Evangelio según san Marcos 8, 11-13
En aquel tiempo, se presentaron los
fariseos y se pusieron a discutir con Jesús para ponerlo a prueba, le pidieron
un signo del cielo.
Jesús dio un profundo suspiro
y dijo:
"¿Por qué esta
generación reclama un signo?
Os aseguro que se le dará
un signo a esta generación".
Los dejó, se embarcó de
nuevo y fue a la otra orilla.
1. La petición de los fariseos, de que Jesús les
diera un "signo", es decir, una "señal" que demostrase que
él era el profeta "que tenía que venir", está atestiguada varias
veces en los evangelios (Mt 12, 38-42; 16, 1. 2-4; Mc 8, 11-12; Lc 11, 16.
29-32; cf. Jn 6, 30). Dado que, de Jesús se decía que era un profeta (Mt 16,
13-14 par), es lógico que le pidieran una "señal" para probar que eso
era verdad. Sobre todo, sabiendo que, en aquellos mismos años, andaban por Galilea
predicadores ambulantes de los que se
decía que eran "profetas de
señales": Teudas y el
llamado "el Egipcio" (Josefo, Ant. 20, 97; De Bello, 2. 261).
Tales "señales"
consistían en "milagros", hechos prodigiosos.
2. Jesús se negó a ofrecer "señales".
Por tanto, lo más seguro que hay en esta tradición evangélica es que Jesús no
quiso realizar hechos prodigiosos ("milagros") para demostrar que él
era el enviado de Dios.
Entonces,
¿qué sentido tienen los numerosos relatos de hechos extraordinarios de los que
nos informan los evangelios?
La
"señal de Jonás", de la que hablan los otros sinópticos (Mt 12, 39;
Lc 11, 29), se refiere obviamente a la predicación de aquel profeta
que cambió la vida de los
habitantes de Nínive. Por tanto, parece lo más lógico que el sentido de
"lo extraordinario", que realizó Jesús, tiene el sentido de que, efectivamente,
lo que hizo Jesús fue cambiar la vida de mucha gente.
Pero, ¿qué significa esto
más en concreto?
3. No significa que Jesús fue un mago o un
curandero. Jesús le cambió (y le sigue cambiando) la vida a mucha gente, pero
no por los milagros que hace, sino por la humanidad que tiene.
El
"milagro", el "misterio" y la "autoridad"
son los instrumentos que,
según el gran Inquisidor de Dostoievski, utilizó la Iglesia para cambiar el
mensaje de Jesús y ponerlo a su servicio.
Jesús
no quiere nada de eso. Porque lo que de verdad cambia la vida de la gente es la
bondad, es la humanidad, es la humildad.
El
problema de fondo, que hay en todo esto, está en que tenemos mal situado a
Dios. El Dios de Jesús no se sitúa en "lo prodigioso", sino en
"lo bondadoso", es decir, en "lo verdaderamente humano".
San
Benigno, presbítero y mártir
Sobre la historia de san Benigno poco puede
decirse de cierto. Alban Butler sólo se atreve a que fue un misionero romano
que sufrió el martirio en Dijon, «probablemente en el reinado de Aureliano».
Pero aun esto es demasiado, ya que no sabemos dónde nació san Benigno, y la
fecha que Butler fija es, probablemente, bastante posterior. No es imposible
que san Benigno haya sido discípulo de san Ireneo de Lyon y que le hayan
martirizado en Epagny. Aunque más tarde empezó a venerársele en Dijon, lo
cierto es que, a principios del siglo VI, no se le conocía allí. San Gregorio
de Tours dice que, en aquella época, los habitantes de Dijon veneraban una
tumba, y que su bisabuelo san Gregorio, obispo de Langres, opinaba que en ella
estaba enterrado un pagano; pero un ángel le reveló milagrosamente en sueños
que era el sepulcro del mártir san Benigno. Así pues, Gregorio de Langres
restauró el sepulcro y construyó una basílica sobre él. El obispo no sabía nada
sobre la vida del mártir, pero ciertos peregrinos que venían de Italia le
regalaron una copia de «La pasión de San Benigno». Es muy poco probable que tal
documento haya sido redactado en Roma, ya que, en realidad, el estilo de esa
obra indica más bien que fue escrita por un contemporáneo de Gregorio de
Langres en Dijon y es enteramente espuria.
La «Pasión de San Benigno» refiere que san
Policarpo de Esmirna, tras la muerte de San Ireneo (quien en realidad murió
cincuenta años después de san Policarpo), vio una aparición del santo. A raíz
de ella, envió a dos sacerdotes, Benigno y Adoquio, así como al diácono Tirso,
a predicar el Evangelio en las Galias. Tras un naufragio en Córcega, donde se
unió al grupo san Andéolo, los misioneros desembarcaron en Marsella y se
dirigieron a la Costa de Oro. En Autun los hospedó un tal Fausto, y san Benigno
bautizó a san Sinforiano, el hijo de su huésped. Los misioneros se separaron
allí. San Benigno convirtió en Langres a Santa Leonila y a sus tres nietos
gemelos. Después se trasladó a Dijon, donde predicó con gran éxito y obró
muchos milagros. Al estallar la persecución, el juez Terencio denunció a
Benigno ante el emperador Aureliano, quien estaba entonces en la Galia (por
consiguiente, el martirio de san Benigno tuvo lugar unos cien años después de
la muerte de san Policarpo). El santo misionero fue aprehendido en Epagny,
cerca de Dijon. Tras sufrir numerosos tormentos y pruebas, a las que opuso
otros tantos milagros no menos extraordinarios, el verdugo le deshizo la cabeza
con una barra de hierro y le perforó el corazón. El cadáver fue sepultado en
una tumba que semejaba un monumento pagano para engañar a los perseguidores.
Mons. Duchesne ha demostrado que esta leyenda
constituye el primer eslabón de una cadena de novelas religiosas, escritas a
principios del siglo VI, con el objeto de describir los orígenes de las
diócesis de Autun, Besançon, Langres y Valence (los santos Andoquio y Tirso,
Ferréolo y Ferrucio, Benigno, Félix, Aquileo y Fortunato). Tales obras no
merecen el menor crédito, y aun la existencia histórica de algunos de los
mártires es dudosa.
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