martes, 13 de noviembre de 2018

Párate un momento: El Evangelio del dia 14 DE NOVIEMBRE – MIERCOLES – 32ª – SEMANA DEL T.O. – B – San José Pignatelli




14 DE NOVIEMBRE – MIERCOLES –
32ª – SEMANA DEL T.O. – B –

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Tito (3,1-7):
Recuérdales que se sometan al gobierno y a las autoridades, que los obedezcan, que estén dispuestos a toda forma de obra buena, sin insultar ni buscar riñas; sean condescendientes y amables con todo el mundo. Porque antes también nosotros, con nuestra insensatez y obstinación, íbamos fuera de camino; éramos esclavos de pasiones y placeres de todo género, nos pasábamos la vida fastidiando y comidos de envidia, éramos insoportables y nos odiábamos unos a otros. Mas cuando ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según su propia misericordia nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador. Así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna.

Palabra de Dios

Salmo: 22,1-3a.3b-4.5.6

R/. El Señor es mi pastor, nada me falta
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.
Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,11-19):
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
 «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.»
Al verlos, les dijo:
«ld a presentaros a los sacerdotes.»
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios.
Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo:
«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?»
Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado.»

Palabra del Señor

1.  Se suele explicar este episodio hablando de la gratitud del que volvió a Jesús; y de la ingratitud de los nueve que no volvieron a dar las gracias por la curación recibida. Y es evidente que uno fue agradecido, mientras que los otros no lo fueron. 
Jesús, por tanto, tenía motivos para quejarse.  Pero el problema, que plantea este relato, no está en que uno fuera agradecido y los otros no. La cuestión es otra. Y mucho más grave.

2.  El que volvió a Jesús era samaritano. Los que no volvieron eran judíos. O sea, volvió el que no era observante de la religión verdadera. Y no volvieron los que eran observantes de la verdadera religión. - ¿Por qué sucedió esto?
No por una actitud ética (gratitud de uno, ingratitud de los otros), sino por una motivación religiosa.
Según la ley judía (Lev 13,39), el que se curaba de la lepra, debía presentarse a un sacerdote como acción   de gracias. Se trataba, pues, de una observancia religiosa. Por eso, los nueve judíos, que creían en la eficacia de las observancias religiosas, pensaron que con eso era suficiente. Así cumplían con la religión, por más que no cumplieran con el ser humano, que era el que los había curado.
Por el contrario, el samaritano, como no creía en las observancias religiosas, no le quedaba más motivación   que la gratitud humana ante el que le había devuelto la salud.

3.  Las observancias religiosas que deshumanizan, que nos ciegan para ver dónde está la verdadera causa de lo que nos ocurre en la vida, que nos endurecen el corazón, no las quiere Dios.
El evangelio de Lucas es duro en este sentido.  En el caso del buen samaritano (Lc 10, 30-35), el sacerdote y el levita, los observantes religiosos, pasan de largo ante el que se desangra en la cuneta del camino.
 Lucas es claro: la religión tiene el enorme peligro de tranquilizar la conciencia mediante la observancia de los rituales sagrados. Y eso suele llevar consigo el endurecimiento del corazón y la inhumanidad que, con frecuencia, se advierte en los profesionales de lo sagrado.  Esto es muy peligroso y hace mucho daño a la religión. Por eso, siguiendo a Jesús y su modo de vida, tenemos que optar por un cristianismo laico. Cuando   ante Dios nos quedamos sin religión, de manera que solo nos queda la bondad, estamos en el camino que
trazó Jesús. Pero eso es lo que nos da más miedo en la vida.

San José Pignatelli

Nació en Zaragoza, el 27 de Diciembre del año 1737. Su padre D. Antonio, de la familia de los duques de Monteleón, y su madre Doña María Francisca Moncayo Fernández de Heredia y Blanes. Fue el séptimo de nueve hermanos. Pasa la niñez en Nápoles y su hermana María Francisca es, a la vez que hermana, madre, puesto que perdió la suya cuando tenía José cuatro años.
Se forma entre Zaragoza, Tarragona, Calatayud y Manresa, primero en el colegio de los jesuitas y luego haciendo el noviciado, estudiando filosofía y cursando humanidades. Reside en Zaragoza, ejerciendo el ministerio sacerdotal entre enseñanza y visitas a pobres y encarcelados, todo el tiempo hasta que los jesuitas son expulsados por decreto de Carlos III, en 1767.
Civitacecchia, Córcega, Génova, los veinticuatro años transcurridos en Bolonia (1773-1797) dan testimonio del hombre que les pisó, sabiendo adoptar actitudes de altura humana con los hombres, y de confianza sobrenatural con Dios.
La Orden de San Ignacio ha sido abolida en 1773, sus miembros condenados al destierro y sus bienes confiscados. El último General, Lorenzo Ricci, consume su vida en la prisión del castillo de Sant’Angelo. Sólo quedan jesuitas con reconocimiento en Prusia y Rusia. Allí tanto Federico como Catalina han soportado las maniobras exteriores y no han publicado los edictos papales, aunque la resistencia de Federico no se prolongará más allá del año 1776. Queda como último reducto la Compañía de Rusia con un reconocimiento verbal primero por parte del Papa Pío VI y oficial después con documento del Papa Pío VII. José de Pignatelli comprende que la restauración legal de la Compañía de Jesús ha de pasar por la adhesión a la Compañía de Rusia. Renueva su profesión religiosa en su capilla privada de Bolonia.
No verá el día en que el Papa Pío VII restaure nuevamente la Compañía de Jesús en toda la Iglesia, el día 7 de Agosto de 1814, pero preparará bien el terreno para que esto sea posible en Roma, en Nápoles, en Sicilia. Formará a nuevos candidatos, reorganizará a antiguos jesuitas españoles e italianos dispersos y buscará nuevas vocaciones que forzosamente han de adherirse, como él mismo, a la Compañía de Rusia. Esta labor la realizará mientras es consejero del duque de Parma, don Fernando de Borbón nieto de Felipe V, y como provincial de Italia por nombramiento del vicario general de Rusia Blanca.
En este esfuerzo colosal, muere en Roma el 15 de Noviembre de 1811, en el alfoz del Coliseo.
Estuvo convencido el santo aragonés de que, si el restablecimiento de su Orden era cosa de Dios, tenía que pasar por el camino de la tribulación, del fracaso, de la humillación, de la cruz, de la vida interior que no se presupone sin humildad, sin confianza.

Fuente: http://www.archimadrid.es/princi/princip/otros/santoral/santora

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