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DE DICIEMBRE - SÁBADO
3ª
- SEMANA DE ADVIENTO
San
Juan de Kety
Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,
57-66
A Isabel se le cumplió el
tiempo y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el
Señor le había hecho una gran misericordia y la felicitaban.
A los ocho días fueron
a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre.
La madre intervino diciendo:
"¡No! Se va a llamar Juan".
Le replicaron:
"Ninguno de tus parientes se llama
así".
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería
que se llamase.
Él pidió una tablilla y escribió:
"Juan es su nombre".
Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente
se le soltó la boca y la lengua y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los
vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de
Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo:
"¿Qué va a ser este niño?".
1. Este breve relato viene a resumir y cerrar
las enseñanzas del Evangelio que nos preparan para acoger y comprender a Jesús
que aparece en la historia humana a partir del momento de su nacimiento.
En el centro de esta
sencilla historia está el episodio del nombre que le impusieron al hijo de
Zacarías e Isabel.
Según las tradiciones
de la Biblia, el nombre de una persona era algo tan fundamental, que se
consideraba y se estimaba como un "componente
esencial" de esa persona. El nombre era
parte de la propia identidad. Y
expresaba la que la persona representaba en la vida.
2. Esto supuesto, Juan significa en hebreo
"Yahvé es clemente" (cf. F. Bovon).
En griego, esto se
dice "Yahvé es éleos, que quiere decir: Dios se define como "el
Misericordioso". O sea, el Dios del Templo y de los sacerdotes, el Dios de
los rituales y los sacrificios, el Dios de los preceptos y las observancias,
ese Dios no es el Dios que se nos da a conocer en el niño que nace en Navidad.
El Dios que nos
revela Jesús, el Dios del Evangelio, se define como
"Dios-Misericordia":
Dios de acogida y perdón, de bondad y respeto,
de sencillez y humanidad.
La
fiesta de Navidad, para millones de ciudadanos, es fiesta de alegría, de unión
y armonía en las familias, los amigos, no pocas instituciones, etc. Pero nunca
entenderemos el significado y el alcance de esta fiesta, si no tenemos en
cuenta su verdadera razón de ser. En esta festividad hay muchos elementos
secundarios, discutibles y algunos de ellos enteramente falsos. Pero hay algo
-en lo que poca gente piensa- que es la raíz del sentido de esta fiesta. Y esa
raíz está en el sentido último de la vida, lo que significado a todo lo demás,
es la BONDAD MISERICORDIOSA.
Si
la alegría de la fiesta no nos lleva a integrar esa “convicción”, esa “fuerza
de comportamiento”, en nuestra vida, nos divertimos en Navidad (en el mejor de
los casos), pero pasará la fiesta y todo seguirá lo mismo, en las mil
penalidades y sufrimientos que lleva consigo este mundo y esta vida.
San
Juan de Kety
Sacerdote y Maestro
Martirologio Romano: San Juan de Kety, presbítero, el cual, siendo sacerdote, se dedicó
a la enseñanza durante muchos años en la Academia de Cracovia, después recibió
el encargo pastoral de la parroquia de Olkusia, en donde, añadiendo a la recta
fe un cúmulo de virtudes, se convirtió para los cooperadores y discípulos en
ejemplo de piedad y caridad hacia el prójimo, y después emigró a los gozos
celestiales en Cracovia, ciudad de Polonia. († 1473)
Etimológicamente: Juan = Dios es misericordia. Viene de la lengua hebrea.
Breve Biografía
Hagamos
un esfuerzo por imaginarnos el ambiente en que se encuadra la figura de este
Santo y que es, en verdad, muy diverso del que hemos encontrado al hablar de
otros muchos. Porque Polonia, en plena Edad Media, presentaba características
profundamente similares. No era sólo su clima, extremado y duro, ni la
vecindad, siempre amenazadora de los turcos, ni de la singularidad de su
régimen político, fuertemente dominado por una aristocracia que, en su ceguera,
habrá de conducir reiteradamente a lo largo de la historia al país hacia su
ruina. Es, sobre todo, el carácter abigarrado del elemento humano.
Polonia,
sin fronteras naturales, fácilmente accesible a sus vecinos, presentaba
entonces, como continúa presentando hoy mismo, una extremada mezcla de razas.
Cuando en 1390 nace el que habia de ser San Juan Cancio, su pueblo, Kanty,
situado cerca de Auschwitz, al oeste de Cracovia, no pertenecía propiamente a
Polonia, sino a Silesia y sólo muchos años después, hacia el fin de la vida del
Santo, vol]vería a ser polaco. Pero no demos demasiada importancia a esto,
porque todo era mezcla. En las mismas poblaciones inequívocamente polacas,
continuaba rigiendo el Derecho germánico, juntamente con el polaco, y no era
raro oir hablar alemán. Las mismas costumbres estaban fuertemente impregnadas
de orientación teutónica, Lo mismo se diga, y mucho más, de Cracovia, donde
habría de transcurrir casi toda la vida del Santo. Ciudad cosmopolita,
constituía el más importante mercado del este de Europa. Aún no se había descubierto
América, ni la ruta del Cabo de Buena Esperanza permitía traer los productos
exóticos desde el Lejano Oriente. Por eso Cracovia era el gran mercado en que
se abastecían españoles, italianos, franceses..., y al que concurrían también
húngaros, checos, eslovacos e incluso, en los tiempos de paz, los mismos
turcos.
En este
ambiente va a actuar nuestro Santo. Y lo va a hacer en tiempos de intensa
fermentación intelectual. Durante toda su vida ha de sentir frente a si el peso
del atractivo que sobre la multitud estudiantil ejercían las nuevas ideas. La
Universidad pasaba por un buen momento. Fundada por Casimiro el Grande en 1364,
había conseguido en 1397 la Facultad de Teología, y se encontraba al mediar el
siglo xv en una etapa de extraordinario florecimiento. Los reyes la habían
mimado, y los estudiantes acudían a ella en gran cantidad. Pero... los errores
de los husitas y taboritas no dejaban de ejercer atractivo y se imponía un
trabajo duro para defender la ortodoxia.
Al
llegar a la Universidad, Juan ponía fin a una educación que pudiéramos llamar
casi campesina. Había nacido en el seno de una familia patriarcal, y se había
educado cristianísimamente, con una orientación ortodoxa, sólida y segura.
Incorporado a la Universidad, después de algunas duras pruebas que él supo
sobrellevar con firmeza, se dedicó con tal entusiasmo a los estudios que su
figura pronto destacó. En 1417 obtuvo el doctorado en Filosofía, y poco después
en Teología. Ordenado de sacerdote, nombrado canónigo de Cracovia obtuvo una
cátedra de teología en la Universidad, y continuó residiendo en el mismo
Colegio Mayor en que había residido mientras fue estudiante. Fuera de su
estancia en una parroquia y de sus viajes, no conocerá Juan ninguna otra
residencia.
La
estampa que nos ha llegado de él a través de los siglos es la de un profesor
universitario verdaderamente ejemplar; sin faltar jamás a clase, enteramente al
servicio de los estudiantes, consagrando largas horas al estudio, explicando
con claridad y humildad, viviendo intensamente la vida universitaria. Sus
méritos le llevarán hasta el mismo rectorado y durante muchos siglos la toga
morada que él había ostentado mientras fue rector servirá también a quienes le
sucedan en el cargo como una consigna de superación y de fidelidad.
No
escapó, sin embargo, a las intrigas, no infrecuentes por desgracia en ambientes
universitarios. Cuando el claustro hubo de designar algunos de sus miembros
para tareas muy delicadas, pudo observarse que prescindían de él. Es posible
que su rectitud hiciera de él un profesor incómodo, de los que no transigen, de
los que, con su cumplimiento, constituyen una muda reprensión para los demás.
Lo cierto es que un buen día la Universidad, correspondiendo a una petición de
los feligreses de la parroquia de Olkusz, le designó como párroco de la misma.
La
prueba debió de resultarle dura, porque no suele ser fácil que un intelectual
se adapte a las tareas pastorales, en directo contacto con las almas. De hecho,
nos consta, sin embargo, que fue un párroco admirable, y que en los años, que
no fueron muchos, que estuvo al frente de su parroquia, esta cambió
profundamente. Había estado hasta entonces muy descuidada, faltando la
instrucción religiosa, existiendo en ella facciones y partidos que se odiaban a
muerte, y pudiéndose encontrar no poca indiferencia en algunos feligreses. Pero
el párroco consiguió transformar por completo la parroquia: la caridad, la
unión fraternal, el destierro de los vicios, proclamaron la fina calidad del
buen pastor. Sin embargo, a éste se le hacía dura aquella vida, que parece que
le condujo a sentir fuertes escrúpulos, y la Universidad terminó por darse
cuenta del disparate que había hecho. En 1340 volvía a triunfar a su cátedra de
teología. Y poco después fue designado como profesor de religión de la familia
real de Polonia.
Es
curioso que el Santo, que jamás se permitía faltar a clase, hiciera una
excepción para emprender por dos veces muy largos viajes. En efecto, primero
emprendió una peregrinación hacia Jerusalén, pasando por Roma, ciudad para él amadísima
como sede del Papa. Y años después vuelve de nuevo a emprender el camino de
Roma, aunque sin condescender con las peticiones de quienes, pasmados por su
ciencia, querían que se quedase allí.
En uno
de estos viajes le ocurrió el conocido episodio de su encuentro con los
ladrones, que demuestra su amor a la verdad. Cuando le hubieron despojado de
todo su dinero le preguntaron si tenía más, contestó que no, pero habiendo
recordado que le quedaban unos escudos cosidos en el forro de su manto, llamó a
los ladrones para entregárselo.
Más
hermosa aún es la anécdota ocurrida en el refectorio del Colegio Mayor en que
vivía. Iba a sentarse a la mesa cuando vio a la puerta un pobre pidiendo
limosna. Los ojos de todos estaban fijos en él. Con toda sencillez se levantó,
entregó su comida íntegra al pobre y al volver a su sitio... estaba allí la
comida. Desde entonces, durante siglos, en el Colegio Universitario de Cracovia
se preparaba siempre una ración para un pobre. "Pauper venit", viene
un pobre, exclamaba el rector. "Iesus Christus venit", Jesucristo
viene, contestaban todos los reunidos. Y la comida era entregada al pobre.
Notemos
que, no sólo en su época de párroco, sino también en su cargo de profesor de
Universidad, San Juan sentía como exigencia de su sacerdocio el trabajo directo
con las almas. Con frecuencia se le veía predicando en las iglesias de la
ciudad, ordinariamente en latín, lengua entonces muy corriente en Polonia, y a
veces en polaco, porque, paradójicamente, en las iglesias de la ciudad se usaba
el latín, mientras en la de la Universidad se usaba la lengua nacional.
Inmensamente
limosnero, era el paño de lágrimas de todos los estudiantes necesitados de la
ciudad. En cierta ocasión, en medio del crudísimo invierno polaco, cruzando la
plaza a media noche, encontró a un pobre que temblaba, le entregó su manteo y
siguió a cuerpo, muerto de frío, camino de la iglesia para recitar maitines.
Casos como éstos, en ocasiones florecidos de milagros, se conservan en gran
número en los documentos de la época.
Murió a
los ochenta y tres años, en la vigilia de Navidad del año 1473. Pero antes
pronunció, ante todo el claustro de la Universidad, reunido en torno a su
lecho, una hermosísima alocución, en la que condensó su espiritualidad de
sacerdote, de canónigo y de profesor de Universidad santo:
"Confiándoos
el cuidado de formar la juventud en la ciencia y en las buenas costumbres, Dios
os ha elevado, señores y hermanos míos, lo bastantemente alto para que no
dudéis en pisotear, como indigna de vosotros, la gloria que los hombres reciben
unos de otros, y cuya búsqueda insensata trae frecuentemente la muerte a
nuestras almas. Velad cuidadosamente de la doctrina, conservad el depósito sin alteración
y combatid, sin cansaros jamás, toda opinión contraria a la verdad; pero
revestíos en este combate de las armas de la paciencia, de la dulzura y de la
caridad recordando que la violencia, aparte del daño que hace a nuestras almas,
daña las mejores causas. Aunque hubiera estado en el error sobre un punto
verdaderamente capital, jamás un violento hubiera conseguido sacarme de él;
muchos hombres están sin duda hechos como yo. Tened cuidado de los pobres, de
los enfermos, de los huérfanos."
Su voz
se quebró al llegar aquí, sin duda por el esfuerzo que estaba haciendo.
Descansó un momento, y continuó después:
"Causa y
fin de todo lo que existe, Dios eterno y todopoderoso, que gobiernas y
conservas por tu divina providencia todo lo que has creado, recíbeme en tu
inefable misericordia, y consiente que por la pasión y los méritos infinitos de
tu Hijo, yo me reúna a Ti por toda la eternidad."
Y dicho
esto, expiró suavemente.
Toda la
ciudad se conmovió. Sus funerales fueron verdaderamente extraordinarios. Pronto
empezó el rumor de los milagros obtenidos por su intercesión, que Matías de
Miechow primero, y después otros continuadores fueron recogiendo en un curioso
diario, en el que se reflejan las costumbres polacas del siglo xv, desde 1475 a
1519. Su cuerpo fue enterrado en la iglesia de Santa Ana de Cracovia, en la que
sesenta años después se le dio una sepultura más honrosa. Sin embargo, su causa
de beatificación se fue retrasando durante muchos años. En 1628 el cura de la
iglesia de Santa Ana, Adán Opatavius (Opatowczyk) publicó una vida con un
catálogo de milagros, en latín. En 1632 aparecía la traducción polaca. Y en
1680 Inocencio XII le beatificaba. Por fin, el 16 de julio de 1767, Clemente
XII le canonizó, cinco años antes de la primera partición de Polonia. Su fiesta
fue fijada el 20 de octubre y elevada por Pío VI en 1782 a rito doble.
"Insigne
Juan, tú eres la gloria de la nación polaca, el orgullo del clero, el honor de
la Universidad, el padre de tu patria".
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