18 de Noviembre – DOMINGO –
33ª – SEMANA DEL T.O. –
B
Lectura de la profecía de Daniel (12,1-3):
Por
aquel tiempo se levantará Miguel, el arcángel que se ocupa de tu pueblo: serán
tiempos difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora.
Entonces se salvará tu pueblo: todos los inscritos en el libro. Muchos de los
que duermen en el polvo despertarán: unos para vida eterna, otros para
ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los
que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.
Palabra de Dios
Salmo: 15,5.8.9-10.11
R/. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti
El Señor
es el lote de mi heredad y mi copa;
mi
suerte está en tu mano.
Tengo
siempre presente al Señor,
con él
a mi derecha no vacilaré. R/.
Por eso
se me alegra el corazón,
se
gozan mis entrañas,
y mi
carne descansa serena.
Porque
no me entregarás a la muerte,
ni
dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R/.
Me
enseñarás el sendero de la vida,
me
saciarás de gozo en tu presencia,
de
alegría perpetua a tu derecha. R/.
Lectura de la carta a los Hebreos (10,11-14.18):
Cualquier
otro sacerdote ejerce su ministerio, diariamente ofreciendo muchas veces los
mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados. Pero
Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está
sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus
enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha
perfeccionado para siempre a lo que van siendo consagrados. Donde hay perdón, no
hay ofrenda por los pecados.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Marcos (13,24-32):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará
tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los
astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes
con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de
los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.
Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen
tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis
vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no
pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán,
mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles
del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.»
Palabra del Señor
Años terribles y
palabras de consuelo.
Las lecturas del penúltimo
domingo del Tiempo Ordinario parecen trasladarnos siempre a un mundo de ciencia
ficción, difícil de ser tomado en serio. Sin embargo, los tres evangelios
sinópticos contienen este discurso de Jesús sobre el fin del mundo. Lo cual
significa que, para los primeros cristianos, era algo esencial: un mensaje de
esperanza y consuelo en medio de las persecuciones.
La 1ª lectura y el evangelio
coinciden en ser la respuesta a momentos de crisis, mucho más profundas de las
que nosotros a veces padecemos. Ambos textos pretenden consolar a los que
atraviesan esta dura prueba.
Tres años terribles (169-167
a.C.)…
Los años 169-167 a.C.
fueron especialmente duros para los judíos.
El 169, Antíoco Epífanes,
rey de Siria, invadió Jerusalén, entró en el templo y robó todos los objetos de
valor, después de verter mucha sangre.
El 167, un oficial del fisco enviado por el rey mata a muchos israelitas, saquea la
ciudad, derriba sus casas y la muralla, se lleva cautivos a las mujeres y los
niños, y se apodera del ganado. Al mismo tiempo, Antíoco, obsesionado por
imponer la cultura griega en todos sus territorios, prohíbe a los
judíos ofrecer sacrificios en el templo, guardar los sábados y las fiestas, y
circuncidar a los niños [como si a nosotros nos prohibieran celebrar la
eucaristía y bautizar a los niños]; y manda contaminar el
templo construyendo altares y capillas idolátricas, y sacrificando en él cerdos
y animales inmundos.
Estos acontecimientos
provocaron dos reacciones muy distintas: una militar, la rebelión de los
Macabeos; otra teológica, la esperanza apocalíptica, que encontramos reflejada
en la 1ª lectura de hoy.
Apocalipsis significa
“revelación”, “desvelamiento de algo oculto”. La literatura apocalíptica
pretende revelar un secreto escondido, que se refiere al fin del mundo: momento
en que sucederá, señales que lo precederán, instauración
definitiva del Reino de Dios.
Es una literatura de tiempos
de opresión, de lucha a muerte por la supervivencia, de búsqueda de consuelo y
de unas ideas que den sentido a su vida. La única solución consiste en que Dios
intervenga personalmente, ponga fin a este mundo malo presente y dé paso al
mundo bueno futuro, el de su reinado.
… y la respuesta del libro de Daniel (1ª lectura)
En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran príncipe que
defiende a los hijos de tu pueblo. Será aquél un tiempo de angustia como no
habrá habido hasta entonces otro desde que existen las naciones. En aquel
tiempo se salvará tu pueblo: todo los que se encuentren inscritos en el Libro.
Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la
vida eterna, otros para el oprobio, para el horno eterno.
Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y
los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la
eternidad.
Se anuncia al profeta
que habrá un tiempo de angustia como no lo ha habido nunca; pero, al final, se
salvará su pueblo, mientras que los malvados serán castigados. Todo esto no
puede ocurrir en este mundo, el autor está convencido de que este mundo no
tiene remedio. Ocurrirá en el mundo futuro, cuando unos resuciten para ser
recompensados y otros para ser castigados. Entre los buenos el autor destaca a
los doctos, a los que enseñaron a
la multitud la justicia, que brillarán como las estrellas, por toda la
eternidad. Con ello deja clara su opción política y religiosa: la solución no
está en las armas, como piensan los Macabeos.
Una década fatal (60-70
d.C.)…
No sabemos con
seguridad cuándo se escribió el primer evangelio. Pero lo que ocurrió en la
década de los 60 del siglo I ayuda a comprender lo que dice el texto de este
domingo.
El año 61 hubo un gran
terremoto en Asia Menor que destruyó doce ciudades en una sola noche (lo cuenta
Plinio en su Historia natural 2.86). El 63 hubo un terremoto
en Pompeya y Herculano, distinto de la erupción del Vesubio el año 79. El 64
tuvo lugar el incendio de Roma, al parecer decidido por Nerón y del que culpó a
los cristianos. El 66 se produce la rebelión de los judíos contra Roma; la
guerra durará hasta el año 70 y terminará con el incendio del templo y de
Jerusalén. El 68 hubo otro terremoto en Roma, poco antes de la muerte de Nerón.
El 69, profunda crisis a la muerte de Nerón, con tres emperadores en un solo
año (Otón, Vitelio y Vespasiano). En la mentalidad apocalíptica, terremotos,
incendios, guerras, disensiones son signos indiscutibles de que el fin del
mundo es inminente.
Por otra parte, la comunidad
cristiana sufre toda clase de problemas. Unos son de orden externo, provocados
por las persecuciones de judíos y paganos: se les acusa de rebeldes contra
Roma, de infanticidio y de orgías durante sus celebraciones litúrgicas; se
representa a Jesús como un crucificado con cabeza de asno. Otros problemas son de
orden interno, provocados por la aparición de individuos y grupos que se
apartan de las verdades aceptadas. La primera carta de Juan reconoce que “han
venido muchos anticristos”, no uno solo (1 Jn 2,18), y que “salieron de entre
nosotros”.
… y la respuesta del
evangelio de Marcos
En este ambiente
tan difícil, el evangelio de Marcos también ofrece esperanza y consuelo
mediante un largo discurso (capítulo 13). Todo comienza con un comentario
ocasional de Jesús. Estando en el monte de los Olivos, donde se goza de una
vista espléndida del templo, dice a los discípulos: «¿Veis esos grandes edificios?
Pues se derrumbarán sin que quede piedra sobre piedra.»
A
ellos les falta tiempo para identificar la destrucción del templo con el fin
del mundo. Entonces, Pedro, Santiago, Juan y
Andrés le preguntan en privado: «- ¿Cuándo sucederá todo eso? - ¿Y cuál es la
señal de que todo está para acabarse?»
Los dos temas que obsesionan a
la apocalíptica: saber qué señales precederán al fin del mundo
y en qué momento exacto tendrá lugar. La lectura de este domingo ha
seleccionado algunas frases del final del discurso, en las que reaparecen estas
dos preguntas, pero en orden inverso: primero se habla de las señales, luego
del tiempo. En medio, la gran novedad, algo por lo que no han preguntado los
discípulos: la venida gloriosa del Señor.
Las señales del fin y la
venida del Señor
Mas por esos días, después de aquella tribulación, el
sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo
del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces
verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria;
entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos,
desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
Las
señales no acontecen en la tierra, sino en el cielo: el sol se oscurece, la
luna no ilumina, las estrellas caen del cielo. Pero lo que ocurre no provoca el pánico de la
humanidad. Porque la desaparición del universo antiguo da lugar a la venida
gloriosa del Señor y a la salvación de los elegidos. Indico algunos
detalles de interés en estos versículos.
1)
A Dios no se lo menciona nunca. Todo se centra, como momento
culminante, en la aparición gloriosa de Jesús.
2)
De acuerdo con algunos textos apocalípticos judíos, se pone de relieve la
salvación de los elegidos. Esto demuestra el carácter optimista del discurso,
que no pretende asustar, sino consolar y fomentar la esperanza, aunque no
encubre los difíciles momentos por los que atravesará la Iglesia.
3)
A diferencia de otros textos apocalípticos, que conceden gran importancia a la
descripción del mundo futuro, aquí no se hace la menor referencia a ese tema,
como si pudiera descentrar la atención de la figura de Jesús.
El momento del fin
"De la higuera aprended esta parábola: cuando ya
sus ramas están tiernas y brotan hojas, sabéis que el verano está cerca. Así
también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que Él está cerca, a las
puertas. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto
suceda.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán. Pero de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo,
ni el Hijo, sino sólo el Padre."
La parte final contiene tres
afirmaciones distintas:
1) vosotros podéis saber
cuándo se acerca el fin (parábola de la higuera);
2) el fin tendrá lugar en
vuestra misma generación;
3) el día y la hora no lo
sabe más que Dios Padre.
La segunda es la más
problemática. Si se refiere a la caída de Jerusalén no plantea problema, porque
tuvo lugar el año 70. Pero, si se refiere al fin del mundo, no se realizó. A
pesar de todo, es posible que así la interpretasen muchos cristianos, convencidos
de que el fin del mundo era inminente. Así pensó Pablo en los primeros años de
su actividad apostólica.
Pero al lector debe quedarle
claro lo que se dice al final: nadie sabe el día ni la hora, y lo importante no
es discutir o calcular, sino mantener una actitud vigilante [este tema,
importantísimo, lo ha suprimido la liturgia de forma incomprensible].
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