9 DE DICIEMBRE - SÁBADO
1ª- SEMANA DE
ADVIENTO - B
Lectura del santo evangelio según san Mateo 9, 35
- 10, 1. 6-8
En aquel tiempo, Jesús recorría todas las
ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el evangelio del
Reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las
gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como
ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos:
"La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos;
rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies".
Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar
espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. A estos doce los envió
con estas instrucciones:
"Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad
diciendo que el Reino de los Cielos está cerca: curad enfermos, resucitad
muertos, limpiad leprosos, echad demonios.
Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis".
1. Los
recientes estudios en "sociología del cristianismo primitivo" nos
dicen que "el movimiento de Jesús" fue "un fenómeno social
desviado" (Gerd Theissen). Es decir, Jesús no fue un "hombre
instalado". Toda forma de instalación da seguridad. Pero quita libertad. Y
si la instalación es de ricos y potentados, semejante instalación es una
canallada, un escándalo. Por eso da pena
ver los palacios episcopales, los conventos que son monumentos, las residencias
de clérigos que dan envidia, etc. Jesús no tuvo títulos, ni cargos, ni estuvo
vinculado a ninguna institución. Quiso ser libre, para enseñar donde había
ignorancia y para aliviar el sufrimiento donde había enfermedades y dolencias.
Ante el dolor, la opresión y el abandono de la
pobre gente, Jesús se compadecía, literalmente se le conmovían las entrañas (Mt
14, 14; 15, 32; 18, 27; 20, 34) (W. Carter).
Jesús vio que lo más necesario en la vida es la
libertad al servicio de la misericordia que contagia paz y bien.
2. A los
doce apóstoles (Mt 10, 2), Jesús les dio autoridad. ¿Para qué? No para dominar
o someter a nadie en nada, sino para expulsar demonios y sanar
enfermos.
En la mentalidad de Jesús, tener "autoridad" es tener
"bondad" y "sensibilidad" ante el sufrimiento de los que lo
pasan mal. En la Iglesia se ha pervertido el concepto y la forma de ejercer la
autoridad. Porque se ejerce como poder
para someter y mandar. Esa forma de
practicar la autoridad se fundamenta en el derecho romano, no en el Evangelio.
3. Por
último, anunciar que está cerca el Reino (reinado) de Dios, es curar enfermos,
resucitar muertos, limpiar leprosos, expulsar demonios (Mt 10, 8). 0 sea,
anunciar
el Reino de Dios no es dar catequesis, enseñar doctrinas, imponer mandamientos
y organizar ceremonias sagradas.
Anunciar el Reino es liberar a la gente de sus penas y sufrimientos, dar
vida a los que están como muertos, contagiar felicidad.
Hoy diríamos que es trabajar por una sociedad
en paz, respeto, igualdad de derechos, seguridad para todos y en todo. Si la
Iglesia no se orienta en este sentido, no va a ninguna parte. Esto es lo que
más tendría que preocupar y angustiar a los obispos.
SAN JUAN
DIEGO
(1474-1548)
El Beato Juan Diego, que en
1990 Vuestra Santidad llamó «el confidente de la dulce Señora del Tepeyac»
(L'Osservatore Romano, 7-8 maggio 1990, p. 5), según una tradición bien
documentada nació en 1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco,
perteneciente a la etnia de los chichimecas.Se llamaba Cuauhtlatoatzin, que en
su lengua materna significaba «Águila que habla», o «El que habla con un
águila».
Ya adulto y padre de familia,
atraído por la doctrina de los PP. Franciscanos llegados a México en 1524,
recibió el bautismo junto con su esposa María Lucía. Celebrado el matrimonio
cristiano, vivió castamente hasta la muerte de su esposa, fallecida en 1529.
Hombre de fe, fue coherente con sus obligaciones bautismales, nutriendo
regularmente su unión con Dios mediante la eucaristía y el estudio del
catecismo.
El 9 de diciembre de 1531,
mientras se dirigía a pie a Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac, tuvo
una aparición de María Santísima, que se le presentó como «la perfecta siempre
Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios». La Virgen le encargó que en su
nombre pidiese al Obispo capitalino el franciscano Juan de Zumárraga, la
construcción de una iglesia en el lugar de la aparición. Y como el Obispo no
aceptase la idea, la Virgen le pidió que insistiese. Al día siguiente, domingo,
Juan Diego volvió a encontrar al Prelado, quien lo examinó en la doctrina
cristiana y le pidió pruebas objetivas en confirmación del prodigio.
El 12 de diciembre, martes,
mientras el Beato se dirigía de nuevo a la Ciudad, la Virgen se le volvió a
presentar y le consoló, invitándole a subir hasta la cima de la colina de
Tepeyac para recoger flores y traérselas a ella. No obstante, la fría estación
invernal y la aridez del lugar, Juan Diego encontró unas flores muy hermosas.
Una vez recogidas las colocó en su «tilma» y se las llevó a la Virgen, que le
mandó presentarlas al Sr. Obispo como prueba de veracidad. Una vez ante el
obispo el Beato abrió su «tilma» y dejó caer las flores, mientras en el tejido
apareció, inexplicablemente impresa, la imagen de la Virgen de Guadalupe, que
desde aquel momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en
México.
El Beato, movido por una
tierna y profunda devoción a la Madre de Dios, dejó los suyos, la casa, los
bienes y su tierra y, con el permiso del Obispo, pasó a vivir en una pobre casa
junto al templo de la «Señora del Cielo». Su preocupación era la limpieza de la
capilla y la acogida de los peregrinos que visitaban el pequeño oratorio, hoy
transformado en este grandioso templo, símbolo elocuente de la devoción mariana
de los mexicanos a la Virgen de Guadalupe.
En espíritu de pobreza y de
vida humilde Juan Diego recorrió el camino de la santidad, dedicando mucho de
su tiempo a la oración, a la contemplación y a la penitencia. Dócil a la
autoridad eclesiástica, tres veces por semana recibía la Santísima Eucaristía.
En la homilía que Vuestra
Santidad pronunció el 6 de mayo de 1990 en este Santuario, indicó cómo «las
noticias que de él nos han llegado elogian sus virtudes cristianas: su fe
simple [...], su confianza en Dios y en la Virgen; su caridad, su coherencia
moral, su desprendimiento y su pobreza evangélica. Llevando una vida de
eremita, aquí cerca de Tepeyac, fue ejemplo de humildad» (Ibídem).
Juan Diego, laico fiel a la
gracia divina, gozó de tan alta estima entre sus contemporáneos que éstos
acostumbraban decir a sus hijos: «Que Dios os haga como Juan Diego».
Circundado de una sólida fama
de santidad, murió en 1548.
Su memoria, siempre unida al
hecho de la aparición de la Virgen de Guadalupe, ha atravesado los siglos,
alcanzando la entera América, Europa y Asia.
El 9 de abril de 1990, ante
Vuestra Santidad fue promulgado en Roma el decreto «de vitae sanctitate et de
cultu ab immemorabili tempore Servo Dei Ioanni Didaco praestito».
El 6 de mayo sucesivo, en
esta Basílica, Vuestra Santidad presidió la solemne celebración en honor de
Juan Diego, decorado con el título de Beato.
Precisamente en aquellos
días, en esta misma arquidiócesis de Ciudad de México, tuvo lugar un milagro
por intercesión de Juan Diego. Con él se abrió la puerta que ha conducido a la
actual celebración, que el pueblo mexicano y toda la Iglesia viven en la
alegría y la gratitud al Señor y a María por haber puesto en nuestro camino al
Beato Juan Diego, que, según las palabras de Vuestra Santidad, «representa
todos los indígenas que reconocieron el evangelio de Jesús» (Ibídem).
Beatísimo Padre, la
canonización de Juan Diego es un don extraordinario no sólo para la Iglesia en
México, sino para todo el Pueblo de Dios.
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