2 DE DICIEMBRE - SÁBADO
34ª - SEMANA DEL T.O.-A
Lectura del santo evangelio según san Lucas 21,
34-36
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
"Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la
bebida y la preocupación del dinero, y se os eche encima de repente aquel día;
porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad siempre despiertos,
pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie
ante el Hijo del Hombre".
1. Jesús
termina su discurso escatológico (sobre el final de todo). Y al final, Jesús
pide dos cosas:
1) Que no se os embote la mente.
2) Que no descuidéis la oración.
En cuanto a lo primero, lo notable es que Jesús
nos hacer caer en la cuenta de que todos tenemos el peligro de que la mente se
nos ponga de forma, que no veamos lo que tenemos que ver; ni nos demos cuenta
de lo que
tendríamos
que advertir. Eso es una mente embotada.
Pero ¿cómo se llega a eso? No se trata de
una degeneración biológica de nuestras
neuronas. Se trata de cosas que hacemos
(o no deberíamos hacer) a diario. En definitiva, el afán de pasarlo lo mejor
posible y la codicia de atesorar, con todo lo que eso lleva consigo. Eso es lo
que nos ciega y nos impide ver lo que tendríamos que ver.
Muchas veces, estamos ciegos porque las preocupaciones
y deseos de lo inmediato no nos dejan ver la totalidad. Y así, no podemos ver
la realidad.
2. Y,
para terminar, la oración. Jesús nos dice que es algo capital y que, por tanto,
nunca debemos abandonarla o
descuidarla. Se trata de pedir fuerza.
Lo que supone una conciencia clara de la propia
debilidad. Y con esa conciencia, el anhelo de salir adelante; y de estar
preparados para lo que pueda venir.
La vida es dura; a veces, cruel. Por eso
necesitamos la fuerza que el Padre del cielo nos puede dar. Para estar bien
pertrechados ante lo que pueda suceder. No sabemos si Jesús se refería
solamente al fin último de la existencia humana. Seguramente no solo a eso. Lo
que Jesús quiso dejar claro es que la oración es una fuente de energía y de
esperanza que nos debe acompañar
siempre
en la vida.
3. Mantenerse
en pie ante el Hijo del Hombre, expresado mediante el verbo (en futuro,
en 2a persona del plural, de la voz media) "stésesthe", que indica la
idea
de "estar firme y derecho" ("bestehen vor", M. Zerwick)
ante el Señor.
Es la entereza y la firmeza que solo nos puede
venir de la fuerza del Trascendente.
Se trata de "nunca venirse abajo",
sentirse firme siempre y hasta el fin. La fuerza de una fe sólida nos lo puede
conceder.
SANTA BIBIANA
Etimológicamente: Bibiana = "aquella que vive", es de
origen latino.
Ya se menciona en el Liber Pontificalis el culto a la mártir Bibiana
cuando se afirma en él que el papa Simplicio (468 - 473) le dedicó una
basílica. Restaurada en el siglo XVII por el infatigable papa Urbano VIII
quien, con su pasión renacentista, además de salvar un monumento antiguo, quiso
dejar un testimonio litúrgico del hallazgo incluyendo en el calendario de la
Iglesia universal la fiesta de Santa Bibiana en el día 2 de Diciembre. La
basílica tiene tres naves divididas por ocho columnas antiguas y contiene una
escultura graciosa de la Santa hecha por Bernini. Está situada cerca de la vía
férrea, da nombre al túnel por donde se cruza —Arcos de Santa Bibiana— y
próxima a la Stazione Termini.
¿Quién fue santa Bibiana? Bernini, todo arte, la representa con los
instrumentos del martirio que le dieron la Vida: columna donde fue flagelada,
los azotes, la corona del martirio y la sonrisa en su cara. Pero todo ello, con
ser verdadero, es cosa común y aplicable a la mayor parte de los mártires
cristianos en la Roma pagana, por lo que es decir mucho y, al mismo tiempo,
nada acerca de un personaje concreto.
El relato de las actas no es fiable. El siglo VI en donde comienzan a
proliferar las actas de los mártires y los escritos aún más tardíos del
martirio no son dignos de crédito histórico por las añadiduras apócrifas y
contradicciones que contienen. Incluso los datos que se mencionan, como hacer
responsable de su martirio al emperador Juliano el Apóstata, adolecen de un
pronunciado desinterés cronológico. La leyenda de nuestra santa que relata
pormenorizadamente su martirio es una novela ejemplar que aplica un esquema
general romano.
Pero es cierto que Santa Bibiana existió y que fue mártir.
Posiblemente también existieron su madre Dafrosa y su hermana Demetria cuyos
sarcófagos intactos se descubrieron debajo de los dos vasos de vidrio con
inscripciones que conservaban las reliquias de la Santa. La historia se remonta
como más remoto documento al papa Simplicio que se sitúa en el siglo V. La
veneración de esta mártir es anterior al ese dato. Y por ello no está lejos de
la verdad histórica la afirmación de que vivió santa Bibiana a finales del
siglo III, antes incluso de lo que cantan las actas.
Es, pues, Bibiana una santa de la que poco sabemos por los documentos
que pueden aducirse con valoración histórica cierta. Conocemos su existencia y
la entrega colmada, definitiva, que de su vida hizo a Dios, dándole un sí
apoteósico con el martirio. Todo lo demás ¿qué importa? Al fin y al cabo, las
piedras talladas, papiros, pellejos, papeles y datos informáticos en donde
pueda constar la historia más completa de cualquier santo no son más que raspar
en la corteza sin alcanzar jamás ese núcleo personal de la relación entre el
santo —la santa en nuestro caso— y Dios. Lo que consta en los archivos nos puede
llevar al reconocimiento de sus virtudes, pero la reciprocidad de amores entre
redimido y Redentor es un misterio siempre escondido para la historia y patente
sólo cabe Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario