12
DE AGOSTO - SÁBADO -
18ª
- SEMANA DEL T. O. - A
Evangelio según san Mateo 17, 14-20
En aquel tiempo, se acercó
a Jesús un hombre, que le dijo de rodillas:
"Señor, ten compasión de mi hijo, que
tiene epilepsia y le dan ataques: muchas veces se cae en el fuego o en el agua.
Se lo he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo.
Jesús contestó:
"¡Gente sin fe y perversa!
- ¿Hasta
cuándo os tendré que soportar? Traédmelo"
Jesús increpó al demonio, y salió; en aquel
momento se curó el
niño.
Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron
aparte:
"¿Y por qué no pudimos echarlo
nosotros?"
Les contestó:
"Por vuestra poca fe".
Os aseguro que, si fuera vuestra fe como un
grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría.
Nada os sería imposible".
1. La curación de este enfermo de epilepsia,
"enfermedad sagrada" que, según creencias de la Antigüedad, podía ser
causada por la diosa Selene y
coincidía con las fases de la luna (E. Lesky —
J. H. Waszink), indica que el evangelio de Mateo despacha las curaciones de
endemoniados lo más brevemente
posible y sin demasiado entusiasmo. En todo caso, cuando los evangelios relatan
curaciones prodigiosas, nos encontramos con dos hechos, que son tan reales el
uno como el otro.
El primer hecho es
que no sabemos si estos relatos de prodigios sucedieron tal como se nos cuentan
y describen; o más bien, lo que hay en estos relatos es un género literario,
que nos remite al segundo hecho, que es la incansable preocupación de Jesús por
la salud, por la defensa de la vida, por la felicidad de las personas más
limitadas o desamparadas.
2. Si tenemos en
cuenta estos dos hechos, nos encontramos con que el primero es inseguro y, por
tanto, discutible. Mientras que el segundo es incuestionable. Porque, si algo
nos dicen las tan repetidas curaciones de enfermos, incluso a costa de saltarse
las leyes religiosas establecidas, eso nos está diciendo a gritos que lo
primero y lo más determinante, en nuestras vidas, no debe ser "lo prodigioso",
sino sobre todo "lo solidario". Que es tanto como decir: lo que
importa no es hacer cosas prodigiosas, sino ser sensibles al sufrimiento de quienes
nos rodean y de tantos desamparados que vamos encontrando por la vida.
3. - ¿La fe traslada montañas de verdad y efectivamente?
Esto no ha sucedido
jamás.
Entonces, - ¿Jamás ha
existido gente con fe?
Es evidente que Jesús
no quiso decir que una persona creyente, por la fuerza de su fe, va a trasladar
una montaña de un sitio a otro.
Lo que Jesús,
seguramente, quiso afirmar es que la fe en Dios y la fe en Jesús es una fuerza
que cambia situaciones, que a nosotros nos parecen (o las vemos como)
situaciones inamovibles.
La fe en el Evangelio
es una fuerza incontenible, que mueve o cambia lo que nos parece o lo que vemos
como "una montaña".
A quienes tienen fe
de verdad, firme y sólida, nada ni nadie se les resiste. Esto es lo más
importante que nos deja este relato.
Quienes viven esta
convicción, nada ni nadie se les resiste. Por ejemplo, si nuestra fe fuera como
la veía Jesús, - ¿podríamos los creyentes -o podría la Iglesia- modificar y
mejorar la actual situación de Europa, de la economía o de la política
internacional?
- ¿No tendríamos que
tomar en serio esta pregunta?
Stª.
Juana Francisca de Chantal
Santa Juana Francisca Fremiot nació en Dijon,
Francia, el 23 de enero, de 1572, nueve años después de finalizado el Concilio
de Trento. De esta manera, estaba destinada a ser uno de los grandes santos que
el Señor levantó para defender y renovar a la Iglesia después del caos causado
por la división de los protestantes. Santa Juana fue contemporánea de S. Carlos
Borromeo de Italia, de Sta. Teresa de Ávila y S. Juan de la Cruz de España, de
S. Juan Eudes y de sus compatriotas, el Cardenal de Berulle, el Padre Olier y
sus dos renombrados directores espirituales, San Francisco de Sales y San
Vicente de Paúl. En el mundo secular,
fue contemporánea de Catalina de Medici, del Rey Luis XIII, Richelieu, Mary
Stuart, la Reina Isabel y Shakespeare. Murió en Moulins el 13 de diciembre, de
1641.
Su madre murió cuando tenía tan solo dieciocho meses
de vida. Su padre, hombre distinguido, de recia personalidad y una gran fe, se
convirtió así en la mayor influencia de su niñez. A los veintiún años se casó
con el Barón Christophe de Rabutin-Chantal, de quien tuvo seis hijos. Dos de
ellos murieron en la temprana niñez. Un varón y tres niñas sobrevivieron. Tras
siete años de matrimonio ideal, su esposo murió en un accidente de cacería.
Ella educó a sus hijos cristianamente.
En el otoño de 1602, el suegro de Juana la forzó a
vivir en su castillo de Monthelon, amenazándola con desheredar a sus hijos si
se rehusaba. Ella pasó unos siete años bajo su errática y dominante custodia,
aguantando malos tratos y humillaciones. En 1604, en una visita a su padre,
conoció a San Francisco de Sales. Con esto comenzó un nuevo capítulo en su
vida.
Bajo la brillante dirección espiritual de San
Francisco de Sales, nuestra Santa creció en sabiduría espiritual y auténtica
santidad. Trabajando juntos, fundaron la Orden de la Visitación de Annecy en
1610. Su plan al principio fue el de establecer un instituto religioso muy
práctico algo similar al de las Hijas de la Caridad, de S. V. de Paúl. No
obstante, bajo el consejo enérgico e incluso imperativo del Cardenal de
Marquemont de Lyons, los santos se vieron obligados a renunciar al cuidado de
los enfermos, de los pobres y de los presos y otros apostolados para establecer
una vida de claustro riguroso. El título oficial de la Orden fue la Visitación
de Santa María.
Sabemos que cuando la Santa, bajo la guía espiritual
de S. Francisco de Sales, tomó la decisión de dedicarse por completo a Dios y a
la vida religiosa, repartió sus joyas valiosas y sus pertenencias entre sus
allegados y seres queridos con abandono amoroso. De allí en adelante, estos
preciosos regalos se conocieron como "las Joyas de nuestra Santa."
Gracias a Dios que ella dejó para la posteridad joyas aún más preciosas de
sabiduría espiritual y edificación religiosa.
A diferencia de Sta. Teresa de Ávila y de otros
santos, Juana no escribió sus exhortaciones, conferencias e instrucciones, sino
que fueron anotadas y entregadas a la posteridad gracias a muchas monjas fieles
y admiradoras de su Orden.
Uno de los factores providenciales en la vida de Sta.
Juana fue el hecho de que su vida espiritual fuera dirigida por dos de los más
grandes santos todas las épocas, S. Francisco de Sales y S. Vicente de Paúl.
Todos los escritos de la Santa revelan la inspiración del Espíritu Santo y de
estos grandiosos hombres. Ellos, a su vez, deben haberla guiado a los escritos
de otros grandes santos, ya que vemos que ella les indicaba a sus Maestras de
Novicias que se aseguraran de que los escritos de Sta. Teresa de Ávila se
leyeran y estudiaran en los Noviciados de la Orden.
Santa Juana fue una auténtica contemplativa. Al igual
que Sta. Brígida de Suecia y otros místicos, era una persona muy activa, llena
de múltiples proyectos para la gloria de Dios y la santificación de las almas.
Estableció no menos de ochenta y seis casas de la Orden. Se estima que escribió
no menos de once mil cartas, que son verdaderas gemas de profunda
espiritualidad. Más de dos mil de éstas se conservan todavía. La fundación de
tantas casas en tan pocos años, la forzó a viajar mucho, cuando los viajes eran
un verdadero trabajo.
Sta. Juana le escribió muchas cartas a S. Francisco
de Sales, en búsqueda de guía espiritual. Desafortunadamente, después de la
muerte de S. Francisco la mayoría de las cartas le fueron devueltas a Sta.
Juana por uno de los miembros de la familia de Sales. Como era de esperarse,
ella las destruyó, a causa de su naturaleza personal sagrada. De este modo, el
mundo quedó privado de lo que pudo haber sido una de las mejores colecciones de
escritos espirituales de esta naturaleza.
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