8 DE NOVIEMBRE -MIÉRCOLES
31ª - SEMANA DEL T.O.-A
Lectura del santo evangelio según san Lucas 14,
25-33
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a
Jesús; él se volvió y les dijo:
"Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre ya su
madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso
a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se
sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea
que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los
que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de
acabar. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a
deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con
veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para
pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus
bienes no puede ser discípulo mío.»
1. Las
dos breves parábolas del Evangelio de hoy hacen referencia al hecho de
«comenzar», «prepararse» para algo difícil o laborioso, arriesgado incluso, de
«deliberar», de «calcular»... Ponen la atención en el «antes».
Una gran mayoría de nosotros (me incluyo)
comenzamos en esto de la fe sin ser conscientes. Nos bautizaron de pequeños.
Algo parecido ocurrió con la Primera Comunión. La Confirmación, que podría
haber sido la ocasión de asumir y plantearse en serio esto de seguir a Jesús,
se celebró en tiempos adolescentes, cuando está todo a medio-hacer (que eso
significa adolescencia: Falta de algo). Si pensamos en otros momentos fuertes,
pocas veces se puede decir que alguien sepa conscientemente y asuma todas las
consecuencias de una vocación matrimonial, o sacerdotal. Estamos preparados
poco «más o menos», pero no solemos plantearnos los futuros y probables
momentos de crisis o dificultades. Es decir: que no es nada frecuente lo de
calcular, deliberar... para que sea posible levantar la torre de nuestro
proyecto de vida, o las batallas que tocará pelear. Sin embargo, esto es lo que
Jesús plantea. ¿Entonces?
2. El propio relato evangélico me sugiere
alguna pista. Dice que mucha gente «acompañaba» a Jesús. Es el nivel de tener
interés, sentirse atraído, estar a gusto en su compañía. Mucha gente. Quizá
también podríamos nosotros enmarcarnos en esa multitud... Pero Jesús plantea un
paso más: "Si alguno se viene conmigo... si quiere ser discípulo
mío". Ser discípulo, o seguirle...
es bien distinto de acompañarle. Es un reto, una exigencia, un paso radical por
si «alguno», como diciendo, esto será para unos pocos. También la advertencia
vale para los que ya han aceptado ser discípulos de Jesús (vosotros)
probablemente con muy buena voluntad (como cuando nosotros recibimos los
sacramentos), pero con opciones que Jesús no les exigió al principio, en el
Lago de Galilea, sino ahora, subiendo a Jerusalen.
Esto supone que el seguimiento de Jesús,
el ser discípulo, es un camino progresivo, «cuesta arriba», en el que habrá que
ir tomando opciones y haciendo diversas renuncias. Casi no importaría el día de
mi bautismo, Confirmación, Profesión Religiosa, Matrimonio, catecumenado o lo
que sea... sino el "cada día", el proceso, el camino. Se pasa de ser
«acompañantes» de Jesús a ser discípulos cuando se van enfrentando situaciones
difíciles. Como un buen profesional va siéndolo no por salir de la Universidad,
o terminar un máster... sino resolviendo dificultades, a menudo no previstas, o
quizá simplemente «teóricas», pero todavía no reales.
Calcular los gastos, o las estrategias
militares, las fuerzas disponibles... nos invitan a mirar los recursos con los
que contamos para tal empresa, como también las condiciones o riesgos de las
que advierte Jesús.
3. Según
cuentan los especialistas, en el tiempo de Jesús, la situación social y
económica llevaba las familias a encerrarse en sí mismas y les impedía cumplir
con la ley del rescate (goel), esto es, socorrer a los hermanos de la comunidad
que estaban amenazados de perder su tierra o de caer en la esclavitud. Es
decir, hay que evitar que las condiciones personales, políticas, religiosas,
eclesiales... nos encierren en nosotros mismos, apartándonos de la Comunidad, o
que mis intereses personales (hay que renunciar a uno mismo y a los propios
bienes) se impongan o antepongan a los intereses del Reino.
He aquí, pues, un RECURSO esencial para que sea
posible el seguimiento. También en este ámbito podríamos hablar de ser
«acompañantes» de la Comunidad y de «seguidores» en la Comunidad. Sería un
nuevo punto de reflexión del que ahora no nos ocupamos. En todo caso es un
seguimiento comunitario y en apertura y disponibilidad para los que están peor.
Por eso, aunque las llamadas de Jesús son personales, invitan a formar parte de
su Comunidad de discípulos, que le acompaña y le sigue.
Podríamos abundar en otros RECURSOS con los que
contamos, y de los que se nos habla por toda la Escritura, pero nos
alargaríamos demasiado en la reflexión. Queda para ti esta importante tarea:
calcular, deliberar, optar, renunciar... Verbos todos importantes... para
conjugarlos en primera persona.
SANTA ISABEL DE LA TRINIDAD
Martirologio Romano: En Dijon, en Francia, Santa Isabel de la
Santísima Trinidad Catez, virgen, de la Orden de las Carmelitas Descalzas, que
desde niña anheló buscar en lo profundo de su corazón el conocimiento y la
contemplación de la Trinidad, y afligida por muchos sufrimientos, todavía joven
continuó caminando, como siempre había soñado, «hacia el amor, hacia la luz y
hacia la vida». († 1906)
Etimológicamente: Isabel = "juramento de Dios". Viene de la
lengua hebrea.
Fecha de beatificación: 25 de noviembre de 1984, por S.S. Juan Pablo II
Fecha de canonización: 16 de octubre de 2016, por S.S. Francisco
Breve Biografía
Una mañana del 18 de Julio de 1880 nace en un campo militar de Avor,
cerca de Bourges (Francia). Su familia está inquieta porque los médicos han
dicho que el bebé no podrá salvar su vida. María Rolland, su mamá, espera su
primera hija. Todos rezan y se ofrecen misas por la nueva criatura. En contra
de todos los pronósticos la niña llega a este mundo “muy hermosa y vivaracha”.
Cuatro días después, el 22 de julio, es bautizada con el nombre de Isabel
Josefina.
La señora Catez se ha dado cuenta del talento musical de su hija. La
inscribe en el Conservatorio a los siete años. Isabel pasa muchas horas en el
piano. No va a la escuela porque las instituciones del estado son demasiado
laicas, en cambio recibirá la formación más elemental en casa.
El 19 de abril de 1891 es la Primera Comunión. Sus cartas nos revelan
la experiencia de ser amada y darse. “Este gran día nos hemos dado por completo
el uno al otro” (C 178). Gozo, alegría, saciedad, plenitud, belleza, música
interior…son las realidades que siente en su corazón.
También los santos tienen vacaciones. Estamos en el verano de 1894,
las Catez marchan a Carlipa, allí visitan a sus tías. Isabel siempre recodará
el espectáculo cósmico de los Pirineos:” ¿Te acuerdas de nuestros paseos por la
sierra durante la noche, a la luz de la luna, mientras escuchábamos las alegres
campanadas? “¡Oh, tía, qué bello estaba el valle a la luz de las estrellas, esa
inmensidad, ese infinito, todo me hablaba de Dios” (C 139)!
Así era Isabel humana y divina, centrada en el interior y viviendo
las alegrías de la vida. Con frecuencia participaba en veladas y bailes que
organizaban las familias militares. En estos lugares la joven Isabel quiere ser
como el sol que irradia su luz.
El 2 de agosto de 1901 entra en el Carmelo. Una vida dedicada por
entero a la oración. Una comunidad de hermanas que viven el ideal de santa
Teresa. Una sencillez en el uso de las cosas y en el trato con las personas. Un
ideal apostólico que amplía sus horizontes al mundo entero. El Epistolario
refleja de una forma maravillosa sus primeras impresiones. “No encuentro
palabras para expresar mi dicha”, “aquí ya no hay nada, sólo Él…Se le encuentra
en todas partes, lo mismo en la colada que en la oración” (C 91).
El 11 de enero de 1903, domingo y fiesta de la Epifanía, ante la
comunidad carmelitana de Dijon, Isabel pronuncia sus votos religiosos. Se
siente invadida por Dios, por su abundante gracia, un derroche.
Sus experiencias religiosas son alimentadas por sus lecturas. El
Nuevo Testamento tiene un lugar privilegiado en su mundo espiritual, muy
especialmente las cartas de san Pablo, a quien llamará “padre de su alma”. Las
páginas de san Juan de la Cruz han ejercido una influencia considerable en el camino
de la unión con Dios.
El año 1904 es muy significativo. El 21 de noviembre Isabel lo pasa
ante el Santísimo. Por la noche redacta una oración, que es expresión de su
entrega al Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dice así:
“¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayudadme a olvidarme enteramente
para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en
la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de vos, ¡mi
Inmutable!, sino que cada minuto me haga penetrar más en profundidad de vuestro
misterio. Pacificad mi alma, haced de ella vuestro cielo, vuestra morada amada
y el lugar de vuestro reposo. Que no os deje allí jamás solo, sino que esté
allí toda entera, completamente despierta en mi fe, en adoración total,
completamente entregada a vuestra acción creadora”.
Ella ha descubierto su vocación en la Iglesia: ser para Dios “una
alabanza de gloria” (Ef 1,6). Hasta tal punto que esta mística francesa lo toma
como un nombre simbólico, laudem gloriae, “alabanza de gloria”.
Los días 7 y 8 de noviembre está en silencio. Las últimas palabras
que le oyeron sus hermanas de comunidad fueron: “Voy a la Luz, al Amor, a la
Vida”. En el amanecer del 9 de noviembre de 1906, deja de respirar, la ciudad
de Dijon está tranquila. Las que estaban allí presentes se dan cuenta que
Isabel ha emprendido el viaje a la Trinidad que tanto amó en la tierra y como
un profeta nos llama a cada uno a disfrutar de su Presencia en lo cotidiano de
la vida.
Un primer milagro obtenido por intercesión de Sor Isabel se verificó
el 17 de febrero de 1984. Fue la curación milagrosa de Fray Jean Chanut, un
monje de la abadía cisterciense, por entonces maestro de novicios. Tenía 31 años
en 1938 y sufría de tuberculosis renal. A pesar de la extracción de un riñón,
la enfermedad se extendió por todo el tracto urogenital. Fray Jean sufría
mucho, estaba incapacitado para continuar con sus oficios dentro de la
comunidad y todo parecía indicar que el único desenlace sería la muerte. Sin
embargo, en enero de 1943, siguiendo el consejo de un padre predicador, la
comunidad cisterciense comenzó una novena de oración, confiando en la
intercesión de Sor Isabel. Concluida la novena el Fray Chanut recuperó las
fuerzas y pudo reanudar rápidamente la plena observancia de la Regla, las
vigilias y los ayunos severos propios del estilo de vida cisterciense. Las
pruebas de laboratorio que se le realizaron demostraron la milagrosa
desaparición de la enfermedad. Fray Chanut más tarde fue abad del monasterio y
murió en África en 1980. Este milagro permitió la beatificación de Sor Isabel
el 25 de noviembre de 1984.
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