19 DE NOVIEMBRE – LUNES
33ª – SEMANA DEL T.O. –
B –
Comienzo del libro del
Apocalipsis (1,1-4;2,1-5a):
Revelación
de Jesucristo, que Dios le encargó mostrar a sus siervos acerca de lo que tiene
que suceder pronto. La dio a conocer enviando su ángel a su siervo Juan, el
cual fue testigo de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo de todo
cuanto vio.
Bienaventurado el que lee, y
los que escuchan las palabras de esta profecía, y guardan lo que en ella está
escrito, porque el tiempo está cerca.
Juan a las siete iglesias de
Asia:
«Gracia y paz a vosotros de
parte del que es, el que era y ha de venir; de parte de los siete Espíritus que
están ante su Trono».
Escuché al Señor que me
decía:
Escribe al ángel de la
Iglesia en Éfeso:
«Esto dice el que tiene las
siete estrellas en su derecha, el que camina en medio de los siete candelabros
de oro. Conozco tus obras, tu fatiga, tu perseverancia, que no puedes soportar
a los malvados, y que has puesto a prueba a los que se llaman apóstoles, pero
no lo son, y has descubierto que son mentirosos. Tienes perseverancia y has
sufrido por mi nombre y no has desfallecido. Pero tengo contra ti que has
abandonado tu amor primero. Acuérdate, pues, de dónde has caído, conviértete y
haz las obras primeras».
Palabra de Dios
Salmo: 1,1-2.3.4.6
R/. Al vencedor le daré a comer
del árbol de la vida.
Dichoso
el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.
Será
como un árbol,
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.
No así
los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.
Lectura del santo evangelio según
san Lucas (18,35-43):
Cuando
se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo
limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le informaron:
«Pasa Jesús el Nazareno».
Entonces empezó a gritar:
«¡Jesús, hijo de David, ten
compasión de mí!».
Los que iban delante lo
regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte:
«Hijo de David, ten compasión
de mí!».
Jesús se paró y mandó que se
lo trajeran.
Cuando estuvo cerca, le preguntó:
«¿Qué quieres que haga por
ti?».
Él dijo:
«Señor, que recobre la
vista».
Jesús le dijo:
«Recobra la vista, tu fe te
ha salvado».
Y enseguida recobró la vista
y lo seguía, glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios.
Palabra del Señor
1. Jesús se acerca ya a Jerusalén. Y antes de
llegar, en Jericó, le devuelve la vista a un ciego. Esta curación se relata
también en los otros sinópticos (Mc 10, 46-52; Mt 9, 27-31 y 20, 29-34). Estamos
ante un hecho que interesó vivamente a
la Iglesia primitiva. Sin duda porque indica que Jesús hizo todo su camino,
hacia el conflicto y la muerte, aliviando sufrimientos, dando luz y vida a
quienes van por la vida sin posibilidad de ver la realidad que les rodea.
2. Además el relato termina diciendo que el
mendigo que recobró la vista y
"todo el pueblo", al ver lo que Jesús había hecho, glorificaba
ya/ababa a Dios.
Como es bien
sabido, la glorificación y la alabanza a Dios son dos experiencias y dos
manifestaciones fundamentales de la religiosidad en casi todas las tradiciones
religiosas de la humanidad. Pero lo
notable, en este caso, es que la gloria y la alabanza no se expresan en el
culto sagrado del templo, sino cuando la gente ve la alegría de quien se siente
liberado de sus limitaciones y sufrimientos.
3. ¿No tendríamos que pensar la religión de otra
manera y practicarla de forma distinta?
Cada día que pasa, la gente es más insensible
al culto sagrado y a las ceremonias rituales de los templos. Y esto ocurre de
forma que, a medida que decrece el interés por lo sagrado, en esa misma medida
se acentúa y aumenta el interés por lo humano.
Pues bien, si algo
nos dejó claro Jesús, es que él vio que la gente (la de entonces y la de ahora)
alaba a Dios en experiencias que representan el desplazamiento de lo sagrado a
lo humano.
Santo Profeta Abdías
Abdías,
cuyo nombre significa "siervo de Dios" aparece mencionado el cuarto
de los doce llamados “profetas menores” del Antiguo Testamento. Vivió acerca
del año 500 antes de Cristo, reinando Ozías.
Su obra,
de la que solo conservamos un capítulo, pero que probablemente fue más extensa
versa sobre Edom (símbolo de los que se alejan de Dios y su promesa) y el
anuncio del castigo que habría de caer sobre los edomitas, por volverse
"contra su hermano Jacob". El caso es que Edom en primer lugar se
había aliado con Israel frente a Babilonia, pero cuando vio que este imperio
asolaba Jerusalén con éxito, traicionó y se pasó al bando vencedor. Y no solo
eso, sino que entró a la ciudad santa saqueando como los babilonios. Es la
eterna pugna entre los hijos de Jacob y los de Esaú, entre los hijos de Dios que
le permanecen fieles al Señor y los que le traicionan. Finalmente, Israel
resplandecerá y Edom será destruido.
En
ocasiones a San Abdías se le representa con un pan y una jarra de agua, pero
esto es porque se le confunde con Abdías, mariscal de Acab que aparece en 1
Reyes 18, y que alimentó a los profetas perseguidos por Jezabel. Es este error
muy antiguo, pues incluso San Jerónimo (30 de septiembre y 9 de mayo,
traslación de las reliquias) cae en él. El mismo Doctor habla de su sepultura
junto a la de San Eliseo (14 de junio) en Sebaste, que él mismo veneró, y donde
Dios realizaba estupendos milagros. En el siglo IV, Juliano el Apóstata profanó
el sepulcro y quemó las reliquias, pero unos monjes lograron salvar unos pocos
huesos y se fueron con ellos a Alejandría, desde donde pasó la supuesta cabeza
de Eliseo y algunas reliquias de Abdías a la basílica de San Apolinar, en
Rávena.
Fuentes:
http://ecatolico.com/biblia/38_biblia_libro_abdias.htm -Biblia de Jerusalén.
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