16 DE NOVIEMBRE - JUEVES –
32ª -SEMANA DEL
T.O.-A
Lectura del santo evangelio según san Lucas 17,
20-25
En aquel
tiempo, a unos fariseos que le
preguntaban cuándo iba a llegar el Reino de Dios, Jesús les contestó:
"El Reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni
anunciarán que está aquí o allí; porque mirad, el Reino de Dios está dentro de
vosotros'.
Dijo a sus discípulos:
"Llegará un tiempo en que desearéis vivir un día con el
Hijo del Hombre, y no podréis. Si os dicen que está aquí o allí, nos vayáis
detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el
Hijo del Hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser reprochado
por esta generación".
1. Jesús
establece un criterio de suma importancia: el "reinado de Dios" no va a llegar a este mundo "espectacularmente". En el texto griego dice que no vendrá "metá parateréseos", es
decir, la llegada y la presencia del reinado de Dios no se harán presentes mediante hechos y fenómenos claramente
reconocibles (H. Balz), sino como una
realidad que está "dentro", "en", "entre" (éntos)
los seres humanos, por más que se tratare de
hombres que, como era el caso de los fariseos, no parece que fueran
seguidores de Jesús.
2. La
mentalidad de Jesús no coincidía -según parece-
con la mentalidad que sobre todo últimamente se ha impuesto en la
Iglesia. Se trata de la mentalidad que busca la "espectacularidad"
como instrumento pastoral y como signo de que la Iglesia sigue viva y está presente
en la sociedad secularizada y laica que asusta tanto a los hombres de Iglesia.
Como es lógico, conseguir una concentración de
muchos miles de personas, que aplauden y ovacionan
al
Papa, es un logro mediático, una especie de "espectáculo" que deja satisfechos
a los organizadores. En estos tiempos
en que las iglesias se van quedando
cada día más vacías, los seminarios también medio (o casi) vacíos, las parroquias
sin párrocos, etc., se comprende la
tendencia a compensar tanto vacío con una enorme plaza llena de gente, al menos
durante unas horas.
Los últimos papas han fomentado este tipo de
presencia del catolicismo en el mundo. Y
en ellos se invierten cantidades importantes de dinero, mucho
tiempo,
compromisos con los poderes públicos, etc.
3. Sin
duda alguna, Jesús no pensaba así. Ni el reinado de Dios consiste en que la
gente ovacione al Papa. Jesús dice que el reinado de Dios está en la
intimidad
de cada cual: en su honradez, en su honestidad, en su humildad, en su sentido
de la responsabilidad, en su sensibilidad ante el sufrimiento de los que peor
lo pasan en la vida. Eso es lo que urge "organizar". Y no las visitas
papales o las muchas obediencias que
para sí reclaman los obispos.
Aunque también es cierto que el Papa actual, el
papa Francisco, es el modelo ejemplar del hombre sencillo y cercano a la gente,
especialmente a los que más sufren y son los más insignificantes. Este Papa
está renovando la mentalidad de la Iglesia y de muchas gentes en el mundo.
STª – MARGARITA DE ESCOCIA
Martirologio Romano: Santa Margarita, nacida en Hungría y casada con
Malcolm III, rey de Escocia, que dio a luz ocho hijos, y fue sumamente solícita
por el bien del reino y de la Iglesia; a la oración y a los ayunos añadía la generosidad
para con los pobres, dando así un óptimo ejemplo como esposa, madre y reina (†
1093)
Breve Biografía
De estirpe regia y de santos. Por parte de padre
emparenta con la realeza inglesa y por parte de madre con la de Hungría. Los
santos son, por parte de padre, san Eduardo —llamado el "Confesor"—
que era su bisabuelo y, por parte de madre, san Esteban, rey de Hungría.
Nació del matrimonio habido entre Eduardo y Agata,
en Hungría, con fecha difícil de determinar. Su padre nunca llegó a reinar,
porque al ser llamado por la nobleza inglesa para ello, resulta que el normando
Guillermo el Conquistador invade sus tierras, se corona rey e impone el
juramento de fidelidad; al poco tiempo murió Eduardo de muerte natural.
Pero esta situación fue la que hizo que Margarita
llegara a ser reina de Escocia por casarse con el rey. Su madre había previsto
y dispuesto que la familia regresara al continente al quedarse viuda tras la
muerte de su esposo y, bien sea por necesidad de puerto a causa de tempestades,
bien por la confianza en la buena acogida de la casa real escocesa, el caso es
que atracaron en Escocia y allí se enamoró el rey Malcon III de Margarita y se
casó con ella.
Es una mujer ejemplar en la corte y con la gente
paño de lágrimas. Se la conoce delicada en el cumplimiento de sus obligaciones
de esposa; esmerada en la educación de los hijos, les dedica todo el tiempo que
cada uno necesita; sabe estar en el sitio que como a reina le corresponde en el
trato con la nobleza y asume responsabilidades cristianas que le llenan el día.
Señalan sus hagiógrafos las continuas preocupaciones por los más necesitados:
visita y consuela enfermos llegando a limpiar sus heridas y a besar sus llagas;
ayuda habitualmente a familias pobres y numerosas; socorre a los indigentes con
bienes propios y de palacio hasta vender sus joyas. Lee a diario los Libros
Santos, los medita y lo que es mejor ¡se esfuerza por cumplir las enseñanzas de
Jesús! De ellos saca las luces y las fuerzas. De hecho, su libro de rezos, un
precioso códice decorado con primor —milagrosamente recuperado sin sufrir daño
del lecho del río en que cayó— se conserva en la biblioteca bodleiana de Oxford
(Inglaterra).
También se ocupó de restaurar iglesias y levantar
templos, destacando la edificación de la abadía de Dunferline.
Puso también empeño en eliminar del reino los
abusos que se cometían en materia religiosa y se esforzó en poner fin a las
abundantes supersticiones; para ello, convocó concilios con la intención de que
los obispos determinaran el modo práctico de exponer todo y sólo lo que manda
la Iglesia y las enseñanzas de los Padres.
"Gracias, Dios mío, porque me das paciencia para
soportar tantas desgracias juntas". Esta fue su frase cuando le
comunicaron la muerte de su esposo y de su hijo Eduardo en una acción bélica.
Fue cuando marcharon a recuperar el castillo de Aluwick, en Northumberland, del
que se había apoderado el usurpador Guillermo. Ella soportaba en aquellos
momentos la larga y penosísima enfermedad que le llevó a la muerte el año 1093,
en Edimburgo.
Es la reina Margarita la patrona de Escocia,
canonizada por el papa Inociencio IV en el año 1250. Pero no pueden venerarse
sus reliquias por desconocerse el lugar donde reposan. Por la manía que tenían
los antiguos de desarmar los esqueletos de los santos, su cráneo —que
perteneció a María Estuardo— se perdió con la Revolución francesa, porque lo
tenían los jesuitas en Douai y, desde luego, no salieron muy bien parados sus
bienes. El cuerpo tampoco se pudo encontrar cuando lo pidió Gelliers, arzobispo
de Edimburgo, a Pío XI, aunque se sabe que se trasladó a España por empeño de
Felipe II quien mandó tallar un sepulcro en El Escorial para los restos de
Margarita y de su esposo.
Aunque les duela esa carencia de reliquias a los
escoceses, tienen sin embargo el orgullo de disfrutar en su historia de las
grandes virtudes de una mujer que supo primar su condición cristiana a su
condición de reina. O mejor, que ser reina no fue dificultad para vivir hasta
lo más hondo su responsabilidad de cristiana. O aún más, supo desde la posición
más alta ser testigo de Cristo. Y eso es mucho en cualquier momento de la
Historia. ¿No será la gente como ella los que se llaman pobres de espíritu?
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