28 DE
AGOSTO - LUNES –
21ª - SEMANA DEL T. O. - A
Evangelio según san Mateo 23, 13-22
En aquel
tiempo, habló Jesús diciendo:
"¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que
cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Ni entráis vosotros, ni dejáis
entrar a los que quieren.
¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que devoráis
los bienes de las viudas con pretexto de largas oraciones! Vuestra sentencia
será por eso más severa.
¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que viajáis por
tierra y mar para ganar un prosélito, y cuando lo conseguís, lo hacéis digno
del fuego el doble que vosotros!
¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: ¡Jurar por el templo
no obliga, jurar por el oro del templo sí obliga!
¡Necios y ciegos! ¿Qué, es más, el oro o el templo que consagra el
oro? O también: jurar por el altar no obliga, jurar por la ofrenda que está en
el altar sí obliga. ¡Ciegos! ¿Qué, es más, la ofrenda o el altar que consagra la
ofrenda?
Quien jura por el altar, jura también por todo lo que está sobre
él; quien jura por el templo, jura también por él y por Aquel que lo habita; y
quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y también por el que está sentado
en él".
1. En este
largo discurso de denuncia, que "el profeta Jesús de Nazaret" (Mt 21,
11) profirió contra los dirigentes judíos de su tiempo, se afirman siete
"ayes"
o
malaventuranzas (Mt 23 13-36), que indican lo que Jesús no tolera, al igual que
las ocho bienaventuranzas del sermón del monte (Mt 5, 3-10) definen lo que
Jesús desea, sobre todo.
2. Lo primero
que Jesús denuncia es el comportamiento, en general, de aquellos dirigentes. Y
Jesús denuncia tal comportamiento, no por lo que es en
sí,
sino por la consecuencia que tiene. Es lo peligroso que entraña la conducta de
los dirigentes religiosos: se trata de una conducta que repercute en el destino
definitivo de la gente.
Por supuesto, puede repercutir para bien. Pero,
en
el
caso de los hombres a los que Jesús desenmascara era un comportamiento que
repercutía para mal, para el peor de todos los males: la vida de aquellos clérigos
le cerraba a la gente la puerta de su salvación, de su esperanza.
3. La denuncia
de Mt 23,14 es una interpolación tardía, tomada de Mc 12, 40 y Lc 20, 47. Rechaza
lo que tantas veces hacen los "hombres de la religión" cuando venden
sus rezos para sacarle dinero a la gente.
Baste pensar ahora en la venta de misas, bodas,
bautizos...
La tercera denuncia acusa el afán de proselitismo,
que tenían algunos de aquellos dirigentes religiosos. Jesús no puso reparos al
esfuerzo misionero. Lo que reprocha es que a los conversos los sometían a sus
observancias y así los hacían tan fanáticos como eran ellos.
Por último, Jesús condena la casuística de los
juramentos religiosos, que habían degenerado en auténticas contradicciones.
Cuando una persona se somete a esas extrañas casuísticas, además de hacer el
ridículo, lo peor que hacen es presentar una imagen ridícula y absurda de Dios.
SAN AGUSTIN
Obispo de Hipona y Doctor
de la iglesia (354-430)
Uno de los cuatro doctores
mas reconocidos de la Iglesia Latina.
Llamado "Doctor de la
Gracia".
BIOGRAFÍA DE SAN AGUSTÍN - 354-430
Una de las autobiografías más famosas del mundo, las Confesiones
de San Agustín, comienza de esta manera: “Grande eres Tú, Oh Señor, digno de
alabanza … Tu nos has creado para Ti, Oh Señor, y nuestros corazones estarán
errantes hasta que descansen en Ti” (Confesiones, Capítulo 1). Durante mil
años, antes de la publicación de la Imitación de Cristo, Confesiones fue el
manual más común de la vida espiritual. Dicho libro ha tenido más lectores que
cualquiera de las otras obras de San Agustín. El mismo escribió sus Confesiones
diez años después de su conversión, y luego de ser sacerdote durante ocho años.
En el libro, San Agustín se confiesa con Dios, narrando el escrito dirigido al
Señor. San Agustín le admite a Dios: “Tarde te amé, Oh Belleza siempre antigua,
siempre nueva. Tarde te amé” (Confesiones, Capítulo 10). Muchos aprenden a través de su autobiografía
a acercar sus corazones al corazón de Dios, el único lugar en donde encontrar
la verdadera felicidad … ¿Quién fue este ‘pecador que llegó a ser un santo’ en
la Iglesia?
Los primeros años
San Agustín nació en África del
Norte en 354, hijo de Patricio y Santa Mónica. Él tuvo un hermano y una
hermana, y todos ellos recibieron una educación cristiana. Su hermana llegó a
ser abadesa de un convento y poco después de su muerte San Agustín escribió una
carta dirigida a su sucesora incluyendo consejos acerca de la futura dirección
de la congregación. Esta carta llego a ser posteriormente la base para la
“Regla de San Agustín”, en la cual San Agustín es uno de los grandes fundadores
de la vida religiosa.
Patricio, el padre de San Agustín fue pagano hasta poco antes de
su muerte, lo cual fue una respuesta a las fervientes oraciones de su esposa,
Santa Mónica, por su conversión. Ella también oró mucho por la conversión de su
entonces caprichoso hijo, San Agustín. San Agustín dejó la escuela cuando tenía
diez y seis años, y mientras se encontraba en esta situación se sumergió en
ideas paganas, en el teatro, en su propio orgullo y en varios pecados de
impureza. Cuando tenía diez y siete años inició una relación con una joven con
quien vivió fuera del matrimonio durante aproximadamente catorce años. Aunque
no estaban casados, ellos se guardaban mutua fidelidad. Un niño llamado Adeodatus nació de su unión,
quien falleció cuando estaba próximo a los veinte años. San Agustín enseñaba
gramática y retórica en ese entonces, y era muy admirado y exitoso. Desde los
19 hasta los 28 años, para el profundo pesar de su madre, San Agustín
perteneció a la secta herética de los Maniqueos. Entre otras cosas, ellos
creían en un Dios del bien y en un Dios del mal, y que solo el espíritu del
hombre era bueno, no el cuerpo, ni nada proveniente del mundo material.
La conversión de San Agustín
A través de la poderosa intercesión
de su madre Santa Mónica, la gracia triunfó en la vida de San Agustín. El mismo
comenzó a asistir y a ser profundamente impactado por los sermones de San
Ambrosio en el cristianismo. Asimismo, leyó la historia de la conversión de un
gran orador pagano, además de leer las epístolas de San Pablo, lo cual tuvo un
gran efecto en el para orientar su corazón hacia la verdad de la fe católica.
Durante un largo tiempo, San Agustín deseó ser puro, pero el mismo le manifestó
a Dios, “Hazme puro … pero aún no” (Confesiones, Capítulo 8). Un día cuando San Agustín estaba en el jardín
orando a Dios para que lo ayudara con la pureza, escuchó la voz de un niño
cantándole: “Toma y lee; toma y lee” (Confesiones, Capítulo 8). Con ello, él se
sintió inspirado a abrir su Biblia al azar, y leyó lo primero que llego a su
vista. San Agustín leyó las palabras de la carta de San Pablo a los Romanos
capítulo 13:13-14: “nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y
desenfrenos … revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la
carne para satisfacer sus concupiscencias.” Este acontecimiento marcó su vida,
y a partir de ese momento en adelante él estuvo firme en su resolución y pudo
permanecer casto por el resto de su vida. Esto sucedió en el año 386. Al año
siguiente, 387, San Agustín fue bautizado en la fe católica. Poco después de su
bautismo, su madre cayó muy enferma y falleció poco después de cumplir 56 años,
cuando San Agustín tenía 33. Ella le manifestó a su hijo que no se preocupara
acerca del lugar en donde sería enterrada, sino que solo la recordara siempre
que acudiera al altar de Dios. Estas fueron unas palabras preciosas evocadas
desde el corazón de una madre que tenía una profunda fe y convicción.
Obispo de Hipona
Luego de la muerte de su madre, San Agustín regresó al África. El
no deseaba otra cosa sino la vida de un monje – vivir un estilo de vida
silencioso y monástico. Sin embargo, el Señor tenía otros planes para él. Un
día San Agustín fue a la ciudad de Hipona en África, y asistió a una misa. El
Obispo, Valerio, quien vio a San Agustín allí y tuvo conocimiento de su reputación
por su santidad, habló fervientemente sobre la necesidad de un sacerdote que lo
asistiera. La congregación comenzó de esa manera a clamar por la ordenación de
San Agustín. Sus plegarias pronto fueron escuchadas. A pesar de las lágrimas de
San Agustín, de su resistencia y de sus ruegos en oposición a dicho pedido, el
vio en todo esto la voluntad de Dios. Luego dio lugar a su ordenación. Cinco
años después fue nombrado Obispo, y durante 34 años dirigió esta diócesis. San
Agustín brindó generosamente su tiempo y su talento para las necesidades
espirituales y temporales de su rebaño, muchos de los cuales eran gente
sencilla e ignorante. El mismo escribió constantemente para refutar las
enseñanzas de ese entonces, acudió a varios consejos de obispos en África y
viajó mucho a fin de predicar el Evangelio. Pronto surgió como una figura
destacada del cristianismo.
El amor de San Agustín hacia la
verdad a menudo lo llevo a controversias con diversas herejías. Por ejemplo,
las principales herejías contra las cuales habló y escribió fueron las de los
Maniqueos, de cuya secta había pertenecido anteriormente; de los cismáticos
Donatistas que se habían apartado de la iglesia; y, durante los veinte años
restantes de su vida, contra los Pelagianos, que exageraban la función del
libre albedrío para hacer caso omiso a la función de la gracia en la salvación
de la humanidad. San Agustín escribió mucho acerca de la función de la gracia
en nuestra salvación, y más adelante obtuvo el título de doctor de la Iglesia
especialmente debido a sus intervenciones con los Pelagianos. En esta línea, el
mismo escribió mucho también acerca del pecado original y sus efectos, del
bautismo de niños pequeños y de la predestinación.
Escritos
San Agustín fue un escritor prolífico, que escribió más de cien
títulos separados. Según lo mencionado anteriormente, San Agustín escribió su
famosa autobiografía titulada Confesiones.
El mismo escribió además un gran tratado durante un período de 16 años
titulado Sobre la Trinidad, meditando sobre este gran misterio de Dios casi
diariamente. San Agustín escribió además la Ciudad de Dios, que comenzaba como
una simple y breve respuesta a la acusación de los paganos de que el cristianismo
era el responsable de la caída de Roma.
Dicha obra fue escrita entre los años 413-426, y es una de las
mejores obras de apologética con respecto a las verdades de la fe católica. En
ella, la ‘ciudad de Dios’ es la Iglesia Católica. La premisa es que los planes
de Dios tendrán resultado en la historia en la medida en que las fuerzas
organizadas del bien en esta ciudad derroten gradualmente a las fuerzas del
orden temporal que hacen la guerra a la voluntad de Dios. Una línea de este
libro se puede apreciar a continuación: “Por tanto dos ciudades han sido
construidas por dos amores: la ciudad terrenal por el amor del ego hasta la
exclusión de Dios; la ciudad celestial por el amor de Dios hasta la exclusión
del ego. Una se vanagloria en si mismo, la otra se gloría en el Señor. Una
busca la gloria del hombre, la otra encuentra su mayor gloria en el testimonio
de la conciencia de Dios” (Ciudad de Dios, Libro 14).
Conclusión de su vida
En 430 San Agustín se enfermó y
falleció el 28 de agosto de ese mismo año. Su cuerpo fue enterrado en Hipona, y
fue trasladado posteriormente a Pavia, Italia. San Agustín ha sido uno de los
más grandes colaboradores de las nuevas ideas en la historia de la Iglesia
Católica. Él es un ejemplo para todos nosotros – un pecador que se hizo santo y
que nos da esperanza a todos. San Agustín es actualmente uno de los treinta y
tres doctores de la Iglesia. Su fiesta se celebra el 28 de agosto.
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