13 DE
DICIEMBRE - MIÉRCOLES
2ª - SEMANA DE ADVIENTO – B
Lectura del santo evangelio según san Mateo
11,28-30
En aquel tiempo, exclamó Jesús y dijo:
"Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo
os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi
carga ligera".
1.
Ocurre con frecuencia que mucha gente siente que la religión resulta una
carga pesada y, a veces, hasta insoportable. Si el acto central de la religión
es
el sacrificio, esto se concreta en normas y obligaciones concretas, que la
religión impone, pero que muchos no saben para qué sirven tales renuncias, ni
por qué se imponen. Sobre todo, cuando
las renuncias de la religión se cumplen, pero al mismo tiempo se descuidan los deberes ciudadanos tales como la
honradez, el respeto a los demás, la rectitud en los deberes sociales y
económicos, etc. Pero entonces la gente se aguantaba. Hoy ya no aguanta y abandona la práctica religiosa, la
pertenencia a la Iglesia, quizá incluso
la creencia en Dios.
La religión es carga pesada porque, a veces,
manipula los sentimientos de culpa, y porque, además, a veces, los dirigentes
religiosos pretenden que los "pecados" sean además
"delitos".
2. El
evangelio de Mateo pone en boca de Jesús este llamamiento a aliviar el
cansancio y el agobio. El alivio lo encontramos en Jesús.
En el ejemplo que nos dejó Jesús, y en la fe
que tenemos (si la tenemos) en Jesús. Porque él no impone leyes, ni sumisiones, ni descalificaciones,
ni juicios, ni condenas.
Es urgente que la Iglesia asuma este estilo
de gobierno, de acción pastoral, de
relación con la sociedad.
3. Jesús
dice: Aprended de mí. Soñamos con el
día en que la predicación y la pastoral de la Iglesia se resuman en ese
llamamiento. De forma que la predicación eclesiástica consistiera en explicar a
la gente cómo vivimos los cristianos, cómo vive el clero. Con eso nada más,
tendría que haber bastante.
Renovar y reformar la Iglesia es, ante todo,
renovar el buen ejemplo de los creyentes en Jesús.
4. La
enseñanza capital de este relato —y de estas palabras de Jesús— es que una
religiosidad que se hace una carga pesada, que oprime y que es causa de
sufrimientos,
eso no lleva a Dios. Y lo primero que quiere Jesús es liberarnos de semejante
impedimento.
SANTA LUCIA
Virgen y mártir (304).
Su nombre aparece en el Canon Romano
La
iconografía representa a Lucía llevando en un platillo sus propios ojos. No hay
ningún dato histórico o legendario que fundamente este hecho. Quizá surgió por
su nombre, que significa luz o luminosidad y los ojos serían el símbolo de la
luz. Por la misma razón debió de ser invocada en las enfermedades de los ojos y
considerada como protectora de la vista.
Sufrió el martirio durante la persecución de Diocleciano, en la
ciudad siciliana de Siracusa, el 13 diciembre de 304. De Santa Lucía no
poseemos datos históricamente seguros. Las actas que conservamos de su martirio
son apócrifas y en ellas se refleja todo el encanto popular que supo vestir de
leyenda la vida de una mártir venerada en toda la Iglesia antigua. Esta Passio
que debió de redactarse en el siglo V ó el VI y de la que tenemos una versión
griega y otra latina, pertenece al tipo de leyendas hagiográficas que tienen
por finalidad exaltar la grandeza de la virginidad cristiana, conservando
siempre un cierto núcleo de verdad histórica.
Vida
Según la Passio, Lucía nació en Siracusa de padres ricos y nobles,
que lo eran aún más por su fe cristiana. En esta fe educaron a su hija. El
padre debió de morir pronto, siendo ella muy niña aún. La madre, Eutiquia,
quedó al cuidado de su única hija y cuando alcanzó la edad necesaria la
prometió en matrimonio a un joven pagano.
Quiere la leyenda subrayar que Lucía no fue partidaria de este
compromiso matrimonial, porque el impulso de la gracia la había llevado a
consagrar perpetuamente su virginidad a Jesucristo.
Habiendo enfermado Eutiquia, madre e hija acudieron al sepulcro de la
venerada Santa Agueda, en Catania, donde las curaciones milagrosas eran
frecuentes, pidiendo con fe la curación. Fue entonces cuando Lucía cayó en una
especie de sueño y se le apareció Santa Agueda que con rostro sereno y alegre
le dijo: «Lucía, hermana querida, ¿por qué me pides a mí lo que tú misma puedes
obtener en favor de tu madre?
Has de saber que por tu fe ha conseguido la curación, y así como
Jesucristo ha hecho por mí famosa la ciudad de Catania, igualmente por ti hará
célebre la ciudad de Siracusa, porque en tu virginal corazón le has preparado
una agradable mansión».
Vuelta en sí Lucía manifestó a su madre la visión que acababa de
tener. Eutiquia, conmovida por la curación que había sentido operarse en su
cuerpo, aceptó la propuesta que le hizo su hija: entregar a los pobres de
Cristo la dote que pensaba darle a ella. De retorno a casa empezaron a
distribuir sus riquezas entre los pobres. Esta prodigalidad irritó al joven
prometido de Lucía, que la delató ante el juez Pascasio como cristiana.
Martirio
Llevada ante el tribunal, se confesó cristiana y ni las amenazas ni
los halagos pudieron inducirla a llevar a cabo cualquier gesto que pudiera
interpretarse como culto a los ídolos. A los razonamientos del juez, Lucía
contestaba con otros más brillantes, de tal modo que éste ya exasperado la
amenazó diciendo: «Se acabarán tus palabras, cuando pasemos a los tormentos».
«A los siervos de Dios, contestó Lucía no les pueden faltar las palabras, pues
el Señor Jesucristo les ha dicho: Cuando seáis llevados ante gobernadores y
reyes, no os preocupéis de cómo o qué habéis de decir, porque se os dará en
aquel momento lo que habéis de decir; pues no seréis vosotros los que
hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre quien hablará en vosotros» (Mt
10,18 ss.).
Nuevamente volvió a interrogar Pascasio: « ¿Acaso está en ti el
Espíritu Santo?», y la santa le contestó: «Los que viven piadosa y castamente
son templos del Espíritu Santo».
«Pues yo te haré llevar a un lugar infame para que el Espíritu Santo
te deje», fue la respuesta del juez.
A estas amenazadoras palabras, Lucía contestó: «Si ordenas que sea
violada por la fuerza, mi castidad será honrada con doble corona».
Quizá en este breve diálogo se dé el núcleo histórico que luego
adornó la leyenda. En las actas auténticas que poseemos de otros mártires no
suele faltar este diálogo entre el juez y el reo, que era recogido por los
taquígrafos oficiales.
La Passio continúa refiriendo cómo el juez mandó a los soldados que
llevaran a Lucía a un lupanar; pero una fuerza especial la mantenía en su
sitio, sin que pudieran moverla de allí. Luego fue revestida de pez y materias
inflamables, prendiéndola fuego; pero éste no dañó su cuerpo virginal. Exasperado
Pascasio ante la resistencia de la joven y viendo que no conseguía su
propósito, ordenó traspasar su garganta con una espada. El cuerpo de Lucía fue
enterrado en Siracusa y bien pronto su sepulcro llegó a ser meta de
peregrinaciones y lugar de prodigios.
Las reliquias de Santa Lucía
¿Qué fue de las reliquias de Lucía? Este es otro de los problemas
planteados en torno a la mártir siracusana. Desgraciadamente vemos que la
tradición, más que aportar luz y suplir la falta de datos seguros, dificulta aún
más el problema, dando dos versiones distintas acerca de su destino a través de
los siglos.
Una de éstas afirma que las reliquias de Lucía estuvieron en Siracusa
hasta el s. VIII.; de allí fueron trasladadas a Corfino, en los Abruzos, y por
concesión de Otón I pasaron a Metz.
En 1042 un brazo de Lucía llegó al monasterio de Luitboug por
donación del emperador Enrique III. Para la otra versión, el traslado fue en
822 a Constantinopla y luego a Venecia, tras la ocupación de aquélla por los
cruzados. Colocadas en el monasterio de San Jorge, pasarían luego a la iglesia
dedicada a la santa.
El culto a Santa Lucía
El más antiguo testimonio es la inscripción auténtica de fines del
siglo IV en la catacumba de SAN Giovanni de Siracusa. Dice así: «Euskia...
murió en la fiesta de mi Santa Lucía...». El Sacramentarium Gelasianum y el
Gregorianum señalan su fiesta el 13 de diciembre. En igual fecha la conmemora
el Martyrologium Hieronymianum.
En el siglo VI existía en Roma un monasterio, además del de Siracusa,
consagrado a su memoria. Honorio I (625-638) le consagró una iglesia. Su nombre
con el de Santa Águeda fue introducido en el canon de la misa, quizá por San
Gregorio Magno.
La iconografía representa a Lucía llevando en un platillo sus propios
ojos. No hay ningún dato histórico o legendario que fundamente este hecho.
Quizá surgió por su nombre, que significa luz o luminosidad y los ojos serían
el símbolo de la luz. Por la misma razón debió de ser invocada en las
enfermedades de los ojos y considerada como protectora de la vista. Su fiesta
se celebra el 13 de Diciembre.
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