viernes, 15 de diciembre de 2017

Párate un momento: El evangelio del dia 16 DE DICIEMBRE - SÁBADO 2ª - SEMANA DE ADVIENTO - B SANTA ADELAIDA



16 DE DICIEMBRE  -  SÁBADO
2ª - SEMANA  DE  ADVIENTO - B

Lectura del santo evangelio según san Mateo 17, 10-13
    Al bajar del monte le preguntaron a Jesús sus discípulos:
"¿Por qué dicen los letrados que primero tiene que venir Elías?".
Él les contestó:
"Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del Hombre va a padecer a manos de ellos".
Los discípulos comprendieron entonces que se refería a Juan Bautista.

1.  Siguen los evangelios de Adviento recordando a los cristianos lo que hoy nos puede enseñar la figura de Juan Bautista. El monte del que bajan los discípulos es el monte de la Transfiguración. Allí han tenido una visión: Jesús junto al profeta Elías (además de Moisés).
Los judíos de aquel tiempo creían que, antes de la venida del Mesías, tenía que volver Elías a este mundo.
Lo que seguramente, para algunos, era una dificultad contra Jesús. Porque, si Elías no había venido a la tierra, Jesús no podía ser el verdadero Mesías y sería, por tanto, una gran mentira lo que se decía sobre el mesianismo del mismo Jesús.

2.  Jesús responde a los discípulos diciendo que el profeta Elías ya había venido, representado en la figura del gran profeta que fue Juan Bautista. La frase
de Jesús está en futuro porque cita literalmente un texto de Malaquías (3, 23). Y Jesús da a entender que Juan fue "tratado a su antojo" (lo que a la gente mala   de este mundo se le antoja), es decir, terminó asesinado.
Y esa misma muerte era la que le esperaba a él, al mismo Jesús.

3.  El Evangelio destacaba ayer la diferencia entre Juan y Jesús. Hoy los iguala a los dos; y los iguala en que ambos terminaron su vida asesinados.  
Juan porque denunció los escándalos de Herodes. 
Jesús porque denunció los escándalos del Templo, de los sacerdotes y de los letrados.
La libertad ante los grandes de este mundo se paga muy cara. De ahí, el miedo que le tenemos a la libertad. Nos lo dice el Evangelio. Y en tiempos más recientes nos han recordado lo mismo algunos autores bien conocidos: Erich Fromm y, antes que él, Fedor Dostoyevski, en el discurso del "Gran Inquisidor": "No  hay para el hombre deseo más acuciante que el deseo de  encontrar a un ser en quien delegar el don de la libertad que, por desgracia, se adquiere por el nacimiento".
Por eso nos buscamos confesores, directores espirituales, superiores, gobernantes, políticos, que nos manden con poder y autoridad. Para quitarnos de encima el inaguantable peso de la libertad.
"¡A mí, que me digan lo que tengo que hacer!". Es el grito de los esclavos. Y bien sabemos que los esclavos   son los que han mantenido la economía de la desigualdad. Porque ellos han mantenido la abundancia   y la prepotencia de los grandes de este mundo.
El aguante y la paciencia de los esclavos es lo que ha hecho posible la brecha y la distancia entre los más ricos (unos pocos) y los más pobres (la espantosa mayoría de oprimidos).

SANTA  ADELAIDA

Santa Adelaida – Viuda -Año 999

Que el Espíritu Santo siga enviando sabios directores espirituales que aconsejen a los gobernadores de las naciones y los lleven hacia la verdadera sabiduría y hacia la santidad.
¡Que hermoso fuera que esto se hiciera realidad!

      Hallar un buen amigo es como encontrar un tesoro (S. Biblia).
Santa Adelaida -Adela o Adelaida, es un nombre alemán que significa: "de noble familia". A esta santa le decían también Alicia.
Santa Adelaida fue la esposa del Emperador Otón el Grande.
Era hija del rey Rodolfo de Borgoña, el cual murió cuando ella tenía 6 años. Muy joven contrajo matrimonio con Lotario, rey de Italia. Su hija Emma llegó a ser reina de Francia.
Su primer esposo, Lotario, murió también muy joven, parece que envenenado por los que deseaban quitarle su reino, quedando Adelaida viuda de sólo 19 años, con su hijita Emma todavía muy pequeñita. El usurpador Berengario la encerró en una prisión y le quitó todos sus poderes y títulos, porque ella no quiso casarse con el hijo del tal Berengario. Su capellán se quedaba admirado porque Adelaida no se quejaba ni protestaba y seguía tratando a todos los carceleros con exquisita amabilidad y dulzura. Todo lo que sucedía lo aceptaba como venido de las manos de Dios y para su bien. Le robaron sus vestidos de reina y todas sus alhajas y joyas y le dieron unos harapos como de pordiosera. En su oscura prisión pasó varios meses dedicada a la oración. Los carceleros exclamaban: "Cuánto heroísmo tiene esta reina. ¡No grita, no se desespera, no insulta! ¡Sólo reza y sonríe en medio de sus lágrimas!".
Y mientras tanto su capellán, el Padre Martín, consiguió un plano del castillo donde ella estaba prisionera, abrió un túnel y llegando hasta su celda la sacó hacia el lago cercano donde la esperaba una barca, en la cual se la llevó hacia le libertad haciéndola llegar hasta el Castillo de Canossa, donde se refugió. Pero Berengario atacó aquel castillo y Adelaida envió unos embajadores a Otón de Alemania pidiéndole su ayuda. Otón llegó con su ejército, derrotó e hizo prisionero a Berengario y concedió la libertad a la santa reina.
Otón se enamoró de Adelaida y le pidió que fuera su esposa. Ella aconsejada por el Padre Martín, acepto este matrimonio y así llegó a ser la mujer del más importante mandatario de su tiempo. Los dos se fueron a Roma y allá el Sumo Pontífice Juan XII coronó a Otón como emperador y a Adelaida como emperatriz.
Otón el grande reinó durante 36 años. Mientras tanto su santa esposa se dedicaba a socorrer a los pobres, a edificar templos y a ayudar a misioneros, religiosos y predicadores.
Al morir su esposo Otón I, le sucedió en el trono el hijo de Adelaida, Otón II, pero este se casó con una princesa de Constantinopla, la cual era dominante y orgullosa y le exigió que tenía que alejar del palacio a Adelaida. Otón aceptó semejante infamia y echó de su casa a su propia madre. Ella se fue a un castillo, pero pidió la ayuda de San Mayolo, abad de Cluny, el cual habló de tal manera a Otón que lo convenció que nadie mejor lo podía aconsejar y acompañar que su santa madre. Y así el emperador llamó otra vez a Adelaida y le pidió perdón y la recibió de nuevo en el palacio imperial.
Otón II murió en una guerra y su viuda la princesa de Constantinopla se apoderó del mando y trató duramente a Adelaida. Ella decía: "Solo en la religión puedo encontrar consuelo para tantas pérdidas y desventuras". En medio de sus penas encontraba fuerzas y paz en la oración. A quienes le trataban mal les correspondía tratándoles con bondad y mansedumbre.
Una extraña enfermedad acabó con la vida de la princesa de Constantinopla y Adelaida quedó como regente, encargada del gobierno de la nación, mientras su nieto Otón III llegaba a la mayoría de edad. Fue para sus súbditos una madre bondadosa. Ignoraba el odio y no guardaba resentimientos con nadie. Supo dirigir el gobierno del país alemán con bondad y mucha compresión, ganándose el cariño de las gentes.
Fundó varios monasterios de religiosos y se preocupó por la evangelización de los que todavía no conocían la religión católica. Se esforzaba mucho por reconciliar a los que estaban peleados.
Su director espiritual en ese tiempo fue San Odilón, el cual dejó escrito: "La vida de esta reina es una maravilla de gracia y de bondad". Santa Adelaida tuvo una gran suerte, y fue que durante toda su vida se encontró con formidables directores espirituales que la guiaron sabiamente hacia la santidad: el Padre Martín, San Adalberto, San Mayolo y San Odilón. En la vida de nuestra santa sí que se cumplió lo que dice la S. Biblia: "Encontrar un buen amigo es mejor que encontrarse un buen tesoro. Quien pide un consejo a los que son verdaderamente sabios, llegan con mucha mayor facilidad al éxito".
Cuando su hijo Otón III se posesionó como emperador, ella se retiró a un monasterio, y allí pasó sus últimos días dedicada a la oración y a meditar en las verdades eternas.
Murió el 16 de diciembre del año 999 y aunque las ingratitudes y persecuciones le hicieron sufrir mucho durante toda su vida, al morir se había ganado la estima y el amor de toda su nación.









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