22 DE NOVIEMBRE
-MIÉRCOLES
33ª- SEMANA DEL T.O.-A
Lectura del santo evangelio según san Lucas 19,
11-28
En aquel tiempo, dijo Jesús una parábola; el
motivo era que estaba cerca de Jerusalén y se pensaban que el Reino de Dios iba
a despuntar de un momento a otro. Dijo, pues:
"Un hombre noble se marchó a un país lejano para
conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez empleados suyos y
les repartió diez onzas de oro, diciéndoles:
"Negociad mientras vuelvo".
Sus conciudadanos, que le aborrecían, enviaron
tras de él una embajada para informar:
"No queremos que él sea nuestro rey'.
Cuando volvió con el título real, mandó llamar a los empleados a
quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno.
El primero se presentó y dijo:
"Señor, tu onza ha producido diez".
Él le contestó:
"Muy bien, eres un empleado cumplidor; como has sido fiel
en una minucia, tendrás autoridad sobre diez ciudades".
El segundo llegó y dijo:
"Tu onza, señor, ha producido cinco".
A ese le dijo también:
"Pues toma el mando de cinco ciudades".
El otro llegó y dijo:
"Señor, aquí está tu onza; la he tenido guardada en el
pañuelo; te tenía miedo porque eres hombre exigente, que reclamas lo que no
prestas y siegas lo que no siembras".
Él le contestó:
"Por tu boca te condeno, empleado holgazán. ¿Conque sabías que soy exigente, que reclamo
lo que no presto y siego lo que no siembro? Pues, ¿por qué no pusiste mi dinero
en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses".
Entonces dijo a los presentes:
"Quitadle
a este la onza y dádsela al que tiene diez".
Le replicaron:
"Señor, si ya tiene diez onzas".
"Os digo: al que tiene se le dará, pero al que no tiene, se
le quitará hasta lo que tiene". "Y a esos enemigos míos, que no me
querían por rey, traedlos acá y degolladlos en mi presencia".
Dicho esto, echó a andar delante de ellos, subiendo hacia
Jerusalén.
1. El
contenido central de esta parábola es el mismo que el de la parábola de los
talentos (Mt 25, 14-30). La diferencia entre ambas está en que Lucas añadió
datos (posiblemente tomados de otra parábola distinta) con una finalidad que
salta a la vista: la dureza y la crueldad del hombre que presta las onzas (los
talentos) es mucho mayor en esta redacción que en la de Mateo.
¿Cuál pudo ser la intención de Lucas a redactar
la parábola, cargando tanto la mano para destacar lo peligroso que
efectivamente era el dueño del dinero,
que
además era prepotente y cruel?
2. Si
nos concentramos en la enseñanza clave de la parábola de los talentos, enseguida
se descubre que aquí se destaca con mucha más fuerza la misma enseñanza: el miedo religioso, por más justificado que
pueda estar, es la ruina total de quienes buscan a Dios. Ese miedo es el que
condena a la esterilidad, al fracaso pastoral y la ruina.
Porque deforma la imagen de Dios hasta el extremo
de ver en el Padre de Jesucristo al tirano que degüella a quienes no están de
acuerdo con lo que enseña y manda la religión. Semejante monstruo engendra monstruos.
3. Nunca
insistiremos lo suficiente en la importancia y la urgencia de creer en el Dios
de la Misericordia. Da pena que, en las
oraciones oficiales de la Iglesia, en la liturgia, se repita tanto la invocación
al Dios "Omnipotente y Sempiterno".
Buscamos grandeza. Nos fiamos del poder. No creemos debidamente en la Misericordia. Y
es urgente integrarla en nuestra vida, como creyentes y como ciudadanos. Somos, antes que nada,
"seres humanos". Y lo que más necesitamos no es un poder que se nos
imponga, sino una misericordia que nos quiera, nos acompañe y nos saque de
nuestra profunda soledad.
Stª – CECILIA, virgen y
mártir
Durante más de mil años,
Santa Cecilia ha sido una de las mártires de la primitiva Iglesia más veneradas
por los cristianos. Su nombre figura en el canon de la misa. Las
"actas" de la santa afirman que pertenecía a una familia patricia de
Roma y que fue educada en el, cristianismo. Solía llevar un vestido de tela muy
áspera bajo la túnica propia de su dignidad, ayunaba varios días por semana y
había consagrado a Dios su virginidad. Pero su padre, que veía las cosas de un
modo diferente, la casó con un joven patricio llamado Valeriano. El día de la
celebración del matrimonio, en tanto que los músicos tocaban y los invitados se
divertían, Cecilia se sentó en un rincón a cantar a Dios en su corazón y a
pedirle que la ayudase. Cuando los jóvenes esposos se retiraron a sus
habitaciones, Cecilia, armada de todo su valor, dijo dulcemente a su esposo:
"Tengo que comunicarte un secreto. Has de saber que un ángel del Señor
vela por mí. Si me tocas como si fuera yo tu esposa, el ángel se enfurecerá y
tú sufrirás las consecuencias; en cambio sí me respetas, el ángel te amará como
me ama a mí." Valeriano replicó: "Muéstramelo. Si es realmente un
ángel de Dios, haré lo que me pides." Cecilia le dijo: "Si crees en
el Dios vivo y verdadero y recibes el agua del bautismo verás al ángel."
Valeriano accedió y fue a buscar al obispo Urbano, quien se hallaba entre los
pobres, cerca de la tercera mojonera de la Vía Apia. Urbano le acogió con gran
gozo. Entonces se acercó un anciano que llevaba un documento en el que estaban
escritas las siguientes palabras: "Un solo Señor, un solo bautismo, un
solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todo y en nuestros
corazones." Urbano preguntó a Valeriano: "¿Crees esto?"
Valeriano respondió que sí y Urbano le confirió el bautismo. Cuando Valeriano
regresó a donde estaba Cecilia, vio a un ángel de pie junto a ella. El ángel
colocó sobre la cabeza de ambos una guirnalda de rosas y lirios. Poco después
llegó Tiburcio, el hermano de Valeriano y los jóvenes esposos le ofrecieron una
corona inmortal si renunciaba a los falsos dioses. Tiburcio se mostró incrédulo
al principio y preguntó: " ¿Quién ha vuelto de más allá de la tumba a
hablarnos de esa otra vida?" Cecilia le habló largamente de Jesús.
Tiburcio recibió el bautismo, y al punto vio muchas maravillas.
Desde entonces, los dos
hermanos se consagraron a la práctica de las buenas obras. Ambos fueron
arrestados por haber sepultado los cuerpos de los mártires. Almaquio, el
prefecto ante el cual comparecieron empezó a interrogarlos. Las respuestas de
Tiburcio le parecieron, desvaríos de loco. Entonces, volviéndose hacia
Valeriano, le dijo que esperaba que le respondería en forma más sensata.
Valeriano replicó que tanto él como su hermano estaban bajo cuidado del mismo
médico, Jesucristo, el Hijo de Dios, quien les dictaba sus respuestas. En
seguida comparó, con cierto detenimiento, los gozos del cielo con los de la
tierra; pero Almaquio le ordenó que cesase de disparatar y dijese a la corte si
estaba dispuesto a sacrificar a los dioses para obtener la libertad. Tiburcio y
Valeriano replicaron juntos: "No, no sacrificaremos a los dioses sino al
único Dios, al que diariamente ofrecemos sacrificio." El prefecto les
preguntó si su Dios se llamaba Júpiter. Valeriano respondió: "Ciertamente
no. Júpiter era un libertino infame, un criminal y un asesino, según lo
confiesan vuestros propios escritores."
Valeriano se regocijó al
ver que el prefecto los mandaba azotar y hablaron en voz alta a los cristianos
presentes: "¡Cristianos romanos, no permitáis que mis sufrimientos os
aparten de la verdad! ¡Permaneced fieles al Dios único, y pisotead los ídolos
de madera y de piedra que Almaquio adora!" A pesar de aquella perorata, el
prefecto tenía aún la intención de concederles un respiro para que
reflexionasen; pero uno de sus consejeros le dijo que emplearían el tiempo en
distribuir sus posesiones entre los pobres, con lo cual impedirían que el
Estado las confiscase. Así pues, fueron condenados a muerte. La ejecución se
llevó a cabo en un sitio llamado Pagus Triopius, a seis kilómetros de Roma. Con
ellos murió un cortesano llamado Máximo, el cual, viendo la fortaleza de los
mártires, se declaró cristiano.
Cecilia sepultó los tres
cadáveres. Después fue llamada para que abjurase de la fe. En vez de abjurar,
convirtió a los que la inducían a ofrecer sacrificios. El Papa Urbano fue a
visitarla en su casa y bautizó ahí a 400 personas, entre las cuales se contaba
a Gordiano, un patricio, quien estableció en casa de Cecilia una iglesia que
Urbano consagró más tarde a la santa. Durante el juicio, el prefecto Almaquio
discutió detenidamente con Cecilia. La actitud de la santa le enfureció, pues
ésta se reía de él en su cara y le atrapó con sus propios argumentos.
Finalmente, Almaquio la condenó a morir sofocada en el baño de su casa. Pero,
por más que los guardias pusieron en el horno una cantidad mayor de leña,
Cecilia pasó en el baño un día y una noche sin recibir daño alguno. Entonces,
el prefecto envió a un soldado a decapitarla. El verdugo descargó tres veces la
espada sobre su cuello y la dejó tirada en el suelo. Cecilia pasó tres días
entre la vida y la muerte. En ese tiempo los cristianos acudieron a visitarla en
gran número. La santa legó su casa a Urbano y le confió el cuidado de sus
servidores. Fue sepultada junto a la cripta pontificia, en la catacumba de San
Calixto.
Esta historia tan
conocida que los cristianos han repetido con cariño durante muchos siglos, data
aproximadamente de fines del siglo V, pero desgraciadamente no podemos
considerarla como verídica ni fundada en documentos auténticos. Tenemos que
reconocer que lo único que sabemos con certeza sobre San Valeriano y San
Tiburcio es que fueron realmente martirizados, que fueron sepultados en el
cementerio de Pretextato y que su fiesta se celebraba el 14 de abril. La razón
original del culto de Santa Cecilia fue que estaba sepultada en un sitio de
honor por haber fundado una iglesia, el "titulus Caeciliae". Por lo
demás, no sabemos exactamente cuándo vivió, ya que los especialistas sitúan su
martirio entre el año 177 (de Rossi) y la mitad del siglo IV (Kellner).
El Papa San Pascual I
(817-824) trasladó las presuntas reliquias de Santa Cecilia, junto con las de
los santos Tiburcio, Valeriano y Máximo, a la iglesia de Santa Cecilia in
Transtévere. (Las reliquias de la santa habían sido descubiertas, gracias a un
sueño, no en el cementerio de Calixto, sino en el cementerio de Pretextato). En
1599, el cardenal Sfondrati restauró la iglesia en honor a la Santa en
Transtévere y volvió a enterrar las reliquias de los cuatro mártires. Según se
dice, el cuerpo de Santa Cecilia estaba incorrupto y entero, por más que el
Papa Pascual había separado la cabeza del cuerpo, ya que, entre los años 847 y
855, la cabeza de Santa Cecilia formaba parte de las reliquias de los Cuatro
Santos Coronados. Se cuenta que, en 1599, se permitió ver el cuerpo de Santa
Cecilia al escultor Maderna, quien esculpió una estatua de tamaño natural, muy
real y conmovedora. "No estaba de espaldas como un cadáver en la
tumba," dijo más tarde el artista, sino recostada del lado derecho, como
si estuviese en la cama, con las piernas un poco encogidas, en la actitud de
una persona que duerme." La estatua se halla actualmente en la iglesia de
Santa Cecilia, bajo el altar próximo al sitio en el que se había sepultado
nuevamente el cuerpo en un féretro de plata. Sobre el pedestal de la estatua
puso el escultor la siguiente inscripción: "He aquí a Cecilia, virgen, a
quien yo vi incorrupta en el sepulcro. Esculpí para vosotros, en mármol, esta
imagen de la santa en la postura en que la vi." De Rossi determinó el
sitio en que la santa había estado originalmente sepultada en el cementerio de
Calixto, y se colocó en el nicho una réplica de la estatua de Maderna.
Sin embargo, el P.
Delehaye y otros autores opinan que no existen pruebas suficientes de que, en
1599, se haya encontrado entero el cuerpo de la santa, en la forma en que lo
esculpió Maderna. En efecto, Delehaye y Dom Quentin subrayan las
contradicciones que hay en los relatos del descubrimiento, que nos dejaron
Baronio y Bosio, contemporáneos de los hechos. Por otra parte, en el período
inmediatamente posterior a las persecuciones no se hace mención de ninguna
mártir romana llamada, Cecilia. Su nombre no figura en los poemas de Dámaso y
Prudencio, ni en los escritos de Jerónimo y Ambrosio, ni en la "Depositio
Martyrum" (siglo IV). Finalmente, la iglesia que se llamó más tarde
"titulus Sanctae Caeciliae" se llamaba originalmente "títulus
Caecilia", es decir, fundada por una dama llamada Cecilia.
Santa Cecilia es muy
conocida en la actualidad por ser la patrona de los músicos. Sus
"actas" cuentan que, al día de su matrimonio, en tanto que los
músicos tocaban, Cecilia cantaba a Dios en su corazón. Al fin de la Edad Media,
empezó a representarse a la santa tocando el órgano y cantando.
Tomado
del libro: Vida de los Santos de Butler, vol. IV.
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