11 de OCTUBRE – VIERNES –
27ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Lectura
de la profecía de Joel (1,13-15;2,1-2):
Vestíos de luto y haced duelo, sacerdotes; llorad, ministros del
altar; venid a dormir en esteras, ministros de Dios, porque faltan en el templo
del Señor ofrenda y libación. Proclamad el ayuno, congregad la asamblea, reunid
a los ancianos, a todos los habitantes de la tierra, en el templo del Señor,
nuestro Dios, y clamad al Señor.
¡Ay
de este día! Que está cerca el día del Señor, vendrá como azote del Dios de las
montañas. Tocad la trompeta en Sión, gritad en mi monte santo, tiemblen los habitantes
del país, que viene, ya está cerca, el día del Señor. Día de oscuridad y
tinieblas, día de nube y nubarrón; como negrura extendida sobre los montes, una
horda numerosa y espesa; como ella no la hubo jamás, después de ella no se
repetirá, por muchas generaciones.
Palabra
de Dios
Salmo:
9,2-3.6.16.8-9
R/. El
Señor juzgará el orbe con justicia
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
proclamando todas tus
maravillas;
me alegro y exulto
contigo
y toco en honor de tu
nombre, oh Altísimo. R/.
Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío
y borraste para siempre
su apellido.
Los pueblos se han
hundido en la fosa que hicieron,
su pie quedó prendido en
la red que escondieron. R/.
Dios está sentado por siempre en el trono
que ha colocado para
juzgar.
Él juzgará el orbe con
justicia
y regirá las naciones
con rectitud. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (11,15-26):
En aquel tiempo, habiendo echado Jesús un demonio, algunos de
entre la multitud dijeron:
«Si
echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios.»
Otros,
para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo.
Él,
leyendo sus pensamientos, les dijo:
«Todo
reino en guerra civil va a la ruina y se derrumba casa tras casa. Si también
Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino? Vosotros decís que yo
echo los demonios con el poder de Belzebú; y, si yo echo los demonios con el
poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos
mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de
Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.
Cuando
un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros.
Pero, si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se
fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no
recoge conmigo desparrama.
Cuando
un espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por el desierto, buscando un
sitio para descansar; pero, como no lo encuentra, dice: "Volveré a la casa
de donde salí." Al volver, se la encuentra barrida y arreglada. Entonces
va a coger otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí. Y el
final de aquel hombre resulta peor que el principio.»
Palabra
del Señor
1.
En nuestra cultura actual, no se suele utilizar el lenguaje relativo a
los
demonios.
De eso se habla solamente en la literatura y en el cine de terror. En
las culturas antiguas, "Belcebú" (en
griego, Beelzeboul) no era un demonio
sin más. Era el nombre de un personaje principal entre los demonios.
Se puede decir que era el príncipe del
"reino de Satanás" (Mc 3, 26 par; Mt 12, 26; Lc 11 18). Pero los
textos determinantes, relativos a este extraño personaje, se reducen a dos (Mt
10, 17-25; Mc 3, 22-27) (0. D. Bócher).
2.
El hecho es que se acusó a Jesús de estar dominado por Belcebú. Y es
claro que acusar a alguien de actuar por el influjo, y con el poder del más
alto príncipe de los demonios, era algo que evidentemente constituía una
ofensa muy grave.
Jesús tuvo que soportar semejante
agresión. Cuando en realidad la
expulsión de los demonios, es decir, la liberación de este tipo de agresiones
(que en determinadas ocasiones podían resultar más duras de soportar que muchas enfermedades), era (y es) la prueba
de que el Reino de Dios ha llegado a este mundo y está presente y operante
entre los humanos (Lc 11, 20).
3.
Actuar eficazmente contra las fuerzas del mal, que causa tanto sufrimiento,
es algo que no se puede hacer impunemente. Actuar contra el sufrimiento humano
es normalmente elogiado y bien visto. Actuar contra las causas que provocan
tanto sufrimiento, se paga caro.
Normalmente, detrás de cada desgracia, que
provoca mucho dolor, hay
responsabilidades de las que los responsables no toleran que se entere
la gente.
Incluso un terremoto no es lo mismo en
un país pobre que en un país rico. Las enfermedades, las condiciones de vida., tienen
detrás a muchos canallas.
San Juan XXIII papa
Angelo
Giuseppe Roncalli nació en Lombardía (Italia) el 25 de noviembre de 1881.
Ingresó en el seminario de Bérgamo en 1892. En 1896 fue admitido en la Orden
Franciscana Seglar. El 10 de agosto de 1904 fue ordenado sacerdote. En 1905,
fue nombrado secretario del Obispo de Bérgamo, Giacomo Radini Tedeschi.
Fue nombrado arzobispo y
designado como visitador apostólico en Bulgaria, delegado apostólico en Grecia
y Turquía, y nuncio apostólico en Francia. En 1953 fue creado cardenal y
nombrado patriarca de Venecia. Tras su elección como papa, convocó el Concilio
Vaticano II y publicó varias encíclicas notables.
Angelo Giuseppe
Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis y
provincia de Bérgamo, el cuarto de trece hermanos. Ese mismo día fue bautizado.
En la parroquia, bajo la guía del excelente sacerdote don Francesco Rebuzzini,
recibió una impronta eclesiástica imborrable, que le sirvió de apoyo en las
dificultades y de estímulo en las tareas apostólicas.
Recibió la
confirmación y la primera comunión en 1889; en 1892 ingresó en el Seminario de
Bérgamo, donde estudió humanidades, filosofía y hasta el segundo año de
teología. Allí, con catorce años, empezó a redactar unos apuntes espirituales
que le acompañaron, de una u otra forma, a lo largo de su vida, y que fueron
recogidos en Diario de un alma. También desde entonces practicaba con asiduidad
la dirección espiritual. El 1 de marzo de 1896, el padre espiritual del
Seminario de Bérgamo, don Luigi Isacchi, lo admitió en la Orden Franciscana
Seglar, cuya regla profesó el 23 de mayo de 1897.
De 1901 a 1905
fue alumno del Pontificio Seminario Romano, gracias a una beca de la diócesis
de Bérgamo para seminaristas aventajados. En este tiempo, hizo también un año
de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904 en la
Iglesia de Santa María in Monte Santo, en la Piazza del Popolo de Roma. En 1905
el nuevo Obispo de Bérgamo, mons. Giacomo Maria Radini Tedeschi, lo nombró su
secretario, cargo que desempeñó hasta 1914, acompañando al Obispo en las
visitas pastorales y colaborando en múltiples iniciativas apostólicas: Sínodo,
redacción de la publicación mensual “La vita diocesana”, peregrinaciones, obras
sociales. También era profesor de historia, patrología y apologética en el
Seminario. En 1910, en la reordenación de los Estatutos de la Acción Católica,
el Obispo le confió la sección V (las mujeres católicas). Colaboró con el
diario católico de Bérgamo, fue predicador asiduo, profundo y eficaz.
Durante estos
años tuvo la oportunidad de conocer en profundidad a los santos pastores, San
Carlos Borromeo (del que publicó las Actas de la visita apostólica realizada a
Bérgamo en 1575), San Francisco de Sales y el entonces Beato Gregorio
Barbarigo. Fueron años en los que adquirió una gran experiencia pastoral al
lado del Obispo mons. Radini Tedeschi. Cuando murió el Obispo en 1914, Don
Angelo siguió como profesor del Seminario y dedicándose a las diversas actividades
pastorales, sobre todo la asociativa.
Cuando en 1915
Italia entró en la guerra, fue movilizado como sargento de sanidad. El año
siguiente pasó a ser capellán castrense en los hospitales militares de
retaguardia y coordinador de la asistencia espiritual y moral a los soldados.
Al terminar la guerra, fundó la “Casa del estudiante”, dedicada a la pastoral
estudiantil. En 1919 fue nombrado director espiritual del Seminario.
En 1921 comenzó
la segunda parte de su vida, al servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por
Benedicto XV como Presidente para Italia del Consejo central de la Pontificia
Obra para la Propagación de la Fe, recorrió muchas diócesis italianas para
organizar los Círculos Misioneros. En 1925 Pío XI lo nombró Visitador
Apostólico para Bulgaria, elevándolo al episcopado con el título de Areópolis.
Eligió como lema episcopal “Oboedientia et pax”, programa que siempre le
acompañó.
Ordenado Obispo
el 19 de marzo de 1925 en Roma, marchó a Sofía el 25 de abril. Nombrado
posteriormente primer Delegado Apostólico, estuvo en Bulgaria hasta finales de
1934, visitando las comunidades católicas, cultivando relaciones respetuosas
con las demás comunidades cristianas. Actuó con solicitud caritativa durante el
terremoto de 1928. Sufrió en silencio incomprensiones y dificultades de un
ministerio caracterizado por la pastoral de pequeños pasos. Se perfeccionó en
la confianza y el abandono a Jesús Crucificado.
El 27 de
noviembre de 1934 fue nombrado Delegado Apostólico en Turquía y Grecia. El
nuevo campo de trabajo era vasto y la Iglesia católica estaba presente en
muchos ámbitos de la joven república turca, que se estaba renovando y
organizando. Su ministerio con los católicos fue intenso, y se distinguió por
un talante de respeto y diálogo con el mundo ortodoxo y musulmán.
Cuando estalló la
Segunda Guerra Mundial, estaba en Grecia, que quedó devastada por los combates.
Intentó recabar información sobre los prisioneros de guerra y puso a salvo a
muchos judíos sirviéndose del “visado de tránsito” de la Delegación Apostólica.
El 6 de diciembre de 1944 Pío XII lo nombró Nuncio Apostólico en París.
Durante los
últimos meses de la contienda y los primeros de la paz, ayudó a los prisioneros
de guerra y se preocupó por la normalización de la organización eclesiástica de
Francia. Visitó los santuarios franceses, participó en las fiestas populares y
en las manifestaciones religiosas más significativas. Estuvo atento, con prudencia
y confianza, a las nuevas iniciativas pastorales del episcopado y del clero de
Francia. Siempre se caracterizó por la búsqueda de la simplicidad del
Evangelio, incluso cuando trataba los más complejos asuntos diplomáticos. El
deseo pastoral de ser sacerdote en cualquier circunstancia lo sostenía. Y una
sincera piedad, que se transformaba cada día en un prolongado tiempo de oración
y de meditación, lo animaba.
El 12 de enero de
1953 fue creado Cardenal y el 25 promovido al Patriarcado de Venecia. Estaba
contento de poder dedicarse los últimos años de su vida al ministerio directo
de la cura de almas, deseo que siempre le acompañó desde que se ordenó
sacerdote. Fue pastor sabio y emprendedor, a ejemplo de los santos pastores que
siempre había venerado: San Lorenzo Justiniani, primer Patriarca de Venecia, y
San Pío X. Con los años, crecía su confianza en el Señor, que se manifestaba en
una entrega pastoral activa, dinámica y alegre.
Tras la muerte de
Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan
XXIII. En sus cinco años como Papa, el mundo entero pudo ver en él una
imagen auténtica del Buen Pastor. Humilde y atento, decidido y
valiente, sencillo y activo, practicó los gestos cristianos de las obras de
misericordia corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los
enfermos, acogiendo a personas de cualquier nación y credo, comportándose con
todos con un admirable sentido de paternidad. Su magisterio social está
contenido en las Encíclicas Mater et magistra (1961) y Pacem in terris (1963).
Convocó el Sínodo
Romano, instituyó la Comisión para la revisión del Código de Derecho Canónico,
convocó el Concilio Ecuménico Vaticano II. Como Obispo de la diócesis de Roma,
visitó parroquias e iglesias del centro histórico y de la periferia. El pueblo
veía en él un rayo de la benignitas evangelica y lo llamaba “el Papa de la
bondad”. Lo sostenía un profundo espíritu de oración; siendo el iniciador de la
renovación de la Iglesia, irradiaba la paz de quien confía siempre en el Señor.
Se lanzó decididamente por los caminos de la evangelización, del ecumenismo,
del diálogo con todos, teniendo la preocupación paternal de llegar a sus
hermanos e hijos más afligidos.
Murió la tarde
del 3 de junio de 1963, al día siguiente de Pentecostés, en profundo espíritu
de abandono a Jesús, deseando su abrazo, rodeado por la oración unánime de todo
el mundo, que parecía haberse reunido en torno a él, para respirar con él el
amor del Padre.
Juan XXIII fue
declarado beato por el Papa Juan Pablo II el 3 de septiembre de 2000 en la
Plaza de San Pedro, durante la celebración del Gran Jubileo del año 2000.
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