28 de noviembre –
Miercoles –
34ª – Semana del T.O. –
B –
Lectura del libro del Apocalipsis (15,1-4):
Yo, Juan,
vi en el cielo otro signo, grande y maravilloso: Siete ángeles que llevaban
siete plagas, las últimas, pues con ellas se consuma la ira de Dios.
Vi una especie de mar de vidrio mezclado con fuego; los
vencedores de la bestia, de su imagen y del número de su nombre estaban de pie
sobre el mar cristalino; tenían en la mano las cítaras de Dios. Y cantan el
cántico de Moisés, el siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo:
«Grandes y admirables son tus obras, Señor, Dios omnipotente;
justos y verdaderos tus caminos, rey de los pueblos. ¿Quién no temerá y no dará
gloria a tu nombre? Porque vendrán todas las naciones y se postrarán ante ti,
porque tú solo eres santo y tus justas sentencias han quedado manifiestas».
Palabra de Dios
Salmo: 97,1.2-3ab.7-8.9
R/. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha
hecho maravillas.
Su
diestra le ha dado la victoria,
su santo
brazo. R/.
El Señor da a conocer su salvación,
revela a
las naciones su justicia:
se acordó
de su misericordia y su fidelidad
en favor
de la casa de Israel. R/.
Retumbe el
mar y cuanto contiene,
la tierra
y cuantos la habitan;
aplaudan
los ríos,
aclamen
los montes. R/.
Al Señor,
que llega
para
regir la tierra.
Regirá el
orbe con justicia
y los
pueblos con rectitud. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (21,12-19):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y
a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de
mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar
vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá
hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os
entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi
nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra
perseverancia salvaréis vuestras almas».
Palabra del Señor
1. Si
algo hay claro, en estas palabras de Jesús, es que sus discípulos no van a
encontrar siempre buena acogida ante los gobernantes políticos. Por tanto, cuando
los que anuncian el Evangelio encuentran buena acogida en quienes anejan el
poder y el dinero, es seguro que no anuncian el Evangelio, sino las cosas que,
disfrazadas de Evangelio, en realidad nada tienen que ver con Jesús.
El Evangelio es siempre conflictivo para los
hombres del poder, ya sea político, económico, tecnológico, etc.
2. El
mejor disfraz del Evangelio suele ser la "religión". Los hombres de
la religión suelen tener la fuerte inclinación a entenderse bien con los
poderes públicos que respetan, costean y promueven las instituciones religiosas
y los actos de la religión.
Los gobernantes que hacen eso mantienen buenas
relaciones con los dirigentes religiosos y, por supuesto, jamás los persiguen.
Por otra parte, como a bastantes sectores de la
población le interesa más la religión que el Evangelio, los gobernantes se
dedican a promover la religión, por más que el Evangelio no se tenga en cuenta
para nada.
3. El
hecho es que las cosas se han puesto de tal manera que ya resulta complicado
saber si lo que buscan los religiosos y protegen los políticos es el Evangelio,
es la religión o son los intereses y conveniencias de todos.
- ¿No ha llegado la hora de poner las cosas en
claro?
Santa Catalina Labouré
En París,
en Francia, santa Catalina Labouré, virgen, de las Hijas de la Caridad, que de
manera singular honró a la Inmaculada y brilló por la simplicidad, caridad y
paciencia.
Vida de Santa Catalina Labouré
Esta fue la santa que tuvo el honor de que la Stma. Virgen se le
apareciera para recomendarle que hiciera la Medalla Milagrosa.
Santa Catalina Labouré, llamada Zoe en familia, nació en Bretaña,
Francia, el 1806. Sus padres eran agricultores. Al quedar huérfana de madre a
los 8 años le encomendó a la Santísima Virgen que le sirviera de madre, y la
Madre de Dios le aceptó su petición.
Como su hermana mayor se fue de monja vicentina, Catalina tuvo que
quedarse al frente de los trabajos de la cocina y del lavadero en la casa de su
padre, y por esto no pudo aprender a leer ni a escribir.
A los 14 años pidió a su papá que le permitiera irse de religiosa a
un convento pero él, que la necesitaba para atender los muchos oficios de la
casa, no se lo permitió. Ella le pedía a Nuestro Señor que le concediera lo que
tanto deseaba: ser religiosa. Y una noche vio en sueños a un anciano sacerdote
que le decía: "Un día me ayudarás a cuidar a los enfermos". La imagen
de ese sacerdote se le quedó grabada para siempre en la memoria.
Al fin, a los 24 años, logró que su padre la dejara ir a visitar a la
hermana religiosa, y al llegar a la sala del convento vio allí el retrato de
San Vicente de Paúl y se dio cuenta de que ese era el sacerdote que había visto
en sueños y que la había invitado a ayudarle a cuidar enfermos. Desde ese día
se propuso ser hermana vicentina, y tanto insistió que al fin fue aceptada en
la comunidad.
Siendo Catalina una joven monjita, tuvo unas apariciones que la han
hecho célebre en toda la Iglesia. En la primera, una noche estando en el
dormitorio sintió que un hermoso niño la invitaba a ir a la capilla. Lo siguió
hasta allá y él la llevó ante la imagen de la Virgen Santísima. Nuestra Señora
le comunicó esa noche varias cosas futuras que iban a suceder en la Iglesia
Católica y le recomendó que el mes de Mayo fuera celebrado con mayor fervor en
honor de la Madre de Dios. Catalina creyó siempre que el niño que la había guiado
era su ángel de la guarda.
Pero la aparición más famosa fue la del 27 de noviembre de 1830.
Estando por la noche en la capilla, de pronto vio que la Stma. Virgen se le
aparecía totalmente resplandeciente, derramando de sus manos hermosos rayos de
luz hacia la tierra. Y le encomendó que hiciera una imagen de Nuestra Señora
así como se le había aparecido y que mandara hacer una medalla que tuviera por
un lado las iniciales de la Virgen MA, y una cruz, con esta frase "Oh
María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti". Y le
prometió ayudas muy especiales para quienes lleven esta medalla y recen esa
oración.
Catalina le contó a su confesor esta aparición, pero él no le creyó.
Sin embargo, el sacerdote empezó a darse cuenta de que esta monjita era
sumamente santa, y se fue donde el Sr. Arzobispo a consultarle el caso. El Sr.
Arzobispo le dio permiso para que hicieran las medallas, y entonces empezaron
los milagros.
Las gentes empezaron a darse cuenta de que los que llevaban la
medalla con devoción y rezaban la oración "Oh María sin pecado concebida,
ruega por nosotros que recurrimos a Ti", conseguían favores formidables, y
todo el mundo comenzó a pedir la medalla y a llevarla. Hasta el emperador de
Francia la llevaba y sus altos empleados también.
En París había un masón muy alejado de la religión. La hija de este
hombre obtuvo que él aceptara colocarse al cuello la Medalla de la Virgen
Milagrosa, y al poco tiempo el masón pidió que lo visitara un sacerdote,
renunció a sus errores masónicos y terminó sus días como creyente católico.
Catalina le preguntó a la Stma. Virgen por qué de los rayos luminosos
que salen de sus manos, algunos quedan como cortados y no caen en la tierra.
Ella le respondió: "Esos rayos que no caen a la tierra representan los
muchos favores y gracias que yo quisiera conceder a las personas, pero se
quedan sin ser concedidos porque las gentes no los piden". Y añadió:
"Muchas gracias y ayudas celestiales no se obtienen porque no se
piden".
Después de las apariciones de la Stma. Virgen, la joven Catalina
vivió el resto de sus años como una cenicienta escondida y desconocida de
todos. Muchísimas personas fueron informadas de las apariciones y mensajes que
la Virgen Milagrosa hizo en 1830. Ya en 1836 se habían repartido más de 130.000
medallas. El Padre Aladel, confesor de la santa, publicó un librito narrando lo
que la Virgen Santísima había venido a decir y prometer, pero sin revelar el
nombre de la monjita que había recibido estos mensajes, porque ella le había
hecho prometer que no diría a quién se le había aparecido. Y así mientras esta
devoción se propagaba por todas partes, Catalina seguía en el convento
barriendo, lavando, cuidando las gallinas y haciendo de enfermera, como la más
humilde e ignorada de todas las hermanitas, y recibiendo frecuentemente
maltratos y humillaciones.
En 1842 sucedió un caso que hizo mucho más popular la Medalla
Milagrosa y sucedió de la siguiente manera: el rico judío Ratisbona, fue
hospedado muy amablemente por una familia católica en Roma, la cual como único
pago de sus muchas atenciones, le pidió que llevara por un tiempo al cuello la
medalla de la Virgen Milagrosa. Él aceptó esto como un detalle de cariño hacia
sus amigos, y se fue a visitar como turista el templo, y allí de pronto frente
a un altar de Nuestra Señora vio que se le aparecía la Virgen Santísima y le
sonreía. Con esto le bastó para convertirse al catolicismo y dedicar todo el
resto de su vida a propagar la religión católica y la devoción a la Madre de
Dios. Esta admirable conversión fue conocida y admirada en todo el mundo y
contribuyó a que miles y miles de personas empezaran a llevar también la
Medalla de Nuestra Señora (lo que consigue favores de Dios no es la medalla,
que es un metal muerto, sino nuestra fe y la demostración de cariño que le
hacemos a la Virgen Santa, llevando su sagrada imagen).
Desde 1830, fecha de las apariciones, hasta 1876, fecha de su muerte,
Catalina estuvo en el convento sin que nadie se le ocurriera que ella era a la
que se le había aparecido la Virgen María para recomendarle la Medalla
Milagrosa. En los últimos años obtuvo que se pusiera una imagen de la Virgen
Milagrosa en el sitio donde se le había aparecido (y al verla, aunque es una
imagen hermosa, ella exclamó: "Oh, la Virgencita es muchísimo más hermosa
que esta imagen").
Al fin, ocho meses antes de su muerte, fallecido ya su antiguo
confesor, Catalina le contó a su nueva superiora todas las apariciones con todo
detalle y se supo quién era la afortunada que había visto y oído a la Virgen.
Por eso cuando ella murió, todo el pueblo se volcó a sus funerales (quien se
humilla será enaltecido).
Poco tiempo después de la muerte de Catalina, fue llevado un niño de
11 años, inválido de nacimiento, y al acercarlo al sepulcro de la santa, quedó
instantáneamente curado.
En 1947 el santo Padre Pío XII declaró santa a Catalina Labouré, y
con esa declaración quedó también confirmado que lo que ella contó acerca de
las apariciones de la Virgen sí era Verdad.
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