5 DE DICIEMBRE -
MARTES
1ª- SEMANA DE ADVIENTO – B
Lectura del santo evangelio según san Lucas
10, 21-24
En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó
Jesús:
"Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has
revelado a la gente sencilla.
Si, Padre, porque así te ha parecido bien.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el
Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el
Hijo se lo quiere revelar".
Volviéndose a los discípulos, les dijo:
"¡Dichosos
los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y
reyes desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que oís,
pero no lo oyeron'.
1. Jesús
se dirige, en esta oración, al "Padre", entendido como "Señor
del cielo y de la tierra". O sea, Dios es el "Transcendente" y
el "Inmanente" a la vez.
El Dios que no está a nuestro alcance y que,
sin embargo, lo tenemos tan cerca, tan presente, tan visible. Es el Dios, a un
mismo tiempo, tan "divino" y tan "humano".
Pues bien, Jesús afirma que a este Dios no lo conocen
los "sabios y entendidos". Los
que se saben todos los libros y todas
las teorías, esos son los que no se enteran de quién es Dios, ni de cómo es
Dios. Sin embargo, este Dios se da a conocer a los más pequeños, a los últimos
de este mundo.
Dios no es una "cosa", no es un
"objeto del conocimiento", no es un "saber". Por eso los sabios y entendidos no lo conocen. Mientras que los
que no pintan nada, ni tienen títulos, ni son notables, esos son los que lo
conocen. ¿Qué es esto?
2. La
gente sencilla es la gente que no tiene nada más que su humanidad, su condición
humana. Hay millones de seres humanos que no tienen otra cosa que
lo
indispensable para mantener su humanidad.
No tienen otra cosa, esas gentes. Solo tienen su condición humana. Y sabemos, por el misterio de la
encarnación, que Dios se "encarnó" precisamente en la condición
humana (Jn 1, 14).
Los sabios son todos los que saben mucho y se
fian de su sabiduría. Los entendidos son los que tienen muchos (títulos, cargos
y experiencias...). Por eso los sabios y los entendidos tienen el peligro de
confundir a Dios con lo que llevan en sus saberes y en sus títulos. Así se
engañan a sí mismos. Los otros, los que no tienen
nada
y por eso son los últimos, no tienen nada más que su humanidad.
Es decir, tienen carencias, ignorancias, necesidades...
Y es ahí y en eso donde el Dios de Jesús se les hace presente: en lo que
sufren, en lo que necesitan, en lo que buscan, en lo que anhelan... Ahí está
Dios. El Dios de Jesús.
Tener a Dios no es tener ideas claras y
seguras. Tener a Dios es tener humanidad, sencillez, humildad, deseos de lo más
típicamente humano. No es lo mismo hablar de "el ser humano", que
hablar de "ser humano".
Hay quien sabe mucho de "el ser
humano", pero es poco "humano".
Y es siendo humanos como encontramos a Dios y en lo que encontramos a Jesús.
3.
Cuando Jesús dice que son dichosos los que ven y oyen lo que veían y
oían los discípulos, en realidad, ¿qué nos dice?
Los discípulos veían a un hombre, a un ser
humano y oían a un galileo de Nazaret, del que ni su familia se explicaba cómo
ni dónde había aprendido lo que decía (Mc 6, 1-6). Lo que resulta sorprendente,
en lo que aquí dice Jesús, es que la "revolución religiosa", que él
trajo al mundo, consistía en que, en cada ser humano oímos y vemos a Jesús. Y
en Jesús es donde vemos a Dios. - ¿Vemos
la humanidad de los demás? - ¿Oímos
su
humanidad?
Con frecuencia ocurre que un Dios tan profundamente
humano no nos entra en la cabeza. Y menos aún, en el corazón. - ¿Por qué
seremos así? - ¿No nos ocurrirá que apetecemos más ser como los "sabios y
entendidos", mientras que la "gente sencilla" nos importa un
bledo?
SAN SABAS
Abad - Año 532
Este santo fue uno de los monjes más famosos de la antigüedad.
Nació en Turquía en el año 439. Era hijo de un comandante del
ejército, el cual tuvo que partir a lejanas tierras y lo dejó confiado a un
tío. Pero este lo trataba muy mal y el niño de ocho años se fue donde otro tío.
Mas el segundo empezó a pelear con el primero exigiendo que le debían pasar a
él la herencia del niño si querían que lo educara, y entonces el joven Sabas,
amigo de la paz, se fue a un monasterio.
Después los dos tíos se arrepintieron de lo mal que lo habían tratado
y lo llamaron otra vez a que administrara sus cuantiosos bienes, pero él ya
estaba hastiado del mundo y no quiso volver a él.
Después de pasar varios años como monje muy ejemplar en su tierra,
dispuso irse a Jerusalén para aprender la santidad con los monjes de ese país.
Y allí a varios kilómetros de Jerusalén se hizo una celda, cerca de los otros
monjes anacoretas y se dedicó a una vida de oración y penitencia. Como era el
más joven y forzudo de los monjes, acarreaba el agua desde bastantes cuadras de
distancia, conseguía la lecha y trabajaba diez horas al día, haciendo canastos
para vender y con eso conseguir los alimentos para los más ancianos y débiles.
Había días en que tejía diez canastos.
El más estricto y santo de los monjes de los alrededores, San
Eutimio, lo invitó a irse a pasar los 40 días de la cuaresma en el desierto
donde ayunó Jesús, y a dedicarse allí a ayunar ellos también. Sabas empezó con
gran fervor, pero a los pocos días cayó desvanecido de tanta sed, a cause del
intenso calor. San Eutimio oró con fe, y apareció por allí cerca un nacedero de
agua y así logró no morir de deshidratación. Después de muerto San Eutimio,
repitió Sabas muchas veces en su vida, la práctica de pasar los 40 días
anteriores a la Semana Santa, ayunando en el desierto donde ayunó Jesús. Es
terrible penitencia que sólo resisten quienes tienen una gran resistencia
física.
Sabas pasó cuatro años seguidos en el desierto sin hablar con nadie.
Pero luego empezaron a llegar monjes a pedirle que los dirigiera hacia la
santidad y tuvo que dedicarse a ayudarles a conseguir la perfección. Llegó a
tener 150 monjes cerca del Mar Muerto. Como por allí faltaba el agua, un día el
santo vio a un asno hocear en el suelo, y mandó excavar en ese sitio y apareció
una fuente de agua que dio de beber a muchas gentes por bastantes siglos.
Cuando tenía 50 años fue ordenado sacerdote por el Arzobispo de
Jerusalén, y nombrado jefe de todos los monjes de Tierra Santa.
Con la herencia que le dejaron sus padres construyó dos hospitales.
Por tres veces fue enviado a Constantinopla, residencia del
emperador, a obtener que este no apoyara a los herejes y que favoreciera la
Tierra Santa. La primera vez como iba vestido tan pobremente, los guardias del
palacio dejaron entrar a los demás enviados menos a él. Pero cuando leyó la
carta del Arzobispo de Jerusalén en la cual le recomendaba a Sabas como el más
santo de los monjes, el emperador preguntó por él y tuvieron que irse a
buscarlo. Lo encontraron en un rincón, dedicado a la oración.
El emperador ofreció a los visitantes que pidieran los regalos que
quisieran. Cada uno pidió para sí mismo lo que quiso, pero Sabas dijo que él no
deseaba nada para su uso personal, pero que lo que pedía era que el emperador
no ayudara a los herejes y que concediera varias ayudas que estaban necesitando
mucho en Palestina, y que pusiera un puesto de policía cerca de donde estaban
los monjes para que los defendieran de los asaltadores. Todo esto se lo
concedió el mandatario.
San Sabas llegó a dirigir personalmente a muchísimos monjes y entre
sus dirigidos hay cinco santos canonizados. Por ej. San Juan Damasceno y San
Teodoro.
A los noventa y cuatro años de edad, siendo famoso en todo Oriente, y
habiendo gastado gran parte de su vida en oración, meditación y dirección
espiritual, murió el 5 de diciembre del año 532.
Su monasterio, cerca del Mar Muerto, es uno de los tres monasterios
más antiguos que existen en el mundo. La fuente que hizo brotar todavía surte
de agua a los alrededores, y las palmeras hijas de las que él mismo sembró, aún
siguen alimentando con sus dátiles a los monjes que allí viven santamente.
Gloria a Dios por los grandes santos que le ha dado a su santa
Iglesia.
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