14 DE
DICIEMBRE - JUEVES
2ª - SEMANA DE ADVIENTO
- B
Lectura del santo evangelio según san Mateo 11,
11-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
"Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que
Juan Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande
que él.
Desde los días de Juan Bautista hasta ahora, se hace violencia
contra el Reino de los Cielos y los violentos pretenden arrebatarlo. Porque
todos los profetas hasta Juan eran profecía, pero él era Elías que tenía que
venir, con tal que queráis admitirlo.
“El que tenga oídos, que escuche”.
1. La liturgia de Adviento nos trae al recuerdo
los relatos evangélicos que elogian a Juan Bautista. Lo que parece indicar que la mejor manera de
prepararnos, para recibir a Jesús y para integrarlo en nuestras vidas, es
recordar el ejemplo de Juan Bautista. Porque, si el Adviento es la preparación para la venida de
Jesús, Juan Bautista fue el primero que cumplió esa tarea y tuvo esa misión.
Pues
bien, si Juan Bautista es el más grande de los nacidos de mujer, resulta
evidente que -a juicio de Jesús- Juan es lo más que da de sí la condición
humana. Pero hay algo que supera lo que
da de sí la condición humana.
Superan
la condición humana los hijos del Reino de Dios. No porque sean o tengan algo más que "lo
humano", sino porque "lo humano", tal como existe,
está fundido con
"lo inhumano".
2. Es humano amar, ayudar, ser buenas
personas... Pero también es humano odiar, hacer daño, portarse mal y causar
mucho sufrimiento. Por eso decimos
que lo humano está
fundido en nosotros con lo inhumano.
El
proyecto de Jesús no consiste en "divinizarnos" (nadie puede saber lo
que es eso), sino en
"humanizarnos" tanto, que vayamos superando la
"deshumanización" que todos llevamos en nuestra forma de ser.
3. Juan Bautista fue un santo, pero llevó una
vida que no es normal. Jesús fue un
hombre normal. Juan no comía ni bebía (Mt 11, 18), mientras que Jesús comía y
bebía (Mt 11, 19).
Jesús fue
la expresión más cabal de lo humano. Eso es lo que propone Jesús cuando habla
del Reino de Dios. Hacer violencia
contra lo verdaderamente humano es hacer violencia contra el Reino de Dios.
Los
predicadores religiosos que amenazan a la gente, que presentan a Dios como un
juez peligroso, son hombres violentos, que utilizan a Dios para ponerlo como ejemplo y modelo de violencia. Quienes
hacen eso son enemigos del Evangelio.
SAN JUAN DE LA CRUZ
San Juan de la Cruz nace en
1542, en Fontiveros, un pequeño pueblo de Ávila, de economía agrícola y
ganadera, con una pequeña industria de telares. Es el segundo de los tres hijos
de Gonzalo de Yepes y Catalina Álvarez, modestos tejedores.
Pronto mueren su padre y el
segundo de sus hermanos, probablemente a consecuencia de la crisis agraria y
del hambre presente en Castilla por los años cuarenta del siglo XVI. La madre
intenta recabar ayuda de ciertos parientes toledanos, pero al serle negada se
traslada a Arévalo, donde permanecen unos cuatro años, para posteriormente, en
1551, establecerse en Medina del Campo.
La infancia y adolescencia de
Juan de Yepes se desenvuelven en un ambiente de marcada pobreza, que podría
calificarse de auténtica miseria. Estas duras circunstancias tienen como
consecuencia la endeblez de su corta estructura física, a consecuencia de la
desnutrición: Se cría el huérfano Juan de Yepes como pobre de solemnidad.
Recibe ayuda de instituciones
de caridad, y así asiste al Colegio de los Niños de la Doctrina, ayudando en el
convento, en Misa y a los Oficios, acompañando en los entierros y pidiendo limosna.
En este centro, entre
reformatorio y escuela de enseñanza primaria, recibe una preparación elemental,
que le rescata del analfabetismo en que están inmersos todos sus familiares,
permitiéndole proseguir su formación.
Compagina sus estudios
trabajando en el hospital de Nuestra Señora de la Concepción de Medina,
especializado en la curación de enfermedades venéreas contagiosas y conocido
popularmente como el Hospital de las Bubas.
La vocación religiosa le
lleva, con 21 años, a ingresar en los Carmelitas de Medina, con el nombre de
Fray Juan de Santo Matías. Su vocación es claramente contemplativa y eremítica.
Ya como fraile, se instala en
Salamanca, en cuya universidad salmantina realiza los tres cursos preceptivos
para bachillerarse en Artes, durante los años 1564-1567.
Se ordena como sacerdote en
la primavera de 1567, y se decide a ingresar en la Cartuja, orden eremítica
alejada de la inestabilidad de su orden en un momento de reforma del Carmelo.
En medio de esta crisis se
produce el decisivo encuentro con Santa Teresa de Jesús, en otoño de 1567 en
Medina. La Madre fundadora, que proporciona su propio testimonio en las Fundaciones
(3,16-17), le ofrece la alternativa de ayudarla en la reforma.
En agosto de 1568 abandona
Salamanca para acompañar a Teresa de Jesús en su fundación femenina de
Valladolid, en este viaje se familiariza con el nuevo talante de la reforma.
Poco después funda el primer convento masculino de la orden del Carmelo
Descalzo, según la Regla primitiva y no mitigada de la Orden del Carmen, el 28
de noviembre de 1568, ceremonia en la que cambia su nombre por el de fray Juan
de la Cruz.
En 1570 la fundación se traslada
a Mancera, donde fray Juan desempeña el cargo de subprior y maestro de
novicios.
En la primavera de 1572 Santa
Teresa lo reclama como Vicario y confesor de las monjas de la Encarnación,
donde permanece hasta diciembre de 1577, acompañando a Santa Teresa en la
fundación de diversos conventos de Descalzas, como el de Segovia.
En este momento de la
historia, confluyen dos directrices reformadoras: por un lado, la reforma del
Rey Felipe II, y por otro, la reforma propugnada por los Papas. Los calzados,
apoyados por el Papa, están empeñados en evitar la separación de la orden en
dos grupos, mientras el Rey apoya a los descalzos para una reforma rápida y
radical que les permita el rigor que ansían.
En 1575 el Capítulo General
de los Carmelitas, reunido en Piacenza, envía un Visitador de la Orden para
Calzados y Descalzos, el P. Jerónimo Tostado, con el objetivo de suprimir los
conventos fundados sin licencia del General y de recluir a la Teresa de Jesús
en un convento elegido por ella.
En este contexto, la noche
del 3 de diciembre de 1577, Juan de la Cruz es apresado y trasladado al
convento de frailes carmelitas de Toledo, donde comparece ante un tribunal de
frailes calzados que le conmina a retractarse de la Reforma Teresiana. Al
negarse, es declarado rebelde y contumaz.
Es encerrado en una oscura y
angosta celda durante más de ocho meses. En un estado de abandono total, que a
otros habría llevado a la locura, Juan de la Cruz escribe una grandísima poesía
de amor: las primeras 31 estrofas del
Cántico Espiritual (el denominado proto cántico), a la vez que los Romances y
el poema de la “Fonte”.
La presión psicológica por
parte de los carceleros, las dudas sobre la licitud de la empresa teresiana, el
sentimiento de desamparo, la angustia por el aparente olvido de los amigos
(desconocedor de los desvelos de Santa Teresa y de sus gestiones en la corte),
el profundo y progresivo desgaste físico unido al temor a una muerte no
descartable en tales circunstancias son, sin duda, elementos determinantes para
la concepción del mayor de sus símbolos literarios, el de la Noche Oscura. En
este sentido, la prisión toledana, con su soledad y silencio extremos,
potencian la fuerza generadora de la palabra poética.
Al cabo de estos meses, con
el íntimo convencimiento de que nunca será liberado y de que la prolongación de
su cautiverio sólo puede acarrearle un desenlace fatal y absurdo, Juan de la
Cruz planea cuidadosamente su fuga, y logra evadirse de la prisión en medio de
la noche y, a escondidas. Llega al convento de carmelitas descalzas, en la
misma ciudad del Tajo, muy próximas a su prisión, y ellas le trasladan al
Hospital de Santa Cruz, donde convalece mes y medio. Las incidencias de aquella
huida nocturna, preñada de angustia, quedan como un poso latente en el poema de
la Noche Oscura.
En septiembre de 1578 San
Juan de la Cruz se dirige hacia Andalucía para reponerse y llega como Vicario
al convento de El Calvario en la serranía jienense. Desde este enclave aislado
y retirado de las tensiones entre calzados y descalzos, realiza regularmente
visitas a las monjas descalzas de la fundación de Beas de Segura, de la que era
priora Ana de Jesús. Entre ambos se desarrolla una entrañable amistad, que
explica la dedicatoria de las Declaraciones al Cántico espiritual. En este entorno
sosegado y relajante, en plena naturaleza, disfruta de una etapa de fecunda
creatividad: Cautelas, Avisos, Montecillo de Perfección, el poema Noche oscura
y comentarios aislados a las estrofas del Cántico.
Ya en 1580 se erige el
Carmelo Descalzo como provincia exenta. Aunque no será hasta 1588 (muerta ya
Santa Teresa) cuando logre ser Orden independiente.
El 28 de noviembre de 1581
tiene lugar en Ávila su último encuentro con Teresa de Jesús, en el que
tratarán de la fundación de Granada y Burgos. Los cofundadores del Carmelo no
volverán a verse.
En enero de 1582 viaja a
Granada, acompañado de Ana de Jesús. Allí traba conocimiento con Dña. Ana de
Mercado y Peñalosa, dama segoviana viuda, favorecedora de las descalzas, a
quien Juan de la Cruz dedicaría la Llama de amor viva.
En marzo toma posesión del
Priorato de los Mártires, donde permanecerá hasta 1588, el periodo más largo de
su vida como religioso descalzo. En este convento situado a espaldas de la
Alhambra y de Sierra Nevada, recibe la noticia de la muerte de la Madre Teresa
en octubre de 1582. Se conserva aún en el actual Carmen de los Mártires un
pequeño acueducto construido por el Santo, así como un cedro centenario que,
según la tradición plantó él mismo.
Después de la muerte de Santa
Teresa, ocurrida en 1582, se agrava la división entre los descalzos. San Juan
apoyaba la política de moderación del provincial, Jerónimo de Castro, en tanto
que el P. Nicolás Doria, era muy extremoso.
El P. Nicolás fue elegido
provincial y el capítulo general nombró a Juan vicario de Andalucía. El santo
se consagró a corregir ciertos abusos, especialmente los que procedían del
hecho de que los frailes tuviesen que salir del monasterio a predicar. El santo
opinaba que la vocación de los descalzos era esencialmente contemplativa. Ello
provocó oposición contra él.
Las religiosas no aceptaron
este cambio y la venerable Ana de Jesús, obtuvo de la Santa Sede un breve de
confirmación de las constituciones, sin consultar al vicario general.
El P. Doria, que siempre
había creído que el santo estaba aliado con sus enemigos, priva al santo de
todos sus cargos y le envía como simple fraile al remoto convento de La
Peñuela, donde se entrega por unos meses a la meditación y la oración en las
montañas, “porque tengo menos materia de confesión cuando estoy entre las peñas
que cuando estoy entre los hombres.”
Pero no acaban aquí las
desventuras de San Juan de la Cruz. Siendo vicario provincial, San Juan,
durante la visita al convento de Sevilla, había restringido a dos frailes sus licencias
de salir a predicar. Inicialmente se sometieron, pero más adelante prefirieron
seguir la corriente adversa a Juan y algunos llegaron hasta quemar sus cartas
para no caer en desgracia.
En medio de esa tempestad San
Juan cayó enfermo. El provincial le mandó salir del convento de Peñuela y le
dio a escoger entre el de Baeza y el de Úbeda. El primero de esos conventos
estaba mejor provisto y tenía por superior a un amigo del santo. En el otro era
superior el P. Francisco, a quien San Juan había corregido junto con el P.
Diego. Escogió este segundo convento.
El viaje empeora su salud,
aunque sobrelleva su estado con gran paciencia. El superior le trató
inhumanamente, prohibiendo a los frailes que le visiten, cambiando al enfermero
que le atiende con cariño, y permitiéndole sólo comer los alimentos ordinarios
sin hacerle llegar los que le traían las visitas.
Después de tres meses de
sufrimientos muy agudos, el santo falleció el 14 de diciembre de 1591.
La muerte del santo trajo
consigo la revalorización de su vida y tanto el clero como los fieles acudieron
en masa a sus funerales. Dios quiso que se despejaran las tinieblas y se viese
su vida auténtica para edificación de muchas almas. Sus restos fueron
trasladados a Segovia, pues en dicho convento había sido superior por última
vez.
El 25 de enero de 1675
Clemente X promulgó el Breve de beatificación. El 27 de diciembre de 1726 fue
canonizado por Benedicto XIII. El 24 de agosto de 1926, aniversario del
comienzo de la Reforma teresiana, fue proclamado Doctor de la Iglesia Universal
por Pío XI.
Santa Teresa había visto en
Juan un alma muy pura, a la que Dios había comunicado grandes tesoros de luz y
cuya inteligencia había sido enriquecida por el cielo. Los escritos del santo
justifican plenamente este juicio de Santa Teresa, particularmente los poemas
de la “Subida al Monte Carmelo”, la “Noche Oscura del Alma”, la “Llama Viva de
Amor” y el “Cántico Espiritual”, con sus respectivos comentarios. Así lo
reconoció la Iglesia en 1926, al proclamar doctor a San Juan de la Cruz por sus
obras Místicas.
La doctrina de San Juan se
resume en el amor del sufrimiento y el completo abandono del alma en Dios. Ello
le hizo muy duro consigo mismo; en cambio, con los otros era bueno, amable y
condescendiente. Por otra parte, el santo no ignoraba ni temía las cosas
materiales, puesto que dijo: “Las cosas naturales son siempre hermosas; son
como las migajas de la mesa del Señor.”
San Juan de la Cruz vivió la
renuncia completa que predicó tan persuasivamente. Pero a diferencia de otros
menores que él, fue “libre, como libre es el espíritu de Dios”. Su objetivo no
era la negación y el vacío, sino la plenitud del amor divino y la unión
sustancial del alma con Dios. “Reunió en sí mismo la luz extática de la
Sabiduría Divina con la locura estremecida de Cristo despreciado”.
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