4 DE
AGOSTO - VIERNES –
17a -SEMANA DEL T.O.-A
Evangelio según san Mateo 13, 54-58
En aquel tiempo, fue Jesús a su ciudad y se puso a enseñar en la
sinagoga.
La gente decía admirada:
- "¿De
dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? - ¿No es el hijo del carpintero?
- ¿No es su madre María y sus hermanos
Santiago, José, Simón y Judas? - ¿No
viven aquí todas sus hermanas? Entonces, - ¿de dónde saca todo eso?"
Y desconfiaban de él.
Jesús les dijo:
"Solo en su tierra y en su casa
desprecian a un profeta'.
Y no hizo allí muchos milagros, porque les
faltaba fe.
1. Este breve relato es de singular importancia.
Porque aquí se aportan datos que son de interés para conocer a cualquier
persona:
1) La ciudad o aldea,
en la que se crió, creció y vivió Jesús hasta los treinta años, fue Nazaret.
Por eso se le conoció como el "nazareno" (Mt 2, 23; 4, 13; 21, 11; 26, 71; Mc 1, 9.
24; 10, 47; 14, 67; 16, 6; Lc 1, 26; 2,4. 39. 51; 4, 16. 29. 34; 18, 37; 24,
19; Jn 1,
45. 46; 18, 5. 7; 19, 19; Hech 2, 22; 3, 7...).
2) Su familia fue
gente de condición modesta.
De una familia así,
no se podía esperar ni "sabiduría", ni "poder". De ahí la
extrañeza de sus vecinos. Es muy dudoso que Jesús supiera leer y escribir correctamente (J. P. Meier).
3) El oficio del
padre de Jesús fue "trabajador manual (tékton).
También a eso se dedicó el propio Jesús (Mc 6, 3). Los que convivieron con
Jesús muchos años, no esperaban nada especial de él. Jesús, por tanto, se crió
y se educó en una aldea vulgar de Galilea, una aldea de la que se pensaba que
"no podía salir algo bueno" (Jn 1,46).
Su familia era gente
tan vulgar, que los vecinos no se explicaban que pudiera hacer algo llamativo.
Fue, pues, un hombre
vulgar, al menos en la opinión pública de quienes le conocían desde niño.
2. Jesús tuvo tres hermanos y, por lo menos,
dos hermanas (de ellas se habla en
plural). La palabra que utilizan los evangelios, "adelphós", cuando
se refiere a relaciones de parentesco, indica siempre en el Nuevo Testamento "hermano
carnal".
En esto coinciden los
estudios más competentes que se han hecho sobre este asunto (U. Luz, E. Jenni;
V. Tcherikower-F. M. Heichelheim).
La virginidad
biológica y perpetua de María no es dogma de fe. Eso no le quita ninguna
dignidad a la madre de Jesús. Ni los hermanos de Jesús, como "hermanos
carnales", es un problema que ponga en cuestión la fe de la Iglesia (J.
Gnilka).
Hacer, de un asunto meramente
biológico, un problema teológico, eso es trabajar con una teología muy corta de
luces.
3. Jesús fracasó en su pueblo y no fue valorado
por su familia. Allí no se tenía fe en él. Por eso, entre sus paisanos, apenas
pudo hacer milagros.
Si no colaboraba la
fe de la gente, Jesús no podía curar. Además, para cualquiera es duro darse
cuenta de que su familia no se fía de él.
Jesús, en estas
cuestiones tan personales, pasó por donde pasa mucha gente. Y esto es duro. Por
lo demás,
aquí vemos con claridad que la "vulgaridad
social" de una persona no impide en absoluto que esa persona sea agente de
una profunda "transformación social".
Lo importante no es
el origen, sino la forma de vida.
SAN
JUAN MARIA VIANNEY
El Santo Cura de Ars - Párroco
Año 1859
Santo Cura de Ars: Pide a Dios que nos envíe
siempre buenos párrocos como tú.
Uno de los santos más populares en los últimos tiempos ha sido
San Juan Vianey, llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo que dijo
San Pablo: "Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para
confundir a los grandes".
John Vianey Era un campesino de mente rústica, nacido en
Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la
Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él
y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones
hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque
había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público su religión.
La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años, en una celebración
nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos
de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto de su
viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote, con grave peligro
de muerte, si los sorprendían las autoridades.
Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le
interesaba perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en
el campo. Además, no era fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan
difíciles. Y como estaban en guerra, Napoleón mandó reclutar todos los
muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados
fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el cuartel, pero por el camino,
por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del grupo. Volvió a presentarse,
pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al hospital y cuando al día
siguiente se repuso ya los demás se habían ido. Las autoridades le ordenaron que
se fuera por su cuenta a alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre
que le dijo. "Sígame, que yo lo llevaré a donde debe ir". Lo siguió y
después de mucho caminar se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía
del ejército, y que se encontraban totalmente lejos del batallón.
Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a
contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del
ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y
lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo trabajando escondido por bastante
tiempo, cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo entre el pasto seco,
cada vez que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan
llevaba 14 meses de desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la
culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y Vianey pudo volver otra
vez a su hogar.
Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y
duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: "Es muy buena
persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada". Y lo echaron.
Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San
Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para
poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero
adquirió valor para no dejarse desanimar por las dificultades.
El Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario
y allí recibió a Vianey. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a
este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba, pero su
conducta era tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables
que el buen Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo
llegar al sacerdocio.
Después de prepararlo por tres años, dándole clases todos los
días, el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No
fue capaz de responder a las preguntas que esos profesores tan sabios le iban
haciendo. Resultado: negativa total a que fuera ordenado de sacerdote.
Su gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo
llevó a donde sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba
preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen
criterio, que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus
apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr.
Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianey es
de buena conducta? - Ellos le respondieron: "Es excelente persona. Es un
modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más
santo" "Pues si así es - añadió el prelado - que sea ordenado de
sacerdote, pues, aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios
suplirá lo demás".
Y así el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven
que parecía tener menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que
luego llegó a ser el más famoso párroco de su siglo (4 días después de su
ordenación, nació San Juan Bosco). Los primeros tres años los pasó como vice-párroco
del Padre Balley, su gran amigo y admirador.
Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: "El Sr.
Obispo lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque ¿a
dónde lo va a enviar, que haga un buen papel?".
Y el 9 de febrero de 1818 fue enviado a la parroquia más pobre e
infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían
sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: "Las gentes
de esta parroquia en lo único en que se diferencian de los ancianos, es en que
... están bautizadas". El pueblucho estaba lleno de cantinas y de
bailaderos. Allí estará Juan Vianey de párroco durante 41 años, hasta su
muerte, y lo transformará todo.
El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para
cambiar a las gentes de su desarrapada parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse lo
más posible, y hablar fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues
él reemplazaba esa falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la
oración ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno
de cantinas y bailaderos? Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes
penitencias para convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día
con unas pocas papas cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas,
que le duran hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual
se alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los
bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que
él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí
si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus
feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el
diablo quiere perderlos.
Cuando el Padre Vianey empieza a volverse famoso muchas gentes se
dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones,
y le diga que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve
trayendo noticias malas y buenas.
El prelado le pregunta: "¿Tienen algún defecto los sermones
del Padre Vianey? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos.
Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas:
los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo". -
¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones? - pregunta Monseñor-.
"Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten
y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes".
El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: "Por esa última
cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos".
Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas
leyendo y estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego escribía.
Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los
árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por
horas y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendando al Señor
lo que iba decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se
le olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba
impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.
Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra
el demonio como San Juan Vianey. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al
ver cuantas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin
compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación.
Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez le gritó: "Faldinegro odiado.
Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al
abismo".
Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jóvenes
dijeron que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre
Vianey. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba
a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y
los espantos diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no
se atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo
cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor y decía: "Con el patas
hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches".
Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.
Cuando concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote,
escribieron: "Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque
no tiene ciencia para ese oficio". Pues bien: ese fue su oficio durante
toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí tenían mucha ciencia e
inteligencia. Porque en esto lo que vale son las iluminaciones del Espíritu Santo,
y no nuestra vana ciencia que nos infla y nos llena de tonto orgullo.
Tenía que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el
invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había que apartar turno
con tres días de anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones
impresionantes.
Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de
distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianey. El
último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a
la casa cural había varios hoteles donde se hospedaban los que iban a
confesarse.
A las 12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía
sonar la campana de la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa
hora ya la fila de penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba
hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar
los salmos de su devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete
celebraba el santo oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho
de la mañana se tomara una taza de leche.
De ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de
catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran
palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los oyentes.
A las doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se
afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba
con las limosnas que la gente había traído. Por la calle la gente lo rodeaba
con gran veneración y le hacían consultas.
De una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en
la confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su
pensamiento y les decía los pecados que se les habían quedado sin decir. Era
fuerte en combatir la borrachera y otros vicios.
En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba
a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía
confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: "El confesionario es
el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo". Pero ahí era donde
conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.
Por la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de
nuevo levantarse a las doce de la noche y seguir confesando.
Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió
solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas
y bailaderos.
En Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco
tan santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y
cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los
domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores.
Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras
o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una
carta humildísima pidiéndole perdón por todo, como si el hubiera sido quién
hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo
y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y
él no se la quiso colocar. Decía con humor: "Es el colmo: el gobierno
condecorando a un cobarde que desertó del ejército". Y Dios premió su
humildad con admirables milagros.
El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.
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