicos:
a) el valor relativo de los bienes terrenos en comparación con el valor supremo
de Dios y de su reinado; b) el valor absoluto de la persona necesitada, que
exige de nosotros una postura de generosidad.
La preocupación maternal de Dios
Sión decía:
«Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado.»
¿Es que puede una madre olvidarse, de su criatura, no conmoverse por el hijo de
sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.
El evangelio, para inculcar la fe en la Providencia habla de Dios como un padre
que se preocupa de sus criaturas. La brevísima primera lectura usa una imagen
más expresiva aún: Dios como madre, incapaz de olvidarse del hijo de sus
entrañas.
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