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DE AGOSTO - VIERNES –
18ª - SEMANA DEL T. O. - A
Evangelio según san Mateo 16,24-28
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
"El que quiera venirse conmigo, que se
niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Si uno quiere salvar su vida, la perderá;
pero el que la pierda por mí, la encontrará.
-
¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo
entero si malogra su vida?
-
¿O qué podrá dar para recobrarla?
Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus
ángeles, con la gloria del Padre, y entonces pagará a cada uno según su
conducta.
Os aseguro que algunos de los aquí presentes
no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del Hombre con majestad".
1. Después de anunciar el final trágico que le
espera (Mt 16, 21-23), Jesús hace el anuncio programático de cómo entiende él
la vida y el destino de todo el que pretenda "seguir" el camino y la
vida que él lleva, en este mundo, con coherencia y fidelidad al proyecto del
Hijo del Hombre, que es "la plenitud del
ser humano".
Se trata de una vida
que se caracteriza por el hecho extraño y sobrecogedor de ir por la vida
cargado con una cruz. Y es importante recordar que las gentes de aquel tiempo
sabían muy bien que quien iba cargado con una cruz, iba camino del
"patibulum".
Los galileos estaban
habituados a ver el duro espectáculo de ciudadanos cargados con cruces. Hacía
tiempo que
aquellas gentes veían a ciudadanos crucificados
junto a los caminos por los legionarios romanos (J. Gnilka).
2. La peor, la más equivocada y la más cruel
interpretación, que se ha hecho de este programa de Jesús, ha sido la interpretación
"ascética", que, en definitiva, consiste en pensar que Dios quiere y
a Dios le agrada que los humanos pasemos la vida privándonos de todo lo que nos
agrada, imponiéndonos renuncias y sacrificios, soportando en silencio las
injusticias y atropellos que nos hacen y, al final, muriendo con alegría.
Como es lógico, si
esto fuera así, sería la peor agresión contra cualquier ser humano. Pero sería,
además, una agresión brutal contra Dios. Porque un Dios así, no sería un Padre,
sería el más violento de todos los tiranos. Esto es lo que a mucha gente la ha
expulsado de las iglesias y de las creencias religiosas.
3. Pero más preocupante aún que la interpretación
"ascética", es la explicación "teológica", de la muerte en
la cruz como el "sacrificio" y la "expiación" que el Padre
exigía de su Hijo, para redimirnos de nuestros pecados (2 Cor 5,21; Rm 3,
24-26; 4, 5).
Estas ideas sobre el
"sacrificio" y la "expiación" se concretaron, a partir del
s. III, con la idea jurídica de "satisfacción", que explicó Anselmo
de Canterbury en el s. XI.
San Pablo, que había
sido educado en la religión de Israel, creyó toda su vida en el Dios de
Abrahán, el "Dios de los padres" (Gal 3, 16-21; Rm 4, 2-20) (U. Schnelle).
Pero sabemos que, para un israelita, lo primero que el "Dios de los
padres" (R. de Vaux) le pidió a Abrahán fue ofrecer en
"sacrificio" a su hijo querido, Isaac (Gen 22).
El Padre, del que siempre habló Jesús, no es
ya la representación del Dios de la religión, sino la revelación del Padre de
la misericordia, que se nos reveló en Jesús.
4. El Imperio, que ejecutaba en la cruz a los esclavos
y marginados, era la representación de todos los sistemas de este mundo que
producen desigualdades, injusticias, esclavitudes. Ante eso, una persona honesta
y digna no puede quedarse con los brazos cruzados. Porque si hace eso, se hace cómplice de la
violencia y la crueldad que se ejerce contra los más desgraciados.
Pues bien,
enfrentarse a los imperios causantes de tanta barbarie, eso es cargar con la
cruz. Porque tales imperios no perdonan. Eso es lo que hizo Jesús. Ante el
imperio de la religión. Y el de la política y el dinero. Por eso lo
crucificaron.
Cargar con la cruz es
ser honesto y no dejarse corromper. Ni más ni menos que eso.
Santa Clara de Asís
Clara
significa: "vida transparente"
"El
amor que no puede sufrir no es digno de ese nombre" -Santa Clara.
De sus
cartas: Atiende a la pobreza, la
humildad y la caridad de Cristo
Clara
nació en Asís, Italia, en 1193. Su padre, Favarone Offeduccio, era un caballero
rico y poderoso. Su madre, Ortolana, descendiente de familia noble y feudal,
era una mujer muy cristiana, de ardiente piedad y de gran celo por el Señor.
Desde
sus primeros años Clara se vio dotada de innumerables virtudes y aunque su
ambiente familiar pedía otra cosa de ella, siempre desde pequeña fue asidua a
la oración y mortificación. Siempre mostró gran desagrado por las cosas del
mundo y gran amor y deseo por crecer cada día en su vida espiritual.
Ya en
ese entonces se oía de los Hermanos Menores, como se les llamaba a los
seguidores de San Francisco. Clara sentía gran compasión y gran amor por ellos,
aunque tenía prohibido verles y hablarles. Ella cuidaba de ellos y les proveía
enviando a una de las criadas. Le llamaba mucho la atención como los frailes
gastaban su tiempo y sus energías cuidando a los leprosos. Todo lo que ellos
eran y hacían le llamaba mucho la atención y se sentía unida de corazón a ellos
y a su visión.
Su llamada y su encuentro con San Francisco. Cofundadora de la
orden
La
conversión de Clara hacia la vida de plena santidad se efectuó al oír un sermón
de San Francisco de Asís. En 1210, cuando ella tenía 18 años, San Francisco
predicó en la catedral de Asís los sermones de cuaresma e insistió en que para tener
plena libertad para seguir a Jesucristo hay que librarse de las riquezas y
bienes materiales. Al oír las palabras: "este es el tiempo favorable... es
el momento... ha llegado el tiempo de dirigirme hacia El que me habla al
corazón desde hace tiempo... es el tiempo de optar, de escoger.", sintió
una gran confirmación de todo lo que venía experimentando en su interior.
Durante
todo el día y la noche, meditó en aquellas palabras que habían calado lo más
profundo de su corazón. Tomó esa misma noche la decisión de comunicárselo a
Francisco y de no dejar que ningún obstáculo la detuviera en responder al
llamado del Señor, depositando en El toda su fuerza y entereza.
Cuando
su corazón comprendió la amargura, el odio, la enemistad y la codicia que movía
a los hombres a la guerra comprendió que estas formas de vida eran como la
espada afilada que un día traspasó el corazón de Jesús. No quiso tener nada que
ver con eso, no quiso otro señor más que el que dio la vida por todos, aquel
que se entrega pobremente en la Eucaristía para alimentarnos diariamente. El
que en la oscuridad es la Luz y que todo lo cambia y todo lo puede, aquel que
es puro Amor. Renace en ella un ardiente amor y un deseo de entregarse a Dios
de una manera total y radical.
Clara
sabía que el hecho de tomar esta determinación de seguir a Cristo y sobre todo
de entregar su vida a la visión revelada a Francisco, iba a ser causa de gran
oposición familiar, pues el solo hecho de la presencia de los Hermanos Menores
en Asís estaba ya cuestionando la tradicional forma de vida y las costumbres
que mantenían intocables los estratos sociales y sus privilegios. A los pobres
les daba una esperanza de encontrar su dignidad, mientras que los ricos
comprendían que el Evangelio bien vivido exponía por contraste sus egoísmos a
la luz del día. Para Clara el reto era muy grande. Siendo la primera mujer en
seguirle, su vinculación con Francisco podía ser mal entendida.
Santa
Clara se fuga de su casa el 18 de Marzo de 1212, un Domingo de Ramos, empezando
así la gran aventura de su vocación. Se sobrepuso a los obstáculos y al miedo
para darle una respuesta concreta al llamado que el Señor había puesto en su
corazón. Llega a la humilde Capilla de la Porciúncula donde la esperaban
Francisco y los demás Hermanos Menores y se consagra al Señor por manos de
Francisco.
Empiezan las renuncias
De rodillas ante San
Francisco, hizo Clara la promesa de renunciar a las riquezas y comodidades del
mundo y de dedicarse a una vida de oración, pobreza y penitencia. El santo,
como primer paso, tomó unas tijeras y le cortó su larga y hermosa cabellera, y
le colocó en la cabeza un sencillo manto, y la envió a donde unas religiosas
que vivían por allí cerca, a que se fuera preparando para ser una santa
religiosa.
Para
Santa Clara la humildad es pobreza de espíritu y esta pobreza se convierte en
obediencia, en servicio y en deseos de darse sin límites a los demás.
Días más
tardes fue trasladada temporalmente, por seguridad, a las monjas Benedictinas,
ya que su padre, al darse cuenta de su fuga, sale furioso en su búsqueda con la
determinación de llevársela de vuelta al palacio. Pero la firme convicción de
Clara, a pesar de sus cortos años, obligan finalmente al Caballero Offeduccio a
dejarla. Días más tardes, San Francisco, preocupado por su seguridad dispone
trasladarla a otro monasterio de Benedictinas situado en San Angelo. Allí la
sigue su hermana Inés, quien fue una de las mayores colaboradoras en la
expansión de la Orden y la hija (si se puede decir así) predilecta de Santa
Clara. Le sigue también su prima Pacífica.
Damiano y San Francisco les reconstruye la capilla de San Damián,
lugar donde el Señor había hablado a su corazón diciéndole, "Reconstruye
mi Iglesia". Esas palabras del Señor habían llegado a lo más profundo de
su ser y lo llevó al más grande anonadamiento y abandono en el Señor. Gracias a
esa respuesta de amor, de su gran "Si" al Señor, había dado vida a
una gran obra, que hoy vemos y conocemos como la Comunidad Franciscana, de la
cual Santa Clara se inspiraría y formaría parte crucial, siendo cofundadora con
San Francisco en la Orden de las Clarisas.
Cuando
se trasladan las primeras Clarisas a San Damián, San Francisco pone al frente
de la comunidad, como guía de Las Damas Pobres a Santa Clara. Al principio le
costó aceptarlo pues por su gran humildad deseaba ser la última y ser la
servidora, esclava de las esclavas del Señor. Pero acepta y con verdadero temor
asume la carga que se le impone, entiende que es el medio de renunciar a su
libertad y ser verdaderamente esclava. Así se convierte en la madre amorosa de
sus hijas espirituales, siendo fiel custodia y prodigiosa sanadora de las
enfermas.
Desde
que fue nombrada Madre de la Orden, ella quiso ser ejemplo vivo de la visión
que trasmitía, pidiendo siempre a sus hijas que todo lo que el Señor había
revelado para la Orden se viviera en plenitud.
Siempre
atenta a la necesidades de cada una de sus hijas y revelando su ternura y su
atención de Madre, son recuerdos que aún después de tanto tiempo prevalecen y
son el tesoro más rico de las que hoy son sus hijas, Las Clarisas Pobres.
Sta. Clara acostumbraba
tomar los trabajos más difíciles, y servir hasta en lo mínimo a cada una.
Pendiente de los detalles más pequeños y siendo testimonio de ese corazón de
madre y de esa verdadera respuesta al llamado y responsabilidad que el Señor
había puesto en sus manos.
Por el
testimonio de las mismas hermanas que convivieron con ella se sabe que muchas
veces, cuando hacía mucho frío, se levantaba a abrigar a sus hijas y a las que
eran más delicadas les cedía su manta. A pesar de ello, Clara lloraba por
sentir que no mortificaba suficiente su cuerpo.
Cuando
hacía falta pan para sus hijas, ayunaba sonriente y si el sayal de alguna de
las hermanas lucía más viejo ella lo cambiaba dándole el de ella. Su vida
entera fue una completa dádiva de amor al servicio y a la mortificación. Su
gran amor al Señor es un ejemplo que debe calar nuestros corazones, su gran
firmeza y decisión por cumplir verdaderamente la voluntad de Dios para ella.
Tenía
gran entusiasmo al ejercer toda clase de sacrificios y penitencias. Su gozo al
sufrir por Cristo era algo muy evidente y es, precisamente esto, lo que la
llevó a ser Santa Clara. Este fue el mayor ejemplo que dio a sus hijas.
La
humildad brilló grandemente en Santa Clara y una de las mas grandes pruebas de
su humildad fue su forma de vida en el convento, siempre sirviendo con sus
enseñanzas, sus cuidados, su protección y su corrección. La responsabilidad que
el Señor había puesto en sus manos no la utilizó para imponer o para
simplemente mandar en el nombre del Señor. Lo que ella mandaba a sus hijas lo
cumplía primero ella misma con toda perfección. Se exigía más de lo que pedía a
sus hermanas.
Hacía
los trabajos más costosos y daba amor y protección a cada una de sus hijas.
Buscaba como lavarle los pies a las que llegaban cansadas de mendigar el
sustento diario. Lavaba a las enfermas y no había trabajo que ella despreciara
pues todo lo hacía con sumo amor y con suprema humildad.
"En
una ocasión, después de haberle lavado los pies a una de las hermanas, quiso besarlos.
La hermana, resistiendo aquel acto de su fundadora, retiró el pie y
accidentalmente golpeó el rostro a Clara. Pese al moretón y la sangre que había
salido de su nariz, volvió a tomar con ternura el pie de la hermana y lo
besó."
Con su
gran pobreza manifestaba su anhelo de no poseer nada más que al Señor. Y esto
lo exigía a todas sus hijas. Para ella la Santa Pobreza era la reina de la
casa. Rechazó toda posesión y renta, y su mayor anhelo era alcanzar de los
Papas el privilegio de la pobreza, que por fin fue otorgado por el Papa
Inocencio III.
Para
Santa Clara la pobreza era el camino en donde uno podía alcanzar más
perfectamente esa unión con Cristo. Este amor por la pobreza nacía de la visión
de Cristo pobre, de Cristo Redentor y Rey del mundo, nacido en el pesebre.
Aquel que es el Rey y, sin embargo, no tuvo nada ni exigió nada terrenal para
si y cuya única posesión era vivir la voluntad del Padre. La pobreza alcanzada
en el pesebre y llevada a su culmen en la Cruz. Cristo pobre cuyo único deseo
fue obedecer y amar.
La vida
de Sta. Clara fue una constante lucha por despegarse de todo aquello que la
apartaba del Amor y todo lo que le limitara su corazón de tener como único y
gran amor al Señor y el deseo por la salvación de las almas.
La
pobreza la conducía a un verdadero abandono en la Providencia de Dios. Ella, al
igual que San Francisco, veía en la pobreza ese deseo de imitación total a
Jesucristo. No como una gran exigencia opresiva sino como la manera y forma de
vida que el Señor les pedía y la manera de mejor proyectar al mundo la
verdadera imagen de Cristo y Su Evangelio.
Siguiendo
las enseñanzas y ejemplos de su maestro San Francisco, quiso Santa Clara que
sus conventos no tuvieran riquezas ni rentas de ninguna clase. Y, aunque muchas
veces le ofrecieran regalos de bienes para asegurar el futuro de sus
religiosas, no los quiso aceptar. Al Sumo Pontífice que le ofrecía unas rentas
para su convento le escribió: "Santo padre: le suplico que me absuelva y
me libere de todos mis pecados, pero no me absuelva ni me libre de la
obligación que tengo de ser pobre como lo fue Jesucristo". A quienes le
decían que había que pensar en el futuro, les respondía con aquellas palabras
de Jesús: "Mi Padre celestial que alimenta a las avecillas del campo, nos
sabrá alimentar también a nosotros".
Mortificación
de su cuerpo
Si hay
algo que sobresale en la vida de Santa Clara es su gran mortificación.
Utilizaba debajo de su túnica, como prenda íntima, un áspero trozo de cuero de
cerdo o de caballo. Su lecho era una cama compuesta de sarmientos cubiertos con
paja, la que se vio obligada a cambiar por obediencia a Francisco, debido a su
enfermedad.
Los
ayunos. Siempre vivió una vida austera y comía tan poco que sorprendía hasta a
sus propias hermanas. No se explicaban como podía sostener su cuerpo. Durante
el tiempo de cuaresma, pasaba días sin probar bocado y los demás días los
pasaba a pan y agua. Era exigente con ella misma y todo lo hacía llena de amor,
regocijo y de una entrega total al amor que la consumía interiormente y su gran
anhelo de vivir, servir y desear solamente a su amado Jesús.
Por su
gran severidad en los ayunos, sus hermanas, preocupadas por su salud,
informaron a San Francisco quien intervino con el Obispo ordenándole a comer,
cuando menos diariamente, un pedazo de pan que no fuese menos de una onza y
media.
La vida de Oración
Para
Santa Clara la oración era la alegría, la vida; la fuente y manantial de todas
las gracias, tanto para ella como para el mundo entero. La oración es el fin en
la vida Religiosa y su profesión.
Ella
acostumbraba pasar varias horas de la noche en oración para abrir su corazón al
Señor y recoger en su silencio las palabras de amor del Señor. Muchas veces, en
su tiempo de oración, se le podía encontrar cubierta de lágrimas al sentir el
gran gozo de la adoración y de la presencia del Señor en la Eucaristía, o
quizás movida por un gran dolor por los pecados, olvidos y por las ingratitudes
propias y de los hombres.
Se
postraba rostro en tierra ante el Señor y, al meditar la pasión las lágrimas
brotaban de lo más íntimo de su corazón. Muchas veces el silencio y soledad de
su oración se vieron invadidos de grandes perturbaciones del demonio. Pero sus
hermanas dan testimonio de que, cuando Clara salía del oratorio, su semblante
irradiaba felicidad y sus palabras eran tan ardientes que movían y despertaban
en ellas ese ardiente celo y encendido amor por el Señor.
Hizo
fuertes sacrificios los cuarenta y dos años de su vida consagrada. Cuando le
preguntaban si no se excedía, ella contestaba: Estos excesos son necesarios
para la redención, "Sin el derramamiento de la Sangre de Jesús en la Cruz
no habría Salvación". Ella añadía: "Hay unos que no rezan ni se
sacrifican; hay muchos que sólo viven para la idolatría de los sentidos. Ha de
haber compensación. Alguien debe rezar y sacrificarse por los que no lo hacen.
Si no se estableciera ese equilibrio espiritual la tierra sería destrozada por
el maligno". Santa Clara aportó de una manera generosa a este equilibrio.
Milagros de Santa Clara
Santa Clara: La Eucaristía ante los sarracenos
En 1241
los sarracenos atacaron la ciudad de Asís. Cuando se acercaban a atacar el
convento que está en la falda de la loma, en el exterior de las murallas de
Asís, las monjas se fueron a rezar muy asustadas y Santa Clara que era
extraordinariamente devota al Santísimo Sacramento, tomó en sus manos la
custodia con la hostia consagrada y se les enfrentó a los atacantes. Ellos
experimentaron en ese momento tan terrible oleada de terror que huyeron
despavoridos.
En otra
ocasión los enemigos atacaban a la ciudad de Asís y querían destruirla. Santa
Clara y sus monjas oraron con fe ante el Santísimo Sacramento y los atacantes
se retiraron sin saber por qué.
El milagro de la multiplicación de los panes
Cuando
solo tenían un pan para que comieran cincuenta hermanas, Santa Clara lo bendijo
y, rezando todas un Padre Nuestro, partió el pan y envió la mitad a los
hermanos menores y la otra mitad se la repartió a las hermanas. Aquel pan se
multiplicó, dando a basto para que todas comieran. Santa Clara dijo:
"Aquel que multiplica el pan en la Eucaristía, el gran misterio de fe,
¿acaso le faltará poder para abastecer de pan a sus esposas pobres?"
En una
de las visitas del Papa al Convento, dándose las doce del día, Santa Clara
invita a comer al Santo Padre pero el Papa no accedió. Entonces ella le pide
que por favor bendiga los panes para que queden de recuerdo, pero el Papa
respondió: "quiero que seas tu la que bendigas estos panes". Santa
Clara le dice que sería como un irespeto muy grande de su parte hacer eso
delante del Vicario de Cristo. El Papa, entonces, le ordena bajo el voto de
obediencia que haga la señal de la Cruz. Ella bendijo los panes haciéndole la
señal de la Cruz y al instante quedó la Cruz impresa sobre todos los panes.
Larga agonía
Santa
Clara estuvo enferma 27 años en el convento de San Damiano, soportando todos
los sufrimientos de su enfermedad con paciencia heroica. En su lecho bordaba,
hacía costuras y oraba sin cesar. El Sumo Pontífice la visitó dos veces y
exclamó "Ojalá yo tuviera tan poquita necesidad de ser perdonado como la
que tiene esta santa monjita".
Cardenales y obispos iban a visitarla y a pedirle sus consejos.
San
Francisco ya había muerto pero tres de los discípulos preferidos del santo,
Fray Junípero, Fray Angel y Fray León, le leyeron a Clara la Pasión de Jesús
mientras ella agonizaba. La santa repetía: "Desde que me dediqué a pensar
y meditar en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, ya los dolores y
sufrimientos no me desaniman, sino que me consuelan".
El 10 de
agosto del año 1253 a los 60 años de edad y 41 años de ser religiosa, y dos
días después de que su regla sea aprobada por el Papa, se fue al cielo a
recibir su premio. En sus manos, estaba la regla bendita, por la que ella dio
su vida.
Cuando
el Señor ve que el mundo está tomando rumbos equivocados o completamente
opuestos al Evangelio, levanta mujeres y hombres para que contrarresten y
aplaquen los grandes males con grandes bienes.
Podemos
ver claramente en la Orden Franciscana, en su carisma, que cuando el mundo
estaba siendo arrastrado por la opulencia, por la riqueza, las injusticias
sociales etc., suscita en dos jóvenes de las mejores familias el amor valiente
para abrazar el espíritu de pobreza, como para demostrar de una manera radical
el verdadero camino a seguir que al mismo tiempo deja al descubierto la obra de
Satanás, aplastándole la cabeza. Ellos
se convirtieron en signo de contradicción para el mundo y a la vez, fuente
donde el Señor derrama su gracia para que otros reciban de ella.
El Señor
en su gran sabiduría y siendo el buen Pastor que siempre cuida de su pueblo y
de su salvación, nunca nos abandona y manda profetas que con sus palabras y sus
vidas nos recuerdan la verdad y nos muestran el camino de regreso a El. Los
santos nos revelan nuestros caminos torcidos y nos enseñan como rectificarlos.
Tras los pasos de Santa Clara en Asís
En la
Basílica de Sta. Clara encontramos su cuerpo incorrupto y muchas de sus
reliquias.
En el
convento de San Damiano, se recorren los pasillos que ella recorrió. Se entra
al cuarto donde ella pasó muchos años de su vida acostada, se observa la
ventana por donde veía a sus hijas. También se conservan el oratorio, la
capilla, y la ventana por donde expulsó a los sarracenos con el poder de la
Eucaristía.
Hoy las
religiosas Clarisas son aproximadamente 18.000 en 1.248 conventos en el mundo.
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