2 de Noviembre – Viernes
–
30ª – Semana del T.O.- B
–
Lectura
del libro de las Lamentaciones (3,17-26):
Me han arrancado la paz,
y ni me acuerdo de la dicha; me digo:
«Se
me acabaron las fuerzas y mi esperanza en el Señor.» Fíjate en mi aflicción y
en mi amargura, en la hiel que me envenena; no hago más que pensar en ello y
estoy abatido.
Pero
hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor
no termina y no se acaba su compasión: antes bien, se renuevan cada mañana:
¡qué grande es tu fidelidad!
El
Señor es mi lote, me digo, y espero en él. El Señor es bueno para los que en él
esperan y lo buscan; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor.
Palabra
de Dios
Salmo:
129,1-2.3-4.5-6.7-8
R/.
Desde lo hondo a ti grito, Señor
Desde lo hondo a ti
grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R/.
Si llevas cuenta de los
delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el
perdón
y así infundes respeto. R/.
Mi alma espera en el
Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al
Señor,
más que el centinela la
aurora. R/.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la
aurora;
porque del Señor viene
la misericordia,
la redención copiosa. R/.
Y él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Juan 5, 24-29
En aquel tiempo,
respondió Jesús a los judíos:
"En
verdad os digo, que el que oye mi palabra y cree en aquel que me envió, tiene
vida eterna y no viene ajuicio, sino que pasó de muerte a vida.
En
verdad os digo, que viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz
del Hijo de Dios, y los que la oyeren, vivirán. Porque, así como el Padre tiene
vida en sí mismo, así también dio al Hijo el tener vida en sí mismo, y le dio
poder de hacer juicio porque es el Hijo del Hombre.
No
os maravilléis de esto, porque viene la hora, cuando todos los que están en los
sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hicieron bien, irán a
resurrección de vida, más los que hicieron mal a resurrección de juicio".
Palabra
del Señor
1. En el día de los
difuntos, es lógico, es natural, es inevitable que recordemos a los que
murieron, especialmente a quienes, por el motivo que sea,
representan para
nosotros algo importante en la vida. Sin embargo, lo que más importa, en este
día, no es mirar al tiempo pasado, sino fijarnos en la eternidad, que
trasciende el espacio y el tiempo, y nos sitúa en otro orden de existencia para
siempre.
2. Pero cuando los
cristianos hablamos de la muerte, es importante tener en cuenta que el ser
humano no es un compuesto de dos elementos, el cuerpo y el alma, que se separan en el momento de
morir y se volverán a juntar al final de los tiempos, cuando todos seamos convocados al llamado juicio final.
Esta antropología corresponde al dualismo del pensamiento helenista, que influyó en el
pensamiento de la Iglesia antigua y ha marcado la cultura de Occidente.
Por el contrario, el pensamiento bíblico no es dualista, sino
unitario. El ser humano implica esencialmente corporalidad, es decir, se
constituye por un "cuerpo" animado por un "espíritu",
fundidos en una unidad tan perfecta, que (al menos, hasta el día de hoy)
resulta imposible establecer dónde y cómo se sitúa el punto de sutura de lo
corporal con lo espiritual en cada ser humano.
3. La muerte no es la
"separación" del alma y el cuerpo, sino la "transformación".
Es decir, la resurrección acontece en el mismo instante de la muerte.
Conmemoración de los
fieles difuntos
Esta fiesta responde a
una larga tradición de fe en la Iglesia: orar por aquellos fieles que han
acabado su vida terrena y que se encuentran aún en estado de purificación en el
Purgatorio. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que los que mueren
en gracia y amistad de Dios pero no perfectamente purificados, pasan después de
su muerte por un proceso de purificación, para obtener la completa hermosura de
su alma. La Iglesia llama "Purgatorio" a esa purificación; y para
hablar de que será como un fuego purificador, se basa en aquella frase de San
Pablo que dice: "La obra de cada uno quedará al descubierto, el día en que
pasen por fuego. Las obras que cada cual ha hecho se probarán en el
fuego". (1Cor. 3, 14).
La práctica de orar por
los difuntos es sumamente antigua. El libro 2º de los Macabeos en el Antiguo
Testamento dice: "Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos,
para que quedaran libres de sus pecados" (2Mac. 12, 46); y siguiendo esta
tradición, la Iglesia desde los primeros siglos ha tenido la costumbre de orar
por los difuntos. Al respecto, San Gregorio Magno afirma: "Si Jesucristo
dijo que hay faltas que no serán perdonadas ni en este mundo ni en el otro, es
señal de que hay faltas que sí son perdonadas en el otro mundo. Para que Dios
perdone a los difuntos las faltas veniales que tenían sin perdonar en el
momento de su muerte, para eso ofrecemos misas, oraciones y limosnas por su
eterno descanso". Estos actos de piedad son constantemente alentados por
la Iglesia.
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