17 DE NOVIEMBRE – SÁBADO
–
32ª – SEMANA DEL T.O. –
B –
Lectura
de la tercera carta del apóstol san Juan (5-8):
Querido amigo Gayo, te
portas con plena lealtad en todo lo que haces por los hermanos, y eso que para
ti son extraños. Ellos han hablado de tu caridad ante la comunidad de aquí. Por
favor, provéelos para el viaje como Dios se merece; ellos se pusieron en camino
para trabajar por él sin aceptar nada de los gentiles. Por eso debemos nosotros
sostener a hombres como éstos, cooperando así en la propagación de la verdad.
Palabra
de Dios
Salmo:111,1-2.3-4.5-6
R/.
Dichoso quien teme al Señor
Dichoso quien teme al
Señor
y ama de corazón sus
mandatos.
Su linaje será poderoso
en la tierra,
la descendencia del
justo será bendita. R/.
En su casa habrá riquezas
y abundancia,
su caridad es constante,
sin falta.
En las tinieblas brilla
como una luz
el que es justo,
clemente y compasivo. R/.
Dichoso el que se apiada
y presta,
y administra rectamente
sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será
perpetuo. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (18,1-8):
En aquel tiempo, Jesús,
para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse,
les propuso esta parábola:
«Había
un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En
la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
"Hazme
justicia frente a mi adversario."
Por
algún tiempo se negó, pero después se dijo:
"Aunque
ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando,
le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara."»
Y
el Señor añadió:
«Fijaos
en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que
le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin
tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»
Palabra
del Señor
1. Jesús insiste en que los discípulos han de orar. Y han de orar
siempre, sin cansarse jamás. Con esto, Jesús destaca la importancia de la
oración en la vida.
Porque todos en
la vida, de una manera o de otra, por un motivo o por otro, nos vemos en la
situación de la viuda que reclama justicia. Lo que ocurre es que, con demasiada
frecuencia, no tenemos esa experiencia de seres necesitados, indigentes.
Nuestra autosuficiencia nos incapacita para la oración. Porque ni sentimos lo
necesaria que es.
2. Si "orar" es "desear", - ¿por qué será que
no nos damos cuenta de lo que tendríamos
que desear intensamente, constantemente, como la viuda que
tanto le insistió
al juez injusto?
El problema que tenemos es que la sociedad
en que vivimos nos
proporciona una serie de satisfacciones inmediatas, que tienen la
particularidad de que nos producen la impresión de que no hay que
pedirle más a la
vida. Y así, seguimos de capricho en capricho, sin caer en la cuenta de que tenemos
que clamar para que nos hagan justicia, nos faciliten una forma de vida y de
convivencia, que nos haga poder tener
lo que de verdad nos hará felices y nos dará la esperanza que necesitamos para
que nuestra vida tenga sentido.
3. En definitiva, el problema es asunto de fe: la convicción de
que nosotros no nos bastamos a nosotros mismos, es decir, la convicción de que
más allá de los límites de la vida, hay una realidad última que es la que nos
humaniza y da sentido a nuestras vidas.
SANTA ISABEL DE HUNGRIA
santa
Isabel de Hungría, que siendo casi niña se casó con Luis, landgrave de
Turingia, a quien dio tres hijos, y al quedar viuda, después de sufrir muchas
calamidades y siempre inclinada a la meditación de las cosas celestiales, se
retiró a Marburgo, en la actual Alemania, en un hospital que ella misma había
fundado, donde, abrazándose a la pobreza, se dedicó al cuidado de los enfermos
y de los pobres hasta el último suspiro de su vida, que fue a los veinticinco
años de edad († 1231).
Biografía
A los cuatro años había sido
prometida en matrimonio, se casó a los catorce, fue madre a los quince y
enviudó a los veinte. Isabel, princesa de Hungría y duquesa de Turingia,
concluyó su vida terrena a los 24 años de edad, el I de noviembre de 1231.
Cuatro años después el Papa Gregorio IX la elevaba a los altares. Vistas así, a
vuelo de pájaro, las etapas de su vida parecen una fábula, pero si miramos más
allá, descubrimos en esta santa las auténticas maravillas de la gracia y de las
virtudes.
Su padre, el rey Andrés II de
Hungría, primo del emperador de Alemania, la había prometido por esposa a Luis,
hijo de los duques de Turingia, cuando sólo tenia 11 años. A pesar de que el
matrimonio fue arreglado por los padres, fue un matrimonio vivido en el amor y
una feliz conjunción entre la ascética cristiana y la felicidad humana, entre
la diadema real y la aureola de santidad. La joven duquesa, con su austeridad
característica, despertando el enojo de la suegra y de la cuñada al no querer
acudir a la Iglesia adornada con los preciosos collares de su rango: “¿Cómo
podría—dijo cándidamente—llevar una corona tan preciosa ante un Rey coronado de
espinas?”. Sólo su esposo, tiernamente enamorado de ella, quiso demostrarse
digno de una criatura tan bella en el rostro y en el alma y tomó por lema en su
escudo, tres palabras que expresaron de modo concreto el programa de su vida
pública: “Piedad, Pureza, Justicia”.
Juntos crecieron en la
recíproca donación, animados y apoyados por la convicción de que su amor y la
felicidad que resultaba de él eran un don sacramental: “Si yo amo tanto a una
criatura mortal—le confiaba la joven duquesa a una de sus sirvientes y amiga—,
¿cómo debería amar al Señor inmortal, dueño de mi alma?”.
A los quince años Isabel tuvo
a su primogénito, a los 17 una niña y a los 20 otra niña, cuando apenas hacía
tres semanas había perdido a su esposo, muerto en una cruzada a la que se había
unido con entusiasmo juvenil. Cuando quedó viuda, estallaron las animosidades
reprimidas de sus cuñados que no soportaban su generosidad para con los pobres.
Privada también de sus hijos, fue expulsada del castillo de Wartemburg. A
partir de entonces pudo vivir totalmente el ideal franciscano de pobreza en la
Tercera Orden, para dedicarse, en total obediencia a las directrices de un
rígido e intransigente confesor, a las actividades asistenciales hasta su
muerte, en 1231.
Fuente: Arquidiócesis de Madrid
No hay comentarios:
Publicar un comentario