11 DE DICIEMBRE - LUNES
2ª - SEMANA DE ADVIENTO
-B
Lectura del santo evangelio según san Lucas 5,
17-26
Sucedió
que un día estaba Jesús enseñando y estaban sentados unos fariseos y maestros
de la ley, venidos de todas las aldeas de Galilea, Judea y Jerusalén. Y el
poder del Señor lo impulsaba a curar. Llegaron unos hombres que traían en una
camilla a un paralítico y trataban de introducirlo para colocarlo delante de
él. No encontrando por dónde introducirlo, a causa del gentío, subieron a la
azotea y, separando las losetas, lo descolgaron con la camilla hasta el centro,
delante de Jesús.
Él, viendo la fe que tenían, dijo:
"hombre, tus pecados están perdonados".
Los letrados y los fariseos se pusieron a pensar: "¿quién
es este que dice blasfemias? - ¿Quién puede perdonar pecados más que
Dios?"
Pero Jesús, leyendo sus pensamientos, les replicó:
"¿qué pensáis en vuestro interior? - ¿Qué es más fácil: decir "tus pecados
quedan perdonados" o decir "levántate y anda?"
Pues para que veáis que el Hijo del Hombre tiene poder en la
tierra para perdonar pecados -dijo al paralítico- a ti te lo digo, ponte en
pie, toma tu camilla y vete a tu casa".
Él, levantándose al punto, a la vista de ellos, tomó la camilla
donde estaba tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios.
Todos quedaron asombrados y daban gloria a
Dios, diciendo llenos de temor:
"hoy hemos visto cosas
admirables".
1. Si
algo hay claro en este relato, es que el poder de perdonar pecados y el poder
de remediar el sufrimiento son dos hechos que van unidos, vinculados
el
uno con el otro. El que causa sufrimientos, en lugar de remediarlos, ¿cómo va a
perdonar pecados?
Es decir, un individuo que va por la vida
haciendo
daño
y causando escándalos, ¿cómo va a ser "camino" y "puerta"
para que la gente se acerque a Dios, se sienta en paz con su conciencia, tenga
en su vida una luz de esperanza?
2. El
perdón de los pecados no es un "ritual mágico" que actúa
automáticamente. Eso es pura magia. Y en eso tenemos el constante peligro de
convertir el Evangelio. A fin de cuentas, "perdonar los pecados",
¿qué es eso?
El pecado se suele representar como "culpa",
como "mancha" o como
"ofensa". El sentimiento de culpa es una experiencia humana, que se
quita mediante una terapia adecuada. El sentimiento de mancha es un sentimiento
mágico, que no afecta a nuestra relación con Dios.
- ¿Es el pecado una "ofensa" que el
ser humano le hace a Dios?
Ya Santo Tomás de Aquino dijo sabiamente que
el
hombre solo puede ofender a Dios "cuando hace algo contra sí mismo o
contra los demás" ("Sum.
Contra Gent. III, 122).
- ¿Contra Dios? - ¿Qué podemos nosotros hacerle
a Dios? - ¿Le podemos hacer algún mal?
Si Dios es Dios, eso quiere decir que es el "Trascendente".
O sea, Dios no está a nuestro alcance.
3. No
nos debe preocupar eso de "ofender a Dios". Lo que tenemos que cuidar
es no hacer nunca daño a nadie. ESTO
ES LO QUE DE VERDAD IMPORTA.
Por
eso, el pecado se perdona haciendo felices a los humanos.
SAN DAMASO
Nacido hacia el año 304. Su padre, Antonio, era español; el nombre de
su madre, Laurencia (Lorenza), hasta hace poco no era conocido. Dámaso nació
probablemente en España; lo cierto es que creció en Roma, prestando sus
servicios a la iglesia de San Lorenzo mártir. Fue elegido por gran mayoría Papa
en octubre del año 366, pero un cierto número de ultra conservadores seguidores
del difunto Papa Liberio lo rechazaron, y escogieron al diácono Ursino (o
Ursicino), quien fue de modo irregular consagrado, y quienes para tratar de
sentarlo en la silla de Pedro ocasionaron gran violencia y llegando al derramamiento
de sangre. Muchos detalles de este escandaloso conflicto están relatados en el
"Libello Precum" (P.L., XIII, 83-107) de forma muy tendenciosa, pero
por una demanda a la autoridad civil por parte de Faustino y Marcelino, dos
presbíteros contrarios a Dámaso
El emperador Valentiniano reconoció a Dámaso y desterró en el año 367
a Ursino a Colonia, posteriormente le fue permitido volver a Milán, pero se le
prohibió volver a Roma o a su entorno. Los partidarios del antipapa (ya en
Milán aliado a los Arrianos y hasta su muerte pretendiendo la sucesión) no
dejaron de perseguir a Dámaso. Una acusación de adulterio fue presentada contra
él (en el 378) en la corte imperial, pero fue exonerado de ella primero por el
propio Emperador Graciano (Mansi, Coll. Conc. III, 628) y poco después por un
sínodo romano de cuarenta y cuatro obispos (Liber Pontificalis, ed. Duchesne,
s.v.; Mansi, op. cit., III, 419) qué también excomulgó a sus acusadores.
Defensor de la fe y la unidad
Dámaso defendió con vigor la Fe católica en una época de graves y
variados peligros. En dos sínodos romanos (años 368 y 369) condenó el
Apolinarismo y Macedonialismo; también envió legados al Concilio de
Constantinopla (año 381), convocado contra las herejías mencionadas. En el
sínodo romano del año 369 (o 370) Auxentio, el Obispo Arriano de Milán fue
excomulgado; mantuvo la sede hasta su muerte, en el año 374, facilitando la
sucesión a San Ambrosio. El hereje Prisciliano, condenado por el Concilio de
Zaragoza (año 380) atrajo a Dámaso, pero en vano (Prisciliano era natural de
Galicia, España y hay eruditos que consideran a Dámaso o a su familia también
gallega. N. del T.). Dámaso animó a San Jerónimo para realizar su famosa
revisión de las versiones latinas más tempranas de la Biblia (vea VULGATA).
Durante algún tiempo, San Jerónimo también fue su secretario particular (Ep.
123, n. 10).
Un canon importante del Nuevo Testamento fue proclamado por él en el
sínodo romano del año 374. La Iglesia Oriental recibió gran ayuda y estímulo de
Dámaso contra el arrianismo triunfante, en la persona de San Basilio de
Cesárea; el papa, sin embargo, mantuvo cierto grado de suspicacia hacia el gran
Doctor de Capadocia. Con relación al Cisma Meletiano en Antioquía, Dámaso, con
Atanasio y Pedro de Alejandría, simpatizaron con el partido Paulino por ser el
mejor representante de la ortodoxia de Nicea; a la muerte de Meletio trabajó
para afianzar en la sucesión a Paulino excluyendo a Flaviano (Socrates,
Hist. Eccl., V, 15). Apoyó la petición
de los senadores cristianos ante el Emperador Graciano para el retirar el altar
de Victoria del Senado (Ambrosio, Ep. 17, n. 10), y vivió para dar la
bienvenida al famoso decreto de Teodosio I, "Del fide Católica" (27
Feb., 380) que declaraba como la religión del Estado Romano aquella doctrina
que San Pedro había predicado a los romanos y de la cual Dámaso era su cabeza
suprema (Cod. Theod., XVI, 1, 2).
Cuando, en el año 379, la Iliria fue separada del Imperio de
Occidente, Dámaso se movió para salvaguardar la autoridad de la Iglesia romana
creando una vicaría apostólica y nombrando para ella a Ascolio, Obispo de
Tesalónica; éste es el origen del importante Vicariato Papal durante mucho
tiempo ligado a la sede. La primacía de la Sede Apostólica fue defendida
vigorosamente por este papa, y en el tiempo de Dámaso por actas y decretos
imperiales; entre los pronunciamientos importantes sobre este tema está la
afirmación (Mansi, Coll. Conc., VIII, 158) que basa la supremacía eclesiástica
de la Iglesia Romana en las propias palabras de Jesucristo (Matt., 16, 18) y no
en decretos conciliares. El prestigio aumentado de los primeros decretales
papales, habitualmente atribuido al papado de Siricio (384-99), muy
probablemente debe ser atribuido al papado de Dámaso ("Cánones Romanorum
ad Gallos"; Babut, "Las decretales más antiguas", París, 1904).
Este desarrollo de la administración papal, sobre todo en Occidente, trajo con
él un gran aumento de grandeza externa. Esta magnificencia seglar, sin embargo,
afectó las costumbres de muchos miembros del clero romano cuya vida y
pretensiones mundanas, fueron amargamente reprobadas por San Jerónimo,
provocando (el 29 de Julio del 370) que, con un decreto de Emperador
Valentiniano dirigido al papa, se prohibiera a los eclesiásticos y monjes
(posteriormente a obispos y monjas) dirigirse a viudas y huérfanos para
persuadirlos con la intención de obtener de ellos regalos y herencias. El papa
hizo que la ley fuese estrictamente observada.
Dámaso restauró su propia iglesia (ahora iglesia de San Lorenzo en
Dámaso) y la dotó con instalaciones para los archivos de la Iglesia Romana.
Construyó la basílica de San Sebastián en la Vía Apia (todavía visible)
edificio de mármol conocido como la "Platonia" (Platona, pavimento de
mármol) en honor al traslado temporal a ese lugar (año 258) de los cuerpos de
los Santos Pedro y Pablo, y la decoró con una inscripción histórica importante
(vea Northcote y Brownlow, Roma Subterránea). En la Vía Argentina, también
construyó, entre los cementerios de Calixto y Domitilla, una basilicula, o
pequeña iglesia, cuyas ruinas fueron descubiertas en 1902 y 1903, y donde,
según el "Liber Pontificalis", el papa fue enterrado junto con su
madre y su hermana. En esta ocasión el descubridor, Monseñor Wilpert, encontró
también el epitafio de la madre del papa de la que ni sé sabía que su nombre
era Lorenza, ni tampoco que había vivido los sesenta años de su viudez al
servicio de Dios, y que murió a los ochenta y nueve años, después de haber
visto a la cuarta generación de sus descendientes. Dámaso construyó en el
Vaticano un baptisterio en honor de San Pedro y gravó en él una de sus inscripciones
artísticas todavía conservada en las criptas Vaticanas. Desecó esta zona
subterránea para que los cuerpos que se enterraran allí (beati sepulcrum juxta
Petri) no pudieran ser afectados por agua estancada o por inundaciones. Su
devoción extraordinaria a los mártires romanos ahora es muy bien conocida y se
debe particularmente a los trabajos de Juan Bautista De Rossi.
Introdujo el culto a los mártires
Nos queda considerar, por último, el aspecto que ha hecho más popular
a San Dámaso, y también aquel cuya influencia ha sido mayor para la posteridad,
el que le ha merecido el título de ´Papa de las catacumbas". Él se
preocupó, en medio de la agitación de su pontificado, de propagar el culto de
los mártires, restaurando los cementerios suburbanos donde reposaban sus
cuerpos, de hacer investigaciones para encontrar sus tumbas, olvidadas, como en
el caso de San Proto y San Jacinto, en la vía Salaria; de honrarlos con bellas
inscripciones métricas, que después grababa en hermosas letras capitales su
calígrafo Furio Dionisio Filócalo, cuyos trazos barrocos todavía podemos
admirar hoy en alguna lápida íntegra que nos ha llegado de entre el medio
centenar que debió esculpir.
A finales del siglo IV eran muy borrosas las noticias que se tenían
en Roma de los mártires de las persecuciones. Cierto que ya Constantino se
preocupó de levantar en su honor espléndidas basílicas, como las de San Pedro,
San Pablo, San Lorenzo y Santa Inés. Pero no era posible hacer otro tanto con
los que yacían enterrados en los lóbregos subterráneos de las catacumbas, pues
hubieran hecho falta sumas enormes. La idea de San Dámaso fue darles veneración
en los mismos lugares de su enterramiento, según la tradición romana, que ligó
siempre el culto a la tumba del mártir.
Mas para facilitar la visita de los fieles eran necesarios trabajos
importantes, pues debían abrirse nuevas entradas, ensanchar las escaleras y
hacerlas más cómodas, adornar las salas o cubículos donde reposaban los cuerpos
santos. San Dámaso se entregó con entusiasmo a esta obra. La cripta de los
Papas del siglo lll, uno de los más sagrados recintos de la cristiandad, la
adornó con columnas, arquitrabes y cancelas, y en el fondo colocó una de sus
famosas inscripciones, que todavía puede leerse, recompuesta en pedazos:
Hic congesta iacet quaeris si turba piorum
Corpora
sanctorum retinente veneranda sepulcra.
"Si los buscas, encontrarás aquí la inmensa muchedumbre de los santos.
Sus cuerpos están en los sepulcros venerables, sus almas fueron arrebatadas a
los alcázares del cielo..."
Nos podemos imaginar al augusto Pontífice, acompañado de sus más
asiduos colaboradores, tal vez el propio San Jerónimo, emprendiendo aquellas
investigaciones que le llevaban a encontrar la pista de algún santo olvidado.
¡Qué alegría entonces, como se refleja aún en la inscripción a través de los
siglos!:
Quaeritur inventus colitur fovet omnia praestat.
"Tras los trabajos de búsqueda es encontrado, se le da culto,
se muestra propicio, lo alcanza todo."
Resulta emocionante saber que San Dámaso emprendió esta obra de
exaltación de los mártires en agradecimiento por haber conseguido la
reconciliación del clero tras el cisma de Ursino.
Pro reditu
cleri, Christo praestante trinmphans
martyribus
sanctis reddit sua vota sacerdos.
Podrá objetarse que el santo Pontífice no siempre tuvo buenas fuentes
de información, excepto el caso ya citado, en que el propio verdugo dió
testimonio. Casi siempre ha de recurrir a la tradición oral: Fama refert...
Fertur... Haec audita refert Damasus... En algunos casos ha de dejar el juicio
al propio Cristo: probat omnia Christus.
Esta pobreza de sus informaciones se manifiesta ya en las descripciones
genéricas que hace del martirio, o en no saber decir los nombres o el tiempo de
su triunfo, usando una frase imprecisa: "en los días en que la espada
desgarraba las piadosas entrañas de la Madre": tempore quo gladius secuit
pia víscera matris. Otras veces será la estrechez de la lápida, que no le
permite espacio para mayores noticias, como en la inscripción de la cripta de
los Papas.
Los pequeños poemas damasianos llegan a conmovernos, porque reflejan
el entusiasmo del poeta y el afecto vivísimo que alimentaba hacia los atletas
de Cristo, de donde sus cálidas invocaciones: "Amado de Dios que seas
propicio a Dámaso te pido ¡oh santo Tiburcio!
O en el de Santa Inés: "¡Oh santa de toda mi veneración, ejemplo de
pureza!, que atiendas las plegarias de Dámaso te pido, ínclita mártir".
Se comprende que los peregrinos medievales copiasen con verdadera
ilusión estos versos, merced a lo cual han podido salvarse en códices y
bibliotecas muchos de ellos, cuyos fragmentos filocalianos hallaron
posteriormente De Rossi y otros investigadores de las catacumbas.
Digamos también que San Dámaso, que tuvo el honor de transformar las
catacumbas en santuarios, fue, a la vez, el que introdujo el culto de los
mártires en Roma. Al fundar un "título" o iglesia parroquial en su
propia casa, junto al teatro de Pompeyo, según la costumbre, le dio su propio
nombre: "in Damaso", pero le ligó al recuerdo de un mártir español,
San Lorenzo. Y aunque la iglesia iba dedicada a Cristo, como todas las de
entonces, al poner el nombre del santo diácono como una invitación a honrarle
más especialmente, sentó un precedente que evolucionaría con toda rapidez. Las
iglesias se dedicarían a los santos, como ya hoy es normal. El nombre del
fundador caería en desuso y quedaría el del patrón.
San Dámaso murió casi octogenario el 11 de diciembre de 384. Al final
de la inscripción a los mártires en la cripta del cementerio de Calixto, el
santo Papa había manifestado su deseo de ser allí enterrado, aunque por
humildad o por escrúpulo de arqueólogo no se atreviera a tanto.
Hic fateor Damasus volui mea condere membra
sed cineris timui sanctos vexare piorum.
Entonces se hizo preparar para él y su familia una basílica funeraria
en la vía Ardeatina, no lejos del área donde estaban los mártires queridos. Esta
capilla se presentaba a los peregrinos medievales como una etapa entre Roma y
la visita de las catacumbas. Compuso tres epitafios; para su madre, su hermana
y el suyo. Este es particularmente humilde y lleno de fe. Recuerda la
resurrección de Lázaro por Cristo y termina con esta hermosa frase: "De
entre las cenizas hará resucitar a Dámaso, porque así lo creo".
Sus reliquias fueron llevadas posteriormente a la iglesia de San
Lorenzo in Damaso y están conservadas debajo del altar mayor. Su gran amigo San
Jerónimo hizo de él este hermoso elogio en su tratado De la virginidad: Vir
egregius et eruditus in Scripturis, virgo virginis Ecclesiae doctor:
"Varón insigne e impuesto en la ciencia de las Escrituras, doctor virgen
de la Iglesia virginal". La liturgia también le es deudora de sabias
reformas. Además de su devoción acendrada a los mártires, la construcción del
baptisterio vaticano y la firmeza apostólica en reprimir las herejías le cabe
la gloria de haber introducido en la misa, conforme a la costumbre palestinense,
el canto del aleluya los domingos y la reforma del viejo cursus salmódico para
darle un carácter más popular.
THOMAS J. SHAHAN
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