9 de Noviembre – Jueves –
31ª – Semana de T. O.-A
Lectura del santo evangelio según san Juan
(2,13-22):
Se
acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el
templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas
sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas
y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a
los que vendían palomas les dijo:
«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi
Padre.»
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de
tu casa me devora.»
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos
nos muestras para obrar así?»
Jesús contestó:
«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»
Los judíos replicaron:
«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo
vas a levantar en tres días?»
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de
entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron
fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
1. Tengo
que reconocer que la fiesta litúrgica de hoy «me cuesta». Me cuesta sintonizar
espiritualmente con el hecho de celebrar la existencia de un determinado Templo
o Catedral. Se sale de la lista de motivos litúrgicos que van salpicando el
año, siempre dedicados a personas, y especialmente al Señor y a su Madre. Y
esta falta de sintonía tiene sus razones teológicas y bíblicas.
Por una parte, el cristianismo no es una
religión de «objetos o cosas sagradas». Nuestro Dios no ha elegido manifestarse
en piedras, animales, imágenes o edificios. Sino sobre todo y específicamente
en Jesucristo, en su cuerpo, en su persona. Y derivado de aquí directamente, el
Cuerpo de Cristo -después de la Resurrección- es la Comunidad cristiana. Somos
Templos del Espíritu, como subraya San Pablo. El lugar de la presencia de Dios
y de Cristo se encuentra "donde están dos o tres reunidos en mi
nombre" (Mateo 18, 20).
2. El
Concilio Vaticano II llama a la familia "iglesia doméstica" (Lumen
Gentium, 11), es decir, un pequeño templo de Dios, precisamente porque gracias
al sacramento del matrimonio es, por excelencia, el lugar en el que "dos o
tres" están reunidos en su nombre.
Durante los tres primeros siglos de
existencia de la Iglesia, los fieles no tuvieron templos para reunirse tal como
los conocemos hoy; ellos se reunían en las casas de familia; allí rezaban y
compartían la Eucaristía (cfr Hechos de los Apóstoles). La Iglesia-Comunidad
que hay que construir para que los hombres puedan encontrar en ella al Cristo
vivo ha de hacerse con los materiales adecuados. Mire cada uno como construye.
Por eso ha advertido en diversas ocasiones el Papa Francisco: una Iglesia de
los pobres y una Iglesia pobre, en la que quienes quieran "trepar" se
pongan unas botas y se vayan a hacer alpinismo…; una Iglesia que está mejor
herida que guardada tras las puertas de un templo…
3.
El propio culto quedó transformado por Jesucristo. Hablando con la
Samaritana, le explica que hay que dar culto a Dios en espíritu y verdad,
haciendo de la propia vida una entrega a los demás, y no tanto unas
celebraciones litúrgicas, unos rituales atados a un lugar determinado. De ahí
su enfrentamiento con el Templo: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un
mercado la casa de mi Padre».
No es que Jesús pretenda un culto
individual e interior, sin ritos, sin ceremonias, sin participación del cuerpo
(=hermanos), sin signos exteriores, porque nuestra naturaleza corporal los
necesita. El culto espiritual no se opone a material. El espíritu, en el
lenguaje de Juan, no se opone a la materia o a la realidad sensible, sino a la
carne, o sea a la criatura cerrada sobre sí misma, en el propio horizonte, y
por lo tanto limitada e impotente.
Por eso el sentido que tendría cualquier
Templo no es el de ser "la casa de Dios" sino "la casa de la
Iglesia", el hogar de la Comunidad. Una casa sin habitantes no es más que
un montón de ladrillos, aunque tenga montones de cuadros, adornos y belleza
arquitectónica. Al igual que una familia sin su propia «casa» (iglesia
doméstica) es casi imposible que sobreviva. Si esto es así, si entendemos que
el Templo es fundamentalmente el lugar de la Comunidad reunida en el nombre,
podemos situar con sentido la fiesta de hoy, y resaltar el significado de la
Catedral de cualquier diócesis, la iglesia de cualquier parroquia o comunidad
cristiana.
Hoy concretamente miramos a la Iglesia-madre de
San Juan de Letrán.
Por tanto, celebrar la dedicación de la
iglesia madre de todas las iglesias es una invitación a los cristianos de la
Iglesia universal a vivir la unidad de fe y de amor con el Papa, siendo piedras
vivas en la construcción de la Iglesia (universal, diocesana, parroquial...),
cuyo templo, altar y víctima es Jesucristo, el Cordero Inmaculado, y en la que
ofrecemos (con él, por él y en él) nuestra entrega personal como culto
agradable a Dios. Por eso, mire cada cual cómo construye, porque es tarea de
todos y cada uno de nosotros.
Dedicación de la Basílica de Letrán
Año 324
Basílica significa: "Casa del Rey".
Basílica de Letrán En la Iglesia Católica se le da el nombre de
Basílica a ciertos templos más famosos que los demás. Solamente se puede llamar
Basílica a aquellos templos a los cuales el Sumo Pontífice les concede ese
honor especial. En cada país hay algunos.
La primera Basílica que hubo en la religión Católica fue la de
Letrán, cuya consagración celebramos en este día. Era un palacio que pertenecía
a una familia que llevaba ese nombre, Letrán. El emperador Constantino, que fue
el primer gobernante romano que concedió a los cristianos el permiso para
construir templos, le regaló al Sumo Pontífice el Palacio Basílica de Letrán,
que el Papa San Silvestro convirtió en templo y consagró el 9 de noviembre del
año 324.
Esta basílica es la Catedral del Papa y la más antigua de todas las
basílicas de la Iglesia Católica. En su frontis tiene esta leyenda: "Madre
y Cabeza de toda las iglesias de la ciudad y del mundo".
Se le llama Basílica del Divino Salvador, porque cuando fue
nuevamente consagrada, en el año 787, una imagen del Divino Salvador, al ser
golpeada por un judío, derramó sangre. En recuerdo de ese hecho se le puso ese
nuevo nombre.
Se llama también Basílica de San Juan (de Letrán) porque tienen dos
capillas dedicadas la una a San Juan Bautista y la otra a San Juan Evangelista,
y era atendida por los sacerdotes de la parroquia de San Juan.
Durante mil años, desde el año 324 hasta el 1400 (época en que los
Papas se fueron a vivir a Avignon, en Francia), la casa contigua a la Basílica
y que se llamó "Palacio de Letrán", fue la residencia de los
Pontífices, y allí se celebraron cinco Concilios (o reuniones de los obispos de
todo el mundo). En este palacio se celebró en 1929 el tratado de paz entre el
Vaticano y el gobierno de Italia (Tratado de Letrán). Cuando los Papas volvieron
de Avignon, se trasladaron a vivir al Vaticano. Ahora en el Palacio de Letrán
vive el Vicario de Roma, o sea el Cardenal al cual el Sumo Pontífice encarga de
gobernar la Iglesia de esa ciudad.
La Basílica de Letrán ha sido sumamente venerada durante muchos
siglos. Y aunque ha sido destruida por varios incendios, ha sido reconstruida
de nuevo, y la construcción actual es muy hermosa.
San Agustín recomienda: "Cuando recordemos la Consagración de un
templo, pensemos en aquello que dijo San Pablo: ‘Cada uno de nosotros somos un
templo del Espíritu Santo’. Ojalá conservemos nuestra alma bella y limpia, como
le agrada a Dios que sean sus templos santos. Así vivirá contento el Espíritu
Santo en nuestra alma".
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