28 DE NOVIEMBRE
- MARTES
34ª - SEMANA DEL T. O.-A
Lectura del santo evangelio según san Lucas 21,
5-11
En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza
del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos.
Jesús les dijo:
"Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará
piedra sobre piedra: todo será destruido".
Ellos le preguntaron:
"Maestro, ¿cuándo va a ser esto?, ¿y cuál será la señal de
que todo eso está para suceder?"
Él contestó:
"Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre, diciendo: "Yo
soy", o bien "el momento está cerca"; no vayáis tras ellos.
Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque
eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá enseguida".
Luego les dijo:
"Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá
grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también
espantos y grandes signos en el cielo".
1. Lo
primero que Jesús anuncia, en este evangelio, es la destrucción del boato, la
ostentación y la suntuosidad como signos de la presencia de Dios y como medios para relacionarse con Dios. Es la
destrucción de la idea según la cual lo mejor, lo más valioso, lo má rico y
refinado, debe ser para el Señor: para adornar su templo, su sagrario, sus
imágenes... O también para el
esplendor
de los representantes de Dios en la tierra: el esplendor del Papa y sus
cardenales, la excelencia de los palacios episcopales, el lujo de no pocas liturgias...
Todo eso, que en otros tiempos impresionaba a la gente, cada día impresiona
menos. Y ya hay muchas personas para quienes toda esa farándula produce los
efectos de un vomitivo.
2.
También habla Jesús de los agoreros que van por ahí anunciando el fin
del mundo o poco menos. El papa Juan
XXIII, en su discurso de apertura del conocido Vaticano II, se lamentaba de
"quienes en los tiempos modernos
no ven otra cosa que prevaricación y ruina". Y el Papa añadía: "Nos parece necesario decir disentimos
de esos profetas de calamidades que siempre están anunciando adustos
sucesos".
Jesús no fue un "profeta de
calamidades". Al contrario, les dijo a sus discípulos: "Cuidado con
que nadie os engañe'. Hoy abundan los fundamentalistas apocalípticos, que ven
ruina y devastación en todo lo que no cuadra con su personal visión de las
cosas. Eso no es "evangelio". Eso es "fanatismo"
intolerante.
3. El
anuncio de guerras, terremotos, calamidades
y epidemias, no es sino el ropaje de los profetas de Israel, cuando en
el destierro de Babilonia anuncian la caída del poder opresor, de donde
resultará un viraje en la historia "Jer 4, 20-23; Ez 32, 7 s; cf. Joel 2,
10; 3, 4; 4, 15; Am 8, 9) (J. Mateos).
Jesús no amenaza con desgracias, sino que abre
puertas a la esperanza. Y así motiva incesantemente a la utopía del reinado de
Dios: el triunfo de la humanidad sobre la deshumanización. Tal tiene que ser el
talante de los discípulos de Jesús.
Stª- Catalina Labouré
Religiosa - Año 1876
Oh María sin pecado concebida:
Ruega por nosotros que recurrimos a Ti.
Santa Catalina Labouré. Esta
fue la santa que tuvo el honor de que la Stma. Virgen se le apareciera para
recomendarle que hiciera la Medalla Milagrosa.
Nació en Francia, de una
familia campesina, en 1806. Al quedar huérfana de madre a los 8 años le
encomendó a la Stma. Virgen que le sirviera de madre, y la Madre de Dios le
aceptó su petición.
Como su hermana mayor se fue
de monja vicentina, Catalina tuvo que quedarse al frente de los trabajos de la
cocina y del lavadero en la casa de su padre, y por esto no pudo aprender a
leer ni a escribir.
A los 14 años pidió a su papá
que le permitiera irse de religiosa a un convento pero él, que la necesitaba
para atender los muchos oficios de la casa, no se lo permitió. Ella le pedía a
Nuestro Señor que le concediera lo que tanto deseaba: ser religiosa. Y una
noche vio en sueños a un anciano sacerdote que le decía: "Un día me
ayudarás a cuidar a los enfermos". La imagen de ese sacerdote se le quedó grabada
para siempre en la memoria.
Al fin, a los 24 años, logró
que su padre la dejara ir a visitar a la hermana religiosa, y al llegar a la
sala del convento vio allí el retrato de San Vicente de Paúl y se dio cuenta de
que ese era el sacerdote que había visto en sueños y que la había invitado a
ayudarle a cuidar enfermos. Desde ese día se propuso ser hermana vicentina, y
tanto insistió que al fin fue aceptada en la comunidad.
Siendo Catalina una joven
monjita, tuvo unas apariciones que la han hecho célebre en toda la Iglesia. En
la primera, una noche estando en el dormitorio sintió que un hermoso niño la
invitaba a ir a la capilla. Lo siguió hasta allá y él la llevó ante la imagen
de la Virgen Santísima. Nuestra Señora le comunicó esa noche varias cosas
futuras que iban a suceder en la Iglesia Católica y le recomendó que el mes de
Mayo fuera celebrado con mayor fervor en honor de la Madre de Dios. Catalina
creyó siempre que el niño que la había guiado era su ángel de la guarda.
Santa Catalina y la Santísima
Virgen. Pero la aparición más famosa fue la del 27 de noviembre de 1830.
Estando por la noche en la capilla, de pronto vio que la Stma. Virgen se le
aparecía totalmente resplandeciente, derramando de sus manos hermosos rayos de
luz hacia la tierra. Y le encomendó que hiciera una imagen de Nuestra Señora,
así como se le había aparecido y que mandara hacer una medalla que tuviera por
un lado las iniciales de la Virgen MA, y una cruz, con esta frase "Oh
María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti". Y le
prometió ayudas muy especiales para quienes lleven esta medalla y recen esa
oración.
Catalina le contó a su
confesor esta aparición, pero él no le creyó. Sin embargo, el sacerdote empezó
a darse cuenta de que esta monjita era sumamente santa, y se fue donde el Sr.
arzobispo a consultarle el caso. El Sr. arzobispo le dio permiso para que
hicieran las medallas, y entonces empezaron los milagros.
Las gentes empezaron a darse
cuenta de que los que llevaban la medalla con devoción y rezaban la oración "Oh
María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti",
conseguían favores formidables, y todo el mundo comenzó a pedir la medalla y a
llevarla. Hasta el emperador de Francia la llevaba y sus altos empleados
también.
En París había un masón muy
alejado de la religión. La hija de este hombre obtuvo que él aceptara colocarse
al cuello la Medalla de la Virgen Milagrosa, y al poco tiempo el masón pidió
que lo visitara un sacerdote, renunció a sus errores masónicos y terminó sus
días como creyente católico.
La Medalla Milagrosa. Catalina
le preguntó a la Stma. Virgen por qué de los rayos luminosos que salen de sus
manos, algunos quedan como cortados y no caen en la tierra. Ella le respondió:
"Esos rayos que no caen a la tierra representan los muchos favores y
gracias que yo quisiera conceder a las personas, pero se quedan sin ser
concedidos porque las gentes no los piden". Y añadió: "Muchas gracias
y ayudas celestiales no se obtienen porque no se piden".
Después de las apariciones de
la Stma. Virgen, la joven Catalina vivió el resto de sus años como una
cenicienta escondida y desconocida de todos. Muchísimas personas fueron
informadas de las apariciones y mensajes que la Virgen Milagrosa hizo en 1830.
Ya en 1836 se habían repartido más de 130,000 medallas. El Padre Aladel,
confesor de la santa, publicó un librito narrando lo que la Virgen Santísima
había venido a decir y prometer, pero sin revelar el nombre de la monjita que
había recibido estos mensajes, porque ella le había hecho prometer que no diría
a quién se le había aparecido. Y así mientras esta devoción se propagaba por
todas partes, Catalina seguía en el convento barriendo, lavando, cuidando las
gallinas y haciendo de enfermera, como la más humilde e ignorada de todas las
hermanitas, y recibiendo frecuentemente maltratos y humillaciones.
En 1842 sucedió un caso que
hizo mucho más popular la Medalla Milagrosa y sucedió de la siguiente manera:
el rico judío Ratisbona, fue hospedado muy amablemente por una familia católica
en Roma, la cual como único pago de sus muchas atenciones, le pidió que llevara
por un tiempo al cuello la medalla de la Virgen Milagrosa. Él aceptó esto como
un detalle de cariño hacia sus amigos, y se fue a visitar como turista el
templo, y allí de pronto frente a un altar de Nuestra Señora vio que se le
aparecía la Virgen Santísima y le sonreía. Con esto le bastó para convertirse
al catolicismo y dedicar todo el resto de su vida a propagar la religión
católica y la devoción a la Madre de Dios. Esta admirable conversión fue
conocida y admirada en todo el mundo y contribuyó a que miles y miles de
personas empezaran a llevar también la Medalla de Nuestra Señora (lo que
consigue favores de Dios no es la medalla, que es un metal muerto, sino nuestra
fe y la demostración de cariño que le hacemos a la Virgen Santa, llevando su
sagrada imagen).
Desde 1830, fecha de las
apariciones, hasta 1876, fecha de su muerte, Catalina estuvo en el convento sin
que nadie se le ocurriera que ella era a la que se le había aparecido la Virgen
María para recomendarle la Medalla Milagrosa. En los últimos años obtuvo que se
pusiera una imagen de la Virgen Milagrosa en el sitio donde se le había
aparecido (y al verla, aunque es una imagen hermosa, ella exclamó: "Oh, la
Virgencita es muchísimo más hermosa que esta imagen").
Al fin, ocho meses antes de
su muerte, fallecido ya su antiguo confesor, Catalina le contó a su nueva
superiora todas las apariciones con todo detalle y se supo quién era la
afortunada que había visto y oído a la Virgen. Por eso cuando ella murió, todo
el pueblo se volcó a sus funerales (quien se humilla será enaltecido).
Santa Catalina Labouré en su
tumba. Poco tiempo después de la muerte de Catalina, fue llevado un niño de 11
años, inválido de nacimiento, y al acercarlo al sepulcro de la santa, quedó
instantáneamente curado.
En 1947 el santo Padre Pío
XII declaró santa a Catalina Labouré, y con esa declaración quedó también
confirmado que lo que ella contó acerca de las apariciones de la Virgen sí era
Verdad.
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