23 DE AGOSTO - MIÉRCOLES –
20ª - SEMANA DEL T. O. - A
Evangelio según san Mateo 20, 1-16
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
"El Reino de Cielos se parece a un propietario que al amanecer
salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un
denario por jornada, los mandó a la viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la
plaza sin trabajo, y les dijo:
"Id también vosotros a mi viña y os pagare debido".
Ellos fueron.
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo.
Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:
"¿Cómo estáis aquí el día entero sin trabajar?"
Le respondieron:
"Nadie nos ha contratado"
Él les dijo:
"Id también vosotros a mi viña".
Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz:
"Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por
los últimos y acabando por los primeros'.
Vinieron los del atardecer recibieron un denario cada uno.
Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero
ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar
contra el amo:
"Estos últimos han trabajado solo una hora y los has
tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y del bochorno".
Él replicó a uno de ellos:
"Amigo, no te hago ninguna injusticia.
- ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero
darle a este último igual que a ti.
- ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis
asuntos?
- ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?"
Así, los últimos serán los primeros y los primeros los
últimos".
1. La
economía actual, y las leyes laborales establecidas, nos han organizado la cabeza
de manera que las relaciones laborales tienen hoy más importancia
(para
mucha gente) que las relaciones humanas. Es más, abundan las personas que
supeditan las relaciones humanas a las relaciones laborales.
Por otra parte, las relaciones laborales están
pensadas y programadas a partir de la productividad y en función de ella. Y,
sobre todo, las relaciones laborales están al servicio de la ganancia. O sea,
"lo humano" al servicio de "la economía".
Mientras que las relaciones humanas son, por naturaleza,
formas de relación interpersonal que se cultivan a partir del afecto, la
amistad, la simpatía y sobre todo la bondad y el amor. Cuando todo esto se usa
(y abusa) para acumular riqueza, nuestra humanidad queda destrozada.
2. Un
país funciona bien si las relaciones laborales marchan bien. Es decir, si la
gente tiene una conciencia profesional correcta, rinde en su trabajo, hace bien
las cosas. Y si los patronos pagan lo que es justo, no se aprovechan de nadie.
Y, por tanto, hay bienestar social y la economía produce lo más posible para la
mayor cantidad de gente posible.
Pero un país se compone de seres humanos. Y los
seres humanos, además de trabajar y producir, y además de ganar dinero para
vivir, necesitamos afecto, amistad,
respeto, tolerancia, cariño, ternura, sentirnos a gusto con aquellos a
quienes queremos y que nos quieren.
Aparte de que el Homo sapiens es también Homo ludens,
que necesita, además de alimento y salud, cultura y deporte, juego, fiesta,
felicidad compartida.
3. Esta
parábola es una enseñanza maravillosa sobre Dios, representado en el dueño de
la viña. Dios es Padre. Y un buen padre no se relaciona con sus hijos en
función del rendimiento y las ganancias, sino que -si es un padre bueno de
verdad- quiere a sus hijos, sea cual sea el rendimiento económico que le
aporten. Porque un "padre" no
es un "patrón.
Pero, además de esta gran lección sobre Dios,
la parábola nos enseña también lo que debe ser el "criterio preferencial"
de nuestra vida: no debe ser el "beneficio" mío, sino la "bondad"
con todos. De ahí, el criterio desconcertante del patrono que, en lugar de
"recortes", lo que hace es acabar con las desigualdades, empezando
por
"los últimos".
Stª Rosa de Lima
(Isabel Flores de Oliva; Lima,
1586 - 1617)
Religiosa
peruana de la orden de los dominicos que fue la primera santa de América. Tras
haber dado signos de una intensa precocidad espiritual, a los veinte años tomó
el hábito de terciaria dominica, y consagró su vida a la atención de los
enfermos y niños y a las prácticas ascéticas, extendiéndose pronto la fama de
su santidad.
Santa Rosa de Lima (óleo de Murillo, c. 1670)
Venerada
ya en vida por sus visiones místicas y por los milagros que se le atribuyeron,
en poco más de medio siglo fue canonizada por la Iglesia católica, que la
declaró patrona de Lima y Perú, y poco después de América, Filipinas e Indias
Orientales.
Biografía
Santa Rosa
de Lima nació el 20 de abril de 1586 en la vecindad del hospital del Espíritu
Santo de la ciudad de Lima, entonces capital del virreinato del Perú. Era hija
de Gaspar Flores (un arcabucero de la guardia virreinal natural de San Juan de
Puerto Rico) y de la limeña María de Oliva, que en el curso de su matrimonio
dio a su marido otros doce hijos. Recibió bautismo en la parroquia de San
Sebastián de Lima, siendo sus padrinos Hernando de Valdés y María Orozco.
En
compañía de sus numerosos hermanos, la niña Rosa se trasladó al pueblo serrano
de Quives (localidad andina de la cuenca del Chillón, cercana a Lima) cuando su
padre asumió el empleo de administrador de un obraje donde se refinaba mineral
de plata. Las biografías de Santa Rosa de Lima han retenido vivamente el hecho
de que en Quives, que era doctrina de frailes mercedarios, la futura santa
recibió en 1597 el sacramento de la confirmación de manos del arzobispo de
Lima, Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, quien efectuaba una visita pastoral
en la jurisdicción.
Aunque
había sido bautizada como Isabel Flores de Oliva, en la confirmación recibió el
nombre de Rosa, apelativo que sus familiares empleaban prácticamente desde su
nacimiento por su belleza y por una visión que tuvo su madre, en la que el
rostro de la niña se convirtió en una rosa. Santa Rosa asumiría definitivamente
tal nombre más tarde, cuando entendió que era "rosa del jardín de
Cristo" y adoptó la denominación religiosa de Rosa de Santa María.
Ocupándose
de la "etapa oscura" en la biografía de Santa Rosa de Lima, que
corresponde precisamente a sus años de infancia y primera adolescencia en
Quives, Luis Millones ha procurado arrojar nueva luz mediante la interpretación
de algunos sueños que recogen los biógrafos de la santa. Opina Millones que ésa
pudo ser la etapa más importante para la formación de su personalidad, no obstante,
el hecho de que los autores han preferido hacer abstracción del entorno
económico y de las experiencias culturales que condicionaron la vida de la
familia Flores-Oliva en la sierra, en un asiento minero vinculado al meollo de
la producción colonial. Probablemente esa vivencia (la visión cotidiana de los
sufrimientos que padecían los trabajadores indios) pudo ser la que dio a Rosa
la preocupación por remediar las enfermedades y miserias de quienes creerían
luego en su virtud.
En Lima
Ya desde
su infancia se había manifestado en la futura santa su vocación religiosa y una
singular elevación espiritual. Había aprendido música, canto y poesía de la
mano de su madre, que se dedicaba a instruir a las hijas de la nobleza. Se
afirma que estaba bien dotada para las labores de costura, con las cuales
ayudaría a sostener el presupuesto familiar. Con el regreso de la familia a la
capital peruana, pronto destacaría por su abnegada entrega a los demás y por
sus extraordinarios dones místicos.
Por aquel
entonces, Lima vivía un ambiente de efervescencia religiosa al que no fue ajeno
Santa Rosa: era una época en que abundaban las atribuciones de milagros,
curaciones y todo tipo de maravillas por parte de una población que ponía gran
énfasis en las virtudes y el ideal de vida cristiano. Alrededor de sesenta
personas fallecieron en "olor de santidad" en la capital peruana
entre finales del siglo XVI y mediados del XVIII. Ello originó una larga serie
de biografías de santos, beatos y siervos de Dios, obras muy parecidas en su
contenido, regidas por las mismas estructuras formales y por análogas
categorías de pensamiento.
Santa Rosa
de Lima (detalle de un óleo de Claudio Coello, 1683)
En la
adolescencia, Santa Rosa se sintió atraída con singular fuerza por el modelo de
la dominica Santa Catalina de Siena (mística toscana del siglo XIV); siguiendo
su ejemplo, se despojó de su atractiva cabellera e hizo voto de castidad
perpetua, contrariando los planes de sus padres, cuya idea era casarla. Tras
mucha insistencia, los padres desistieron de sus propósitos y le permitieron
seguir su vida espiritual. Quiso ingresar en la orden dominica, pero al no
haber ningún convento de la orden en la ciudad, en 1606 tomó el hábito de
terciaria dominica en la iglesia limeña de Santo Domingo.
Nunca
llegaría a recluirse en un convento; Rosa siguió viviendo con sus familiares,
ayudando en las tareas de la casa y preocupándose por las personas necesitadas.
Bien pronto tuvo gran fama por sus virtudes, que explayó a lo largo de una vida
dedicada a la educación cristiana de los niños y al cuidado de los enfermos;
llegó a instalar cerca de su casa un hospital para poder asistirlos mejor. En
estos menesteres ayudó al parecer a un fraile mulato que, como ella, estaba
destinado a ser elevado a los altares: San Martín de Porres.
Fueron muy
contadas las personas con quienes Rosa llegó a tener alguna intimidad. En su
círculo más estrecho se hallaban mujeres virtuosas como doña Luisa Melgarejo y
su grupo de "beatas", junto con amigos de la casa paterna y allegados
al hogar del contador Gonzalo de la Maza. Los confesores de Santa Rosa de Lima
fueron mayormente sacerdotes de la congregación dominica. También tuvo trato
espiritual con religiosos de la Compañía de Jesús. Es asimismo importante el
contacto que desarrolló con el doctor Juan del Castillo, médico extremeño muy
versado en asuntos de espiritualidad, con quien compartió las más secretas
minucias de su relación con Dios. Dichos consejeros espirituales ejercieron
profunda influencia sobre Rosa.
No
sorprende desde luego que su madre, María de Oliva, abominase de la cohorte de
sacerdotes que rodeaban a su piadosa hija, porque estaba segura de que los
rigores ascéticos que ella misma se imponía eran "por ser de este parecer,
ignorante credulidad y juicio de algunos confesores", según recuerda un
contemporáneo. La conducta estereotipada de Santa Rosa de Lima se hace más
evidente aun cuando se repara en que, por orden de sus confesores, anotó las
diversas mercedes que había recibido del Cielo, componiendo así el panel
titulado Escala espiritual. No se conoce mucho acerca de las lecturas de Santa
Rosa, aunque es sabido que encontró inspiración en las obras teológicas de Fray
Luis de Granada.
Últimos años
Hacia
1615, y con la ayuda de su hermano favorito, Hernando Flores de Herrera,
construyó una pequeña celda o ermita en el jardín de la casa de sus padres.
Allí, en un espacio de poco más de dos metros cuadrados (que todavía hoy es
posible apreciar), Santa Rosa de Lima se recogía con fruición a orar y a hacer
penitencia, practicando un severísimo ascetismo, con corona de espinas bajo el
velo, cabellos clavados a la pared para no quedarse dormida, hiel como bebida,
ayunos rigurosos y disciplinas constantes.
Los desposorios místicos de Santa Rosa de Lima
(1691), de Nicolás Correa
Sus
biógrafos cuentan que sus experiencias místicas y estados de éxtasis eran muy
frecuentes. Según parece, semanalmente experimentaba un éxtasis parecido al de
Santa Catalina de Ricci, su coetánea y hermana de hábito; se dice que cada jueves
por la mañana se encerraba en su oratorio y no volvía en sí hasta el sábado por
la mañana. Se le atribuyeron asimismo varios dones, como el de la profecía
(según la tradición, profetizó su muerte un año antes); la leyenda sostiene que
incluso salvó a la capital peruana de una incursión de los piratas.
Santa Rosa
de Lima sufrió en ese tiempo la incomprensión de familiares y amigos y padeció
etapas de hondo vacío, pero todo ello fructificó en una intensa experiencia
espiritual, llena de éxtasis y prodigios, como la comunicación con plantas y
animales, sin perder jamás la alegría de su espíritu (aficionado a componer
canciones de amor con simbolismo místico) y la belleza de su rostro. Llegó así
a alcanzar el grado más alto de la escala mística, el matrimonio espiritual: la
tradición cuenta que, en la iglesia de Santo Domingo, vio a Jesús, y éste le
pidió que fuera su esposa. El 26 de marzo de 1617 se celebró en la iglesia de
Santo Domingo de Lima su místico desposorio con Cristo, siendo Fray Alonso
Velásquez (uno de sus confesores) quien puso en sus dedos el anillo simbólico
en señal de unión perpetua.
Con todo
acierto, Rosa había predicho que su vida terminaría en la casa de su bienhechor
y confidente Gonzalo de la Maza (contador del tribunal de la Santa Cruzada), en
la que residió en estos últimos años. Pocos meses después de aquel místico
desposorio, Santa Rosa de Lima cayó gravemente enferma y quedó afectada por una
aguda hemiplejía. Doña María de Uzátegui, la madrileña esposa del contador, la
admiraba; antes de morir, Santa Rosa solicitó que fuese ella quien la
amortajase. En torno a su lecho de agonía se hallaba el matrimonio de la
Maza-Uzátegui con sus dos hijas, doña Micaela y doña Andrea, y una de sus
discípulas más próximas, Luisa Daza, a quien Santa Rosa de Lima pidió que
entonase una canción con acompañamiento de vihuela. La virgen limeña entregó
así su alma a Dios, el 24 de agosto de 1617, en las primeras horas de la
madrugada; tenía sólo 31 años.
El mismo
día de su muerte, por la tarde, se efectuó el traslado del cadáver de Santa
Rosa al convento grande de los dominicos, llamado de Nuestra Señora del
Rosario. Sus exequias fueron imponentes por su resonancia entre la población
capitalina. Una abigarrada muchedumbre colmó las calzadas, balcones y azoteas
en las nueve cuadras que separaban la calle del Capón (donde se encontraba la
residencia de Gonzalo de la Maza) de dicho templo. Al día siguiente, 25 de
agosto, hubo una misa de cuerpo presente oficiada por don Pedro de Valencia,
obispo electo de La Paz, y luego se procedió sigilosamente a enterrar los
restos de la santa en una sala del convento, sin toque de campanas ni ceremonia
alguna, para evitar la aglomeración de fieles y curiosos.
El proceso
que condujo a la beatificación y canonización de Rosa de Lima empezó casi de
inmediato, con la información de testigos promovida en 1617-1618 por el
arzobispo de Lima, Bartolomé Lobo Guerrero. Tras cinco décadas de
procedimiento, el papa Clemente IX la beatificó en 1668, y un año después la
declaró patrona de Lima y de Perú. Su sucesor, Clemente X, la canonizó en 1671;
un año antes la había declarado además patrona principal de América, Filipinas
y las Indias Orientales. La festividad de Santa Rosa de Lima se celebra el 30
de agosto en la mayor parte de los países, pese a que el Concilio Vaticano II
la trasladó al 23 de agosto.
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