18 DE
NOVIEMBRE -SÁBADO
32ª SEMANA DEL T.O.-A
Lectura del santo evangelio según san Lucas 18,
1-8
En aquel
tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar, siempre sin
desanimarse, les propuso esta parábola:
"Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le
importaban los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
"Hazme justicia frente a mi adversario"; por algún tiempo se negó,
pero después se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres,
como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar
pegándome en la cara".
Y el Señor añadió:
"Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará
justicia a sus elegidos que le gritan día y noche? -¿O les dará largas? Os digo
que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre,
¿encontrará esta fe en la tierra?"
1. Lo
más claro y patente, que se encuentra en esta breve parábola que presenta Jesús,
es que quien se dirige a Dios mediante la oración de súplica, jamás debe
cansarse de pedir, de insistir sin desfallecer. Por más que tenga la impresión
de que su oración no tiene efecto ni sirve para nada. Jesús pone el ejemplo de
un juez perverso al que la insistencia de la pobre viuda acabó por cansarle. Y
así, concedió lo que se le pedía.
2. Como
es lógico, al poner este ejemplo, Jesús no pretende insinuar que nuestra
insistencia orante doblega a Dios y le hace querer lo que nosotros queremos. Ni Dios es así. Ni la razón de ser de la
oración de súplica consiste en modificar la voluntad de Dios.
Lo importante, en este asunto, está en
comprender que quien acude a Dios y le suplica o le expone sus deseos y
necesidades, en el fondo, lo que hace es manifestar su fe. Es decir, su convicción de que Dios es Padre,
que Dios es bueno, que Dios es fuente de esperanza, de confianza, de fortaleza
para superar las dificultades que nos presenta la vida.
Esto es lo importante, cuando hablamos de la
oración, es decir, cuando hablamos de la fe. Y en esto, dice Jesús, jamás
debemos desfallecer.
3. Jesús
refuerza esta enseñanza al poner, como
ejemplo de dificultad a superar, la resistencia de un juez sin fe y sin
piedad. En tiempo de Jesús, los
tribunales
de justicia solían estar presididos por sacerdotes o por rabinos (J. Jeremías).
Cosa, por lo demás, que sucedía con frecuencia en las culturas antiguas,
concretamente desde el tiempo de los antiguos juristas de Roma. Tales juristas
pertenecían a los ambientes sacerdotales
-los pontifices romani-, ya fuera por su carácter sagrado o por su condición de
notables pertenecientes a los grupos de
poder en la sociedad (Paul Koschaker).
Jesús, pues, era consciente de que en tales
ambientes había individuos que "ni temían a Dios ni les importaban los
hombres". Así, Jesús refuerza el
valor de una fe en el Padre que supera la dureza humana más cruel.
4. En el
momento actual, lo que importa para que
el Estado de derecho funcione y la justicia sea fiable, es enteramente
necesaria la independencia de los jueces. Es decir, que la administración de
justicia no esté condicionada -y menos
aún, controlada- por el poder ejecutivo (los gobernantes). Esto es capital.
Si la justicia funciona como debe ser, la
sociedad tendrá seguridad y consistencia. De no ser así, el país se desmorona y se
hunde. Será el caos.
DEDICACION DE LA BASILICA DE SAN
PEDRO Y SAN PABLO
La actual Basílica de San Pedro en Roma fue consagrada por el Papa
Urbano Octavo el 18 de noviembre de 1626, aniversario de la consagración de la
Basílica antigua.
La construcción de este grandioso templo duró 170 años, bajo la
dirección de 20 Sumos Pontífices. Está construida en la colina llamada Vaticano,
sobre la tumba de San Pedro.
Allí en el Vaticano fue martirizado San Pedro (crucificándolo cabeza
abajo) y ahí mismo fue sepultado. Sobre su sepulcro hizo construir el emperador
Constantino una Basílica, en el año 323, y esa magnífica iglesia permaneció sin
cambios durante dos siglos. Junto a ella en la colina llamada Vaticano fueron
construyéndose varios edificios que pertenecían a los Sumos Pontífices. Durante
siglos fueron hermoseando cada vez más la Basílica.
Cuando los Sumos Pontífices volvieron del destierro de Avignon el
Papa empezó a vivir en el Vaticano, junto a la Basílica de San Pedro (hasta
entonces los Pontífices habían vivido en el Palacio, junto a la Basílica de
Letrán) y desde entonces la Basílica de San Pedro ha sido siempre el templo más
famoso del mundo.
La Basílica de San Pedro mide 212 metros de largo, 140 de ancho, y
133 metros de altura en su cúpula. Ocupa 15,000 metros cuadrados. No hay otro
templo en el mundo que le iguale en extensión.
Su construcción la empezó el Papa Nicolás V en 1454, y la terminó y
consagró el Papa Urbano VIII en 1626 (170 años construyéndola). Trabajaron en
ella los más famosos artistas como Bramante, Rafael, Miguel Ángel y Bernini. Su
hermosura es impresionante.
Hoy recordamos también la consagración de la Basílica de San Pablo,
que está al otro lado de Roma, a 11 kilómetros de San Pedro, en un sitio
llamado "Las tres fontanas", porque la tradición cuenta que allí le
fue cortada la cabeza a San Pablo y que al cortársela cayó al suelo y dio tres
golpes y en cada golpe salió una fuente de agua (y allí están las tales tres
fontantas).
La antigua Basílica de San Pablo la habían construido el Papa San
León Magno y el emperador Teodosio, pero en 1823 fue destruida por un incendio,
y entonces, con limosnas que los católicos enviaron desde todos los países del
mundo se construyó la nueva, sobre el modelo de la antigua, pero más grande y
más hermosa, la cual fue consagrada por el Papa Pío Nono en 1854. En los
trabajos de reconstrucción se encontró un sepulcro sumamente antiguo (de antes
del siglo IV) con esta inscripción: "A San Pablo, Apóstol y Mártir".
Estas Basílicas nos recuerdan lo generosos que han sido los católicos
de todos los tiempos para que nuestros templos sean lo más hermoso posible, y
cómo nosotros debemos contribuir generosamente para mantener bello y elegante
el templo de nuestro barrio o de nuestra parroquia.
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