14 DE NOVIEMBRE –
MIERCOLES –
32ª – SEMANA DEL T.O. –
B –
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a Tito (3,1-7):
Recuérdales que se
sometan al gobierno y a las autoridades, que los obedezcan, que estén
dispuestos a toda forma de obra buena, sin insultar ni buscar riñas; sean
condescendientes y amables con todo el mundo. Porque antes también nosotros,
con nuestra insensatez y obstinación, íbamos fuera de camino; éramos esclavos
de pasiones y placeres de todo género, nos pasábamos la vida fastidiando y
comidos de envidia, éramos insoportables y nos odiábamos unos a otros. Mas
cuando ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre,
no por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según su
propia misericordia nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y con la
renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros
por medio de Jesucristo, nuestro Salvador. Así, justificados por su gracia,
somos, en esperanza, herederos de la vida eterna.
Palabra
de Dios
Salmo:
22,1-3a.3b-4.5.6
R/. El
Señor es mi pastor, nada me falta
El Señor es mi pastor,
nada me falta:
en verdes praderas me
hace recostar;
me conduce hacia fuentes
tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.
Me guía por el sendero
justo,
por el honor de su
nombre.
Aunque camine por
cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas
conmigo:
tu vara y tu cayado me
sosiegan. R/.
Preparas una mesa ante
mí,
enfrente de mis
enemigos;
me unges la cabeza con
perfume,
y mi copa rebosa. R/.
Tu bondad y tu
misericordia me acompañan
todos los días de mi
vida,
y habitaré en la casa
del Señor
por años sin término. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (17,11-19):
Yendo Jesús camino de
Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo,
vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le
decían:
«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.»
Al
verlos, les dijo:
«ld
a presentaros a los sacerdotes.»
Y,
mientras iban de camino, quedaron limpios.
Uno
de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos
y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un
samaritano.
Jesús
tomó la palabra y dijo:
«¿No
han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más
que este extranjero para dar gloria a Dios?»
Y
le dijo:
«Levántate,
vete; tu fe te ha salvado.»
Palabra
del Señor
1. Se suele explicar este
episodio hablando de la gratitud del que volvió a Jesús; y de la ingratitud de
los nueve que no volvieron a dar las gracias por la curación recibida. Y es
evidente que uno fue agradecido, mientras que los otros no lo fueron.
Jesús, por tanto, tenía motivos para quejarse. Pero el problema, que plantea este relato, no
está en que uno fuera agradecido y los otros no. La cuestión es otra. Y mucho
más grave.
2. El que volvió a Jesús
era samaritano. Los que no volvieron eran judíos. O sea, volvió el que no era
observante de la religión verdadera. Y no volvieron los que eran observantes de
la verdadera religión. - ¿Por qué sucedió esto?
No por una actitud ética (gratitud de uno, ingratitud de los
otros), sino por una motivación religiosa.
Según la ley judía (Lev 13,39), el que se curaba de la lepra,
debía presentarse a un sacerdote como acción
de gracias. Se trataba, pues, de una observancia religiosa. Por eso, los
nueve judíos, que creían en la eficacia de las observancias religiosas,
pensaron que con eso era suficiente. Así cumplían con la religión, por más que
no cumplieran con el ser humano, que era el que los había curado.
Por el contrario, el samaritano, como no creía en las observancias
religiosas, no le quedaba más motivación
que la gratitud humana ante el que le había devuelto la salud.
3. Las observancias
religiosas que deshumanizan, que nos ciegan para ver dónde está la verdadera
causa de lo que nos ocurre en la vida, que nos endurecen el corazón, no las
quiere Dios.
El evangelio de Lucas es duro en este sentido. En el caso del buen samaritano (Lc 10,
30-35), el sacerdote y el levita, los observantes religiosos, pasan de largo
ante el que se desangra en la cuneta del camino.
Lucas es claro: la religión
tiene el enorme peligro de tranquilizar la conciencia mediante la observancia
de los rituales sagrados. Y eso suele llevar consigo el endurecimiento del
corazón y la inhumanidad que, con frecuencia, se advierte en los profesionales
de lo sagrado. Esto es muy peligroso y
hace mucho daño a la religión. Por eso, siguiendo a Jesús y su modo de vida,
tenemos que optar por un cristianismo laico. Cuando ante Dios nos quedamos sin religión, de
manera que solo nos queda la bondad, estamos en el camino que
trazó Jesús. Pero
eso es lo que nos da más miedo en la vida.
San José Pignatelli
Nació en Zaragoza, el 27 de
Diciembre del año 1737. Su padre D. Antonio, de la familia de los duques de
Monteleón, y su madre Doña María Francisca Moncayo Fernández de Heredia y
Blanes. Fue el séptimo de nueve hermanos. Pasa la niñez en Nápoles y su hermana
María Francisca es, a la vez que hermana, madre, puesto que perdió la suya
cuando tenía José cuatro años.
Se forma entre Zaragoza,
Tarragona, Calatayud y Manresa, primero en el colegio de los jesuitas y luego
haciendo el noviciado, estudiando filosofía y cursando humanidades. Reside en
Zaragoza, ejerciendo el ministerio sacerdotal entre enseñanza y visitas a
pobres y encarcelados, todo el tiempo hasta que los jesuitas son expulsados por
decreto de Carlos III, en 1767.
Civitacecchia, Córcega,
Génova, los veinticuatro años transcurridos en Bolonia (1773-1797) dan
testimonio del hombre que les pisó, sabiendo adoptar actitudes de altura humana
con los hombres, y de confianza sobrenatural con Dios.
La Orden de San Ignacio ha
sido abolida en 1773, sus miembros condenados al destierro y sus bienes confiscados.
El último General, Lorenzo Ricci, consume su vida en la prisión del castillo de
Sant’Angelo. Sólo quedan jesuitas con reconocimiento en Prusia y Rusia. Allí
tanto Federico como Catalina han soportado las maniobras exteriores y no han
publicado los edictos papales, aunque la resistencia de Federico no se
prolongará más allá del año 1776. Queda como último reducto la Compañía de
Rusia con un reconocimiento verbal primero por parte del Papa Pío VI y oficial
después con documento del Papa Pío VII. José de Pignatelli comprende que la
restauración legal de la Compañía de Jesús ha de pasar por la adhesión a la
Compañía de Rusia. Renueva su profesión religiosa en su capilla privada de
Bolonia.
No verá el día en que el Papa
Pío VII restaure nuevamente la Compañía de Jesús en toda la Iglesia, el día 7
de Agosto de 1814, pero preparará bien el terreno para que esto sea posible en
Roma, en Nápoles, en Sicilia. Formará a nuevos candidatos, reorganizará a
antiguos jesuitas españoles e italianos dispersos y buscará nuevas vocaciones
que forzosamente han de adherirse, como él mismo, a la Compañía de Rusia. Esta
labor la realizará mientras es consejero del duque de Parma, don Fernando de
Borbón nieto de Felipe V, y como provincial de Italia por nombramiento del vicario
general de Rusia Blanca.
En este esfuerzo colosal,
muere en Roma el 15 de Noviembre de 1811, en el alfoz del Coliseo.
Estuvo convencido el santo
aragonés de que, si el restablecimiento de su Orden era cosa de Dios, tenía que
pasar por el camino de la tribulación, del fracaso, de la humillación, de la
cruz, de la vida interior que no se presupone sin humildad, sin confianza.
Fuente:
http://www.archimadrid.es/princi/princip/otros/santoral/santora
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