24 de Noviembre – SÁBADO
–
33ª – SEMANA DEL T.O. –
B –
Lectura
del libro del Apocalipsis (11,4-12):
Me fue dicho a mí, Juan:
«Aquí
están dos testigos míos, estos son los dos olivos y los dos candelabros que
están ante el Señor de la tierra. Y si alguien quiere hacerles daño, sale un
fuego de su boca y devora a sus enemigos; y si alguien quisiera hacerles daño,
es necesario que muera de esa manera. Estos tienen el poder de cerrar el cielo,
para que no caiga lluvia durante los días de su profecía, y tienen poder sobre
las aguas para convertirlas en sangre y para herir la tierra con toda clase de
plagas siempre que quieran.
Y
cuando hayan terminado su testimonio, la bestia que sube del abismo les hará la
guerra y los vencerá y los matará. Y sus cadáveres yacerán en la plaza de la
gran ciudad, que se llama espiritualmente Sodoma y Egipto, donde también su
Señor fue crucificado. Y gentes de los pueblos, tribus, lenguas y naciones
contemplan sus cadáveres durante tres días y medio y no permiten que sus
cadáveres sean puestos en un sepulcro. Y los habitantes de la tierra se alegran
por ellos y se regocijan y se enviarán regalos unos a otros, porque los dos
profetas fueron un tormento para los habitantes de la tierra».
Y
después de tres días y medio, un espíritu de vida procedente de Dios entró en
ellos, y se pusieron de pie, y un gran temor cayó sobre quienes los
contemplaban.
Y
oyeron una gran voz del cielo, que les decía:
«Subid
aquí».
Y
subieron al cielo en una nube, y sus enemigos se quedaron mirándolos.
Palabra
de Dios
Salmo:
143,1.2.9-10
R/.
¡Bendito el Señor, mi alcázar!
Bendito el Señor, mi
Roca,
que adiestra mis manos
para el combate,
mis dedos para la pelea.
R/.
Mi bienhechor, mi
alcázar,
baluarte donde me pongo
a salvo,
mi escudo y refugio,
que me somete los
pueblos. R/.
Dios mío, te cantaré un
cántico nuevo,
tocaré para ti el arpa
de diez cuerdas:
para ti que das la victoria
a los reyes,
y salvas a David, tu
siervo, de la espada maligna. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (20,27-40):
En aquel tiempo, se
acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y
preguntaron a Jesús:
«Maestro,
Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero
sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano».
Pues
bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y
el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar
hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de
cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer».
Jesús
les dijo:
«En
este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean
juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre
los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden
morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la
resurrección.
Y
que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la
zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”.
No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».
Intervinieron
unos escribas:
«Bien
dicho, Maestro».
Y
ya no se atrevían a hacerle más preguntas.
Palabra
del Señor.
1.- Una de las cuestiones teológicas
fundamentales, que distinguían a los saduceos de los fariseos, era que no creían
en la resurrección para la vida eterna, mientras que los fariseos sí creían en
eso.
Conviene recordar que en todo el Antiguo Testamento no se menciona
la fe en la vida eterna. Solo en Dn 12, 2; 2 Mac 7, 9 y Jub 23, 31.
La fe de los fariseos era, en cierto modo una innovación
teológica.
2. Los saduceos, para
defender su postura, echan mano de la ley del levirato, muy extendida en el
Oriente antiguo. Y plantean a Jesús un caso
extravagante, pero no caen en la cuenta de que la vida, posterior a la
resurrección de los muertos, no necesita perpetuarse mediante las leyes
biológicas que son
fuente de
fecundidad y de vida en este mundo.
Aunque, hablando con más precisión, de la vida después de la muerte solo podemos hablar por negaciones: sabemos
lo que no es. Pero nunca sabremos en este mundo lo que es la vida que, por la
fe, esperamos para después de la muerte.
3. Además, es importante
dejar claro que la "ley del levirato" (de "levir" =
cuñado), según establece Deut 25, 5-10, tenía la finalidad de asegurar el
nombre y la herencia de la familia (J. Dheilly).
Es evidente que eso no tiene, ni puede tener, sentido cuando
hablamos de la "otra vida".
Santas Flora y María de
Córdoba
En Córdoba, en la región hispánica de Andalucía,
santas Flora y María, vírgenes y mártires, que en la persecución llevada a cabo
por los musulmanes fueron encarceladas con san Eulogio y después muertas a espada.
Santas Flora y María,
vírgenes y mártires
Los martirologios de Adón, Usuardo,
Maurolico, del obispo Equilino y el Romano hacen memoria de estas dos vírgenes
mártires de Córdoba lo que hace pensar en la repercusión que debió tener el
doble martirio en toda la España del siglo IX y explicar la rápida difusión de
su culto.
Flora es hija de madre cristiana y
padre musulmán. Fue educada por su madre desde pequeña en el amor a Jesucristo
y aprendió de sus labios el valor relativo de las cosas de este mundo. Tiene un
hermano —musulmán fanático— que la denuncia como cristiana en la presencia del
cadí. Allí es azotada cruelmente para hacerla renegar, pero se mantiene firme
en la fe. El cadí la pone bajo la custodia de su hermano que ahora tiene el
encargo de la autoridad para hacerla cambiar de actitud. Soporta todas las
vejaciones y ultrajes a que la somete su hermano siempre con la intención de
pervertirla.
María es hija de cristianos que han
puesto a su hijo Walabonso bajo la custodia de un sacerdote con el encargo de
educarlo en un monasterio; mientras ella entra en el cenobio de Cuteclara.
Muerto mártir su hermano, se dirige ahora a la iglesia de san Acisclo después
de haber tomado una firme resolución.
Las dos jóvenes coinciden a los pies
de san Acisclo. El saludo de la paz les ha facilitado abrirse mutuamente las
almas y se encuentran en comunión de sentimientos, deseos y resoluciones. Se
juran amistad para siempre, una caridad que dura hasta el Cielo.
Se encaminan con valentía al palacio
del cadí y hacen ante él pública profesión de fe cristiana.
Encarceladas junto con prostitutas y
gente de mal vivir, son condenadas por los jueces a morir decapitadas, no sin
el consuelo, ánimo y bendición de san Eulogio que las conoció. Hecha la señal
de la cruz, primero será la cabeza de Flora la cortada por el alfanje, después
rueda la de María. Sus cuerpos quedan expuestos, para disuasión de cristianos y
demostración de poder musulmán, a las aves y los perros. Al día siguiente los
arrojaron al Guadalquivir.
Sus cabezas se depositaron en la
iglesia de san Acisclo.
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