31 DE DICIEMBRE -DOMINGO
LA SAGRADA FAMILIA
Lectura del libro del Eclesiástico
(3,2-6.12-14):
Dios hace al padre más respetable que a los hijos
y afirma la autoridad de la madre sobre su prole. El que honra a su padre expía
sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre
se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; el que respeta a su
padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha.
Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no
lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes
mientras vivas. La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para
pagar tus pecados.
Salmo 127
R/. Dichosos los que temen al Señor
y siguen sus caminos
Dichoso el que teme al Señor,
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.
Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa; tus hijos,
como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.
Ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a
los Colosenses (3,12-21):
Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado,
sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la
dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno
tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y
por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada.
Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro
corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y celebrad la Acción
de Gracias: la palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza;
enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios,
dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y, todo lo
que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando
gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros
maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no
seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le
gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los
ánimos.
Lectura del santo evangelio según san Lucas
2, 22-40
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según
la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo
al Señor.
(De acuerdo con lo escrito en la ley del Señor:
"Todo primogénito varón será consagrado al Señor"), y para entregar la
oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos
pichones".
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado
Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el
Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que
no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor.
Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo
previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a
tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has
presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de
tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que
se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre:
«Mira, éste está puesto para que muchos en Israel
caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la
actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel,
de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete
años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del
templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en
aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que
aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que
prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se
llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Donde la
familia no es lo importante
Dos lecturas
que encajan
En una fiesta de la Sagrada
Familia, esperamos que las lecturas nos animen a vivir nuestra vida familiar. Y
así ocurre con las dos primeras.
El libro del Eclesiástico insiste
en el respeto que debe tener el hijo a su padre y a su madre; en una época en
la que no existía la Seguridad Social, “honrar padre y madre” implicaba también
la ayuda económica a los progenitores. Pero no se trata sólo de eso; hay
también que soportar sus fallos con cariño, “aunque chocheen”.
La carta a los Colosenses ha sido
elegida por los consejos finales a las mujeres, los maridos, los hijos y los
padres. En la cultura del siglo I debían resultar muy “progresistas”. Hoy día,
el primero de ellos provoca la indignación de muchas personas: “Mujeres, vivid
bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor.” Cuando se
conoce la historia de aquella época resulta más fácil comprender al autor.
Un evangelio
atípico
Si san Lucas hubiera sabido
que, siglos más tarde, iban a inventar la Fiesta de la Sagrada Familia,
probablemente habría alargado la frase final de su evangelio de hoy: “El niño
iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios
lo acompañaba.” Pero no habría escrito la típica escena en la que san José
trabaja con el serrucho y María cose sentada mientras el niño ayuda a su padre.
A Lucas no le gustan las escenas románticas que se limitan a dejar buen sabor
de boca.
Como no escribió esa
hipotética escena, la liturgia ha tenido que elegir un evangelio bastante
extraño. Porque, en la fiesta de la Sagrada Familia, los personajes principales
son dos desconocidos: Simeón y Ana. A José ni siquiera se lo menciona por su
nombre (sólo se habla de “los padres de Jesús” y, más tarde, de “su padre y su
madre”). El niño, de sólo cuarenta días, no dice ni hace nada, ni siquiera
llora. Sólo María adquiere un relieve especial en la bendición que le dirige
Simeón, que más que bendición parece una maldición gitana.
Sin embargo, en medio de la
escasez de datos sobre la familia, hay un detalle que Lucas subraya hasta la
saciedad: cuatro veces repite que es un matrimonio preocupado con cumplir lo
prescrito en la Ley del Señor. Este dato tiene enorme importancia. Jesús, al
que muchos acusarán de ser mal judío, enemigo de la Ley de Moisés, nació y
creció en una familia piadosa y ejemplar. El Antiguo y el Nuevo Testamento se
funden en esa casa en la que el niño crece y se robustece.
La misma función cumplen
las figuras de Simeón y Ana. Ambos son israelitas de pura cepa, modelos de la
piedad más tradicional y auténtica. Y ambos ven cumplidas en Jesús sus mayores
esperanzas.
Sorpresa
final
Las lecturas de hoy, que
comenzaron tan centradas en el tema familiar, terminan centrando la atención en
Jesús. Con dos detalles fundamentales:
1. Jesús es el
importante. La escena de Simeón lo presenta como el Mesías, el salvador,
luz de las naciones, gloria de Israel. Ana deposita en él la esperanza de que
liberará a Jerusalén. José y María son importantes, pero secundarios.
2. Jesús es motivo de
desconcierto y angustia. Lo que Simeón dice de él desconcierta y admira a
José y María. Pero a ésta se le anuncia lo más duro. Cualquier madre desea que
su hijo sea querido y respetado, motivo de alegría para ella. En cambio, Jesús
será un personaje discutido, aceptado por unos, rechazado por otros; y a ella,
una espada le atravesará el alma. Lucas está anticipando lo que será la vida de
María, no sólo en la cruz, sino a lo largo de toda su existencia.
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