27 DE DICIEMBRE MIÉRCOLES
SAN JUAN EVANGELISTA
Lectura del santo evangelio según san Juan
20, 2-8
El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro
y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo:
"Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos
corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro, se adelantó y
llegó primero al sepulcro y, asomándose, vio las vendas en el suelo, pero no
entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las
vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el
suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también
el otro discípulo, el que llegó primero al sepulcro; vio y creyó.
1. El
autor del cuarto evangelio no es el apóstol Juan, el hijo de Zebedeo.
Durante mucho tiempo se ha pensado que el autor
fue "el discípulo amado" (Jn 21, 24). Pero esto debe ser matizado. El
IV evangelio no es obra de un autor ocular. Fue escrito por un cristiano de la
segunda o tercera generación. Un
cristiano que redactó su escrito en nombre del "discípulo
amado". Y que se esforzó por
exponer en la forma de un evangelio la interpretación de la fe cristiana tal
como había sido esbozada por el "discípulo amado".
Esto debió ocurrir así porque hay argumentos
seguros que nos dan a entender que este evangelio
fue
redactado al final de los años 90, cuando ya no era probable que siguiera en
esta vida un hombre que había convivido con Jesús (cf. J. Zumstein, H. Thyen).
Pero todo esto indica que el IV evangelio es un
escrito muy pensado, elaborado con madurez y profundidad, que nos descubre
realidades muy
profundas,
que los tres primeros evangelios no pudieron advertir.
2. Una
de estas realidades consiste en lo que representan los "signos"
(semeion) en el evangelio de Juan. Desde
el relato de la boda de Caná hasta la conclusión final de este evangelio, a los
hechos prodigiosos de Jesús se les
denomina semeia (signos, señales).
- ¿Qué interés tiene esto? - ¿Qué se nos dice con esta palabra?
Se nos dice que lo específico y necesario para
descubrir la presencia de Jesús, en la vida, es el "pensamiento
simbólico". Que es justamente la forma característica de pensamiento que
diferencia al "ser humano" de todos los demás seres vivientes que
habitan la tierra. Lo cual nos viene a decir algo que impresiona mucho: si
tenemos en cuenta que una cosa es "el ser humano" y otra cosa es
"ser humano", el evangelio de Juan nos viene a decir que creemos en
Jesús y descubrimos a Jesús en la medida en que somos cada día más
humanos.
Nuestra creciente "humanidad"
(bondad, honradez, honestidad, sinceridad...) nos descubre a Jesús, y a Dios en
Jesús, en el gozo de la vida, en la
salud
de las personas, en la felicidad compartida, en la curación del que sufre... En
esto radica la genialidad divina del Evangelio. Y su profunda humanidad.
3.
Ahora bien, supuesto lo anterior, lo más importante, que nos enseña este
evangelio, es que Dios se nos da a conocer en el hombre que fue Jesús (Jn 1,
18; 14,8-10).
Lo que hizo este hombre fueron "hechos
simbólicos" (semeia) (Jn 20,30), que nos revelan lo que Dios es y lo que
Dios quiere.
Pero es capital saber que el Dios que nos
reveló Jesús, no es el Dios del Templo, de la Ley y de los sacrificios
sagrados. Es el Dios que se enfrenta a la codicia y el orgullo de los
dirigentes religiosos, lo que llevó a Jesús al final trágico de su muerte
violenta, de forma que todo el relato está orientado para terminar en la cruz
(T. Knóppler, U. Schnelle, J. Zummstein).
La resurrección es la esperanza abierta que nos
queda para una vida sin límites (Jn 20-21). Sabiamente, la Iglesia nos propone,
después del Nacimiento de Jesús y del Martirio de Esteban, la profundidad del
IV evangelio.
SAN JUAN
EVANGELISTA
SAN JUAN el Evangelista, a quien se distingue como "el
discípulo amado de Jesús" y a quien a menudo le llaman "el
divino" (es decir, el "Teólogo") sobre todo entre los griegos y
en Inglaterra, era un judío de Galilea, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago
el Mayor, con quien desempeñaba el oficio de pescador.
Junto con su hermano Santiago, se hallaba Juan remendando las
redes a la orilla del lago de Galilea, cuando Jesús, que acababa de llamar a su
servicio a Pedro y a Andrés, los llamó también a ellos para que fuesen sus
Apóstoles. El propio Jesucristo les puso a Juan y a Santiago el sobrenombre de
Boanerges, o sea "hijos del trueno" (Lucas 9, 54), aunque no está
aclarado si lo hizo como una recomendación o bien a causa de la violencia de su
temperamento.
Se dice que San Juan era el más joven de los doce Apóstoles y que
sobrevivió a todos los demás. Es el único de los Apóstoles que no murió
martirizado.
En el Evangelio que escribió se refiere a sí mismo, como "el
discípulo a quien Jesús amaba", y es evidente que era de los más íntimos
de Jesús. El Señor quiso que estuviese, junto con Pedro y Santiago, en el
momento de Su transfiguración, así como durante su agonía en el Huerto de los
Olivos. En muchas otras ocasiones, Jesús demostró a Juan su predilección o su
afecto especial. Por consiguiente, nada tiene de extraño desde el punto de
vista humano, que la esposa de Zebedeo pidiese al Señor que sus dos hijos
llegasen a sentarse junto a Él, uno a la derecha y el otro a la izquierda, en
Su Reino.
Juan fue el elegido para acompañar a Pedro a la ciudad a fin de
preparar la cena de la última Pascua y, en el curso de aquella última cena,
Juan reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús y fue a Juan a quien el Maestro
indicó, no obstante que Pedro formuló la pregunta, el nombre del discípulo que
habría de traicionarle. Es creencia general la de que era Juan aquel "otro
discípulo" que entró con Jesús ante el tribunal de Caifás, mientras Pedro
se quedaba afuera. Juan fue el único de los Apóstoles que estuvo al pie de la
cruz con la Virgen María y las otras piadosas mujeres y fue él quien recibió el
sublime encargo de tomar bajo su cuidado a la Madre del Redentor. "Mujer,
he ahí a tu hijo", murmuró Jesús a su Madre desde la cruz. "He ahí a
tu madre", le dijo a Juan. Y desde aquel momento, el discípulo la tomó
como suya. El Señor nos llamó a todos hermanos y nos encomendó el amoroso
cuidado de Su propia Madre, pero entre todos los hijos adoptivos de la Virgen
María, San Juan fue el primero. Tan sólo a él le fue dado el privilegio de
llevar físicamente a María a su propia casa como una verdadera madre y
honrarla, servirla y cuidarla en persona.
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