17
DE AGOSTO - JUEVES –
19ª
- SEMANA DEL T. O. - A
Evangelio según san Mateo 18, 21-19, 1
En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
"Señor, si mi hermano me ofende, -¿cuántas
veces le tengo que perdonar? -¿Hasta
siete veces?"
Jesús le contesta:
"No te digo hasta siete veces, sino
hasta setenta veces siete".
Y les propuso esta parábola:
"Se parece el Reino de los Cielos a un
rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas,
le presentaron uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar,
el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus
posesiones, y que pagara así.
El empleado, arrojándose a sus pies, le
suplicaba diciendo:
"Ten paciencia conmigo y te lo pagaré
todo".
El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo
dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el empleado aquel encontró
a uno de sus compañeros que le debía cien denarios, y, agarrándole, lo
estrangulaba diciendo:
"Págame lo que me debes'.
El compañero, arrojándose
a sus pies, le rogaba diciendo:
"Ten paciencia conmigo, y te lo
pagaré".
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel
hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron
consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.
Entonces el señor lo llamó y le dijo:
"¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te
la perdoné porque me lo pediste. -¿No debías tú también tener compasión de tu
compañero, como yo tuve compasión de ti?
Y el señor, indignado, lo entregó a los
verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre del
cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano".
Cuando acabó Jesús estos discursos, partió de
Galilea y vino a la región de Judea, al otro lado del Jordán.
1. Esta parábola confirma que, efectivamente, el
texto inmediatamente anterior, el de la liturgia de ayer, se refiere con
seguridad al problema del perdón de los pecados, las ofensas que nos hacemos unos
a otros.
Es importante recordar
que, en el Nuevo Testamento, los diez mandamientos se reducen a siete.
Lo mismo Jesús (Mt
19, 18-19 par) que Pablo (Rom 13, 9) reducen los textos de Ex 20, 13-17 y Deut
5, 17-21 a los mandamientos que se refieren a las
relaciones con los demás y no mencionan los tres
primeros, que se refieren a la relación con Dios.
2. La parábola es una exageración que da miedo.
El término "myrior("miles") es en griego el número máximo. Como
"tálanton" ("talentos") era la unidad
monetaria máxima (W. G. Thompson; cf. Clemente de Alejandría, Paed. 2, 10).
O sea, lo que el rey
le perdonó al primer deudor fue una cantidad máxima, que más no podía ser. Por
eso, aquellos números "conmocionarían a los oyentes".
Era una cantidad que no se podía pagar y que
indicaba, no solo "dinero", sino también "pecado" (U. Luz).
El contraste entre el
primer deudor y el segundo es
tan enorme, que basta pensar en que "un
talento" equivalía a "6.000 denarios".
3. Esto supuesto, lo que más impresiona en la
parábola es cómo los mortales somos de tal manera que tenemos una sensibilidad exagerada a la hora
de valorar el daño que le hacen a cada uno, al tiempo que ni nos damos cuenta
de las barbaridades que, tantas veces, uno mismo les hace a los demás.
Tenemos dos varas de
medir: la propia es enormemente grande; la que aplicamos a los demás es
ridículamente pequeña y, a veces, ni siquiera existe.
4. Esta doble medida, y las conductas tan perversas
que desencadena, son la ruina de la convivencia, de la justicia entre las
personas, las instituciones y los pueblos. Y, por tanto, esto es lo que más nos
aleja de Dios, sin que ni siquiera nos demos cuenta de lo que nos pasa.
Santa
Beatriz de Silva
Estamos
ya en el último siglo de la Reconquista. Los reinos cristianos de la Península
Ibérica se van extendiendo hacia el sur y pasan al África. Una de las últimas
plazas ganadas a los árabes para el reino de Portugal fue Ceuta (1415). El
capitán de esta hazaña y primer gobernador de la ciudad conquistada fue don
Pedro Meneses, conde de Viana y descendiente de los reyes de Castilla. En la
conquista de esta plaza había intervenido también el caballero don Ruy Gómez de
Silva, cuyo ejemplar comportamiento le mereció el aprecio de su capitán, hasta
el punto de ofrecerle en matrimonio a su hija Isabel.
El año
1422 se formó el nuevo hogar Silva-Meneses, en el que vería la luz Beatriz. Su
padre fue este aguerrido caballero, don Ruy Gómez de Silva, tan distinguido en
la cruzada contra los árabes. Su madre, doña Isabel Meneses, procedía de
ilustre sangre real y era la segunda de los cuatro hijos de don Pedro Meneses.
La vida
del nuevo matrimonio transcurrió entre Ceuta y Campo Mayor, cuya alcaidía le
fue concedida a Ruy Gómez de Silva por el rey portugués. Campo Mayor es una
ciudad fronteriza con España, del distrito de Portalegre y diócesis de Evora.
Aunque no faltan historiadores antiguos que dan a Beatriz por nacida en Ceuta,
la tradición del primer convento concepcionista de Toledo considera a Campo
Mayor como la patria de su madre fundadora y en esta villa portuguesa se
conservan los mejores recuerdos de la infancia de Beatriz. Como fecha de su
nacimiento se señala el año 1424.
La madre
de Beatriz, siguiendo la tradición familiar, era muy devota de la Orden de San
Francisco y por ello encomendó la educación religiosa de sus once hijos a los
padres franciscanos, que sembraron en sus almas un amor especial a la
Inmaculada Concepción. El quinto de los hermanos de Beatriz, llamado Juan y
luego Beato Amadeo de Silva, tomó el hábito de San Francisco y fundó la
asociación llamada de los «amadeístas».
Hay una
tradición conservada en Campo Mayor, que es todo un símbolo de la belleza
angelical que distinguía a la joven Beatriz. En una de sus iglesias se venera
un cuadro de la Virgen con la cabeza inclinada y los ojos cerrados, sosteniendo
sobre sus rodillas al Niño. A su lado están arrodillados San Francisco y San
Antonio. Las facciones de esta Virgen, según la tradición, son copia del rostro
candoroso de Beatriz. Su padre quiso tener un cuadro de la Virgen para la
capilla de su residencia y con este fin mandó venir a un pintor italiano. El
artista expuso al padre que el mejor modelo para la Virgen sería su misma hija.
Esta, por obediencia, accedió a ello, pero, poseída de un inocente pudor en
servir de modelo para un cuadro de María Inmaculada, no abrió sus ojos ante el
pintor. Así resultó una imagen de la Virgen sumamente expresiva y delicada,
conocida con el nombre de la «Virgen de los ojos cerrados».
En 1447
Juan II de Castilla contraía matrimonio con Isabel, princesa de Portugal. Esto
dio lugar a que la nueva reina de Castilla pidiese al alcaide de Campo Mayor a
su hija Beatriz como primera dama. Tenía ya entonces veintitrés años, y, al
decir de la Historia manuscrita de 1526, «allende venir de sangre real, era muy
graciosa doncella y excedía a todas las demás de su tiempo en hermosura y
gentileza». La corte de Castilla residía por entonces en Tordesillas, al oeste
de Valladolid, en plena meseta castellana, junto al río Duero. El ambiente
palaciego estaba dominado por intrigas y frivolidades cortesanas de la época.
Estas fueron las espinas que encontró Beatriz en Tordesillas, haciendo más
bella y fragante la flor de su virginidad.
Fuese
por intrigas de algún caballero resentido ante la negativa de Beatriz a sus
pretensiones, fuese por celos de la reina, que llegó a ver en ella una amante
rival, cayó en desgracia de ésta. «Viendo la grande estimación que todos hacían
de la sierva de Dios, la reina hubo celos de ella y del rey, su marido, y
fueron tan grandes que, por quitarla de delante de los ojos, la encerró en un
cofre, donde la tuvo encerrada tres días, sin que en ellos se le diera de comer
y de beber». Fue todo un torbellino de pasión, que quiso tronchar la vida de
esta delicada flor, pero acudió en su defensa la Reina del cielo.
«La
Virgen María se le apareció con hábito blanco y manto azul y el Niño Jesús en
brazos, y, luego de haberla confortado con cariño maternal, le intimó que
fundara en su honor la Orden de la Purísima Concepción, con el mismo hábito
blanco y azul que ella llevaba. Ante tan señalada merced de su Reina y Señora,
Beatriz se ofreció por su esclava y le consagró, rebosante de gratitud, el voto
de su virginidad y le rogó confiadamente la librara de aquella prisión. La
Reina celestial accede sonriente y desaparece».
La
intervención de don Juan Meneses, tío de Beatriz, hizo que la reina Isabel
abriese el cofre pasados tres días, esperando que su dama fuese ya cadáver. La
sorpresa de todos fue impresionante. Beatriz apareció con más belleza y lozanía
que antes de ser encerrada. Todos adivinaron que la bella dama portuguesa había
sido favorecida en aquellas horas obscuras y tenebrosas con alguna luz especial
del cielo. La Santísima Virgen la había escogido para dama suya. Era preciso
cambiar de palacio. «A los tres días de verse libre del encierro, sin más
dilación, pidió salir de Tordesillas, dirigiéndose a Toledo, acompañada de dos
doncellas.»
Camino
de Toledo tiene lugar, al pasar por un monte, la aparición de dos frailes
franciscanos. Beatriz pensó que eran enviados por la reina para confesarla
antes de morir a manos de un verdugo. «Entonces, declarando ella su pena y
temor, díjole un fraile de aquéllos, que parecía portugués, que no llorase,
porque no solamente no eran ellos mensajeros de su muerte, mas antes la venían
a consolar y la hacían saber que había de ser una de las mayores señoras de
España, y que sus hijos serían nombrados en toda la cristiandad. A esto
respondió que era doncella y que, con el emperador que la demandase, no se
casaría en ninguna manera, porque tenía hecho voto de limpieza a la Reina del
cielo. Y dijéronle ellos: “Lo que hemos dicho ha de ser”». Sigue describiendo
la Historia anónima de 1526 cómo, después de consolarla, al llegar a una posada
y disponerse para comer, desaparecieron aquellos dos frailes misteriosos, «y
Beatriz creyó firmemente que el Señor le había enviado para consolarla e
instruirla a San Francisco de Asís y a San Antonio de Padua, a los cuales celebró
fiesta en adelante todos los años».
En
Toledo florecían por esta época numerosos monasterios de todas las principales
Órdenes, especialmente cistercienses, dominicas y clarisas. Razones que la
historia no nos ha transmitido hicieron que Beatriz escogiese el monasterio
cisterciense de Santo Domingo de Silos (vulgarmente «El Antiguo»); tal vez
relaciones muy personales con alguna de las religiosas de este monasterio,
perteneciente a la nobleza portuguesa o castellana; tal vez el haber encontrado
en este monasterio las condiciones más a propósito para la vida retirada que
ella pensaba llevar, sin ser religiosa.
En este
vetusto solar de Toledo buscó Beatriz su casita de Nazaret, como «señora de
piso», y en él vivió treinta años dedicados a la oración, al sacrificio y al
desprecio del mundo. «La sierva de Dios fue muy humilde en sus acciones,
despreciando su persona en actos exteriores; ... era su vida heroica y... vivió
treinta años en Santo Domingo, ejercitándose en toda virtud.» Hay un dato muy
significativo que revela su enérgica decisión de romper con el mundo: «Dende
que salió de la corte del rey Don Juan hasta que murió ningún hombre ni mujer
vio su rostro enteramente descubierto, si no fue la reina Doña Isabel (la
Católica) y la que le daba de tocar, porque, aun para comer delante de solas
sus criadas, apenas descubría del todo la boca».
A la
mortificación y vida retirada unía la práctica de la oración prolongada y una
liberalidad magnánima para emplear todos sus bienes en dar culto a Dios y
socorrer al pobre. Con sus rentas hizo labrar un nuevo claustro y la sala
capitular del monasterio donde residía; con ellas favoreció también a cuantos
pobres solicitaron su ayuda. Con el trabajo de sus manos, hilando o bordando,
santificó también los ratos libres.
Mientras
tanto la Providencia iba preparando los acontecimientos para que Isabel la
Católica se interesase por la fundación de la Orden concepcionista. Había sido
proclamada reina en 1474 y algún año después entraba en Toledo; venía a cumplir
la promesa hecha en la batalla de Toro de edificar un templo a San Juan
Evangelista. El lugar escogido está próximo al monasterio donde residía
Beatriz. En todos estos años turbulentos, en medio de campañas guerreras,
cuando la reina venía a Toledo buscaba tiempo para ir a conversar con Beatriz,
la dama que la había mecido en sus brazos cuando niña. En 1479, «con la ayuda
de Dios y de la gloriosa Virgen María, su Madre», se firmó la paz definitiva
entre Castilla y Portugal. Esto pudo ser un motivo especial para que la Reina
Católica, tan devota de la Inmaculada, apoyase la fundación de la Orden
concepcionista, que la Virgen había confiado a Beatriz. Por estos años «se dice
que se le apareció (a Beatriz) la Madre de Dios otra vez, distinta de la
referida del cofre, volviéndola a mostrar cómo había de ser el hábito que
traerían sus monjas».
El año
1484 Isabel la Católica concertaba con Beatriz la donación de unas casas de los
palacios reales de Galiana, junto a la muralla norte de Toledo. Le donaba
también la capilla adjunta, dedicada a Santa Fe por la reina Doña Constanza,
esposa de Alfonso VI. Con doce compañeras (entre ellas una sobrina) pasó
Beatriz a ocupar esta nueva mansión toledana. «En esta casa entró tan
desacomodada con gran alegría, y dio orden de irla fabricando al modo necesario
para que pudiese ser convento de religiosas.»
Cinco
años pasó Beatriz echando los cimientos de la Orden concepcionista, bajo la
protección de Santa Fe. El nombre de esta santa francesa decía muy bien con la
fe que había demostrado Beatriz desde que salió de Tordesillas. Isabel la
Católica se serviría del patrocinio de esta misma Santa en la conquista de
Granada, con una fe paralela a la de Beatriz.
La
aprobación de la Orden concepcionista, pedida al Papa por mediación de la Reina
Católica, era firmada por Inocencio VIII el 30 de abril de 1489. En este mismo
día se presentó en el torno del convento provisional de Santa Fe un personaje
misterioso, preguntando por doña Beatriz de Silva y comunicándola la firma de
la bula por el Papa. «De esta manera lo supo ella en Toledo, cuando se otorgó
en Roma, por revelación divina y creyó, sin duda, que este mensajero era San
Rafael, porque desde que supo decir el Avemaría le había sido muy devota y le
rezaba cada día alguna cosa en especial.»
Tres
meses más tarde llega a Toledo la noticia de que la bula se había ido al fondo
del mar, por haber naufragado la nave donde venía. «De esto recibió grandísima
tristeza, y con mucha ansia de su corazón no hizo tres días sino llorar. Al
cabo de ellos fue a abrir un cofre para cierta cosa necesaria, y, no sin mucha
maravilla, halló allí la dicha bula encima de todo.» Toda la ciudad de Toledo
se asoció con gran júbilo a la procesión en que se trasladó la «bula del
milagro» desde la catedral al convento de Santa Fe. Tuvieron lugar todos estos
festejos en los primeros días del mes de agosto de 1491. Actuó en la procesión,
misa pontifical y sermón el insigne padre franciscano Francisco García de
Quijada, obispo de Guadix, y anunció que a los quince días tendría lugar en la
capilla de Santa Fe la toma de hábitos y velos por Beatriz y sus compañeras.
Pero...
«a los cinco días, estando (Beatriz) puesta en muy devota oración en el coro,
aparecióle la Virgen sin mancilla..., la cual le dijo: “Hija, de hoy en diez
días has de ir conmigo, que no es nuestra voluntad que goces acá en la tierra
de esto que deseas”». El mismo día 16 de agosto, que se había acordado para la
toma de hábitos, tuvo lugar la tranquila muerte de Beatriz. El mismo padre
confesor le impuso el hábito y velo concepcionistas y recibió su profesión
religiosa.
«Al tiempo
de su muerte fueron vistas dos cosas maravillosas: la una fue que, como le
quitaron del rostro el velo para darle la unción, fue tanto el brillo que de su
rostro salió que todos quedaron espantados; la otra fue que en mitad de la
frente le vieron una estrella, la cual estuvo allí puesta hasta que expiró, y
daba tan gran luz y resplandor como la luna cuando más luce, de lo cual fueron
testigos seis religiosos de la Orden de San Francisco». Había sido escogida
como estrella para guiar a generaciones de vírgenes, que consagrarían a Dios su
amor y su pureza, en honor de María Inmaculada. Se iba al cielo para guiarlas
mejor desde allí.
«Siendo
viva esta señora doña Beatriz y yendo una vez a maitines, según acostumbraba,
halló la lámpara del Santísimo Sacramento muerta, y poniéndose en oración,
vióla manifiestamente encender, no viendo quién la encendía; tras esto oyó una
voz, según ella después lo descubrió, que bajamente le dijo: “Tu Orden ha de
ser como esto que has visto, que toda ha de ser deshecha por tu muerte, mas
como la Iglesia de Dios fue perseguida al principio, pero después floreció y
fue muy ensalzada, así ella florecerá y será multiplicada por todas las partes
del mundo, tanto que en su tiempo no se edificará casa alguna de otra Orden”».
Así
sucedió, en efecto. Recién fallecida, se apareció Beatriz en Guadalajara al
padre fray Juan de Tolosa, franciscano, diciéndole que se encaminase a Toledo
para defender su Orden. Las religiosas de Santo Domingo pretendían que fuese
enterrado en su monasterio el cuerpo de Beatriz y que se fusionasen con ellas
sus compañeras, en vez de llevar adelante la nueva Orden concepcionista. La
intervención del padre Tolosa evitó la extinción de la incipiente Orden. Cuatro
años después surgió una nueva tempestad al fusionarse el vecino monasterio de
monjas benedictinas de San Pedro de las Dueñas con el de Santa Fe y tener lugar
grandes desavenencias. La abadesa de Santa Fe, madre Felipa de Silva, sobrina
de Beatriz, resolvió abandonar su convento y trasladarse al de religiosas
dominicas de la Madre de Dios, en la misma ciudad, llevándose consigo las
reliquias de su venerable tía. Otro fraile franciscano, el cardenal Cisneros,
volvió a encender la lamparilla de la Orden concepcionista, trasladando el
convento de Santa Fe al que habían ocupado los frailes franciscanos, muy
próximo a él, y apoyando la fundación de nuevos conventos concepcionistas.
A este
último convento fueron trasladadas definitivamente las venerables reliquias de
Beatriz, comenzando a recibir culto público poco después de su muerte. El afán
por poseerlas es una buena prueba de ello. Los menologios de la Orden
franciscana, cisterciense y benedictina la dan el título de «Beata». Abundan
los relatos de favores milagrosos obtenidos por su intercesión. El año 1924 el
papa Pío XI confirmó el culto inmemorial tributado a Beatriz como a Beata, con
lo que nuevamente podía recibir culto público después de las normas
prohibitivas de Urbano VIII en el siglo XVI. Reanudada la causa de canonización
por Pío XII, todas sus hijas esperan venerarla pronto como Santa. [Esa
esperanza se convirtió en realidad el 3 de octubre de 1976, cuando Pablo VI la
canonizó solemnemente]. Después de más de cuatro siglos de existencia, y a pesar
de las grandes pruebas por las que ha tenido que pasar la vida de clausura, aún
conserva la Orden concepcionista más de 120 conventos diseminados por Europa y
América Latina; de ellos corresponden a España más de 90. Esta es la gran
gloria de la Beata Beatriz de Silva, adalid de la Inmaculada varios siglos
antes de su definición dogmática.
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