1 DE DICIEMBRE - VIERNES
34ª - SEMANA DEL T. O.-A
Lectura del santo evangelio según san Lucas 21,
29-33
En aquel tiempo, puso Jesús una comparación a
sus discípulos:
"Fijaos en la higuera o en cualquier árbol: cuando echan brotes, os basta verlos para saber que
la primavera está cerca. Pues cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que
está cerca el Reino de Dios.
Os aseguro que antes que pase esta generación, todo eso se
cumplirá. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán".
1. Estas
palabras de Jesús dan mucho que pensar. Porque dan a entender, con suficiente
claridad, que él esperaba la llegada del Reino como un acontecimiento inminente
y seguramente visible, patente, con fuerza, como una manifestación ostentosa
del poder y del amor de Dios. Y, además, hay razones para sospechar que Jesús
estaba persuadido de que esto acontecería en su
vida
mortal, de inmediato.
Que el Reino estaba próximo, Jesús lo dio a
entender en más de una ocasión (Mc 1, 15; Mt 3, 17), incluso que ya había
llegado (Lc 17, 21). Esta convicción se vio reforzada por la mentalidad
apocalíptica de su tiempo (Lc 22, 29-30; Mt 19, 28; Mc 13, 30). Y hasta llegó a
decir, como se afirma en este pasaje, que aquella generación sería testigo de
todo esto.
2. No
entramos en la cuestión teológica que se refiere a si Jesús estaba o no estaba
equivocado. De eso, poco puede decir la teología con seguridad, puesto que no
tenemos los elementos de juicio necesarios para asegurar lo que, en su
intimidad profunda, sentía y pensaba Jesús. En todo caso, de sus palabras se
deduce que -al parecer- él esperaba una
intervención portentosa y palpable de Dios que ocurriría de forma inminente.
3. Pero
el hecho es que tal intervención, en favor de Jesús y del Reino que él
anunciaba, no se produjo. En otras palabras, Jesús vivió la efervescencia de la
inminente irrupción del Reino. Pero la dura realidad es que él fue dándose
cuenta de que lo que llegaba no era el Reino, sino su muerte (L. Boff). Y una
muerte humillante, degradante y en extremo violenta. Tal fue el motivo de su
grito en la cruz y la razón de su total entrega a Dios. El grito del abandono:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27, 46 par; cf.
Sal 22, 2) no fue solo la recitación de un Salmo. Fue eso. Pero, en eso, Jesús
dejó claro que se murió con el convencimiento de que había fracasado. Y,
además, con un fracaso total. Y sin embargo, también es cierto (lo más cierto y
seguro) es que aquel final, sobrepasando todo límite humano, fue el paso a la
plenitud de la vida.
Para él. Y para todos los humanos que
buscamos nuestra propia humanidad.
SAN ELOY
San Eloy: Orfebre Año 660
San EloyEloy (o Eligio, que es lo mismo) significa: "el elegido,
el preferido".
San Eloy fue el más famoso orfebre de Francia en el siglo VII
(orfebre es el que labra objetos de plata u oro).
Dios le concedió desde muy pequeño unas grandes cualidades para trabajar
con mucho arte el oro y la plata. Nació en el año 588 en Limoges (Francia). Su
padre, que era también un artista en trabajar metales, se dio cuenta de que el
niño tenía capacidades excepcionales para el arte y lo puso a aprenderlo bajo
la dirección de Abon, que era el encargado de fabricar las monedas en Limoges.
Cuando ya aprendió bien el arte de la orfebrería se fue a París y se
hizo amigo del tesorero del rey. Clotario II le encomendó a Eloy que le
fabricara un trono adornado con oro y piedras preciosas. Pero con el material
recibido el joven artista hizo dos hermosos tronos. El rey quedó admirado de la
honradez, de la inteligencia, la habilidad y las otras cualidades de Eloy y lo
nombró jefe de la casa de moneda (todavía se conservan monedas de ese tiempo
que llevan su nombre).
Nuestro santo fabricó también los preciosos relicarios en los cuales
se guardaron las reliquias de San Martín, San Dionisio, San Quintín, Santa
Genoveva y San Germán. La habilidad del artista y su amistad con el monarca hicieron
de él un personaje muy conocido en su siglo.
Eloy se propuso no dejarse llevar por las costumbres materialistas y
mundanas de la corte. Y así, aunque vestía muy bien, como alto empleado, sin embargo,
era muy mortificado en el mirar, comer y hablar. Y era tan generoso con los
necesitados que cuando alguien preguntaba: "¿Dónde vive Eloy?", le
respondían: "siga por esta calle, y donde vea una casa rodeada por una
muchedumbre de pobres, ahí vive Eloy".
Un día Clotario le pidió a nuestro santo que como todos los demás
empleados jurara fidelidad al rey. Él se negaba porque había leído que Cristo
recomendaba: "No juren por nada". Y además tenía miedo de que de
pronto al monarca se le antojara mandarle cosas que fueran contra su
conciencia. Al principio el rey se disgustó, pero luego se dio cuenta de que un
hombre que tenía una conciencia tan delicada no necesitaba hacer juramentos
para portarse bien.
Eloy se propuso ayudar a cuanto esclavo pudiera. Y con el dinero que
conseguía pagaba para que les concedieran libertad. Varios de ellos
permanecieron ayudándole a él durante toda su vida porque los trataba como un
bondadoso padre.
Al santo le llamaba mucho la atención alejarse del gentío a dedicarse
a rezar y meditar. Y entonces el nuevo rey Dagoberto le regaló un terreno en
Limousin, donde fundó un monasterio de hombres. Luego el rey le regaló un
terreno en París y allá fundó un monasterio para mujeres. Y a sus religiosos
les enseñaba el arte de la orfebrería y varios de ellos llegaron a ser muy
buenos artistas. Al cercar el terreno que el rey le había regalado en París, se
apropió de unos metros más de los concedidos, y al darse cuenta fue donde el
monarca a pedirle perdón por ello. El rey exclamó: "Otros me roban
kilómetros de terreno y no se les da nada. En cambio este bueno hombre viene a
pedirme perdón por unos pocos metros que se le fueron de más". Con esto
adquirió tan grande aprecio por él que lo nombró embajador para tratar de
obtener la paz ante un gobierno vecino que le quería hacer la guerra.
Por sus grandes virtudes fue elegido obispo de Rouen, y se dedicó con
todas sus energías a obtener que las gentes de su región se convirtieran al
cristianismo, porque en su mayoría eran paganas. Predicaba constantemente donde
quiera que podía. Al principio aquellos bárbaros se burlaban de él, pero su
bondad y su santidad los fueron ganando y se fueron convirtiendo. Cada año el
día de Pascua bautizaba centenares de ellos. Se conservan 15 sermones suyos, y
en ellos ataca fuertemente a la superstición, a la creencia en maleficios,
sales, lectura de naipes o de las manos, y recomienda fuertemente dedicar
bastante tiempo a la oración, asistir a la Santa Misa y comulgar; hacer cada
día la señal de la cruz, rezar frecuentemente el Credo y el Padrenuestro y
tener mucha devoción a los santos. Insistía muchísimo en la santificación de
las fiestas, en asistir a misa cada domingo y en descansar siempre en el día
del Señor. Prohibía trabajar más de dos horas los domingos.
Cuando ya llevaba 19 años gobernando a su diócesis, supo por
revelación que se le acercaba la hora de su muerte y comunicó la noticia a su
clero. Poco después le llegó una gran fiebre. Convocó a todo el personal que
trabajaba en su casa de obispo y se despidió de ellos dándoles las gracias y
prometiéndoles orar por cada uno. Todos lloraban fuertemente y esto lo conmovió
a él también. Y el 1º. de diciembre del año 660 murió con la tranquilidad de
quien ha dedicado su vida a hacer el bien y a amar a Dios.